La crisis de identidad en la adolescencia
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Silvia Nieto
Catholic.net
28.09.2009
La mayoría de los flamantes adolescentes sufren, porque ven que la
naturaleza, los desaloja de su cuerpo de niños sin aviso y el mundo de los
adultos está aún ajeno y lejano. Se sienten envueltos en una serie de
cambios que el crecimiento les genera en lo físico, que a su vez les produce
un intenso desajuste psicológico, definido por crisis de identidad y por
sentimientos de ambivalencia. Se preguntan ¿quién soy? y ¿qué soy?. Y
sienten la dualidad de desear y temer a la vez cuestiones fundamentales para
su vida como la emancipación y la sexualidad.
Esta transición en la antigüedad era recibida con celebraciones y ritos. El
paso del tiempo fue erosionando estas costumbres. Sin embargo, esta crisis
vital sigue empeñándose tozudamente en provocar enormes problemas en los
“ex-niños”, que sienten confusión, resistencia y miedos, y como resultado
nos encontramos frente a cambios de conducta. Los padres también se sienten
influidos por esta fase que atraviesan sus hijos. Las pulsiones sexuales
nacientes y las conductas contradictorias que presentan; despiertan
desorientación en la crianza.
Los padres se cuestionan y oscilan entre la angustia y la indulgencia. El
estado de adolescencia se prolonga según las proyecciones que los jóvenes
reciben de los adultos y según lo que la sociedad les impone como límite de
exploración.
Los jóvenes sienten que algo les está sucediendo, incómodos y preocupados,
sienten intriga y miedo por los impulsos sobre todo en el plano sexual, el
cuerpo puede parecerles prestado, que no está hecho a medida, se enamoran de
sí mismos y al mismo tiempo no se cuidan al vestirse o asearse. Niegan su
nuevo aspecto, tratan de hacer como si no existiera. A pesar de la
información todo ello puede espantarlos.
Otra de las cuestiones que descolocan a los jóvenes es que se espera de
ellos actitudes de adulto. Esto los obliga a dejar de refugiarse en su rol
de chico y por eso deben reacomodarse. Les fastidia su nuevo aspecto, pero
quisieran volver a su antiguo rol. Esta muda afecta a los jóvenes según su
carácter y educación.
Es frecuente que los jóvenes no puedan verbalizar sus temores, muchos
tienden a aislarse otros desarrollan síntomas, y si estos miedos no son
tomados a tiempo, pueden generar angustia, ansiedad y depresiones que
paralizan y a veces se transforman en conflictos que arrastrarán de por
vida.
Los padres dejan de ser los valores de referencia. Los jóvenes se sienten
vulnerables, son sumamente sensibles a las miradas y palabras de los que los
rodean y que les concierne, más allá de su familia.
En este momento de extrema fragilidad, lo que viene de dentro y fuera de sus
familias puede favorecer la expansión y la confianza en sí mismos, al igual
que el valor para superar impotencias, o por el contrario puede estimular el
desaliento y la frustración.
Se defienden contra los demás mediante la depresión o por medio de un estado
de negativismo que agrava aún más su debilidad. Muchos jóvenes ejecutan
actos de agresión gratuitos. En estas “crisis de identidad”, los jóvenes se
oponen a las leyes, porque les ha parecido que alguien que representa la ley
no les permite ser ni vivir.
El hecho trascendental que marca la ruptura con el estado de infancia es la
posibilidad de disociar la vida imaginaria de la realidad; el sueño de las
relaciones reales. Al llegar a la adolescencia es cuando este mundo
imaginario exterior le provocará la necesidad de salir, y dejar la familia y
mezclarse con grupos constituidos, que para él tendrán momentáneamente un
papel de sostén extrafamiliar.
No puede abandonar completamente los modelos del medio familiar sin antes
disponer de modelos de relevo. Pero se carece de ritos de paso dónde los
adultos decreten, no tienen puntos de referencia claros proporcionados por
la sociedad, que les permitan superar los riesgos, dado que sólo se les
espera en la otra orilla, por lo tanto en la actualidad hay cada vez más
adolescentes desesperados que huyen al mundo imaginario de la droga y el
alcohol.
El tiempo del adolescente aparece constantemente salpicado de alegrías
inmensas y de penas tan repentinas como pasajeras. Sufre y goza, y su humor
oscila continuamente entre la depresión y la exaltación.
Ningún joven atraviesa la adolescencia sin tener ideas sobre la muerte, y de
que es preciso que supere a un modo las relaciones infantiles. Él vive en
forma metafórica el fantasma del suicidio y de que hay que pensar en acceder
a otro nivel.
Existe en la adolescencia la creencia en la amistad esto les hace la vida
más soportable, tal vez los que no han encontrado estas amistades son los
que están más a la deriva. Hay sentimientos que existen desde la infancia,
por ejemplo falta de confianza y en la adolescencia se hacen más fuertes.
Si no encuentra otra motivación más que la fe en sí mismo, si los amigos lo
traicionan, queda desposeído, y es en este punto de desasosiego, soledad y
abandono, donde no hay relaciones personalizadas, buscan un grupo de
militancia activa, o tal vez pasivo que se reúna para escuchar música,
fumar, beber o drogarse juntos para obtener algún modo de satisfacción.
Hay muchas razones por las que los jóvenes pueden zozobrar... los duelos que
deben atravesar en esta crisis vital.
Los padres pierden el lugar absoluto que se les asignaba en otro momento.
Las relaciones con el grupo de pares, la falta de una actividad laboral
adecuada, un trabajo a través del cual podrían recuperar la confianza en sí
mismos, lo cual puede ser una promesa de futura liberación, cuando esto ya
no es posible los jóvenes se ven arrastrados a medios ilícitos de ganar
dinero y obtener placer.
Esta crisis inquieta a los jóvenes, ya que implica ruptura, en muchos casos
tratarán de ocultarla porque remite a angustias muy primitivas. Se vuelve
imperioso aliviar el sufrimiento y la desolación de forma inmediata. Los
jóvenes necesitan suturar una herida abierta que los desgarra, son capaces
de dar la vida y la dan. Así comienzan las adicciones.
El recurso de los tóxicos y en primer lugar el alcohol, es una de las vías
de escape ... Los tóxicos a los cuales los jóvenes se hacen adictos
representan una señal de alarma, en este período crítico. El entorno
familiar no debería favorecer estas conductas.
Lo que se busca es la solución a los problemas graves de identidad. Es el
esfuerzo de integración, a todo precio, al mundo de los adultos, ser como
todo el mundo ya que no se puede ser uno mismo.
Padres e hijos se desorientan frente a este momento vital, por diferentes
motivos ... Los hijos buscan independencia, los padres sienten que sus hijos
crecen y esto los lleva a un duelo, y en medio de todos estos cambios es
necesario seguir sosteniéndolos, acompañándolos y ayudándolos en este
crecimiento.
*Silvia Nieto es Licenciada en Psicología Clínica, Postgraduada en
Psicoanalisis, y también en niñez, adolescencia y familia.