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AUTORIDAD ASERTIVA ANTE LOS NIÑOS: ¿Obediencia sin condiciones?

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Bernabé Tierno10.11.2008

 

obediencia en familia



Un niño es obediente si se somete sin rechistar a la autoridad de sus padres y de otras personas mayores. El niño que no crea problemas, que se adapta a todas las situaciones y personas, que jamás se queja ni rebela..., es un niño ¡obediente! y ¡bueno! Y cuando no se somete a los dictámenes, órdenes y deseos de los padres y personas adultas se le califica de desobediente.

En realidad, en la mayoría de los casos, el niño rechaza la autoridad porque ésta se manifiesta arbitraria e impositiva sin razones y, por tanto, la considera inútil.

Problema de niño y educador

Pero la desobediencia es patológica cuando se muestra claramente impulsiva, es decir, que el niño desobedece impulsado por presiones que no logra dominar y controlar. Este tipo de desobediencia es más o menos involuntaria e inconsciente y jamás debe ser tratada por métodos violentos represivos.

Cualquier caso de desobediencia manifiesta debe ser estudiado y analizado con serenidad e imparcialidad por parte de los padres o maestros, precisamente porque en todo este tipo de actos están implicadas dos personas y cada una puede tener su parte de culpa. Tanto el niño, que se supone que debe obedecer, como la persona que exige obediencia (padres, profesores) hacen posible la desobediencia y no es justo, como normalmente se hace, cargar todo el peso sobre el niño como si su obligación fuera siempre obedecer a todo sin condiciones, sin aportar jamás su propia opinión, sus gustos, apetencias y deseos.

Las modernas técnicas psicológicas de modificación de conducta, han contribuido de manera inteligente en la labor educativa. El educar sin razones, «porque sí», «porque lo dice tu padre», «los niños no discuten», «los niños se callan», «los niños no opinan», etc., ha pasado de moda. Tratamos con seres humanos que, por niños que sean, merecen nuestro respeto y lo necesitan para lograr una buena formación integral fundamentada en el diálogo, las razones, las explicaciones y las aclaraciones de las cosas, así como en permitir a cada cual ser él mismo, no perdiendo la propia entidad y desarrollando al máximo su individualidad.

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Por qué no obedecen

Ya hemos dicho que un niño desobedece porque ha encontrado en la práctica de la desobediencia un buen medio para afirmar su personalidad o para manejar al adulto, porque no ha entendido bien lo que se le manda o porque no le es posible o no sabe ejecutar lo mandado.

Pero los padres, profesores y personas adultas no quieren caer en la cuenta de que la mayoría de las veces que el niño no obedece es porque:

Las órdenes son poco razonables.
Resultan incomprensibles para el niño.
Superan claramente las posibilidades de realización personal.
Se ha seguido el camino más cómodo de exigir el cumplimiento de unas órdenes en lugar de molestarse por encontrar otras salidas o alternativas en las que el niño pudiera expresar su independencia y personalidad.
Basándose en ello, por bien que puedan ir las cosas, ciertos niveles de desobediencia son normales, inevitables y comprensibles. Hay muchos ejemplos de la vida cotidiana que así lo demuestran. Veamos éste que resulta muy ilustrativo:

Sabemos que para un niño jugar con sus amigos tiene un gran valor formativo en todos los aspectos, y para él es tan importante como la más decisiva de nuestras actividades y tareas. Pues bien, imaginemos el caso de la madre (padre) que interrumpe bruscamente el juego de su hijo y le obliga a dejar el partido “ahora mismo”, “porque te lo mando yo”, sin haberle advertido antes que esto podría ocurrir. Se ve sometido a lo que él considera capricho de su madre y se siente humillado por el abuso de poder. No tiene elección, no puede rebelarse.

Debemos hacernos cargo de que es normal que el niño tenga la impresión de que obramos así porque somos los más fuertes y él se defiende con el arma del débil, que es la desobediencia. Lo correcto es aprender a ponerse en el lugar del niño y mostrar con él el mismo respeto que exigimos de los demás para con nosotros.

¿Qué haría y diría esta madre si cuando está en una reunión con sus amigas, o en otro momento parecido, alguien le dijera: «salga de aquí de inmediato y venga a hacer esto o lo otro?». No debemos dar la impresión a nuestros hijos de que son para nosotros como objetos o cosas de las que podemos disponer a nuestro antojo.

Lo mejor es prevenir al niño de nuestras intenciones si nos es posible, tratarlo con respeto y permitirle que vaya formando su propio criterio.

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Valorar su madurez

En los primeros años, el niño vive en un ambiente de sumisión, obediencia y disciplina porque necesita aprender las normas de conducta y convivencia sociales de una manera gradual; pero en la preadolescencia se ha de propiciar la autodeterminación, la capacidad de decidir por sí mismo, de emitir juicios críticos, de equivocarse y corregirse tras los propios errores, etc.

En el adolescente hay que infundir el sentido de la libertad moral que frecuentemente habrá de imponerse a sí mismo. El paso de la plena obediencia y sumisión a la autodeterminación e independencia ha de ser gradual, soltando las amarras a medida que el niño se va convirtiendo en preadolescente, adolescente y joven. Ese paso jamás debe darse con brusquedad.

No obran de manera inteligente y razonable los padres que someten a sus hijos, hasta bien entrada la adolescencia, a una obediencia y sumisión sin condiciones, totalmente sujetos a su autoridad, y al llegar a mayores les conceden la libertad máxima y les cargan con todas las responsabilidades que hasta el momento habían pesado sobre los padres.

El logro de la autodeterminación, independencia y autonomía necesaria que se confiere a cualquier persona, el ser ella misma, se consigue y aprende por etapas. El respeto y el afecto que caracterizaban a la autoridad en su sentido más puro han de dejar paso al respeto mutuo y al afecto sin temores de ningún tipo.

 

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