Ineficacia educativa de gritos e insultos: cómo corregir, castigar y reprender
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Bernabé Tierno 10.11.2008
Podemos distinguir claramente entre conductas que ofenden y hieren a los
demás y conductas que no hieren. Entre las conductas que hieren
psicológicamente a los demás están los gritos desaforados y descontrolados y
los insultos. Su carga de agresividad se detecta fácilmente porque el fin es
causar daño, dolor o desprecio el otro.
Expertos en el tema afirman que los humanos somos esencialmente distintos de
los seres no humanos en lo que se refiere a la agresión, ya que el
aprendizaje juega un papel muy importante en nuestra conducta agresiva.
La visión de objetos que van asociados con la violencia (cuchillos,
pistolas) incrementan dicha conducta, y no menos la visión de un rostro
desencajado lleno de furia y de odio, así como los gritos desaforados y los
insultos repetidos por quien ha perdido el control de sí mismo.
Significado de los castigos
Todo castigo que incremente la frustración y el desprecio de uno mismo
resulta ineficaz, pero más ineficaz resulta todavía convencerse de que la
persona que castiga, grita o insulta lo único que pretende es satisfacer el
odio que siente por nosotros haciéndonos mal de manera directa o indirecta,
es decir, consiguiendo que nos sintamos seres despreciables.
Para la mayoría de los niños y adolescentes, una mirada furiosa, cargada de
odio y de desprecio, así como las expresiones humillantes manifestadas en
voz alta o a gritos, son el castigo más severo que se le puede aplicar. Su
sistema nervioso queda impresionado y sobrecogido por la carga emotiva de
esas expresiones insultantes y la imagen descontrolada y retorcida del
rostro que acentúa y recalca dichas expresiones gritadas más que
pronunciadas.
Puede producirse la sumisión y el sometimiento instantáneo o reacciones
violentas del mismo signo y virulencia que las que está empleando la persona
que grita e insulta de manera incontrolada y repetitiva. En estos casos las
consecuencias psicológicas casi siempre son nefastas y dramáticas para el
que al final pierde, que siempre es el niño o adolescente rebelado, que no
supo callarse y someterse aguantando gritos, improperios e insultos de todo
tipo.
A partir de ese momento es doblemente tachado de indeseable, insumiso e
irrespetuoso por quien grita e insulta. Por una parte tiene el sentimiento
de culpa por haberse rebelado contra el padre o la madre, y por otra se
siente desgraciado rumiando sin cesar las expresiones de odio que a voz en
grito le han repetido hasta la saciedad sus padres.
Vemos que, en cualquier caso, tanto si los gritos e insultos producen en el
sujeto ofendido sumisión como si producen una reacción agresiva (calcada de
la persona que humilla y ofende), lo que difícilmente producirán es la
interiorización, es decir, la reflexión serena y convencida que le lleve a
corregir su modo de proceder por convicción, que al fin y al cabo es el
objetivo que se ha de lograr en la modificación de toda conducta negativa.
Conductas inadecuadas
Hay varias señales de alarma que indican que nuestras actitudes no son las
adecuadas:
1. Pérdida de la naturalidad expresiva, la confianza y la comunicabilidad,
de manera demasiado brusca.
2. Disminución del sentido del humor y de las expresiones desenfadadas y
aumento rápido de la irritabilidad y, al mismo tiempo, regresión a la
pasividad y abandono de responsabilidades.
3. Ausencia del respeto a los hijos, al tiempo que ellos nos imitan,
elevando demasiado la voz y respetándonos poco o nada.
4. Transmisión al hijo de inseguridad y baja estima de sí mismo, que admite
que es una calamidad como estudiante, como persona, etc.
Alternativas válidas
Acabamos de ver que la excesiva severidad, los comportamientos agresivos,
las humillaciones, los insultos y el hacer que el niño se sienta como un ser
despreciable, no son una manera eficaz, inteligente y humanitaria de
modificar las conductas.
Ya hemos dicho en otro lugar que la buena conducta es algo que debe
aprenderse, que no se adquiere de modo natural y que los niños aprenden a
comportarse observando el ejemplo que reciben de sus padres, hermanos,
parientes, vecinos, amigos y profesores.
También recordamos que la palabra «disciplina» significa aprendizaje y que
mediante la buena disciplina es como debe enseñarse a los niños a
comportarse de manera adecuada.
En cuanto a las características de una buena disciplina para que sea eficaz,
es decir, para que eduque y haga posible la interiorización serena y
voluntaria sobre la propia conducta que hay que corregir, la mayoría de los
autores señalan las siguientes:
Inmediata
Coherente
Segura
De fácil aplicación
Adecuada a la edad del niño
Justa
Positiva (ofrece ayuda y alternativa)
No debe ser humillante ni conducir a la infravaloración o el autodesprecio
Firme pero cargada de amor y comprensión
Que no produzca distanciamiento en las relaciones de los padres con los
hijos.
¿Cómo reprender?
En la práctica reprender no es discutir y se ha de hacer siempre en privado.
El acto de reprensión no debe ser interrumpido, una vez iniciado, hasta
haber completado todo el proceso de corrección.
Hay que procurar estar físicamente muy cerca del niño o del adolescente y
expresar lo que se siente ante su mala conducta, con verdadero enfado. Se ha
de reprender la conducta, pero no al niño. De manera muy clara hay que
expresar lo enfadado que se está, pero sin gestos de odio, sin ira
incontrolada y sin despreciar ni humillar. Esta reprensión y enfado deben
ser bastante intensos, pero de corta duración. En ningún caso se ha de
perseguir todo el día al niño o adolescente machacándolo por su conducta.
Una vez finalizada la reprensión se abraza al niño y, con rostro sonriente,
se le anima a corregir su proceder en adelante. Se le invita a manifestar
cómo se siente y a establecer un breve diálogo sobre lo ocurrido y lo que
piensa hacer en el futuro para comportarse mejor.