Los 5 tipos de adolescentes según su relación con lo religioso: una clasificación clásica
José García Sentandreu, director del colegio Highlands El Encinar en Madrid,
después de 25 años de apostolado y trabajo con jóvenes y adolescentes ha
publicado «Adolescentes,
qué hacemos con ellos» (Ed.
De Buena Tinta).
En este interesante libro mantiene la clasificación clásica de los
adolescentes respecto a la religión que ya diera en los años 50 y 60 Louis
Guittard (autor de La
evolución religiosa de los adolescentes y Pedagogía
religiosa de los adolescentes).
Desde entonces la cultura ha cambiado mucho, pero los perfiles psicológicos
no.
Sentandreu usa esa clasificación y da sus consejos para acercarse a ellos,
si bien, detalla "la aproximación
a ellos, por parte de los formadores, evidentemente debe ser diferente,
personalizada".
1. Los fervorosos.
Son los menos, y menos en la edad juvenil. Suelen avanzar siempre en la
misma dirección con el paso de los años. Sienten la necesidad de ser
ayudados, pero basta una sugerencia y un pequeño apoyo para mantenerse en la
línea.
Encuentran pronto una experiencia fuerte de Dios. El culto les atrae. Parece
que existe una armonía preestablecida entre sus aspiraciones y los
imperativos de la religión. No es que no tengan momentos de relajación y
debilidad, pero se rehacen en seguida y con más fervor.
Qué hacer con ellos: Ayudarles
a que no caigan en el formalismo, en los escrúpulos o en el conformismo. Hay
que sostenerlos con constancia en el camino de la perfección.
2. Los inestables.
Prevalece la indecisión; querrían ser fervorosos pero no se sienten
suficientemente fuertes para lograrlo. De repente, sin causa aparente,
renuncian a todo progreso, hasta el momento que vuelven a ser fervorosos.
Las primeras caídas son el origen de sus trastornos. Pueden acabar en
indiferentes o tradicionalistas, por eso merecen una atención especial y
mucha paciencia.
Qué hacer con ellos: Ayudarles
a afrontar la lucha serenamente. Es esencial no dejarlos aislados.
3. Los tradicionalistas.
Al inicio adoptan dócilmente el comportamiento religioso que le dan en la
casa o en el colegio, pero su fidelidad al culto y a la moral se trata más
de una costumbre que de una convicción. En teoría son fieles al principio,
en la práctica salvan más bien las apariencias.
Con frecuencia sienten remordimiento por su mediocridad pero no tienen celo
para renunciar a ella. La religión les servirá como refugio cómodo. Buscan
«los consuelos de Dios pero no el Dios de los consuelos».
Qué hacer con ellos: Hay
que suscitar en ellos la autenticidad, quitarles el agobio de ciertos actos
piadosos facultativos para que puedan vivir con más profundidad los
necesarios. Aplicar la ley de la gradualidad.
4. Los indiferentes.
Son irreligiosos en potencia. No hay atracción por lo espiritual ni
necesidad de discutir de lo religioso (a diferencia de los irreligiosos).
Abandonan las prácticas religiosas lo antes y lo más posible.
Tratan de pensar lo menos posible en Dios y de cumplir lo indispensable en
lo moral. Conservan creencias cristianas pero viven como si no las tuvieran.
Qué hacer con ellos: Como
carecen menos de saber que de buena voluntad hay que ayudarles a creer en el
valor de religión. Hay que buscar abrirles a algo grande, para que un día
Dios pueda ocupar ese hueco abierto. Es típico en la adolescencia avanzada,
donde los problemas morales encuentran una excusa en esta indiferencia.
5. Los irreligiosos.
Se pueden confundir con los anteriores pero tienen un temperamento especial.
Son más beligerantes, doctrinarios y agresivos. La religión, no sólo no les
interesa, sino que les irrita y les causa repulsión.
En su conducta minimizan la influencia religiosa pero, no obstante, en
muchas ocasiones la fe actúa sobre su pensamiento. Muchos de ellos brotan de
familias cristianas tradicionalistas que de alguna forma los han agobiado o
los han quebrado con sus incoherencias formalistas.
Qué hacer con ellos: Lo
esencial para estos es, lo antes posible, activarlos en una ayuda social
para que ésta, con paciencia, sea el inicio de un acercamiento. Hay que ser
muy tolerantes y cuestionarlos con un testimonio de vida ejemplar y
atractivo, con cero sermones.