Homosexuales y Matrimonio - ¿Procrear o producir?: 18 argumentos contra matrimonio homo (homomonio)
En las sociedades humanas, hay disputas y tensiones porque los hombres
tienen libertad y opiniones propias. La gran tentación es siempre suprimir
la libertad para erradicar el mal. Cuántas veces ante éste, los reproches
del hombre hacia Dios son, en el fondo, una queja porque no se porta como un
dictador. Pero la erradicación del mal por la eliminación de la libertad es,
al mismo tiempo, la extinción del bien. Al final tendríamos una paz neutra,
sin bien ni mal; no una paz por la sobrepujanza del bien, sino la paz del
hormiguero donde, por cierto, lo que abundan son los seres neutros y
estériles, las obreras.-
«La paciencia de Dios confunde la prepotencia del hombre» Benedicto PP XVI.
Cristina López Schlichting dijo: «No veo la relación entre ser homosexual y
fomentar la sordidez, el mal gusto y la promiscuidad. Critico que se
hostigue y se tache de homófobos a quienes defienden y expresan que el
matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer; es una posición
totalmente intolerante y se manifiesta de modo extremadamente agresivo». En
términos parecidos habló José Luis Restán , en el mismo programa, cuando
afirmó que «lo que sufre es la libertad, porque no se trata tanto de la
defensa de unos derechos como de la imposición del pensamiento único. No es
posible hoy disentir de las ideas del lobby gay. Decir que el matrimonio es
la unión entre un hombre y una mujer no tiene nada que ver con la homofobia,
y, sin embargo, decirlo te pone en la diana de este lobby ». Y en el mismo
sentido editorializa El Mundo : «Es lamentable que sectores minoritarios y
politizados del mundo homosexual utilicen la reivindicación de sus derechos
a modo de revancha y desquite contra quienes no piensan como ellos». Alfa y
Omega. 2007.VII.05
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Procreación y las nuevas propuestas terapéuticas
En temas tan delicados y actuales, como los que se refieren a la
procreación y a las nuevas propuestas terapéuticas que comportan la
manipulación del embrión y del patrimonio genético humano, la Instrucción ha
recordado que “el valor ético de la ciencia biomédica se mide con referencia
tanto al respeto incondicional debido a todo ser humano, en todos los
momentos de su existencia, como a la tutela de la especificidad de los actos
personales que transmiten la vida" (Instr. Dignitas personae, n. 10). De
este modo el Magisterio de la Iglesia pretende ofrecer su propia
contribución a la formación de la conciencia, no sólo de los creyentes, sino
de cuantos buscan la verdad y pretenden escuchar argumentaciones que
proceden de la fe, pero también de la propia razón. La Iglesia, al proponer
valoraciones morales para la investigación biomédica sobre la vida humana,
llama a la luz, tanto de la razón como de la fe(cfr Ibid., n. 3), en cuanto
que su convicción es la de que “lo que es humano no sólo es acogido y
respetado por la fe, son también purificado, enaltecido y perfeccionado por
ella" (Ibid., n. 7). S.S. Benedicto XVI PP. viernes 15 de enero de 2010
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Se da así una respuesta a la difundida mentalidad, según la cual la fe se
presenta como obstáculo a la libertad y a la investigación científica,
porque estaría constituida por un conjunto de prejuicios que viciarían la
comprensión objetiva de la realidad. Frente a esta postura, que tiende a
sustituir la verdad con el consenso, frágil y fácilmente manipulable, la fe
cristiana ofrece en cambio una contribución verdadera también en el ámbito
ético-filosófico, no proporcionando soluciones preconstituídas a problemas
concretos, como la investigación y la experimentación biomédica, sino
proponiendo perspectivas morales fiables dentro de las cuales la razón
humana puede buscar y encontrar soluciones válidas. S.S. Benedicto XVI PP.
viernes 15 de enero de 2010
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Hay, de hecho, determinados contenidos de la revelación cristiana que
arrojan luz sobre las problemáticas bioéticas: el valor de la vida humana,
la dimensión relacional y social de la persona, la conexión entre el aspecto
unitivo y procreativo de la sexualidad, la centralidad de la familia fundada
sobre el matrimonio entre un hombre y una mujer. Estos contenidos, inscritos
en el corazón del hombre, son comprensibles también racionalmente como
elementos de la ley moral natural y pueden hallar acogida también por parte
de aquellos que no se reconocen en la fe cristiana. S.S. Benedicto XVI PP.
viernes 15 de enero de 2010
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La ley moral natural no es exclusivamente o predominantemente confesional,
aunque la Revelación cristiana y la realización del hombre en el misterio de
Cristo la ilumine y desarrolle en plenitud su doctrina. Como afirma el
Catecismo de la Iglesia Católica, ésta "indica las normas primeras y
esenciales que regulan la vida moral" (n. 1955). Fundada en la propia
naturaleza humana y accesible a toda criatura racional, constituye así la
base para entrar en diálogo con todos los hombres que buscan la verdad y,
más en general, con la sociedad civil y secular. Esta ley, inscrita en el
corazón de cada hombre, toca uno de los nudos esenciales de la misma
reflexión sobre el derecho e interpela igualmente a la conciencia y a la
responsabilidad de los legisladores. S.S. Benedicto XVI PP. viernes 15 de
enero de 2010
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En su modo de obrar, los esposos cristianos sean conscientes de que no
pueden proceder a su antojo, sino que siempre deben regirse por la
conciencia, la cual ha de ajustarse a la ley divina misma, dóciles al
magisterio de la Iglesia, que interpreta auténticamente esa ley a la luz del
Evangelio. Dicha ley divina muestra el pleno sentido del amor conyugal, lo
protege e impulsa a la perfección genuinamente humana del mismo. Así, los
esposos cristianos, confiados en la divina Providencia y cultivando el
espíritu de sacrificio, glorifican al Creador y tienden a la perfección en
Cristo cuando con generosa, humana y cristiana responsabilidad cumplen su
misión procreadora. Entre los cónyuges que cumplen de este modo la misión
que Dios les ha confiado, son dignos de mención muy especial los que de
común acuerdo, bien ponderado, aceptan con magnanimidad una prole más
numerosa para educarla dignamente.
Pero el matrimonio no ha sido instituido solamente para la procreación, sino
que la propia naturaleza del vínculo indisoluble entre las personas y el
bien de la prole requieren que también el amor mutuo de los esposos mismos
se manifieste, progrese y vaya madurando ordenadamente. Por esto, aunque la
descendencia, tan deseada muchas veces, falte, sigue en pie el matrimonio
como intimidad y comunión total de la vida y conserva su valor e
indisolubilidad.
Constitución Gaudium et spes, 50 – VATICANO II.
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Juan Pablo II, PONTIFEX PAPA 1978 + 2005
Discurso en el Sínodo sobre la Familia, octubre 1980
“Los dos serán una sola carne.” (Gn 2,24) - Cuando Cristo, antes de su
muerte, en el umbral de su misterio pascual, ora al Padre diciendo: “Padre
Santo, guarda en tu nombre a los que me has dado para que sean uno, como tú
y yo somos uno” (Jn 17,11), pedía también, quizás de un modo privilegiado,
por la unidad de los matrimonios y de las familias. Ora por la unidad de sus
discípulos, por la unidad de la Iglesia. Ahora bien, el misterio de la
Iglesia es comparado por San Pablo al matrimonio. (Ef 5,32) Así, la Iglesia
no sólo dedica parte de su atención a la familia, sino, además la considera,
de algún modo, como su modelo. En el amor de Cristo, su Esposo, que nos amó
hasta la muerte, la Iglesia contempla a los esposos y esposas que se han
prometido el amor por toda la vida, hasta la muerte. Y considera que es un
deber particular de la Iglesia proteger este amor.
El matrimonio es un sacramento. Los que han sido bautizados en el nombre de
Cristo, también se casan en el nombre de Cristo. Su amor es una
participación en el amor de Dios que es la fuente del amor conyugal. El
matrimonio de las parejas cristianas es como una imagen terrena de la
maravilla que es la vida en Dios, vida que es comunión amorosa y fecunda de
las tres personas en un solo Dios, y de la alianza de Dios en Cristo con la
Iglesia. El matrimonio cristiano es un sacramento de salvación; es para
todos los miembros de la familia el camino de santidad.
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Es un hombre extrovertido, inteligente y distendido. El cardenal Ratzinger,
una de las figuras más influyentes de la alta jerarquía católica, se presta
con naturalidad a nuestras preguntas.
E. S. ¿Le parece que siguen siendo actuales los diez mandamientos?
J.R. Como raras veces en la historia, hoy en día vemos con claridad cómo el
ser humano se destruye a sí mismo, vive para satisfacer sus deseos
materiales y se pierde por ese camino. Nos damos cuenta del poder que ejerce
en el hombre el afán de posesión. Cuanto más tienen, más y más se
esclavizan, porque tanto más tendrán que esforzarse en mantener y aumentar
cada día esa preciada posesión.
Joseph Ratzinger – 2001’El Semanal’ Meter Seewald
E. S. Hablando de posesión, ¿Por qué adquiere el matrimonio un significado
tan especial en la fe católica?
J.R. Es una forma que tiene el ser humano de abrir su corazón a otro. Lo que
en un principio es una mera legitimidad biológica, un ardid de la
naturaleza, adquiere una forma humana que engendra la fidelidad y el
compromiso amoroso entre un hombre y una mujer, posibilitando, a su vez, la
existencia de la familia. Aquí radica la esencia gozosa del sexto
mandamiento. Cuanto más profundamente se viva y se medite sobre ella, más
patente resultará que otras formas de la sexualidad no alcanzan el auténtico
nivel de la vocación humana. No se corresponden con lo que la sexualidad
humanizada debería ser.
Joseph Ratzinger – 2001’El Semanal’ Meter Seewald
E. S. ¿Acaso no son el hombre y la mujer dos seres esencialmente distintos?
J.R. Considero que tenemos que rechazar tanto las teorías falsas de igualdad
como las teorías engañosas de distinción. Es erróneo medir al hombre y a la
mujer por el mismo rasero y pretender que las pequeñas diferencias
biológicas no significan absolutamente nada. Estamos aquí ante una tendencia
dominante en la actualidad. Sin embargo, personalmente me sigue pareciendo
espantoso que se quiera
convertir a las mujeres en soldados como los hombres, cuando en verdad ellas
eran las salvaguardas de la paz y representaban la fuerza antagónica al afán
pendenciero de los hombres. Ahora podemos ver a las mujeres cargando incluso
con ametralladoras y mostrando que pueden ser tan belicosas como los
hombres. De igual forma me espanta que las mujeres esgriman el «derecho» de
recoger las basuras o de ir a las minas; justo aquellas cargas que no se les
quería imponer por respeto a su singular valor, y que se le imponen ahora en
nombre de la igualdad. En mi opinión se trata de una ideología insana y
maniquea.
Joseph Ratzinger – 2001’El Semanal’ Meter Seewald
E. S. ¿Puede decirse que la oposición es una de las funciones de la Iglesia?
J.R. A la Iglesia se le ha encomendado la esencial función de ofrecer
oposición frente a las modas, el poder de lo fáctico, la dictadura de las
ideologías. En el siglo que culmina, la Iglesia tuvo precisamente que oponer
resistencia a las grandes dictaduras. Y hoy lamentamos que no se haya
opuesto con la fuerza y en la medida suficientes. Pero gracias a Dios,
cuando el ministerio se debilita por consideraciones de tipo diplomático,
hay mártires que oponen esa resistencia, pagándolo con su
propio cuerpo y con su vida.
Joseph Ratzinger – 2001’El Semanal’ Meter Seewald
E. S. Cada vez son menos las personas que conocen los secretos de la fe.
¿Cómo ha podido suceder esto?
J.R. Es posible que algo se haya mecanizado demasiado en nuestra fe. Tal vez
hubo un exceso de enajenamiento y, en cambio, una vivencia interna
insuficiente. Cada generación debe vivir y encontrar su fe nuevamente. Por
otra parte, también apreciamos cómo una generación que ya no reconoce la fe
cristiana y su fuerza salvadora, comienza a buscar otros caminos y se
adentra por sendas esotéricas, en las que pretende encontrar un remedio para
todo sirviéndose de piedras y artilugios semejantes. Es decir, surgen otras
formas de invocar a fuerzas invisibles porque el ser humano se da cuenta de
que podría y debería tener otros ayudantes. Ante estas circunstancias, los
católicos -y sobre todo los que ostentan un cargo de responsabilidad dentro
de la Iglesia- debemos preguntarnos por qué no podemos
anunciar la fe de modo que responda a los interrogantes de la actualidad.
Joseph Ratzinger – 2001’El Semanal’ Mater Seewald
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¿PROCREAR O PRODUCIR?
JUAN DE DIOS VIAL CORREA
Palabras del señor Rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile al
inaugurar el Seminario Fecundación Asistida – El hijo: ¿Un proyecto a
construir o un don para acoger? Centro de Extensión de la Pontificia
Universidad Católica, 19-XI-1996.
Cuando se llevó a cabo la primera fertilización in vitro se inició un
proceso de debate muy apasionado que dura todavía. Vale la pena preguntarse
por qué.
No era porque el procedimiento fuera científicamente una gran novedad. El
había sido ya usado en animales por muchos años, y no había ninguna razón
para pensar que no hubiera de ser factible en la especie humana. Obviamente
tampoco se trataba de una técnica que estuviera destinada a producir efectos
sociales muy importantes, como ha sido por ejemplo el caso con las técnicas
de contracepción que han interferido con los equilibrios de población del
globo.
Finalmente, la nueva técnica era presentada simplemente como un método para
derrotar una grave limitación como es la esterilidad conyugal. Aparecía como
un sistema benéfico en la línea de los avances importantes de la Medicina.
De hecho, algunos teólogos católicos de reconocido rigor en su doctrina
aceptaron la fertilización asistida como una técnica que podía ofrecer
algunos riesgos desde el punto de vista moral, pero que era básicamente
aceptable. A estas consideraciones se agregaba una muy sencilla, de orden
afectivo. Cualquiera simpatiza con la desolación de un matrimonio que no
puede tener hijos, y aun cuando hubiera algunos aspectos objetables en el
procedimiento, se tendía a mirarlo en su conjunto con benevolencia.
Sin embargo, había casi desde el principio algo que dejaba inquietas las
conciencias, no sólo de personas muy rigoristas y poco transigentes, sino
también las de muchos individuos que se sentían moralmente muy tolerantes.
De ello dan testimonio los innumerables estudios de comités de ética, de
especialistas en biología del desarrollo y en medicina, de moralistas y
bioéticos que abordaban los distintos aspectos de las nuevas técnicas a
medida de que ellos se iban haciendo más problemáticos.
Entonces resulta que hay una verdadera paradoja. Lo que pasaba al principio
por ser un simple procedimiento benéfico para parejas estériles, se
transforma en un tema de intenso debate bioético, social y jurídico. No es
lícito achacarles esta derivación a moralistas de ninguna religión, desde
luego no a los moralistas católicos, cuando algunas de las discusiones más a
fondo han tenido lugar en países no católicos. Más razonable resulta pensar
que, disimulado tras el simple acto del tratamiento médico hay un trasfondo
de vastas proyecciones.
Como suele ocurrir, muy en los inicios del nuevo método surgieron algunas
voces que mostraban cuáles eran esas dimensiones inoperantes. Así, O.
Thibault, quien defendía vigorosamente el procedimiento, decía: “...hay que
considerar que para el ser humano, toda actividad es cultural.
Ahora bien, cultura, es artificio. Hasta hoy, sólo la procreación escapaba a
la cultura. Ahora que ella entra en el dominio del artificio, no hay en ello
nada que no sea normal”. Esto equivale a decir que se creía haber cerrado un
ciclo: Nada escapa a la técnica. Cuando los primeros navegantes haciendo
rumbo siempre hacia Occidente volvieron a su puerto de origen, eso no fue un
simple regreso a la patria, como el de tantos otros aventureros en la
historia: fue la confirmación de una nueva forma del mundo, de una nueva
estructura del universo. Así ahora, la simple curación de la esterilidad
quedaba oscurecida por el hecho de que hasta la procreación de los hijos
entraba plenamente al dominio técnico.
Esto que había ocurrido era difícilmente captable por los interesados. Para
los matrimonios que deseaban un hijo y no encontraban otra manera de
engendrarlo, opiniones como estas les parecían – les parecen- disquisiciones
vacías. Para muchos médicos que buscan satisfacer las necesidades de sus
pacientes ocurría otro tanto. Y los otros médicos –que ciertamente los hay-
que encaraban el procedimiento como una intervención eficaz y rentable,
tenían tendencia a descalificar las aprensiones como si fueran el fruto de
espíritus cerrados al progreso. Sin embargo, poco a poco ha ido emergiendo
la verdad que está muy en la línea de lo que decía Thibault y que citaba
hace un momento.
En la fecundación artificial se sustituye el acto de procreación por un acto
de producción. El acto de unión conyugal por un procedimiento industrial.
Esto no tiene nada que ver con las intenciones o sentimientos de las
personas involucradas. Es una realidad objetiva.
El acto conyugal es un acto de relación entre hombre y mujer. El
procedimiento de fertilización in vitro en cambio es un acto de producción,
tecnológicamente ordenado en una cadena de fines y medios.
Si hubiera dudas sobre esto, basta pensar que el verdadero fracaso en un
acto conyugal es el fracaso de la relación, mientras que el fracaso de la
fertilización asistida es simplemente que no se obtenga el producto.
Esto es lo que significa introducir una racionalidad tecnológica en la
procreación, y –lo repito- ello es completamente independiente de las
intenciones y deseos de los interesados. Porque un hijo o una hija no es
nunca un producto técnico. Se oye por ahí decir muchas veces que las parejas
tienen el derecho a un hijo. Ya en esa frase tan inocente se halla el germen
de la desviación tecnológica del acto conyugal. Porque lo que se llama tener
derecho es algo que vale de las cosas o de los actos: tengo derecho a ir al
cine, tengo derecho a mi casa. Pero no se puede decir en la misma forma que
yo tengo derecho a una persona; a las personas no se tienen derechos: dentro
del matrimonio yo tengo derecho a los actos que conducen a tener un hijo.
Derecho al hijo tendría sólo si el hijo fuera una cosa.
Ahora bien, qué significa que un acto adquiera una racionalidad tecnológica.
¿Qué pasa con la producción? Voy directamente a algo que toca muy de cerca
de la fertilización in vitro: toda forma de producción tiene subproductos,
tiene desechos industriales. Y –por buena que haya sido la intención
primitiva- ocurre que la producción industrial de hijos ha creado el
problema de los desechos, y los principales desechos son aquí los embriones
humanos.
Hay aquí una consecuencia que no apareció clara al inicio del procedimiento,
pero que ahora se ha puesto trágicamente en evidencia. ¿Qué significó la
destrucción de tres mil embriones congelados en Gran Bretaña? ¿Qué van a
significar los casos futuros e inevitables en los que aplicando la misma
legislación se va a proceder de la misma manera?
Es normal que después de un caso de fertilización asistida queden embriones
sobrantes. Y pasa lo mismo que con cualquiera industria: las sobras y los
desechos se van acumulando, y en un momento están allí para recordarnos
simplemente que ha habido un proceso industrial, productivo, en marcha. Como
en este caso se trata de vidas humanas lo más importante no es ni siquiera
que se haya destruido tres mil de un solo golpe: lo es que se ha ido
produciendo un enorme número de vidas humanas que no tienen otro sentido que
el de ser destruidas. Entonces no se me puede decir que cuando hablo de
racionalidad tecnológica y digo que con ella se ha sustituido a la
racionalidad unitiva del acto conyugal, esté yo diciendo cosas sutiles o
enredadas que no pueden ser tomadas en cuenta por quienes están afligidos y
buscan remedio al mal de su esterilidad. Los miles de embriones congelados
en el mundo atestiguan que esa distinción entre unitivo y tecnológico es
bien real. No hace mucho tiempo que se dio aquí un documental de televisión
sobre las madres de esos embriones, y una cosa se veía clara, y es que para
los afectados, aquellos embriones no eran simplemente desechos: tal vez no
se atrevían a decir que eran sus hijos, pero el lenguaje los traicionaba.
Al hablar de la racionalidad de un acto, estoy hablando del significado del
acto, o de la naturaleza del acto, términos que suenan a abstractos, a
deshumanizados, pero que están siendo usados también para proceder contra
los embriones.
Hace ya más de diez años que algunos biólogos del desarrollo discurrieron
que el embrión antes de la implantación en el útero no era propiamente un
ser humano, una vida humana individual, y que era sólo un tejido humano, un
algo que debería ser tratado con algún respeto especial, tal vez como
tratamos con respeto a los cadáveres, pero que no merecía de ninguna manera
el respeto incondicional que se le debe a la persona humana. En vez de
hablar de embrión se hablaba entonces de preembrión, y se llegaba con una
cierta dosis de humor negro a decir que una manifestación de ese respeto
especial podía ser el uso de estos embriones precoces en experimentos que
beneficiarían a la humanidad: era una manera de honrarlos, y al mismo tiempo
una justificación para producirlos.
Esta concepción, un tanto lastimosa como idea, ha hecho sin embargo camino.
En un reciente artículo aparecido en el “New England Journal of Medicine”,
una revista médica sumamente prestigiosa, se argumentaba que es necesario
encontrar algún camino para poder usar los embriones humanos para
experimentación y que ese camino está bloqueado porque el público asocia el
hecho de darle muerte a un embrión con el aborto. Y por mucho que el aborto
se halle extensamente legalizado en los Estados Unidos, sigue siendo un acto
repelente, y que no se justificaría con el fin de proporcionar material de
experimentación. El autor señalaba que mucho más productivo sería lograr que
el público asociara en su imaginación la producción de embriones
supernumerarios con el progreso científico en materia de estudios de
genética o similares: el experimento en embriones asociado no a la muerte
sino a la vida.
No resisto la tentación de citar algunos párrafos de este artículo de Annas
y colaboradores, porque en ellos se ilustra una manera de ver que muestra el
sesgo que puede adquirir esta cuestión.
Dicen: “Un embrión tiene un status moral no tanto por lo que él es (ya sea
en la concepción o más tarde), sino porque es el resultado de una acción
procreativa. La gente tiene interés directo en el estado y destino de cada
uno de los embriones que se formaron con sus gametos porque tales embriones
llevan sus genes y pueden llegar a ser sus hijos. En esta perspectiva el
embrión no es sólo un símbolo: es real. Esto explica por qué la creación de
embriones para la sola investigación es moralmente problemática...”. Y
concluyen que como la oposición al uso de embriones para la experimentación
deriva de la importancia que tiene la procreación, debería ser posible
convencer al público de que la experimentación embrionaria, orientada como
estaría a favorecer la lucha contra la esterilidad o contra los defectos
congénitos, tendría que ser aceptable: ella no sería contraria a la
procreación, sino su ayuda.
Esto se parece mucho a pedir que los embriones no sean desechos industriales
sino derechamente productos industriales. Y es fácil percibir cómo por este
camino se llegará indefectiblemente a justificar cualquier tipo de
experimento realizado sobre estos entes que no tienen sensibilidad y no
pueden por tanto nunca apelar a la afectividad de quien trabaja o juega con
ellos.
Aquí en Chile se ha jugado otra carta, más prudente, pero no más auténtica.
En efecto, mientras que en los Estados Unidos se busca encontrarle un
significado positivo a la experimentación embrionaria y al manejo de los
embriones congelados, aquí se ha sostenido que los embriones que llevan
pocas horas de fecundados, que se hallan en lo que se llama el estado de
pronúcleos, no serían embriones. La pregunta obvia es, si no son embriones,
¿qué es lo que se está implantando? No serían embriones, ¿y se habla de su
padre y de su madre? La verdad es más simple: el desarrollo de un ser humano
individual es un proceso continuo que va desde el instante mismo de la
penetración del espermatozoide, hasta la muerte. No se ha conseguido mostrar
ni un solo argumento convincente para decir que el estado de pronúcleos, por
ejemplo (en el que se inicia ya la primera división celular con la síntesis
del ADN), sea otra cosa que un momento de mi desarrollo en el que yo era una
célula con dos núcleos. Sé que hay gente a la que mi argumentación no la
convence, pero yo diría que es tan grande el daño de matar a una persona,
que bastaría que hubiera una posibilidad respetable de que yo tenga razón,
para que fuera inaceptable la intervención directa contra un embrión.
La verdad es que nos hemos llenado de desechos, residuos y sobras de un
proceso industrial, y que estamos buscando ahora un discurso que nos permita
aprovecharlos para nuestros fines. Es una verdad que suena dura, pero que
está implícita en la argumentación de Annas y sus colegas.
Yo no creo que el problema más importante sea hoy un problema objetivo, como
ser desde qué momento podemos hablar de que el embrión sea un ser humano. De
hecho es tratado como si no lo fuera, aunque nadie podría afirmar que no lo
sea y aun cuando los argumentos a favor de que sí lo es son numerosos, y no
teológicos, sino científicos y filosóficos. El verdadero problema es que a
éstos, que muy probablemente son seres humanos con los mismos derechos
básicos que cualquiera de nosotros, se los trata como si fueran material
para ser usado en un proceso de manufactura.
No es que no se esté seguro de que el embrión es un ser humano. Es que se ha
escogido el camino de no respetar a todos los seres humanos, sino sólo a los
que cumplan ciertas condiciones que nosotros mismos les fijamos y
establecemos.
La raíz del problema es que se hace difícil respetar la verdad a las
personas humanas, cuando no nos son útiles. Si pensáramos que la vida de una
persona es sagrada no podríamos usarla en un proceso industrial. Y si no
pensamos que es sagrada, entonces es lícito poner muchas más cosas en
cuestión. Se darán vidas de primera, de segunda y de tercera. Vendrán –como
ya han venido- importantes bioéticos que piensan que un animal sano es más
valioso que un niño congénitamente enfermo. Será lógico ponerle precio a la
vida de los viejos o de los enfermos incurables, y recurrir a la eutanasia.
Todos conceptos que eran abominables hasta hace poco y que han entrado como
por la puerta ancha.
Ahora bien, como no se puede encontrar en toda la vida del individuo desde
el huevo hasta el adulto ni un solo punto de corte, de interrupción, en el
que uno podría decir: antes de ahora este individuo no era un organismo
humano, y ahora sí que lo es, entonces resulta que nunca –desde el momento
de la fecundación en adelante- podríamos estar razonablemente seguros de que
este cigoto, este embrión, este feto, no es un miembro de la especie humana
y por lo tanto uno de nosotros, y, como tal, dotado de algunos derechos que
son inalienables.
Cuando se trata de algo tan grave como es quitarle la vida a una persona,
basta la duda para que se detenga la mano del verdugo. ¿Cómo va a ser lógico
no darle el mínimo beneficio de esa duda al embrión humano? ¿Cómo se
entiende, entonces, que se hagan y se propongan las cosas que hemos visto y
que se reducen a tratar a los embriones como material industrial, como
material de experimentación o lo que sea?
Yo creo que se entiende, no tanto porque se cuestione la condición del
embrión humano. En efecto, estamos en una época en la que se le han negado
derechos fundamentales al feto. ¿Por qué no se le habrían de negar al
embrión? Más todavía, hay quienes se los niegan a los ancianos, a los
enfermos desahuciados o inútiles. ¿Por qué habría de irles mejor a los
embriones? A mí me parece que la postura tolerante frente al aborto, o a la
experimentación o a la manipulación de embriones no sería posible si no
existiera un trasfondo de menosprecio por la persona humana en general. Es
paradójico que si uno le dice esto a algunas personas, ellas le dirán que la
ética moderna se nutre del respeto a las personas humanas.
Y esto tiene algo de cierto. La ética contemporánea necesita de la persona
humana. Ese es el testimonio que involuntariamente nos dan algunos sistemas
éticos rígidos y aun ateos. Sea la ética radicalmente utilitarista que
preconiza un bioético como Singer, o bien la “pragmática trascendental” de
Appel o el “velo de la justicia” de que habla Rawls, lo cierto es que ellos
tienen siempre como punto de partida el carácter universalmente obligatorio
de la ética y –por lo tanto- la condición única de la persona humana, que es
capaz de formular principios de comportamiento libre que le son
universalmente obligatorios al hombre. Pero ninguna de estas posturas le da
una respuesta satisfactoria a una cuestión que es lógicamente previa, que es
la de por qué habría yo de sujetarme a normas de racionalidad, por qué
habría yo de considerar que la persona mía es algo cualitativamente
diferente de todo el resto de la realidad. Carecería de significado una
ética que no le concediera a la persona humana un sitio propio y previo a su
formulación, pero en alguna forma ese sitio está necesitado de una
justificación. La ética no es un caso cualquiera dentro de las ciencias del
comportamiento. Su verdadero problema no es el de determinar cuál será la
conducta más racional, sino establecer por qué ella habría de ser seguida.
Es un problema del sentido de los actos del hombre.
Esta pregunta no escapa al juicio implacable formulado hace ya un siglo por
Nietzsche. Esa realidad homogénea, manipulable según las leyes que la razón
descubre en ella, es en realidad un mundo sometido a la voluntad de poder.
No podemos vivir en un mundo en el que nos neguemos a conferirle valor a las
cosas que nos rodean. Si esos valores no están arraigados en el ser mismo de
las cosas sino que son creaciones nuestras o que son evidenciadas a través
de nosotros sin referencia a la verdad, ellos pasan a ser simplemente la
expresión de la voluntad del poder, y cada hombre organiza el pedazo de
mundo que le corresponde, con arreglo a ella. En un mundo así, hasta los
consensos pierden toda significación trascendental de acuerdos entre seres
libres, y se transforman en una manera de convivencia que persigue evitar
peores conflictos. Por eso tenemos una especie de necesidad moral de las
personas. Se da hoy día una misteriosa nostalgia de la persona; sentimos que
sin ella no podemos vivir humanamente. Pero eso no es suficiente. De ningún
modo vamos a poder sustituir la ética basada en la naturaleza de las cosas
por una simple ética del consenso o de la legalidad vigente.
La respuesta la da la fe en que esa nostalgia de la persona es el anhelo de
Dios, el anhelo de felicidad puesto en el corazón humano. Queremos plenitud
y sabemos que podemos y debemos quererla. Y sabemos que la más cercana
aproximación a la plenitud de Dios es esta imagen suya que es cada uno de
los seres humanos, que son la razón de ser del universo. Y que cuando
negamos esa realidad nos estamos negando y destruyendo a nosotros mismos. Y
en la figura, aparentemente insignificante del embrión humano, y en la
consideración que tengamos hacia él, lo que está pendiente es la fundamental
razón de nuestra propia existencia.
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Habla el Papa S. S. Juan Pablo II – Fecundidad en el matrimonio
La vocación nupcial constituye un giro en la vida y cambia la existencia,
como ya se puede ver en el libro del Génesis: «Por eso deja el hombre a su
padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne».
La Biblia ama la belleza como reflejo del esplendor del mismo Dios; incluso
los vestidos pueden ser signos de una luz interior resplandeciente, del
candor del alma.
Ahora, según los auspicios conclusivos, se perfila otra realidad
radicalmente inherente al matrimonio: la fecundidad. Se habla, de hecho, de
hijos y de generaciones. El futuro de la Humanidad tiene lugar precisamente
porque la pareja ofrece al mundo nuevas criaturas.
Se trata de un tema importante y actual en Occidente, a menudo incapaz de
asegurar su propia existencia en el futuro a través de la generación y del
cuidado de las nuevas criaturas que continúen la civilización de los pueblos
y realicen la historia de la salvación.
Pidamos al Señor por todos los matrimonios llamados a ofrecer nuevas vidas
continuadoras de la civilización y de la historia de la salvación.
(6-X-2004)
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Los hijos no son un derecho - Para el padre Martínez Camino, «el ser humano
es tratado justamente cuando es íntegra y personalmente engendrado, nunca
cuando es producido. Producir seres humanos es un acto de prepotencia
técnica. La procreación, sin embargo, habla el lenguaje de la gratuidad, que
acoge a los hijos como un don, sin exigirlos como un supuesto derecho
patrimonial. Hoy se ha extendido un postulado falso: Los padres tiene
derecho a tener hijos; y, además, hijos sanos. Esto no es así: los hijos no
deben ser valorados por su calidad vital, como si fueran reses, sino por su
cualidad personal. Los padres deben considerar a los hijos como suyos, fruto
de su amor, pero no como una pertenencia propia, que los reduce a un simple
objeto de posesión. Los progenitores, más que productores, son receptores de
una nueva persona igual a ellos». 2003-12-14
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Felicidad del matrimonio cristiano (A la mujer, 9)
Texto de Tertuliano + 225 ca.
¿Cómo podré expresar la felicidad de aquel matrimonio que ha sido contraído
ante la Iglesia, reforzado por la oblación eucarística, sellado por la
bendición, anunciado por los ángeles y ratificado por el Padre? Porque, en
efecto, tampoco en la tierra los hijos se casan recta y justamente sin el
consentimiento del padre. ¡Qué yugo el que une a dos fieles en una sola
esperanza, en la misma observancia, en idéntica servidumbre! Son como
hermanos y colaboradores, no hay distinción entre carne y espíritu. Más aún,
son verdaderamente dos en una sola carne, y donde la carne es única, único
es el espíritu. Juntos rezan, juntos se arrodillan, juntos practican el
ayuno. Uno enseña al otro, uno honra al otro, uno sostiene al otro.
Unidos en la Iglesia de Dios, se encuentran también unidos en el banquete
divino, unidos en las angustias, en las persecuciones, en los gozos. Ninguno
tiene secretos con el otro, ninguno esquiva al otro, ninguno es gravoso para
el otro. Libremente hacen visitas a los necesitados y sostienen a los
indigentes. Las limosnas que reparten, no les son reprochadas por el otro;
los sacrificios que cumplen no se les echan en cara, ni se les ponen
dificultades para servir a Dios cada día con diligencia. No hacen
furtivamente la señal de la cruz, ni las acciones de gracias son temerosas
ni las bendiciones han de permanecer mudas. El canto de los salmos y de los
himnos resuena a dos voces, y los dos entablan una competencia para cantar
mejor a su Dios. Al ver y oír esto, Cristo se llena de gozo y envía sobre
ellos su paz.
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La familia se rebela pacíficamente en la calle ante la mentira antropológica
y el disparate jurídico de una ley demagógica con la que el Gobierno ha
utilizado a los homosexuales para socavar los cimientos de la civilización.
Informe de REVISTA ÉPOCA
1 Porque implica desnaturalizar el concepto de matrimonio.
La razón más importante -de la que se derivan las demás- es que con
la ley del Gobierno, el concepto de matrimonio cambiará de significado. Ya
no será, como en los últimos milenios, la unión de un hombre y de una mujer,
sino también la de dos hombres o dos mujeres. Lo cual implica pervertir la
naturaleza de las cosas.
Resulta falaz la postura de quienes alegan que tal ley no perjudica al
matrimonio heterosexual y que no hay motivo alguno para inquietarse o para
manifestarse. Claro que hay motivo. No habría ningún problema si a esas
uniones homosexuales se les diera otro nombre. Pero si las llaman, a partir
de ahora, matrimonio, están alterando el significado de esta palabra.
Es como cuando Franco comenzó a llamar a su régimen, en los años sesenta,
"democracia orgánica", siendo, en realidad, una dictadura: los verdaderos
demócratas se sintieron lógicamente ofendidos por aquella burla.
2 Porque le quita credibilidad y solidez al matrimonio.
La riqueza antropológica y la efectividad social del matrimonio radican en
su solidez. Está demostrado que cumple mejor sus fines -incluida la
educación de los hijos- si es indisoluble y para toda la vida. Su figura se
diluye si deviene en un experimento no basado en el compromiso. El divorcio
exprés, por un lado, y el matrimonio homosexual, por otro, contribuyen a
desdibujar aún más su papel.
En ese sentido, es oportuna la comparación establecida por los obispos entre
el matrimonio gay y la moneda falsa. Ésta nos afecta a todos, porque todos
perdemos confianza en la moneda verdadera. Del mismo modo, el matrimonio
falso crea desconfianza en el compromiso interpersonal del matrimonio, en la
solidez de la unión. Casarse se va a convertir en un trámite frívolo, poco
fiable, poco creíble, dada la inestabilidad de las uniones homosexuales.
3 Porque peligra la civilización.
La homosexualidad ha sido alguna vez tolerada o incluso
culturalmente promovida -como en la antigua Grecia-, pero siempre se ha
tratado de una práctica distinta del matrimonio y excepcional, por la
sencilla razón de que, de haber sido la norma, la especie humana hubiera
desaparecido hace siglos de la faz de la tierra.
En ninguna civilización ha tenido la misma consideración que el matrimonio y
la familia, célula básica de la sociedad, instrumento de estabilidad y
garante del relevo generacional. Incluir la unión homosexual en el mismo
lote jurídico que el matrimonio equivale a destruirlo, ya que su naturaleza
y sus fines son diferentes. Se puede calificar, sin temor a exagerar, de
atentado contra la civilización.
4 Porque hay base biológica.
No existe una base natural, biológica, en la que se puede apoyar el
matrimonio homosexual. No hay evidencias científicas de la existencia del
tercer sexo. Biológica y antropológicamente, la vida humana sólo reviste dos
formas: la masculina y la femenina. Óvulos y espermatozoides. Punto. De
hecho, la verdadera homosexualidad es francamente excepcional. Sólo entre el
1 y el 3% de la población. Se puede considerar científicamente como una
desviación. De suerte que la otra homosexualidad, la que prolifera estos
últimos años no es sino cultural, no genética. Por esa razón, autores como
Irving Bieber sostienen que todo homosexual es un heterosexual latente. De
hecho, con una terapia adecuada, esa persona puede superar la
homosexualidad.
La biología no justifica pues un matrimonio homosexual. En tanto que sí
ofrece sobrados motivos (de carácter psicosomático, anímico) para hablar de
complementariedad de los sexos. El único matrimonio, el matrimonio natural,
es el del hombre y la mujer.
5 Porque es inconstitucional.
El Consejo de Estado, el Consejo General del Poder Judicial y la
Academia de Jurisprudencia han emitido sus correspondientes dictámenes
denunciando el disparate jurídico de esa ley. La han calificado de
inconstitucional porque es contraria al artículo 32.1 de la Carta Magna. Ese
artículo no dice "el hombre y el hombre tienen derecho a contraer
matrimonio..." ni "la mujer y la mujer...", sino "el hombre y la mujer
tienen derecho a contraer matrimonio con plena igualdad jurídica".
6 Porque no hay demanda.
Sólo el 0,1% de las parejas en España son homosexuales (fuente:
Instituto Nacional de Estadística). Resulta, por lo tanto, innecesario y
desproporcionado cambiar el Código Civil y legislar el matrimonio homosexual
cuando no existe demanda social. En cambio, empeñarse en legislar en contra
de una mayoría abrumadora (el 99,9% de las parejas) es injusto y
antidemocrático.
7 Porque al homosexual no le interesa el matrimonio.
Las uniones y relaciones homosexuales suelen ser breves y
profundamente inestables. Dos datos: 1. El número medio de parejas sexuales
a lo largo de una vida en EE UU es de cuatro (en el caso de heterosexuales)
frente a 50 (en los homosexuales) (Fuente: Sexual practices in the United
States). 2. En Holanda la duración media de una relación homosexual
"estable" es de año y medio (fuente: Informe M. Xiridou).
Y muchos beneficios sociales y económicos del matrimonio (en materia de
herencias, propiedades compartidas etcétera) lo pueden regular dos o más
personas con acuerdos legales ante notario. Para eso no es necesario el
llamado matrimonio homosexual.
8 Pero a los activistas gays les interesa que el matrimonio
heterosexual desaparezca.
¿Qué buscan entonces con la legislación del matrimonio homosexual?
Deteriorar el verdadero matrimonio y ampliar así el radio de acción de los
emporios económicos gays. Saben que los matrimonios gays, sobre todo si se
aprueban las adopciones, se convertirán en un caballo de Troya en la
sociedad heterosexual, que hará crecer el número de homosexuales.
Un estudio realizado en EE UU, en 1997, demuestra que los hijos de parejas
de lesbianas tienen una predisposición muy superior a la homosexualidad que
los niños criados por madres heterosexuales (fuente: Tasker y Gombolok:
Growing up in a lesbian family: effects on child development).
9 Pulso de poder en el mercado.
Al final, se trata de un pulso económico, una lucha por el poder.
Los lobbies gays saben que el matrimonio estable y monógamo es el principal
obstáculo para el crecimiento de sus actividades y sus lucrativos negocios
-que abarcan desde la publicidad hasta la moda, pasando por el ocio, el
turismo o la propia industria del sexo-. Cuanto más debilitado esté el
matrimonio, cuantos menos matrimonios tradicionales haya, más demanda tendrá
el mercado homosexual, porque existirá una clientela mucho mayor.
En resumen: El objetivo de legislar el matrimonio de este colectivo no es
casarse, sino deteriorar el verdadero matrimonio para crecer socialmente en
poder e influencia.
10 Porque hay que evitar las adopciones.
Todo niño tiene derecho a un padre y una madre, para un correcto
desarrollo integral de la persona, como señalan numerosos organismos, con
Naciones Unidas en primer término. Conceder la adopción a homosexuales sería
perjudicial para el menor, como detalla un informe elaborado por dos
catedráticos y difundido por la plataforma Hazte Oír.
En síntesis, los perjuicios más comunes a los que están expuestos los niños
adoptados por los homosexuales son los siguientes:
* Hogares poco sólidos, dada la inestabilidad inherente de las parejas
homosexuales.
* Síntomas de trastorno de identidad de género.
* Rechazo del compañero del padre homosexual.
* Fracaso escolar.
* Autoestima baja.
* Riesgo de sufrir abusos sexuales paternos. Ejemplo: en EE UU, un 29% de
casos en hijos de homosexuales frente a un 0,6% en hijos de padres
heterosexuales (fuente: Cameron and Cameron, Homosexual parents).
* Mayor tasa de trastornos mentales.
* Riesgo de contraer sida y otras enfermedades de transmisión sexual.
11 No es verdad que el niño se conforme con padres del mismo sexo.
En contra del tópico repetido por las parejas homosexuales, al
menor no le parece normal ni natural tener dos madres o dos padres. Un
estudio sobre madres lesbianas reseña casos de hijos suyos que, desde la
edad de cuatro años, van pidiendo a varones "que sean sus papás" o expresan
su deseo de tener uno (fuente: McCandish, B., Against all odds: Lesbian
mother family dinamics)
12 Además, no resulta fácil adoptar.
Al margen de todo lo demás, existen dificultades de orden práctico
que desaconsejan la adopción por parte de matrimonios homosexuales. La más
importante de todas es que muchos países extranjeros niegan la adopción a
parejas del mismo sexo y da la casualidad de que el 80% de los niños que son
adoptados por españoles vienen del exterior.
De los 5.541 niños adoptados en España en 2004 en el extranjero, 2.389
provenían de China; 1.618, de Rusia; 349, de Ucrania, y 256, de Colombia. De
haber estado vigente entonces, la adopción por matrimonios homosexuales, más
de 5.000 niños se hubieran quedado en los orfelinatos de sus países de
origen, ya que todos los mencionados prohíben expresamente la adopción a
parejas del mismo sexo.
13 Lo que precisa el país son hijos naturales.
El matrimonio homosexual agrava además el, de por sí oscuro, futuro
demográfico de España. En primer lugar, porque por definición la natalidad
de los homosexuales es cero; y en segundo lugar, porque las adopciones no
suplen en número la natalidad natural. Lo que la economía de España demanda
son más recursos humanos y éstos sólo pueden llegar por la inmigración o la
natalidad de las parejas heterosexuales.
La proliferación de matrimonios homosexuales se convierte así en un problema
añadido para el futuro de un país que, debido a la falta de niños, será el
más viejo del mundo en 2050, según datos de Naciones Unidas.
14 Porque está en juego la libertad de expresión.
El matrimonio homosexual implicará multas y penas de cárcel para
quien critique la actividad homosexual. Lo cual implicará una cortapisa
contra la libertad de expresión (reconocida en el artículo 20 de la
Constitución), uno de los pilares de la democracia. No hablamos de Orwell y
su novela 1984? sino de realidades: En Suecia un pastor protestante puede ir
a prisión por criticar las uniones homosexuales (que pueden adoptar hijos,
desde 1995). Se trata de Ake Green, al que ÉPOCA entrevistó hace un mes. Y
en Canadá, el obispo Calgary ha tenido problemas por manifestar su opinión
al respecto.
La homofobia puede convertirse en una excusa en manos de los gobernantes o
de los activistas homosexuales para limitar la libertad de expresión y
perseguir a quien se atreva a disentir de lo políticamente homocorrecto.
No se trata de juzgar a las personas, cuya dignidad intrínseca es intocable
hagan lo que hagan, y que, por tanto, merecen respeto, pero sí de criticar y
poner en cuestión prácticas que son contra natura y, sobre todo, leyes
injustas por atentar contra célula básica de la sociedad.
Pero ¿se podrá hacer? ¿se podrá ejercer ese derecho absolutamente medular en
una democracia?
15 Porque está en juego la objeción de conciencia.
Otra libertad esencial en una democracia está en peligro: la de
conciencia. Si se invocó esa objeción para oponerse al servicio militar, no
menos legítimo resulta invocarla -como han hecho algunos alcaldes- para
negarse a celebrar lo que algunos han tildado ya de "farsa" (un hombre
casándose con otro). Pero la vicepresidenta del Gobierno ya ha advertido que
todos los funcionarios deben cumplir obligatoriamente la ley, despreciando
así un derecho fundamental en la democracia.
16 La ley injusta no obliga.
La ley injusta no obliga y una ley que va contra la recta razón y
que ataca a uno de los pilares de la civilización es papel mojado. Lo
correcto -desde el punto de vista democrático- no sólo es no obedecerla,
sino oponerse a ella. Lo dijo hace 40 años uno de los campeones de la lucha
por los derechos civiles, el premio Nobel de la paz, Martin Luther King.
17 Es discriminatoria.
Con esta ley, los poderes públicos abdican irresponsablemente de su
obligación de apoyar a la familia. Lo cual es un desprecio manifiesto hacia
el papel económico y social que presta la familia a la sociedad. Toda la
maquinaria del Estado (médica, asistencial, jurídica, educativa, de medios
de comunicación) se pondrá al servicio de una fórmula que atenta
directamente contra la civilización.
El matrimonio homosexual se enseñará en las escuelas, y los medios de
comunicación se harán eco de la mentira antropológica, el fraude de ley y la
flagrante injusticia que comporta. Se consumará un agravio mayúsculo con el
matrimonio verdadero y, a otro nivel, con las personas que viven juntas sin
relaciones sexuales (dos ancianas, tres hermanos, un tío y un sobrino) se
verán privados de las ventajas legales del matrimonio homosexual, aunque
tengan una relación con afectividad, compromiso y convivencia.
18 Porque se trata de un experimento totalitario.
Algunos poderes políticos, económicos y tecnológicos codician el
poder de engendrar seres humanos. Es la vía más directa de ingeniería
social. Pero para hacerse con él, tienen que destruir a la institución que,
por naturaleza, tiene asignado el poder de traer hijos al mundo: el
matrimonio, santuario del amor conyugal (léase el análisis del profesor
Pedro-Juan Viladrich en las páginas que siguen). Viladrich sostiene que
codiciar esa soberanía natural de cada familia es una tiranía totalitaria.
2005-07-02
Leopoldo Varela
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Señor: parece que tomas por obligación, desde las primeras páginas del
evangelio, repetirnos una y otra vez: ?No quiero la muerte del pecador sino
que se convierta y viva.” (Ez 18,23) O Dios, Padre de misericordia, nos
quieres decir que hay esperanza y gracia incluso para los culpables,
irremediablemente envilecidos, los más desgraciados, los más manchados por
la culpa. Los que a los ojos de los hombres son los más despreciables y
hundidos, son para ti nobles y agraciados a tus ojos. Que se arrepienten,
que digan como David: “He pecado.” (2S 12,13) Tú abres generosamente los
tesoros de tu gracia para estas almas que el mundo da por perdidas y que tú
has reencontrado, regenerado, purificado, embellecido. Ningún favor tuyo les
es negado, ninguna grandeza les es inaccesible.
+++
Cecilia Böhl de Faber, cuyo seudónimo para sus obras literarias era el de
«Fernán Caballero» afirmaba: «La fe en Dios, además de ser la primera de las
virtudes teologales, es el mayor de los consuelos».
Publio Siro (siglo I a.C.), poeta latino, decía acertadamente: «Quien pierde
la fe... no puede perder más».
San Gregorio Magno, uno de los cuatro doctores de la Iglesia de Occidente,
decía: «Los que tenemos en el cielo un Testigo de nuestra vida, no tenemos
por qué temer el juicio de los hombres».
+++
Sobre los altares es suficiente con que brille la Hostia Sagrada. Sino, como
dijo san Hilario + 367 ca., construiríamos iglesias para destruir la fe.
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Te guarda Yahveh de todo mal, Él guarda tu alma;... desde ahora y por
siempre" (Sal 120, 4-5.8).
Del alba al ocaso del sol el hombre se dirige a Dios
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte) y doctor de la
Iglesia Católica - Comentario sobre el salmo 95, 14-15
“En la orilla… se recoge lo que es bueno”. “Regirá el orbe con justicia y
los pueblos con fidelidad.” (Sl 95,13) ¿Qué significan esta justicia y esta
fidelidad? En el momento de juzgar reunirá junto a sí a sus elegidos (Mc
13,27) y apartará de sí a los demás, ya que pondrá a unos a la derecha y a
otros a la izquierda (Mt 25,33). ¿Qué más justo y equitativo que no esperen
misericordia del juez aquellos que no quisieron practicar la misericordia
antes de la venida del juez? En cambio, los que se esforzaron en practicar
la misericordia serán juzgados con misericordia (Lc 6,37). Dirá, en efecto,
a los de su derecha: “Venid, vosotros, benditos de mi Padre; heredad el
reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”. Y les tendrá en
cuenta sus obras de misericordia: “Porque tuve hambre, y me disteis de
comer, tuve sed, y me disteis de beber”, y lo que sigue (Mt 25,31s)…
¿Acaso, porque tú eres injusto, el juez no será justo? O, ¿porque tú eres
mendaz, no será veraz el que es la verdad en persona? Pero, si quieres
alcanzar misericordia, sé tú misericordioso antes de que venga: perdona los
agravios recibidos, da de lo que te sobra… Y si dieras de lo tuyo, sería
generosidad, pero porque das de lo suyo es devolución. ¿Tienes algo que no
hayas recibido? (1C 4,7). Éstas son las víctimas agradables a Dios: la
misericordia, la humildad, la alabanza, la paz, la caridad. Si se las
presentamos, entonces podremos esperar seguros la venida del juez que
“regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad”.
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"Obras todas del Señor, bendecid al Señor".-
“¡Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!” (Sal
8, 2).
Desde su primera encíclica, de 1979, Redemptor hominis, Juan Pablo II lo
definía con toda nitidez: «El hombre parece, a veces, no percibir otros
significados de su ambiente natural, sino solamente aquellos que sirven a
los fines de un uso inmediato y consumo. En cambio, era voluntad del Creador
que el hombre se pusiera en contacto con la naturaleza como dueño y custodio
inteligente y noble, y no como explotador y destructor sin ningún reparo».
Que nos guíe y acompañe siempre con su intercesión la Santísima Madre de
Dios.
Su fe indefectible que sostuvo la fe de Pedro y de los demás Apóstoles,
durante más de dos mil años, siga sosteniendo la de las generaciones
cristianas, aquella y siempre misma fe. Reina de los Apóstoles, ruega por
nosotros. Amen