LA LUZ DE LA INTELIGENCIA: 2. La espiritualidad de la inteligencia de la Edad Media a la Edad Moderna
Cardenal Paul Poupard,
Presidente del Pontificio Consejo
para la Cultura
Debo decir que a mí esta puesta en duda de la capacidad de la inteligencia
humana me ha impresionado siempre. Para los clásicos estaba fuera de toda
duda la dignidad de esta facultad maravillosa del hombre, cuyo carácter
espiritual parecía a todos casi evidente. Con el cristianismo, se va aún más
lejos, y se descubre la inteligencia como imagen creada del Verbo Eterno del
Padre. Al contemplar hoy retrospectivamente las obras de los grandes
teólogos de la Edad Media puede dar la impresión de que caen en un
intelectualismo excesivo. Sin embargo, este aprecio del intelecto no
significa desprecio por el resto de las dimensiones de la persona. La
espiritualidad no viene reducida a la inteligencia. Pero es la inteligencia
el primer paso, el primer peldaño, para descubrir el nivel espiritual del
hombre. En la inteligencia, el hombre medieval "toca" casi el nivel
espiritual; ello lo llena de gozo y lo hace exaltar las excelencias de la
inteligencia. Pero, al mismo tiempo, es consciente de que la inteligencia es
una mera facultad del alma, una "potencia operativa". La inteligencia no es
siquiera la única facultad espiritual del alma, está también la voluntad,
unida a la inteligencia en intimísima relación. Sin embargo, una vez
admitido que en el hombre hay una facultad de orden espiritual, lo que queda
elevado al nivel espiritual es todo el hombre, cuerpo y alma. Porque una
potencia operativa espiritual sólo puede inherir en un alma espiritual; y el
alma es forma del cuerpo en unidad de sustancia. De este modo, la exaltación
medieval de la inteligencia no es en el fondo más que una exaltación de la
espiritualidad del hombre (8).
Es delicioso comprobar cómo se refleja esta concepción del hombre en los
escritos de los místicos españoles del Siglo de Oro, como Santa Teresa de
Jesús y San Juan de la Cruz. Santa Teresa habla con toda naturalidad de las
"potencias del alma", refiriéndose a la inteligencia y a la voluntad, y
cuenta cómo Dios "toca" estas potencias cuando viene a su encuentro en la
experiencia mística (9). La concepción del hombre que se trasluce no peca de
reduccionista, porque el hombre no queda reducido a sus "potencias". El alma
es un castillo interior delicadísimo, con infinidad de estancias o moradas,
en las cuales la luz amorosa de la presencia divina sabe arrancar un sinfín
de dulcísimos destellos. Es todo un mundo interior el que subyace al
ejercicio cotidiano de nuestra facultad intelectiva; y este mundo, aunque
invisible a los sentidos, es completamente real (10).
Vale la pena remontarse a esta concepción cristiana de la persona humana
antes de considerar el cambio de perspectiva que se produce en la Edad
Moderna. En la Edad Media, los términos rationale y spirituale son
prácticamente equivalentes, porque lo racional es espiritual y viceversa.
Así, no hay ningún problema en llamar rationale lumen a la iluminación del
Espíritu. En cambio, hoy en día, no sólo se aprecian grandes diferencias de
significado, sino que el término "racional" se ha cargado de connotaciones
negativas. Lo "racional", lo "conceptual" y "abstracto" pareciera que se
refieren a un conocimiento viciado, a un conocimiento que no llega a la
realidad de las cosas porque trata de aferrarla con conceptos abstractos,
inadecuados para la riqueza de lo real. Lo conceptual parece puramente
teorético, como una malla que, al tratar de aprehender lo real, lo deforma
ineludiblemente. Frente a lo racional tendría la primacía el conocimiento
experiencial, concreto, sensible; el conocimiento por connaturalidad que se
manifiesta en los sentimientos íntimos; el conocimiento místico o
suprarracional al que se llega por el amor humano o por la experiencia
religiosa. De estos niveles de conocimiento, lo racional quedaría fatalmente
excluido. La situación podríamos resumirla diciendo que, en el modo
corriente de pensar, la razón está siempre bajo sospecha, como un acusado en
el banquillo al que se le exige que dé pruebas de su inocencia.
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Notas
8. Sólo manteniendo la espiritualidad de la
inteligencia podrá defenderse adecuadamente la dignidad -y aun la
espiritualidad- de la esfera afectiva del hombre, cuyo "redescubrimiento" es
un mérito de nuestro tiempo. Ver Dietrich von Hildebrand, El corazón. Un
análisis de la afectividad humana y divina, Palabra, Madrid 1997.
9. Ver Santa Teresa de Jesús, Libro de la Vida,
cap. 17, nn. 3-5, en: Obras completas. Transcripción, introducciones y notas
de Efrén de la Madre de Dios, O.C.D. y Otger Steggink, O.Carm., BAC, Madrid
81986, pp. 96-98.
10. Ver Santa Teresa de Jesús, Moradas del
castillo interior, cap. 1, nn. 1-2, en: ob. cit., pp. 472-473.