PARA TU CONVERSIÓN: Tratado de la Paciencia del Autor Tertuliano
Indice
1.- Importancia de la paciencia
2.- Paciencia
de Dios con los hombres
5.- Origen y
males de la impaciencia
6.- La
paciencia, crisol de la fe
7.- La
paciencia y los bienes temporales
8.- La
paciencia enseña a soportar las injurias
9.- La
paciencia atempera el dolor ante la muerte
10.- La
paciencia, enemiga de la venganza
11.- La
paciencia, madre de todas las virtudes
12.- La
paciencia al servicio de la paz y la penitencia
13.- De la
paciencia del alma a la paciencia del cuerpo
14.- Grandes
modelos de paciencia
15.- Elogio y
semblanza de la paciencia
16.- Diferencia
entre la paciencia pagana y cristiana
Introducción general
Con toda probabilidad este áureo tratado sobre "La Paciencia" lo escribió
Tertuliano en los albores del siglo tercero, que precisamente eran los de su
elevación a la dignidad de presbítero de la Iglesia de Cartago. Pertenece al
grupo de obras ascéticas producidas por el gran Maestro Africano durante los
seis primeros años de su sacerdocio. Entre ellas cabe destacar sus tratados
sobre "La Oración", "La Penitencia" y "El bautismo", con los cuales se había
propuesto resumir y completar la instrucción oral dada a los catecúmenos,
describiendo y profundizando el hondo y misterioso sentido moral y
litúrgico, que encerraban algunos ritos eclesiásticos de la iniciación
cristiana.
Pero es fácil advertir que el tratado sobre "La Paciencia" carece de esta
índole totalmente didáctica. No parece que haya sido compuesto tanto para
los demás, cuanto para el mismo autor. Son consideraciones sobre la
naturaleza de esta virtud, sobre los motivos cristianos que en verdad la
elevan sobre la indiferencia (adiaforia) cínico-estoica. Son, en fin,
meditaciones con las cuales trata él mismo de buscar razones que lo
estimulen a sobreponerse a su carácter ardiente e impulsivo. En su nueva
función sacerdotal, habrá advertido la necesidad de tolerar muchas de las
consecuencias originadas, más en la debilidad y en la ignorancia que en la
maldad de los que intentaba elevar a un ideal de perfección cristiana, si de
veras deseaba conducirlos a meta tan sublime. Se habrá convencido de su
deber de combatir la desanimación y la tristeza, que de continuo asaltan al
que, deseando el bien de los demás, no se resigna a saber esperar que se
produzca ese gran bien de verlos virtuosos con la lentitud que presupone el
dominio propio, la eliminación de prejuicios, de intereses encontrados y de
tantos otros escollos que dificultan el ascenso aun de las almas mejor
dispuestas. En fin, no se le debió ocultar que para alcanzar éxito en su
actividad sacerdotal había que moderar los ímpetus y sacrificar sus modos
intransigentes en aras de la esperanza y de una constancia amable y fuerte;
es decir, de la paciencia que es el valor que sabe sufrir y esperar.
Tampoco debía costarle mucho advertir que su elevación al orden sacerdotal
no era sino una manifestación de la complacencia que los cristianos le
expresaban por su valiente actividad apologista. Con verdadero placer de sus
almas y con profundo sentimiento de acción de gracias a Dios, veían este su
abogado erguirse ante los jueces no tan sólo para defenderlos contra el
despotismo imperial sino también transformando, con habilidad insuperable,
la defensa de las víctimas en una hiriente acusación contra los verdugos.
Pero ahora que, como sacerdote, intentaba aportar una solución al gravísimo
problema -en esos días particularmente planteado- de si era lícito a los
cristianos concurrir a los espectáculos paganos del circo, del estadio y del
teatro, las cosas cambiaban. Ha llegado hasta nosotros en un opúsculo
titulado "De spectaculis", la solución por él presentada. Es una obra llena
de erudición, concluyente y de una fuerza lógica que no admite réplica.
Tertuliano dice no, contra los cristianos flojos, contra los moralistas
débiles y contra todas las opiniones que hasta entonces habían merecido el
honor de ser discutidas. Pero su triunfo -si en realidad lo hubo- habrá
dejado muchos requemores, no sólo por su forma intransigente y dura,
reveladora de su intolerancia con los términos medios, las transacciones y
las escapatorias de conciencia, sino y particularmente por su humor irónico,
con el cual se daña tanto a los adversarios y a los que contra su voluntad
se observan defendidos, como también a los partidarios mismos de su
pensamiento y elevado ideal. Tan amarga situación -nueve años más tarde
haría crisis en el ánimo de Tertuliano- pudo haber sido motivo de las
meditaciones cuyo fruto es esta primera disertación cristiana -por lo menos
en latín- sobre la virtud de la paciencia.
En ella nuestro autor despliega toda la opulencia de su arte retórica para
presentarnos a la paciencia como virtud superior e imprescindible. Señala su
origen en la conducta que el mismo Dios guarda para con los hombres, y de
qué forma parte de la revelación de Cristo, así la distingue de la
resignación fatalista y de la indiferencia calculada tan pregonadas bajo el
nombre de paciencia por los filósofos paganos. Pondera su trascendente
utilidad para sobreponerse a las grandes y difíciles circunstancias de la
vida presente, después de haber demostrado que la impaciencia es la causa de
todos los males que aquejan al hombre sobre la tierra. La coloca como
fundamento de lo bueno y, a la vez, cual corona de todas las demás virtudes,
inclusive la misma fe Destaca los genuinos modelos de la paciencia en su
lucha contra la adversidad y asimismo como heraldos del poder divino. En
vuelos de su entusiasta especulación, la idealiza hasta otorgarle casi
atributos divinos, caracteres personales de compañera, discipula e hija de
la suprema suavidad, Dios.
Concluye finalmente, invitando a todos a contemplar y gozar de la
imponderable belleza de su rostro y el esplendor de su ropaje y porte. Por
el contrario, advierte, a modo de contraste, que la paciencia inspirada por
el demonio a sus secuaces, es perversa y perjudicial no quedándole otro fin
que el mismo de su inspirador. Esta obra, como la mayoría de las de
Tertuliano, tuvo notable influencia sobre los escritores cristianos latinos.
Medio siglo después de su aparición, el gran obispo cartaginés, San
Cipriano, en circunstancias muy difíciles de su glorioso pontificado, en
momentos de apasionadas controversias, escribió también un tratado sobre
este mismo tema2. Se titula "De bono patientia"; en él las meditaciones de
Tertuliano aparecen reconsideradas aunque con un estilo de mayor suavidad,
extensamente imitadas y hasta algunas frases literalmente calcadas. El gran
obispo se honraba llamando maestro suyo al presbítero compatriota. En esta
obra es cabalmente donde mejor se puede apreciar la magnitud de la
influencia ejercida por Tertuliano sobre su póstumo discípulo y, por su
intermedio, sobre sus numerosos herederos espirituales, que desde la
metrópoli africana extendieron por toda la Iglesia la obra y el pensamiento
de este eminente obispo y mártir.
Empero, este libro sobre "La Paciencia", nueve años después de su
publicación, lamentablemente iba a tener algo así como su propia réplica. Me
refiero a otro de Tertuliano, titulado "De pallio", con el cual trató de
hacer frente a la extrañeza y al desdén de los que habían criticado su
cambio de indumentaria. "A toga ad pallium!" "¡Ha cambiado la toga por el
manto!", exclamaban irónicamente los cartagineses al verlo con su nueva
prenda de vestir.
Sin embargo, era todo un símbolo. Había, en efecto, cambiado súbitamente de
vestido; pero antes, en la lenta amargura de su corazón, ¡él había ido
cambiando su alma!... Entonces resolvió acabar con aquella poca paciencia
con la cual había tratado de poner dique a sus arranques, al ímpetu
incontenible de su espíritu inquieto. No podía sufrir las consecuencias de
su carácter intransigente. Convenido del fracaso de sus exigencias para
imponer a los fieles una disciplina moral de un rigorismo ajeno al
Evangelio, impotente para aguantar la sorda resistencia que contra él había
concitado, resuelve pasarse al montanismo, herejía que se adecuaba
plenamente con sus aspiraciones y tendencias. La amargura, la burla, el
desprecio exudan desalas páginas de "De pallio". "¡Cuántos desastres causa
la impaciencia!"; había escrito este hombre verdaderamente notable...
Semejante decisión, casi incomprensible, es también una lección valiosa que
sobre la paciencia nos da al verlo como se aleja de la Iglesia renunciando
por un desmedido afán de rigor disciplinario a los principios de la fe y de
la unidad. El desvelador de herejes y cismáticos se pasa a la herejía y al
cisma por no poder soportar la paciencia, con que la Iglesia Católica, a
imitación de su divino Fundador, soporta que la cizaña se mezcle con el
trigo hasta el día en que sean aventados, en la esperanza de poderlos salvar
a todos. Pareciera que para él mismo hubiese escrito a lo que afirma contra
el pueblo judío: "!Se hubiera salvado si hubiera sido paciente!" (ARSENIO
SEACE)
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2. Tertuliano redactó su tratado durante los días en que más apasionadamente ardía la discusión sobre el bautismo de los herejes. Conf Ciprian, Epist.. LXXIII. 26.
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