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1. La segunda manera de bienes distintos sabrosos en que vanamente
se puede gozar la voluntad, son los que provocan o persuaden a
servir a Dios, que llamamos provocativos. Estos son los
predicadores, de los cuales podríamos hablar de dos maneras, es a
saber: cuanto a lo que toca a los mismos predicadores y cuanto a
los oyentes. Porque a los unos y a los otros no falta que advertir
cómo han de guiar a Dios el gozo de su voluntad, así los unos como
los otros, acerca de este ejercicio.
2. Cuanto a lo primero, el predicador, para aprovechar al pueblo y
no embarazarse a sí mismo con vano gozo y presunción, convienele
advertir que aquel ejercicio más es espiritual que vocal; porque,
aunque se ejercita con palabras de fuera, su fuerza y eficacia no
la tiene sino del espíritu interior. De donde, por más alta que
sea la doctrina que predica y por más esmerada la retórica y
subido el estilo con que va vestida, no hace de suyo
ordinariamente más provecho que tuviere de espíritu. Porque,
aunque es verdad que la palabra de Dios de suyo es eficaz, según
aquello de David (Sal. 67, 34) que dice, que el dará a su voz, voz
de virtud, pero tambien el fuego tiene virtud de quemar, y no
quemará cuando en el sujeto no hay disposición.
3. Y para que la doctrina pegue su fuerza, dos disposiciones ha de
haber: una del que predica y otra del que oye; porque
ordinariamente es el provecho como hay la disposición de parte del
que enseña. Que por eso se dice que, cual es el maestro, tal suele
ser el discípulo.
Porque, cuando en los Actos de los Apóstoles aquellos siete hijos
de aquel príncipe de los sacerdotes de los judíos acostumbraban a
conjurar los demonios con la misma forma que san Pablo, se
embraveció el demonio contra ellos, diciendo: A Jesús confieso yo
y a Pablo conozco; pero vosotros ¿quien sois? (19, 15) y,
embistiendo en ellos, los desnudó y llagó. Lo cual no fue sino
porque ellos no tenían la disposición que convenía, y no porque
Cristo no quisiese que en su nombre no lo hiciesen; porque una vez
hallaron los Apóstoles a uno que no era discípulo echando un
demonio en nombre de Cristo, y se lo estorbaron, y el Señor se lo
reprehendió, (diciendo): No se lo estorbeis, porque ninguno podre
decir mal de mí en breve espacio si en mi nombre hubiese hecho
alguna virtud (Mc. 9, 38). Pero tiene ojeriza con los que,
enseñando ellos la ley de Dios, no la guardan, y predicando ellos
buen espíritu, no le tienen. Que por eso dice por san Pablo (Rm.
2, 21): Tú enseñas a otros, y no te enseñas a ti. Tú que predicas
que no hurten, hurtas. Y por David (Sal. 49, 1617) dice el
Espíritu Santo: Al pecador dijo Dios: ¿Por que platicas tú mis
justicias y tomas mi ley con tu boca, y tú has aborrecido la
disciplina y echado mis palabras a las espaldas? En lo cual se da
a entender que tampoco les dará espíritu para que hagan fruto.
4. Que comúnmente vemos que, cuanto acá podemos juzgar, cuanto el
predicador es de mejor vida, mayor es el fruto que hace por bajo
que sea su estilo, y poca su retórica, y su doctrina común, porque
del espíritu vivo se pega el calor; pero el otro muy poco provecho
hará, aunque más subido sea su estilo y doctrina. Porque, aunque
es verdad que el buen estilo y acciones y subida doctrina y buen
lenguaje mueven y hacen efecto acompañado de buen espíritu; pero
sin el, aunque da sabor y gusto el sermón al sentido y al
entendimiento, muy poco o nada de jugo pega a la voluntad; porque
comúnmente se queda tan floja y remisa como antes para obrar,
aunque haya dicho maravillosas cosas maravillosamente dichas, que
sólo sirven para deleitar el oído, como una música concertada o
sonido de campanas; mas el espíritu, como digo, no sale de sus
quicios más que antes, no teniendo la voz virtud para resucitar al
muerto de su sepultura.
5. Poco importa oír una música mejor que otra sonar si no me mueve
(esta) más que aquella a hacer obras, porque, aunque hayan dicho
maravillas, luego se olvidan, como no pegaron fuego en la
voluntad. Porque, demás de que de suyo no hace mucho fruto aquella
presa que hace el sentido en el gusto de la tal doctrina, impide
que no pase al espíritu, quedándose sólo en estimación del modo y
accidentes con que va dicha, alabando al predicador en esto o
aquello y por esto siguiendole, más que por la enmienda que de ahí
saca.
Esta doctrina da muy bien a entender san Pablo a los de Corinto (1
Cor. 2, 14), diciendo: Yo, hermanos, cuando vine a vosotros, no
vine predicando a Cristo con alteza de doctrina y sabiduría, y mis
palabras y mi predicación no eran retórica de humana sabiduría,
sino en manifestación del espíritu y de la verdad. Que, aunque la
intención del Apóstol y la mía aquí no es condenar el buen estilo
y retórica y buen termino, porque antes hace mucho al caso al
predicador, como tambien a todos los negocios; pues el buen
termino y estilo aun las cosas caídas y estragadas levanta y
reedifica, así como el mal termino a las buenas estraga y pierde.
FIN DE LA OBRA
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