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1. Tres maneras de lugares hallo por medio de los cuales suele
Dios mover la voluntad a devoción.
La primera es algunas disposiciones de tierras y sitios, que con
la agradable apariencia de sus diferencias, ahora en disposición
de tierra, ahora de árboles, ahora de solitaria quietud,
naturalmente despiertan la devoción. Y de esto es cosa provechosa
usar, cuando luego enderezan a Dios la voluntad en olvido de los
dichos lugares, así como para ir al fin conviene no detenerse en
el medio y motivo más de lo que basta. Porque, si procuran recrear
el apetito y sacar jugo sensitivo, antes hallarán sequedad de
espíritu y distracción espiritual; porque la satisfacción y jugo
espiritual no se halla sino en el recogimiento interior.
2. Por tanto, estando en el tal lugar, olvidados del lugar han de
procurar estar en su interior con Dios, como si no estuviesen en
el tal lugar; porque si se andan al sabor y gusto del lugar, de
aquí para allí, más es buscar recreación sensitiva e inestabilidad
de ánimo que sosiego espiritual.
Así lo hacían los anacoretas y otros santos ermitaños, que en los
anchísimos y graciosísimos desiertos escogían el menor lugar que
les podía bastar, edificando estrechísimas celdas y cuevas y
encerrándose allí; donde san Benito estuvo tres años, y otro, que
fue san Simón, se ató con una cuerda para no tomar más ni andar
más que lo que alcanzase; y de esta manera muchos, que nunca
acabaríamos de contar. Porque entendían muy bien aquellos santos
que si no apagaban el apetito y codicia de hallar gusto y sabor
espiritual, no podían venir a ser espirituales.
3. La segunda manera es más particular, porque es de algunos
lugares, (no me da más) esos desiertos que otros cualesquiera,
donde Dios suele hacer algunas mercedes espirituales muy sabrosas
a algunas particulares personas; de manera que ordinariamente
queda inclinado el corazón de aquella persona, que recibió allí
aquella merced, a aquel lugar donde la recibió, y le dan algunas
veces algunos grandes deseos y ansias de ir a aquel lugar. Aunque
cuando van no hallan como antes, porque no está en su mano; porque
estas mercedes hácelas Dios cuando y como y donde quiere, sin
estar asido a lugar ni a tiempo, ni a albedrío de a quien las
hace.
Pero todavía es bueno ir, como vaya desnudo del apetito de
propiedad, a orar allí algunas veces, por tres cosas: la primera,
porque, aunque, como decimos, Dios no está atenido a lugar, parece
quiso allí Dios ser alabado de aquella alma, haciendola allí
aquella merced. La segunda, porque más se acuerda el alma de
agradecer a Dios lo que allí recibió. La tercera, porque todavía
se despierta mucho más la devoción allí con aquella memoria.
4. Por estas cosas debe ir, y no por pensar que está Dios atado a
hacerle allí mercedes, de manera que no pueda donde quiera, porque
más decente lugar es el alma y más propio para Dios que ningún
lugar corporal. De esta manera leemos en la sagrada Escritura que
hizo Abraham un altar en el mismo lugar donde le apareció Dios, e
invocó allí su santo nombre, y que despues, viniendo de Egipto,
volvió por el mismo camino donde había aparecídole Dios, y volvió
a invocar a Dios allí en el mismo altar que había edificado (Gn.
12, 8, y 13, 4). Tambien Jacob señaló el lugar donde le apareció
Dios estribando en aquella escala, levantando allí una piedra
ungida con óleo (Gn. 28, 1318). Y Agar puso nombre al lugar donde
le apareció el ángel, estimando mucho aquel lugar, diciendo: Por
cierto que aquí he visto las espaldas del que me ve (Gn. 16, 3).
5. La tercera manera es algunos lugares particulares que elige
Dios para ser allí invocado, así como el monte Sinaí, donde dio
Dios la ley a Moises (Ex. 24, 12), y el lugar que señaló a Abraham
para que sacrificase a su hijo (Gn. 22, 2), y tambien el monte
Horeb, donde apareció a nuestro padre Elías (3 Re. 19, 8), (y el
lugar que dedicó san Miguel para su servicio, que es el monte
Gargano, apareciendo al obispo sipontino, y diciendo que el era
guarda de aquel lugar, para que allí se dedicase a Dios un
oratorio en memoria de los ángeles; y la gloriosa Virgen escogió
en Roma, con singular señal de nieve, lugar para el templo que
quiso edificase Patricio, de su nombre).
6. La causa por que Dios escoja estos lugares más que otros para
ser alabado, el sólo lo sabe. Lo que a nosotros conviene saber es
que todo es para nuestro provecho y para oír nuestras oraciones en
ellos y doquiera que con entera fe le rogáremos; aunque en los que
están dedicados a su servicio hay mucha más ocasión de ser oídos
en ellos, por tenerlos la Iglesia señalados y dedicados para esto.
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