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1. Pareceme que ya queda dado a entender cómo en estos accidentes
de las imágenes puede tener el espiritual tanta imperfección, y
por ventura más peligrosa, poniendo su gusto y gozo en ellas,
componiendo como en las demás cosas corporales y temporales. Y
digo que más, por ventura, porque con decir: cosas santas son, se
aseguran más y no temen la propiedad y asimiento natural. Y así,
se engañan a veces harto, pensando que ya están llenos de devoción
porque se sienten tener el gusto en estas cosas santas, y, por
ventura, no es más que condición y apetito natural, que, como se
ponen en otras cosas, se ponen en aquello.
2. De aquí es, porque comencemos a tratar de los oratorios, que
algunas personas no se hartan de añadir unas y otras imágenes a su
oratorio, gustando del orden y atavío con que las ponen, a fin que
su oratorio este bien adornado y parezca bien. Y a Dios no le
quieren más así que así, mas antes menos, pues el gusto que ponen
en aquellos ornatos pintados quitan a lo vivo, como habemos dicho.
Que, aunque es verdad que todo ornato y atavío y reverencia que se
puede hacer a las imágenes es muy poco, por lo cual los que las
tienen con poca decencia y reverencia son dignos de mucha
reprehensión, junto con los que hacen algunas tan mal talladas,
que antes quitan la devoción que la añaden, por lo cual habían de
impedir algunos oficiales que en esta arte son cortos y toscos,
pero ¿que tiene esto que ver con la propiedad y asimiento y
apetito que tú tienes en estos ornatos y atavíos exteriores,
cuando de tal manera te engolfan el sentido, que te impiden mucho
el corazón de ir a Dios y amarle y olvidarte de todas las cosas
por su amor? Que si a esto faltas por esotro, no sólo no te lo
agradecerá, mas te castigará, por no haber buscado en todas las
cosas su gusto más que el tuyo.
Lo cual podrás bien entender en aquella fiesta que hicieron a Su
Majestad cuando entró en Jerusalen, recibiendole con tantos
cantares y ramos (Mt. 21, 9) y lloraba el Señor (Lc. 19, 41);
porque, teniendo ellos su corazón muy lejos de el, le hacían pago
con aquellas señales y ornatos exteriores. En lo cual podemos
decir que más se hacían fiesta a sí mismos que a Dios, como acaece
a muchos el día de hoy, que, cuando hay alguna solemne fiesta en
alguna parte, más se suelen alegrar por lo que ellos se han de
holgar en ella, ahora por ver o ser vistos, ahora por comer, ahora
por otros sus respectos, que por agradar a Dios. En las cuales
inclinaciones e intenciones ningún gusto dan a Dios, mayormente
los mismos que celebran las fiestas cuando inventan para
interponer en ellas cosas ridículas e indevotas para incitar a
risa la gente, con que más se distraen; y otros ponen cosas que
agraden más a la gente que la muevan a devoción.
3. Pues ¿que dire de otros intentos que tienen algunos de
intereses en las fiestas que celebran? Los cuales si tienen más el
ojo y codicia a esto que al servicio de Dios, ellos se lo saben, y
Dios, que lo ve. Pero en las unas maneras y en las otras, cuando
así pasa, crean que más se hacen a sí la fiesta que a Dios; porque
por lo que su gusto o el de los hombres hacen, no lo toma Dios a
su cuenta, antes muchos se estarán holgando de los que comunican
en las fiestas de Dios, y Dios se estará con ellos enojando; como
lo hizo con los hijos de Israel cuando hacían fiesta cantando y
bailando a su ídolo, pensando que hacían fiesta a Dios, de los
cuales mató muchos millares (Ex. 32, 728); o como con los
sacerdotes Nadab y Abiú hijos de Aarón, a quien mató Dios con los
incensarios en las manos porque ofrecían fuego ajeno (Lv. 10,
12); o como al que entró en las bodas mal ataviado y compuesto,
al cual mandó el rey echar en las tinieblas exteriores atado de
pies y manos (Mt. 22, 1213). En lo cual se conoce cuán mal sufre
Dios en las juntas que se hacen para su servicio estos desacatos.
Porque ¡cuántas fiestas, Dios mío, os hacen los hijos de los
hombres en que se lleva más el demonio que Vos! Y el demonio gusta
de ellas, porque en ellas, como el tratante, hace el su feria. ¡Y
cuántas veces direis Vos en ellas: Este pueblo con los labios me
honra sólo, mas su corazón está lejos de mí, porque me sirve sin,
causa! (Mt. 15, 8).
Porque la causa por que Dios ha de ser servido es sólo por ser el
quien es, y no interponiendo otros fines. Y así, no sirviendole
sólo por quien el es, es servirle sin causa final de Dios.
4. Pues, volviendo a los oratorios, digo que algunas personas los
atavían más por su gusto que por el de Dios. Y algunos hacen tan
poco caso de la devoción de ellos, que no los tienen en más que
sus camariles profanos, y aun algunos no en tanto, pues tienen más
gusto en lo profano que en lo divino.
5. Pero dejemos ahora esto y digamos todavía de los que hilan más
delgado, es a saber, de los que se tienen por gente devota. Porque
muchos de estos de tal manera dan en tener asido el apetito y
gusto a su oratorio y ornato de el, que todo lo (que) habían de
emplear en oración de Dios y recogimiento interior se les va en
esto. Y no echan de ver que, no ordenando esto para el
recogimiento interior y paz del alma, se distraen tanto en ello
como en las demás cosas, y se inquietarán en el tal gusto a cada
paso, y más si se lo quisiesen quitar.
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