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1. Síguese tratar del gozo acerca de los bienes sensuales, que es
el tercer genero de bienes en que decíamos poder gozarse la
voluntad. Y es de notar que por bienes sensuales entendemos aquí
todo aquello que en esta vida puede caer en el sentido de la
vista, del oído, del olfato, gusto y tacto, y de la fábrica
interior del discurso imaginario, que todo pertenece a los
sentidos corporales, interiores y exteriores.
2. Y para oscurecer y purgar la voluntad del gozo acerca de estos
objetos sensibles, encaminándola a Dios por ellos, es necesario
presuponer una verdad, y es: que, como muchas veces habemos dicho,
el sentido de la parte inferior del hombre, que es del que vamos
tratando, no es ni puede ser capaz de conocer ni comprehender a
Dios como Dios es. De manera que ni el ojo le puede ver ni cosa
que se parezca a el, ni el oído puede oír su voz ni sonido que se
le parezca, ni el olfato puede oler olor tan suave, ni el gusto
alcanza sabor tan subido y sabroso, ni el tacto puede sentir toque
tan delicado y tan deleitable ni cosa semejante; ni puede caer en
pensamiento ni imaginación su forma, ni figura alguna que le
represente, diciendolo Isaías (64, 4; 1 Cor. 2, 9) así: Que ni ojo
le vio, ni oído le oyó, ni cayó en corazón de hombre.
3. Y es aquí de notar que los sentidos pueden recibir gusto o
deleite, o de parte del espíritu, mediante alguna comunicación
(que recibe de Dios interiormente, o de parte de las cosas
exteriores comunicadas a) los sentidos. Y, según lo dicho, ni por
vía del espíritu ni por la del sentido puede conocer a Dios la
parte sensitiva; porque, no teniendo ella habilidad que llegue a
tanto, recibe lo espiritual sensitiva y sensualmente, y no más. De
donde para la voluntad en gozarse del gusto causado de alguna de
estas aprehensiones sería vanidad, por lo menos, e impedir la
fuerza de la voluntad que no se emplease en Dios, poniendo su gozo
sólo en el. Lo cual no puede ella hacer enteramente si no es
purgándose y oscureciendose del gozo acerca de este genero, como
de los demás.
4. Dije con advertencia: que si parase el gozo en algo de lo
dicho, sería vanidad, porque cuando no para en eso, sino que,
luego que siente la voluntad el gusto de lo que oye, ve y trata,
se levanta a gozar en Dios y le es motivo y fuerza para eso, muy
bueno es. Y entonces no sólo no se han de evitar las tales
mociones cuando causan esta devoción y oración, mas se pueden
aprovechar de ellas, y aun deben, para tan santo ejercicio; porque
hay almas que se mueven mucho en Dios por los objetos sensibles.
Pero ha de haber mucho recato en esto, mirando los efectos que de
ahí sacan; porque muchas veces muchos espirituales usan de las
dichas recreaciones de sentidos con pretexto de oración y de darse
a Dios, y es de manera que más se puede llamar recreación que
oración y darse gusto a sí mismos más que a Dios; y la intención
que tienen es para Dios, y el efecto que sacan es para la
recreación sensitiva, en que sacan más flaqueza de imperfección
que avivar la voluntad y entregarla a Dios.
5. Por lo cual quiero poner aquí un documento para (que se vea)
cuándo dichos sabores de los sentidos hacen provecho y cuándo no.
Y es que todas las veces que, oyendo músicas u otras cosas, y
viendo cosas agradables, y oliendo suaves olores, y gustando
algunos sabores y delicados toques, luego al primer movimiento se
pone la noticia y afección de la voluntad en Dios, dándole más
gusto aquella noticia que el motivo sensual que se la causa, y no
gusta del tal motivo sino por eso, es señal que saca provecho de
lo dicho y que le ayuda lo tal sensitivo al espíritu. Y en esta
manera se puede usar, porque entonces sirven los sensibles al fin
para que Dios los crió y dio, que es para ser por ellos más amado
y conocido. Y es aquí de saber que aquel a quien estos sensibles
hacen el puro efecto espiritual que digo, no por eso tiene
apetito, ni se le da casi nada por ellos, aunque cuando se le
ofrecen le dan mucho gusto, por el gusto que tengo dicho que de
Dios le causan; y así no se solicita por ellos, y cuando se le
ofrecen, como digo, luego pasa la voluntad de ellos, y los deja y
se pone en Dios.
6. La causa de no dársele mucho de estos motivos, aunque le ayudan
(para ir) a Dios, es porque, como el espíritu que tiene esta
prontitud de ir con todo y por todo a Dios está tan cebado y
prevenido y satisfecho con el espíritu de Dios, que no echa menos
nada ni lo apetece; y si lo apetece para esto, luego se le pasa y
se le olvida, y no hace caso.
Pero el que no sintiere esta libertad de espíritu en las dichas
cosas y gustos sensibles, sino que su voluntad se detiene en estos
gustos y se ceba de ellos, daño le hacen y debe apartarse de
usarlos. Porque, aunque con la razón se quiera ayudar de ellos
para ir a Dios, todavía, por cuanto el apetito gusta de ellos,
según lo sensual, y conforme al gusto siempre es el efecto, más
cierto es hacerle estorbo que ayuda, y más daño que provecho. Y
cuando viere que reina en sí el apetito de las tales recreaciones,
debe mortificarle; porque cuanto más fuere fuerte, tiene más de
imperfección y flaqueza.
7. Debe, pues, el espiritual, en cualquiera gusto que de parte del
sentido se le ofreciere, ahora sea acaso, ahora de intento,
aprovecharse de el sólo para Dios, levantando a el el gozo del
alma para que su gozo sea útil y provechoso y perfecto,
advirtiendo que todo gozo que no es en negación y aniquilación de
otro cualquiera gozo, aunque sea de cosa al parecer muy levantada,
es vano y sin provecho y estorba para la unión de la voluntad en
Dios.
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