SIMBOLOS DEL CANTICO DE LAS CRIATURAS DE SAN FRANCISCO DE ASÍS: Comentario
François Chenique
Cántico
Altísimo, omnipotente, buen Señor,
tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición.
A ti solo, Altísimo, corresponden
y ningún hombre es digno de hacer de ti mención.
Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas,
especialmente el señor hermano Sol,
el cual es día y por el cual nos alumbras.
Y él es bello y radiante con gran esplendor:
de ti, Altísimo, lleva significación.
Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas:
en el cielo las has formado luminosas, preciosas y bellas
Loado seas, mi Señor, por el hermano viento,
y por el aire, y el nublado, y el sereno, y todo tiempo,
por el cual a tus criaturas das sustento.
Loado seas, mi Señor, por la hermana agua,
la cual es muy útil, y humilde, y preciosa, y casta.
Loado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual alumbras la noche:
y él es bello, y alegre, y robusto, y fuerte.
Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la madre tierra,
la cual nos sustenta y gobierna
y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas.
Loado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor
y soportan enfermedad y tribulación.
Bienaventurados aquellos que las sufren en paz,
pues por ti, Altísimo, coronados serán.
Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal,
de la cual ningún hombre viviente puede escapar.
¡Ay de aquellos que mueran en pecado mortal!
Bienaventurados aquellos a quienes encontrará en tu santísima voluntad,
pues la muerte segunda no les hará mal.
Load y bendecid a mi Señor
y dadle gracias y servidle con gran humildad.
* * *
PRESENTACION
San Juan de la Cruz, sobre los cánticos que él ha compuesto, ha dejado un
comentario admirable que nadie osaría retomar o mejorar. San Francisco de
Asís no ha escrito nada en torno al Cántico de las Criaturas, pero toda su
vida es un comentario de este Cántico cuyas circunstancias de composición
son bien conocidas; las recordaremos en un primer capítulo a fin de mostrar
que el Cántico es como el testamento espiritual de san Francisco.
El Cántico ha sido objeto de numerosos estudios; pero, cosa curiosa, parece
haber llamado la atención más a los estetas y los románticos que la de los
ambientes practicantes algo molestos por el aspecto «naturista» o
«naturalista» de este himno al Sol. Nosotros, por el contrario, pensamos que
el Cántico de las criaturas resume y codifica las etapas de una
espiritualidad que se podría calificar de «cósmica», particularmente
adaptada a nuestra época y cuya meditación asidua es apta para producir en
el corazón del creyente numerosos y sabrosos frutos.
Nuestro comentario del Cántico será simbólico y metafísico, ya que estas son
las características fundamentales del Cántico, que aparecen cuando se
penetra el sentido profundo de las imágenes que lo componen. Estudiaremos en
detalle los símbolos del Cántico en un segundo capítulo y los reagruparemos
alrededor de seis temas fundamentales: la Tierra, el Aire, el Agua, el
Fuego, la Luna y el Sol.
Aplicaremos a continuación estos símbolos a las tres vías fundamentales: la
vía de acción, la vía de devoción y la vía de conocimiento. Definiremos
estas vías y sus etapas en un tercer capítulo, y consagraremos finalmente un
capítulo particular a cada una de ellas.
El presente estudio está acompañado de numerosas notas y de referencias
precisas. Ciertamente habríamos podido escribir abundantemente sobre este
tema vasto y casi inagotable; no ha parecido preferible condensar nuestras
reflexiones en dieciocho meditaciones cortas, que el lector podrá retomar y
profundizar a su gusto según su espiritualidad propia, y de proveerle las
referencias necesarias para proseguir su trabajo de reflexión. (1)
LOS SIMBOLOS
Para comentar el Cántico de las criaturas, nos situaremos directamente en la
perspectiva metafísica y en el mundo de los símbolos: es la vía necesaria
para comprender y para explicar la investigación intelectual de San
Francisco. La inteligencia contemplativa ve las cosas como Dios las ve, y el
corazón purificado capta los misteriosos mensajes que ellas nos dirigen de
parte del Creador (2).
El simbolismo es una «ciencia sagrada» que revela la perspectiva metafísica.
Este simbolismo es totalmente diferente –¿es necesario decirlo?– de lo que
la literatura moderna designa con ese nombre. El simbolismo estudia, en
efecto, las relaciones de las cosas con el Creador, y se esfuerza, en
particular, en desprender el reflejo que cada cosa puede aportarnos del
Creador. Habiendo Dios creado todo por y en su Verbo, es decir en su Palabra
eterna, cada criatura es como un eco de ese Verbo divino, y cada criatura
puede llegar a ser para nosotros el peldaño de una escala que nos permitirá
remontar del efecto a la Causa, de la criatura al Creador (3). Ver las cosas
creadas bajo este ángulo, es darles su verdadera razón de ser, y preservarse
de la idolatría que consiste en tomar las cosas como reales en si mismas,
mientras que ellas no son reales más que en su relación con el Creador (4).
San Francisco no era un sabio: ignoraba la teología y no le gustaba nada que
sus hermanos estudiaran en las Universidades. El dice de si mismo y de sus
compañeros: «nosotros éramos personas simples: eramus idiotae». Sin embargo
la inteligencia iluminada por la gracia y por los dones del Espíritu Santo,
especialmente los de la Sabiduría, la Ciencia y la Inteligencia, dan luces
sobre Dios y sobre el mundo creado que ninguna ciencia humana puede enseñar
o transmitir.(5)
Los tres dones citados forman parte de los dones intelectuales (son cuatro
con el don del Consejo) que producen la contemplación definida por santo
Tomas: una visión simple, intuitiva, de Dios y de las cosas divinas que
procede del amor y tiende al amor (6), y por San Francisco de Sales: «una
amorosa, simple y permanente atención del alma a las cosas divinas» (7). El
Cántico de las criaturas es como el perfume sutil de la muy alta
contemplación que había recibido San Francisco; la fe como virtud teologal y
la Inteligencia como don del Espíritu Santo corresponden precisamente a la
sexta beatitud: Bienaventurados los corazones puros porque ellos verán a
Dios (Mt. V, 8) (8).
Se puede admitir que el Cántico de las criaturas haya sido entregado a San
Francisco por los ángeles en el transcurso de su sueño. Los ángeles juegan
un papel en toda revelación: tres ángeles visitan a Abraham, le Ley del
Sinaí fue dada por el ministerio de los ángeles (Act. VII, 38; Gal. III,
19), el ángel Gabriel trae el mensaje de la Anunciación (Lc. I) y los
ángeles cantan alrededor del pesebre (Lc. II, 13) (9). San Francisco habría
entonces recibido el Cántico en un «estado de sueño» análogo a las
«ensoñaciones proféticas» de la Biblia. Por otra parte, según la Tradición
hindú, si el estado de «vigilia» (condición de vaiçvânara) simboliza el
hombre ordinario, si el estado de «sueño profundo» (condición de prâjá)
simboliza el hombre perfectamente unido a su Creador, el estado intermedio
de «sueño» (condición de taijasa) simboliza el hombre en vía de
«realización» cuyas facultades transcendentes comienzan a despertarse, y
que, por ellas, entra en comunicación con el «mundo intermedio», aquí, el
mundo de los ángeles (10).
Según la Tradición hindú, san Francisco podría ser considerado como un
«avatar menor», es decir como un «descendimiento secundario» de la
divinidad. Bien entendido, esta noción es extraña a la perspectiva
cristiana, pero se encuentra algo análogo en el Liber Conformitatum escrito
en el siglo XIV por Barthélemy de Pisa. El autor se dedica precisamente a
descubrir las semejanzas entre San Francisco y Jesucristo: él ha predicado
el evangelio, ha tenido discípulos, ha curado enfermos, ha expulsado
demonios, etc., y para acabar ha recibido de un serafín en el Averno los
estigmas de la pasión. El cronista de las Fioretti escribe: «La llama de su
devoción creció tanto en él que, por el exceso de su amor y de su compasión,
se transformó completamente en Jesús». (11) Es la realización perfecta de
las palabras de San Pablo: «He sido crucificado con Cristo; no soy mas yo
quien vivo, sino Cristo que vive en mí» (Gal. II, 19-20), y además: «El les
ha predestinado a ser imágenes semejantes de su Hijo» (Rom. VIII, 29).
Estos acercamientos con las Tradiciones no cristianas no quieren minimizar
la originalidad del santo, ni despreciar la vía espiritual en la cual su
experiencia fue vivida. Permiten por el contrario captar mejor el asunto del
que se trata, gracias al empleo de un vocabulario que, en tal caso, se
comprueba como más preciso; estos acercamientos permiten igualmente
comprender lo que es la Ciencia sagrada o Ciencia tradicional, y mostrar que
ella es verdaderamente «católica» en el sentido etimológico de esta palabra.
Vamos ahora a comentar cada versículo del Cántico:
Altísimo, omnipotente, buen Señor,
tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición.
A ti solo, Altísimo, corresponden
y ningún hombre es digno de hacer de ti mención.
San Francisco se dirige a Dios en términos bíblicos: Dios es el «Señor», es
decir aquel al que se sirve y al cual uno está ligado por obligaciones. Este
Dios que «ningún hombre es digno de nombrar», San Francisco lo nombre
precisamente Señor (Adonaï, Kyrios, Dominus), como lo han hecho los Hebreos
y los Cristianos después (12). Este Señor es el «Rey» que «rige» el
universo; a él le son debidas la alabanza, la gloria, el honor y la
bendición. La alabanza consiste en reconocer y en celebrar la grandeza de
Dios así como los beneficios que hemos recibido de él; el honor es un vivo
sentimiento de la dignidad de Dios y de la humilde condición de la criatura;
la gloria es la irradiación de las infinitas perfecciones de Dios y el
reflejo, en acto y en palabras, de esas perfecciones en las criaturas;
finalmente la bendición es el lenguaje espontáneo de un corazón «agradecido»
hacia Dios por el «conocimiento» que tenemos de él, de su grandeza y de sus
favores. Estas cuatro palabras: alabanza, gloria, honor y bendición, revelan
una actitud «laudativa» (13). El canto de alabanza es en efecto el más alto
canto que la criatura pueda dirigir a su Creador: alabar a Dios será nuestra
ocupación durante la eternidad, y los ángeles se dedican a ello cantando el
eterno Sanctus (Is. VI, 3; Apoc. IV, 8).
El ideal de los anacoretas cristianos era llevar desde aquí abajo, en el
desierto, una vida semejante a la de los ángeles dedicados a la alabanza
perpetua, de ahí el uso que ellos hicieron de los salmos (14), ya que en el
canto de alabanza, la criatura desaparece de alguna manera ante el Creador.
El Gloria in excelsis Deo es por excelencia el canto de los ángeles; tiene
por lo tanto una gran importancia en la liturgia, que es laudativa y
contemplativa en su desarrollo íntimo. Si acercamos esto a lo que decíamos
más arriba sobre la revelación del Cántico hecha al santo por los ángeles,
el Cántico nos aparece como un eco sobre la tierra de la alabanza
ininterrumpida que resuena en el Cielo.
Este «buen Señor» es también llamado «Todo-Poderoso» (Shaddaï, Pantocrator)
y Muy-Alto (Elyôn, Altissimus) porque estos son «aspectos» o «cualidades» de
su Señorío. Muy-Alto se relaciona con la Esencia divina en tanto que tal;
Todo-Poderoso se relaciona en tanto que «Posibilidad Universal» conteniendo
todo en su Infinitud; «Bueno» se relaciona con Dios en su actitud con las
criaturas (15).
A propósito de la «bondad» de Dios, recordaremos las palabras de Cristo:
«Solo Dios es bueno» (Mc. X, 18), lo que significa que las alabanzas
convienen a la única «Bondad absoluta» en tanto que tal. En el hombre, la
belleza es exterior y la bondad es interior; en Dios, es lo inverso: la
«Belleza» es el aspecto primero o «esencial» de la divinidad, pero no
podemos nosotros percibirla directamente; la «Bondad» reviste un aspecto
«substancial» que nosotros conocemos precisamente por la creación. La acción
de gracias, la alabanza o a Eucaristía son a la vez una toma de consciencia
de esta Bondad manifestada y la actitud de reconocimiento de la criatura
hacia las «bondades» que Dios nos manifiesta.
Bajo otro aspecto, los atributos de Dios se dejan contemplar en la creación;
pero es necesario para ello una cierta purificación del ojo del corazón (Ef.
I, 18); San Pablo reprocha a los paganos (16) el no haber sabido comprender
el mensaje divino de las criaturas: «Ya que desde la creación del mundo, sus
atributos invisibles se dejan comprender y contemplar en las criaturas,
especialmente su eterna potencia y su divinidad. De manera que ellos son
inexcusables si, con este conocimiento de Dios, en lugar de glorificarlo
como tal y de darle las gracias, ellos por el contrario se han abandonado a
la vanidad de sus pensamientos y que su corazón insensato se ha sumergido en
las tinieblas. ellos que se jactaban de ser inteligentes, helos ahí
enloquecidos, hasta el punto de atribuir la gloria del Dios incorruptible a
las imágenes del hombre perecedero, o de pájaros, de cuadrúpedos y de
reptiles» (Rom. I 20-23)
El Nombre de Dios es inefable e incomunicable, ya que Dios en su Esencia es
incognoscible, y su Nombre no puede ser conocido o pronunciado por un
individuo en tanto que tal. Bajo otro aspecto, los Nombres de Dios son
múltiples, pero experimentan «aspectos» de su plenitud y no lo «definen»,
puesto que no se sabría hacer entrar el Infinito en los límites de un
nombre. Elohim, palabra plural, puede traducirse, como el árabe El-Ulûhiyah:
«Conjunto de las realidades»; la palabra india Wakan-Tanka, que es traducida
en general por «Gran Espíritu», encierra la idea de «plenitud» como la
palabra china K´ien (qian) que significa «Cielo». El Hyperteos de santo
Dionisio el Areopagita y el Parabrahman hindú indican la idea de «elevación»
como Eliôn, pero el Nombre propio de Dios está por encima de todo nombre.
Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas,
especialmente el señor hermano Sol,
el cual es día y por el cual nos alumbras.
Y él es bello y radiante con gran esplendor:
de ti, Altísimo, lleva significación.
San Francisco recuerda aquí el simbolismo del sol que es fundamental en
todas las tradiciones. Los «cultos solares» de la Antigüedad son bien
conocidos, y pensamos que, salvo en las épocas tardías de degeneración
espiritual que han dado lugar a eso que se conviene en llamar el
«paganismo», nunca se ha adorado al sol en tanto que tal, sino como
«representación» de Dios. En el simbolismo, es lo inferior lo que simboliza
a lo superior: así, Apolo no es el símbolo del sol, sino el sol el que
simboliza la función «apolinea» de la divinidad. Dicho de otra manera, los
fenómenos de la naturaleza «significan» y «representan», es decir hacen
presente, la divinidad o al menos ciertos aspectos de la divinidad.
El sol ilumina y calienta la tierra, y toda vida sobre la tierra no subsiste
más que por él. Su luz es el símbolo de conocimiento y su calor, símbolo de
amor. Por lo mismo que el sol vivifica todo sin quedar él disminuido en nada
(17), así el Principio da ser y vida a todas las criaturas sin fragmentarse
y sin ser afectado en nada en su transcendencia por esta creación. Por lo
mismo que cada cosa sobre la tierra está ligada al sol por un rayo luminoso,
cada criatura está religada a Dios por su dependencia hacia él. El «rayo
solar» simboliza el rayo de la gracia que nos une a Dios, pero que marca
igualmente nuestra separación de él. Este rayo es el «descendimiento»
(avatâra) de Dios hacia nosotros, al mismo tiempo que la «vía» (Jn. XIV, 6)
que nos devuelve a él. Dios es el sol espiritual del alma que ilumina al
hombre en su corazón ya que «él ilumina a todo hombre que viene a este
mundo» (Jn. I, 9) (18).
Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas:
en el cielo las has formado luminosas, preciosas y bellas
Símbolo de Dios, el sol es igualmente símbolo del Verbo: Cristo es llamado
en la liturgia «Sol de justicia». El Verbo, es «Dios que se expresa», ya que
el Hijo es la «Imagen del Padre» (Col. I, 15); él es también el Verbo
creador, aquel «por quien todo ha sido hecho» (Jn. I, 3).
En esta perspectiva, el Verbo aparece como el principio masculino de la
Creación, en correlación con un Principio femenino: la Sabiduría de la
Tradición judía o la Virgen de la tradición cristiana, cuyo símbolo es
precisamente la luna. La luna es pasiva con relación al sol del cual refleja
la luz, como la Sabiduría eterna es pasiva con relación al Dios Creador de
la cual ella es el instrumento (19):
El Señor me ha poseído al comienzo de su camino, antes de sus obras, desde
el comienzo.
Desde la eternidad yo he sido establecida, desde los tiempos antiguos, antes
del origen de la tierra.
Los abismos no existían todavía, y yo ya había sido engendrada; las fuentes
de aguas no habían surgido todavía.
Las montañas no se habían todavía implantado, antes que las colinas yo
estaba engendrada.
Antes de que El hiciera la tierra y los campos, y los primeros granos de
polvo, cuando El preparaba los cielos yo estaba allí;
Cuando El trazó un circulo en la superficie del abismo, cuando amaso las
nubes en lo alto, cuando fijó las fuentes del abismo, cuando fijó al mar su
límite, y las aguas no franqueaban el borde.
Cuando afirmó los fundamentos de la tierra, yo estaba a su lado como un
artesano y estaba en las delicias cada día jugando sin cesar en su
presencia, jugando en la superficie de la tierra, encontrando mis delicias
entre los hijos de los hombres. (Prov. VIII, 22-31)
La Virgen pasiva es fecundada por el Espíritu Santo; ella deviene productiva
como las aguas tenebrosas del Génesis sobre las que planeaba el Espíritu de
Dios. Madre de Dios, Madre del Verbo encarnado, la Virgen es proclamada
Madre del género humano por la palabra del Cristo a San Juan: «He aquí a tu
madre» (Jn. XIX, 27), y el Apocalipsis nos la muestra en una revelación
recibida por este apóstol como «una mujer revestida de sol, la luna bajo sus
pies y, sobre la cabeza, una corona de doce estrellas» (Apoc. XII, 1).
Cristo y la Virgen son los dos polos de la vida cristiana: ellos transmiten
la vida de la gracia como los padres (padre y madre) transmiten la vida
natural. El Nuevo Adán y la Nueva Eva son uno la «fuente» de todas las
gracias y otra la «mediadora» de todas las gracias. María alumbra a Cristo
en el alma del fiel, y comunica la gracia de Cristo como la luna comunica la
luz del sol. (20).
En cuanto a las estrellas, ellas constituyen los «signos estelares» del
Evangelio eterno del cual la astrología se ha ocupado siempre. Los doce
signos del zodíaco puntúan la marcha estacional del sol y de sus planetas, y
ritman los grandes ciclos cósmicos. Ellos componen también «la herencia
cósmica» que cada hombre recibe en su nacimiento, lo mismo que recibe de sus
padres una herencia física y síquica. Los signos estelares son ofrecidos a
nuestra meditación, no para buscar algún motivo interesado de hacer o de no
hacer tal cosa, sino para encontrar ahí lo que Dios a puesto a nuestra
disposición para ir a él haciéndonos entrar tal día a tal hora en el tejido
vivo del mundo terrestre. (21)
Loado seas, mi Señor, por el hermano viento,
y por el aire, y el nublado, y el sereno, y todo tiempo,
por el cual a tus criaturas das sustento.
Loado seas, mi Señor, por la hermana agua,
la cual es muy útil, y humilde, y preciosa, y casta.
Loado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual alumbras la noche:
y él es bello, y alegre, y robusto, y fuerte.
Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la madre tierra,
la cual nos sustenta y gobierna
y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas.
San Francisco enumera los cuatro elementos de la alquimia: el Aire, el Agua,
el Fuego y la Tierra. La alquimia es una ciencia tradicional de orden
cosmológico que describe, con la ayuda de símbolos llamados «alquímicos»,
las operaciones espirituales que ocurren en el alma vista como «substancia».
Por consiguiente, los cuatro elementos de los que se hace mención no son
solamente lo que nosotros llamamos con el mismo nombre en el mundo material:
ellos son la raíz sutil de esos elementos, y su combinación da todos los
elementos del mundo sensible. (22)
El agua es húmeda y fría: la humedad es el principio de crecimiento, de
receptividad y de difusión, de relajamiento y de soltura, mientras que el
frío es un principio de contracción, de retención y de inmovilidad. El Agua
representa el estado líquido de plasticidad, de receptividad y de pasividad.
Ella constituye el medio original donde la vida ha tenido su nacimiento, y
ella es el símbolo de la «Substancia universal» de color negro por encima de
la cual planeaba el Espíritu de Dios (Ruah Elohim). Este Espíritu es el
Principio «masculino» o creador que fecunda las aguas primordiales como
fecunda a la Virgen: las aguas son pura pasividad, pura potencialidad, pero
ellas producen bajo la influencia del Espíritu creador que es como el rayo
solar al cual hacíamos alusión más arriba, y cuyo reflejo en la superficie
móvil de las aguas produce la indefinidad de las imágenes de la
manifestación universal. (23)
Las aguas que producen los seres vivos según el relato del Génesis se
relacionan con las aguas del bautismo, aguas del renacimiento espiritual en
contacto con las cuales se produce la regeneración espiritual por una
transmutación (en el sentido alquímico de la palabra) de los elementos
síquicos (24) del individuo. El cristiano está enterrado con Cristo en las
aguas del bautismo y renace a la vida de la gracia recibiendo como una nueva
substancia (Rom. VI, 3-5).
Las aguas son también las «aguas de la gracia» que descienden bajo forma de
lluvia bienhechora y fecundan el alma como la lluvia fecunda la tierra:
Rorate coeli desuper et nubes pluant Justum; aperiatur terra et germinet
Salvatorem (25).
La Tierra es pasiva con relación al Cielo de la cual recibe el influjo
creador. Bajo la influencia del Cielo y de la lluvia celeste, o lluvia de
gracias, la Tierra se vuelve fecunda; ella es la «madre» de todo lo que vive
puesto que ella nutre todo, pero su «producción» es debida en definitiva a
la actividad «no actuante» del Cielo (27).
T'ien-Ti-Jen (Tian-Di-Ren) es la «Gran Triada» de la Tradición china: el
hombre Jen (Ren) es hijo del Cielo T'ien (Tian) y de la Tierra Ti (Di), ya
que él ha recibido su cuerpo del barro de la tierra y continúa siendo
nutrido por ella, pero él ha recibido del Cielo el soplo vital (Gen. II, 7)
así como los dones de la gracia (28). T'ien-Ti-Jean, Cielo-Tierra-Hombre,
indica que la unión de un principio masculino y de un principio femenino es
fecunda: el «dos» es productivo y el «tres» es estable, a imagen de alguna
manera de el «Uno» del cual el «dos» procede (29). Espíritu-Aguas-Mundo,
Espírtu-Virgen-Jesús son igualmente «triadas»; hemos hablado de ello más
arriba.
El Aire es húmedo y cálido: el calor es un principio de movimiento, de
energía y de transformación. El Aire representa el estado gaseoso, fluido y
expansivo de la materia. Constantemente en movimiento, es el símbolo del
Espíritu «que sopla donde quiere» (Jn. III, 8). Lo que nosotros hemos dicho
del Espíritu, que fecunda las Aguas primordiales o la Virgen, permite
comprender que el aire tiene un aspecto «activo» y «masculino».
En la liturgia iniciática del Sábado Santo, el celebrante soplaba tres veces
sobre el agua bautismal en forma de cruz y decía: «Del soplo de tu boca
(Dios omnipotente) bendice estas simples aguas, con el fin de que además de
la pureza exterior que su naturaleza confiere a aquellos que lavan con ella
el cuerpo, ellas sirvan también para purificar el cuerpo las almas». Después
el celebrante sumergía tres veces el cirio pascual en el agua cantando: «Que
descienda sobre toda el agua de estas fuentes bautismales la virtud del
Espíritu Santo» Finalmente él soplaba tres veces sobre el agua en forma de
Psi (?), primera letra de «psikhê» (alma), diciendo: «Que la potencia del
Espíritu Santo fecunde toda substancia de esta agua dándole el poder de
engendrar una vida nueva (39)».
El Fuego es seco y cálido. Representa el estado ígneo de la materia que se
encuentra por él consumido, destruido y transformado. El Fuego es por
excelencia el símbolo del estado sutil, y su importancia era grande en los
cultos antiguos. Es bajo las formas ígneas y luminosas que tienen lugar las
grandes teofanías de la Historia Santa, la de Moisés y la Zarza ardiente por
ejemplo. El Fuego como el Sol, actúa por su luz y por su calor, de ahí la
representación del «corazón irradiante» símbolo de universalidad y de
conocimiento, y del «corazón inflamado» símbolo de caridad (31).
El Fuego es igualmente uno de los símbolos del Espíritu: en Pentecostés el
Espíritu Santo desciende sobre los apóstoles en forma de lenguas de fuego, y
acabamos de ver que el cirio pascual es asimilado al Espíritu que fecunda
las aguas.
El Fuego es por excelencia el elemento «transformante» en el sentido
etimológico de la palabra: pasaje más allá de la forma. Las operaciones del
amor divino en el alma a menudo son descritas con la ayuda de imágenes en
las que el fuego juega un gran papel. El fuego que transforma todo lo que
toca es un símbolo de la gracia que diviniza; Dios es un «fuego devorante»
que «purifica» el alma, como el fuego purifica el oro en el crisol
alquímico. La madera que arde y se vuelve materia sutil simboliza la
«transformación» que el amor divino opera en las facultades individuales:
como el fuego cambia en fuego todo lo que él encuentra, Dios transforma a su
semejanza el alma que se entrega a la devoción (32).
Guillermo de San Thierry ha descrito excelentemente esta transformación del
alma en Dios en este pasaje de la Carta a los Hermanos de Mont-Dieu : «Por
encima de esta semejanza con Dios, dice él, hay otra tan perfecta que ya no
se llama semejanza, sino unidad de espíritu. Ella tiene lugar cuando el
hombre ha devenido un mismo espíritu con Dios, no solamente por esta unión
de voluntad que hace querer lo mismo, sino por una cierta unidad que suprime
incluso el poder de querer otra cosa. Esta unidad de espíritu es así
llamada, no solamente porque ella está producida por el Espíritu Santo o que
el Espíritu Santo la graba en el espíritu del hombre, sino porque ella es el
Espíritu Santo mismo, el Dios Caridad. Aquel que es el Amor del Padre y del
Hijo, y la Unidad y la Suavidad, y el Tesoro, y el Pesebre, y el Abrazo, y
todo lo que puede ser común a uno y al otro en esta soberana Verdad y
suprema Unidad, incluso esta se vuelve entonces, en una cierta manera, con
vistas al hombre con relación a Dios, lo que, en la Unidad substancial, él
es al Hijo con relación al Padre, o al Padre con relación al Hijo. Y así, de
una manera inefable e inconcebible, el hombre merece de ser no Dios, sino
divino, de manera que aquello que Dios es por naturaleza, el hombre deviene
por gracia (33).»
Estas consideraciones permiten entrever la riqueza del Cántico de las
criaturas y de rechazar la interpretación sentimental que se le da demasiado
a menudo. A pesar de ser específicamente «devocional», la actitud
franciscana no tiene en efecto nada de sentimental, ya que ella resulta de
un verdadero conocimiento de las cosas y de Dios, y no de una ostentación
del «yo» individual. Esta interpretación es en definitiva «intelectual» ya
que reposa sobre una certeza de orden espiritual y no sobre una hipótesis
afectiva.
La actitud de San Francisco hacia los animales, evocada en el capítulo I,
ilustra esta perspectiva cósmica. San Francisco, como varios santos de la
Iglesia de Oriente, llama a los animales sus «hermanos»; esto indica que los
límites del punto de vista individual son sobrepasados, que el santo
comprende la razón de ser de los animales y que él los sitúa en su lugar
exacto en la creación. Esta actitud resulta de un estado espiritual, y no de
una sentimentalidad vulgar o poética, si no esa actitud no sería ejemplar.
Con relación al hombre, los animales están situados en los estados que se
pueden llamar «periféricos». Los ángeles están en estados semejantes, lo
cual significa que son «pasivos» con respecto al Principio, mientras que el
hombre es «activo»; dicho de otra manera, un ángel o un animal no puede
progresar hacia Dios; están «fijados» en su estado. El hombre puede, por el
contrario, «ganar su salvación» y subir hacia Dios hasta sobrepasar a los
ángeles. Es por esta razón que el hombre es calificado como «creado a imagen
de Dios» (Gen. I, 26): el hombre resume –o puede resumir– en él, el conjunto
de las cualidades y de las perfecciones divinas, mientras que un ángel o un
animal no refleja más que tal o cual cualidad, o tal o cual perfección. En
un ángel, la «cualidad» divina que refleja se manifiesta por su «función»,
mientras que en un animal la cualidad se refleja por su «forma», de ahí la
infinidad de las formas animales que corresponde a los innumerables
cualidades divinas. El hombre, por el contrario, refleja todo en él: ángel
por su espíritu y animal por su cuerpo, él es la «obra maestra» de la
Creación (34).
Citemos para terminar este comentario algunos pasajes de un libro consagrado
a la Sabiduría de los Indios de América del Norte: «Es difícil, para
aquellos que miran la religión de los hombres rojos desde el exterior, el
comprender la importancia que tienen para ellos los animales y, de una
manera general, todas las cosas que contiene el Universo. Para estos
hombres, todo objeto creado es importante por la simple razón que ellos
conocen la correspondencia metafísica entre este mundo y el «Mundo real».
Ningún objeto es para ellos lo que parece ser según las únicas apariencias;
no ven ellos en la cosa aparente más que un débil reflejo de una Realidad
principial. Es por eso que toda cosa es «wakan», sagrada, y posee un poder,
según el grado de la Realidad espiritual que ella refleja; así, muchos
objetos poseen un poder para el mal tanto como para el bien, y todo objeto
es tratado con respeto, ya que el «poder» particular que el objeto contiene
puede ser transferido en el hombre; los Indios saben bien que no hay nada,
en el universo que no tenga su correspondencia analógica en el alma humana.
El Indio se humilla ante la Creación entera, sobre todo cuando «implora» (es
decir cuando invoca en soledad y ritualmente al Gran Espíritu), porque todas
las cosas visibles han sido creadas antes que él (anterioridad que, desde el
punto de vista de un cierto simbolismo de las criaturas, tiene también un
sentido puramente principial) y que, siendo estas cosas su «hermano mayor»,
merecen el respeto; pero el hombre, aún a pesar de haber sido creado en
último lugar, es sin embargo el primero de los seres, ya que él solo puede
conocer el Gran Espíritu (Wakan-Tanka)» (35).
Los símbolos cosmológicos del Cántico de las criaturas nos han dado las
claves de una interpretación metafísica y espiritual del texto de San
Francisco. En los capítulos siguientes, desarrollaremos esta interpretación
de una manera relativamente independiente del texto, pero religada sin
embargo al orden de los principios que justifica las aplicaciones prácticas
que se extrae de los símbolos.
* * * * * * * * * *
NOTAS –––––––––––––––––––––––––––––
1.- El autor hace aquí una presentación del
conjunto de la obra de la cual nosotros tan solo vamos a presentar algunos
párrafos del capítulo segundo. El lector interesado deberá recurrir a la
edición francesa de este estudio: «CANTIQUE DES CREATURES DE SAINT FRANÇOIS
D'ASSISE», François Chenique. Editions Dervy: 91, boulevard Saint-Germain
75006 Paris. ISBN 2-85076-551-1.
2.- La perspectiva metafísica podría definirse
como el conocimiento de lo real fuera del tiempo, fuera del espacio, fuera
de la causalidad con la ayuda de símbolos. Es René Guénon quien, en nuestra
época, mejor ha expresado esta perspectiva en los límites del lenguaje
occidental, sin por ello hacerle perder la inagotable riqueza de la
enseñanza tradicional. De este autor, ver en particular «Símbolos
Fundamentales de la Ciencia Sagrada». Ver igualmente Georges VALLIN, «La
Perspective métaphysique»; Jean TOURNIAC, «Propos sur René Guénon» y también
«Les tracés de Lumière»; René ALLEAU, «La Science des Symboles».(Una
introducción a la obra de René Guénon en la BIBLIOTECA DE LA TRADICION).
3.- La subordinación causal provee a santo Tomas
la segunda «vía» hacia Dios: Secunda vía est ex ratione causae efficiencits,
S. Th. I,que,2, a.3. El «Itinerarium mentis in Deum»de San Buenaventura es
un tratado de meditación contemplativa fundado sobre este «remontar» de las
criaturas hacia el Creador.
4.- La idolatría busca, adora y sirve a las cosas
por si mismas, en lugar de ver en ellas una imagen (icono) del Creador. El
materialismo ateo es una forma moderna de idolatría.
5.- Los dones son más perfectos que las virtudes
morales o intelectuales, pero lo son menos que las virtudes teologales;
estas tienen a Dios como objeto y los dones tienen como efecto el llevarlos
a un grado superior. S. Th. II, II, q. 9, a. 1 ad 3; cf. I, II, q.68, a.8.
La cuestión de los dones del Espíritu Santo y de sus relaciones con las
virtudes será retomada en el capítulo V de esta obra.
6.- Contemplatio pertinet ad ipsum simplicem
intuitum veritatis... principium habet in affectu, in quantum videlicet
aliquis ex caritate ad Dei contemplationem incitatur; et quia finis
respondet principio, inde est quod etiam terminus et finis vitae
contemplativae habet esse in affectu, dum scilicet aliguis in visione rei
amatae delectatur, et ipsa delectatio visae amplius excitat amorem. S. Th.
II, II, q. 180, a. 3, ad 1; a 7, as 1.
7.- SAN FRANCISCO DE SALES , Tratado del amor de
Dios, liv. VI, cap. 3.
8.- Retomaremos más adelante (cap. VI) esta
correspondencia de los dones, de las beatitudes y de las virtudes. Para la
correspondencia indicada aquí, ver S. Th. II, II, q. 8, a. 7 y a. 8.
9.- Al escribir esto no ignoramos las
dificultades exegéticas y dogmáticas de los textos que citamos. Sin embargo,
cuando vemos, ahora en Navidad, los belenes sin asno, sin buey, sin
pastores, sin reyes magos, sin corderos y sin ángeles con el pretexto de que
eso no es «histórico», no podemos más que deplorar esta incomprensión del
simbolismo y este pánico de lo legendario que conducen a destruir una
tradición que remonta precisamente a San Francisco de Asís (Navidad de
Greccio en 1223). El Verbo «legere» significa a la vez «leer» y «elegir»;
así una «leyenda» (legende) es aquello que hay que saber interpretar si no
se quiere ser prisionero de la «letra».
10.- Sobre los tres estado ver René Guénon, El
Hombre y su devenir según el Vedanta, cap. XI al XIV. ( Este y otros libros
de René Guénon mencionados en estas notas pueden consultarse en la
BIBLIOTECA DE LA TRADICION )
11.- Fioretti, tercera consideración; ver
Joergensen, liv. III, cap, 4.
12.- Digamos una vez más que la vocalización
Yaweh del tetragrama sagrado YHWH está desprovista de sentido, y que no
constituye, en definitiva, más que una de las formas sacrílegas de la
exégesis moderna.
13.- Se sabe que San Francisco ha escrito en
latín un cierto numero de «laudes» de los cuales uno sobre el Sanctus.
14.- De ahí vienen el «Oficio monástico» y
después el «Breviario». Ver Maison-Dieu, nº 21: Le Tresor de l´Office divin.
En esta misma página se puede ver: OFFICIUM BEATAE MARIAE con el comentario
de Mauricio Zundel.
15.- Se podrían acercar los tres Nombres divinos,
o aspectos divinos: el Muy-Alto (El-Elyôn), el Todo-Poderoso (Shaddaï), y el
Buen-Señor (Adonaï-Tov) de la triple formula del Gloria: Gloria-Paz-Buena
voluntad, a las tres funciones supremas expuestas por René Guénon en El Rey
del Mundo (Capítulo IV), siendo el aspecto Omni-Potencia más precisamente
aquel que preside a la sacralización de las organizaciones de oficio en las
sociedades tradicionales. Ver Jean Tourniac, Symbolisme maçonique et
Tradition chrétienne, p. 48 sq., y Les Traces de Lumière, cap. II y III.
16.- El paganismo es precisamente el residuo
degenerado de las antiguas religiones: el simbolismo de las criaturas ya no
se comprende ahí, y la idolatría reemplaza el culto litúrgico de las
imágenes.
17.- Aún si esto es científicamente falso, la
proposición permanece simbólicamente verdadera, puesto que nosotros no
percibimos directamente la pérdida de masa debida a la irradiación de la
energía solar.
18.- La iconografía cristiana conoce varios temas
solares: los rosetones de las catedrales, las aureolas de Cristo y de los
santos, los corazones irradiantes y llameantes símbolos de conocimiento y de
amor.
19.- Hemos desarrollado abundantemente este tema
en Le Culte de la Vierge, ou la metaphysique au feminin.
20.- Ver Le Culte de la Vierge, ou la
metaphysique au feminin, cap IX.
21.- Sobre el sentido bíblico y cristiano del
zodíaco, ver J. Goettman, Tobie, cap. XIV, el ángel acompañante y el zodíaco
de los peregrinos.
22.- La cosmología occidental ha retenido
generalmente cuatro elementos mientras que la India enumera cinco: el Ether
(akasha), el Aire (vayu), el Fuego (tejas), el Agua (ap) y la Tierra
(prthivi). Sobre este punto importante ver René Guénon, Estudios sobre el
hinduismo, p. 45-58 (de la edición francesa), y sobre su correspondencia
ritual en las tradiciones de oficio con base cosmológica, Jean Tourniac,
Symbolisme maçonique et Tradition chrétienne, cap. II, y Propos sur René
Guénon, p. 134-135.
23.- Purusha y Prakriti son, en la tradición
hindú, la Esencia y la Substancia Universales de donde viene toda la
manifestación; cf. René Guénon, El Hombre y su Devenir según el Vedanta,
cap.IV.
24.- Ver lo que se dice más adelante a propósito
del Aire y del Espíritu.
25.- Cielos, verter vuestro rocío, y que las
nubes hagan llover al Justo; que la tierra se abra y que germine el salvador
(Is. 45, 8); Introito del miércoles de las Témporas de invierno (antiguo
misal romano).
26.- Gen. III, 19. En este versículo, es la
palabra âphâr (barro, polvo) la que es utilizada. El nombre del hombre
(Adam) está cercano de adamât (la tierra), como homo está cercano de humus,
el sol (raíz indoeuropea KHEM).
27.- Prakrit, phisis y natura implican la idea de
producción, de manifestación y de devenir.
28.- Ver la obra de René Guénon que tiene
precisamente como título La Gran Triada.
29.- Hay que insistir bien sobre este hecho: el
dos procede del Uno; es una dualidad y no un dualismo. El dualismo es el
resultado de doctrinas metafísicamente incompletas que rehusan reunir la
dualidad del tipo esencia-substancia a la unidad ontológica. Precisemos
además que la Trinidad cristiana no es una triada en el sentido en el que
nosotros lo entendemos aquí.
30.- La letra ? (Psi) primera letra de la palabra
griega psikhê (alma), recuerda que es en los elementos síquicos del
individuo donde se produce la «regeneración» o «transmutación» bautismal. En
la nueva liturgia, los alientos en forma de Psi están suprimidos, al menos
en la edición del «Rituel français durable», Pierre Jounel, 1972.
31.- El símbolo del Sagrado Corazón es uno de los
más ricos en sentidos, a condición siempre de mirarlo desde el ángulo
tradicional y de apartar ciertas formas modernas de devoción.
32.- El rito de la «Pipa de la Paz» es
fundamental en los Indios. El humo que se desprende del fuego del sacrificio
o de la pipa sagrada es el símbolo de la omnipresencia divina y de la
irradiación de la gracia. El humo del incienso en el culto cristiano tiene
el mismo significado.
33.- En la edicione de las obras de San Juan de
la Cruz de donde nosotros extraemos este pasaje citado por el Padre Diego de
Jesús, la Lettre aux fréres du Mont-Dieu se atribuye todavía a San Bernardo.
Los trabajos de Dom Wilmart han aclarado definitivamente esta cuestión.
34.- En esta perspectiva el castigo aparece como
una «caída» en los estados periféricos del ser análogos a lo que son en la
tierra los estados animales. La parábola de las Bodas (Mt. XXII, 1,14) habla
precisamente de las «tinieblas exteriores» a donde uno es echado «atado de
pies y manos», es decir en un estado «pasivo».
35.- Extraído de la introducción de Frithjof
Schuon a la Historia de la Pipa sagrada de Hehaka Sapa (Alce Negro) editada
en Payot con el título, Les Rites Secrets des Indiens Sioux. (Ver Etudes
Traditionnelles de marzo de 1949).
Ver también Kurt Almqvist, Les Trois Cercles de
l' existence, en Etudes Traditionnelles de enero-febrero 1966. En su furia
de destrucción de la naturaleza, el hombre blanco se destruye él mismo. Tras
la exterminación de la raza india, el hombre blanco destruye los suelos por
la cultura intensiva, poluciona la atmósfera con los desechos radioactivos,
y hace la guerra con los medios más bárbaros que la humanidad haya conocido
jamás.