Siete riquísimas joyas de virtudes que ennoblecen y abrillantan el alma que ama a Dios.
REVELACIÓN 89

Ven, hija mía, dice santa Inés a santa Brígida, que te quiero poner una corona de siete piedras preciosas; y esta corona ha de ser de paciencia y sufrimiento en las tribulaciones que Dios manda.
La primera piedra preciosa que ha de tener, será de jaspe, y esta te la puso aquel que te dijo, con oprobio, que no sabía qué espíritu hablaba en ti, y que te fuera mejor hilar como las damás mujeres, que meterte a hablar de la Sagrada Escritura; y así como el jaspe dicen que se forma como agua al mirarlo, y da contento cuando se contempla, así Dios, con la tribulación alumbra el entendimiento para las cosas espirituales, da alegría para sufrir, y mortifica los movimientos desordenados. La segunda piedra es el zafiro, y esta puso en tu corona aquel que en tu presencia habló bien de ti, pero detrás murmuró; y así como el zafiro es de color de cielo y dice la gente que conserva la salud, del mismo modo la malicia de los hombres prueba al justo, para que se haga del todo celestial, y conserve la salud del alma para que no se ensoberbezca.

La tercera piedra es la esmeralda, y esta puso en tu corona el que dijo que habíais hablado lo que no te pasó ni por el pensamiento; y así como la esmeralda es por sí frágil, aunque hermosa y de color verde, de la misma manera se destruye pronto la mentira, pero dejando hermosa al alma con la remuneración de la paciencia. La cuarta piedra es la margarita, y esta puso en tu corona aquel que en tu presencia habló mal de aquel amigo de Dios, y de cuyo vituperio te afligiste más que si a tí misma se te dijera; y como la margarita es blanca y hermosa, y dicen que alivia las pasiones del corazón, igualmente la virtud del amor divino introduce a Dios en el alma, y refrena las pasiones de la ira y de la impaciencia. La quinta piedra es el topacio, y esta puso en tu corona el que te dijo cosas amargas, y tú, por el contrario, le respondiste con benevolencia; y como el topacio es de color de oro y dicen que conserva la castidad y la hermosura, así no hay cosa más hermosa ni mas grata a los ojos de Dios, que amar a los que nos ofenden y orar por nuestros perseguidores.

La sexta piedra es el diamante, y esta puso en tu corona el que te hirió, y no consentiste que lo afrentasen, antes lo sufriste con paciencia; y como el diamante es tan duro que nada lo raya, así agrada a Dios que por su amor olvide el hombre y menosprecie los daños corporales, y esté siempre pensando lo que Dios hizo por él. La séptima piedra es el carbunclo, y este puso en tu corona el que te dió la falsa noticia de haber muerto tu hijo Carlos, y tú lo sufriste con paciencia, diciendo que se hiciese en todo la voluntad de Dios; y como el carbunclo brilla en casa y es hermoso en el anillo, así el hombre que, cuando pierde lo que mucho ama, tiene paciencia, mueve a Dios a que le ame, luce a los ojos de los santos y gusta a la manera de una piedra preciosa.
Por tanto, hija mía, persevera con constancia, porque para realzar tu corona, son todavía necesarias algunas piedras; pues Abraham y Job se hicieron mejores y más conocidos con la prueba que sufrieron, y san Juan fué más santo con el testimonio de la verdad.