Has visto hoy, dijo santa Inés a santa Brígida, aquella señorona en el carruaje de su soberbia? Bien la vi contestó santa Brígida, y me pasmé de que la carne y la sangre, el polvo y el estiercol quiera ser ensalzado cabalmente con lo que debería humillarse. Porque ¿qué es semejante ostentación sino uno prodigalidad de los dones del Señor, una admiración del vulgo, una tribulación de los justos, una calamidad para los pobres, un provocar la ira de Dios, un olvido de sí mismo, el hacer más rigurosa la sentencia del juicio futuro, y la pérdida de las almas?
Alégrate, hija, le dice santa Inés, porque te has escapado de todo eso; y ahora voy a hablarte de una carroza, en la que podrás descansar tranquilamente. El carruaje, pues, en que debes sentarte, es la fortaleza y la paciencia en las tribulaciones; porque cuando el hombre principia a refrenar su carne y a entregar a Dios toda su voluntad, o inquieta el demonio al alma por la soberbia, levantando al hombre por sí y sobre sí mismo como si fuese semejante a Dios y a los varones justos, o la imprudencia y la indiscreción lo abaten, para que vuelva a sus malas costumbres, o le falten las fuerzas, o se haga inepto para trabajar en honra de Dios. Por tanto, es menester una paciencia discreta, a fin de que ni retroceda impaciente, ni persevere con indiscreción, sino que se conforme con las fuerzas y con las circunstancias.
La primera rueda de esta carroza es una perfecta voluntad de dejarlo todo por Dios, y no desear nada sino a Dios. Pues hay muchos que dejan las cosas temporales con el fin de no tener que sobrellevar desgracias, y no obstante, no les falta nada para su regalo y placer. La rueda de estos no es muy manejable ni movible; y cuando llega la pobreza desean la abundancia, cuando se hace sentir la adversidad buscan las prosperidades, cuando los tienta el abatimiento se quejan de la Providencia y ansían las honras, y cuando se les manda algo contra su gusto buscan sus propia voluntad. Pero solamente será grata a Dios aquella voluntad que sólo desea lo que Dios quiere, ora sea próspero, ora adverso.
La segunda rueda es una humildad con la que se tenga el hombre por indigno de todo bien, trayendo continuamente a la memoria todos sus pecados, y se juzgue reo en presencia de Dios.
La tercera rueda es amar a Dios con prudencia. Lo cual lo hace el que mirándose a sí mismo aborrece sus vicios, se contrista de los pecados de sus prójimos y parientes, pero se alegra de su bien espiritual y de que adelanten para con Dios; el que no desea que su amigo viva para provecho y comodidad suya, sino para que sirva a Dios, y teme su prosperidad mundana, no sea que ofenda a Dios. Tal es el amor prudente, aborrecer los vicios, amar las virtudes, no fomentar honras ni vanidades, y querer más a los más fervorosos en el amor de Dios.
La cuarta rueda es el discreto refrenar y mortificar la carne. Así, pues, todo el que viviendo en el mundo, piense de esta manera: La carne me lleva tras sí desordenadamente. Si viviere según ella, sé positivamente que se enoja conmigo el que la crió, el cual puede afligirme y mandarme enfermedades, el que ha de disponer de mi vida y me juzgará. Así, pues, quiero de buena voluntad refrenar mi carne y vivir de una manera muy morigerada para honra de Dios. Todo el que así piense y pida auxilio a Dios, su rueda será aceptable al Señor.
Y si es religioso y dice: La carne me inclina a los placeres, y para ello tengo ocasión, tiempo, recursos y buena edad; pero con la ayuda de Dios no he de pecar, ni por un gusto momentáneo he de faltar a mi santa profesión, pues prometí a Dios grandes cosas. Pobre nací, y pobre he de salir de este mundo, y he de dar cuenta de todas mis acciones. Por esta razón quiero abstenerme de pecar, para no ofender a Dios, ni escandalizar a mi prójimo ni hacerme perjuro. Esta abstinencia es digna de gran premio.
Y si el que está con riquezas, en dignidades y en regalos, dice consigo mismo: A mí todo me sobra, y el pobre está necesitado, y no obstante, un mismo Dios es el suyo y el mío. ¿Qué merecí yo, o qué desmereció él? ¿Qué es la carne sino manjar de gusanos? ¿Qué son tantas delicias sino desazones, causa de enfermedades, pérdida de tiempo y ocasión de pecado? Bueno será refrenar mi carne, para que los gusanos no se diviertan tanto con ella, para no sufrir mayor castigo ni perder inútilmente el tiempo de la penitencia, y si la carne, por estar mal enseñada, no pudiere pasar con lo que un pobre, le iré quitando poco a poco algunos regalos y delicadezas, que bien se puede pasar sin ellas, y así no tendrá necesidades superfluas. Todo el que de este modo piensa, y lo pone en práctica cuanto le es posible, puede llamarse mártir y confesor; porque es un género de martirio tener regalos y no disfrutarlos, estar en honras y desecharlas, ser grande para con los hombres y no apreciarse en nada a sí mismo. Esta rueda, pues agrada mucho a Dios.
Te he pintado, hija mía, la carroza que ha de ser guiada por tú angel, con tal que sometas tu cuello a su freno y yugo, esto es, que separes tu corazón y tus sentidos de las chocarrerías y cosas vanas.
También quiero pintarte la carroza en que iba aquella señorona. La caja del carruaje es una continua impaciencia contra Dios, contra el prójimo y contra sí misma. Contra Dios, juzgando sus ocultos juicios, porque ella no prospera según sus deseos: contra el prójimo, porque no se apodera de todos sus bienes; y contra sí misma, porque con impaciencia manifiesta los secretos de su corazón.
La primera rueda de esta carroza es la soberbia; porque se prefiere a los demás y los juzga; desprecia a los humildes y ambiciona las honras.
La segunda rueda es la desobediencia a los mandamientos de Dios, la cual mueve su corazón a excusar su flaqueza, a disminuir su culpa, y a defender su presunción y malicia.
La tercera rueda es la codicia de las cosas del mundo, la cual la hace gastar pródigamente en sus vanidades, la ocasiona el abandono y olvido de sí misma y del porvenir, la angustia del corazón y la frialdad para el amor de Dios.
La cuarta rueda es su amor propio, por el cual echa de sí el temor y reverencia de su Dios, y el acordarse de su muerte y de la cuenta que tiene que dar.
Guía esta carroza el mismo demonio, el cual para todo lo que inspira en el corazón, halla a esta mujer osada y alegre. Los dos caballos que tiran de esta carroza, son la esperanza de larga vida, y el deseo y propósito de pecar hasta la muerte. El freno que llevan es la vergüenza de confesar los pecados; la cual juntamente con la esperanza de larga vida y su mal propósito de continuar pecando, la despeñan y la sacan del buen camino, y cargan su alma con culpas de tal modo, que no aprovechan con ella miedos, ni sonrojos, ni amonestaciones, para que salga del pecado; y así, cuando pensare que está más segura, se hallará en el infierno, si no obedece y se humilla a la gracia de Dios.
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