Oh Virgen María, aunque soy indigna y pecadora, me atrevo a llamarte y pedir que me ayudes, y te suplico ruegues por la insigne ciudad de Roma, pues veo muchas iglesias, en las cuales hay huesos y reliquias de santos; y porque he oído, según ciertos documentos, que para cada día del año tiene Roma siete mil mártires. Y así, aunque sus almas no tienen menor gloria por la poca estima que hay de sus reliquias, te suplico no obstante, que tus santos y sus reliquias sean más veneradas en la tierra, y de esta suerte, se despierte la devoción del pueblo.
Si tomaras cien pies de ancho y otros tantos de largo, dijo nuestra Señora, y lo sembraras de trigo tan espesamente, que no hubiese distancia de un grano a otro, sino que estuviesen tan unidos como las articulaciones de los dedos, y cada grano diera ciento por uno, aún habría más mártires y confesores en Roma desde que san Pedro entró con humildad en ella, hasta que Celestino salió de ella por evitar la soberbia, y volvió a su vida solitaria.
Todos los mártires y confesores de que te estoy hablando, predicaban la fe contra la incredulidad, y la humildad contra la soberbia, y murieron por la verdad de la fe, o estaban dispuestos voluntariamente a morir. Pues san Pedro y otros muchos, eran tan fervorosos y ardientes en predicar la verdad, que si hubiesen podido morir por cada hombre, de buena gana lo habrían hecho. Temieron, sin embargo, que los arrebatasen de la compañía de aquellos a quienes animaban con palabras de consuelo, y de la predicación evengélica, porque deseaban más la salvación de éstos que su propia vida y honra. Fueron también cautos, y por consiguiente, se ocultaron en las persecuciones, por ganar y recoger muchas almas.
Y aunque en el período desde san Pedro hasta Celestino no todos fueron buenos ni todos malos, quiero poner los tres grados de cristianos que tú hoy pusiste: unos buenos, otros mejores y otros excelentes. Los buenos son aquellos que decían así: Creemos todo lo que manda la santa Iglesia; no queremos engañar a nadie, sino antes bien restituir lo ajeno, y deseamos servir a Dios de todo corazón. Por este estilo hubo varios en tiempo del primer fundador de Roma, los cuales según su fe, decían: Sabemos y entendemos por las criaturas, que hay un Dios creador de todas las cosas, y a él queremos amar sobre todas ellas. Otros muchos decían: Sabemos por los hebreos, que Dios se les mostró con milagros manifiestos; y así, si supiéramos lo que deberíamos hacer, lo haríamos de buena gana. Todos estos estuvieron en el primer grado.
Cuando fué voluntad de Dios, vino san Pedro a Roma, el cual levantó a unos y los puso en primer grado, a otros en el segundo y a otros en el tercero. Los que recibieron la verdadera fe y en sus matrimonios y costumbres perseveraron, según la disposición de san Pedro, estos estuvieron en el primer grado. Los que dejaron sus haciendas por el amor de Dios, y con obras y palabras enseñaron y fueron dechado para que otros hiciesen lo mismo, y amaron a Jesucristo sobre todas las cosas, estos estuvieron en el segundo grado. Mas los que dieron su vida por Dios, estos estuvieron en el tercero y excelentísimo grado.
Habló después la Santa, diciendo: Vi otra vez muchos jardines con muchas rosas y lirios. En cierto lugar espacioso de la tierra vi luego un campo de cien pies de largo y otros tantos de ancho, y a la distancia de cada pie había sembrados siete granos de trigo, y cada grano daba el céntuplo de fruto.
Y apareciéndose al punto el Hijo de Dios, le dice a la esposa: Voy a explicarte lo que has visto. La tierra que viste, significa todo paraje donde ahora existe la fe cristiana. Los jardines significan los lugares donde los santos de Dios recibieron sus coronas, aunque entre los paganos, en Jerusalén y en otros puntos murieron muchos escogidos de Dios, cuyos lugares no se te han manifestado todavía. El campo de cien pies de largo y otros tantos de ancho, significa Roma, pues si todos los jardines del mundo estuviesen reunidos en Roma, sería esta ciudad igualmente grande en mártires, porque es el lugar escogido para amar a Dios. Los granos de trigo que viste sembrados a un pie de distancia, significan a los que entraron en el cielo por la maceración de la carne, por la contrición y por la inocencia de la vida. Las rosas significan los mártires enrojecidos con el derramamiento de su sangre en diversos lugares. Los lirios son los confesores que con palabras y obras predicaron y confirmaron la fe santa.
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