Señor mío Jesucristo, ruégote que tu santa fe se dilate entre los infieles, los buenos se enciendan más en tu amor, y los malos se mejoren. Te acongojas, le dice Jesucristo, de que a Dios se le dé poca honra, y deseas con todo tu corazón que todos honren a Dios; y así te voy a poner un ejemplo, para que entiendas cómo Dios es honrado hasta por la malicia de los malos, aunque no por virtud ni voluntad de ellos.
Había una doncella prudente y hermosa, rica y de buenas costumbres, que tenía nueve hermanos, y cada uno la amaba como a su alma, de tal manera, que el corazón de cada cual de ellos parecía estar en la hermana. En el mismo reino donde estaba esta doncella, había una ley que mandaba que el que honrase fuese honrado; el que hurtase fuese robado, y el que violase fuese decapitado. El rey tenía tres hijos. El príncipe y mayorazgo amaba a esta doncella, y la presentó calzado dorado y cinturón de oro; púsole un anillo en la mano y una corona en la cabeza. El segundo hijo del rey se aficionó a la doncella y la robó. El tercer hijo procuró pervertirla y desacreditarla.
Prendieron los nueve hermanos de la doncella a los tres hijos del rey, y los entregaron a su padre, diciéndole: Tus hijos se han aficionado a nuestra hermana. El primera la honró y la amó de todo corazón; el segundo la robó, y el tercero de buena gana hubiese dado su vida por perderla. Y los hemos prendido cuando tenían resolución y perfecta voluntad de hacer lo que hemos dicho.
Oyendo esto el rey, contestó: Todos son hijos míos y los amo igualmente, mas no por eso puedo ni quiero obrar contra justicia, y pienso juzgar a mis hijos como si fueran extraños. Así, pues, tú, hijo mío, que honraste la doncella, ven y serás honrado y coronado con mi corona. Tú, hijo, que quisiste ser señor de la doncella y la robaste, estarás en la cárcel hasta que hayas restituido todo el daño, y uso contigo de misericordia, porque me han dicho que, arrepentido de tu hecho, quisiste restituir debidamente, pero no tuviste lugar, porque te cogieron y te presentaron a juicio; por tanto, estarás en la cárcel hasta que pagues el último cuadrante. Y tú, hijo, que procuraste con todas tus fuerzas quitar su honra a la doncella, y no te has arrepentido de ello, se te darán tantos tormentos y penas, cuantas fueron las trazas que empleaste para deshonrarla.
Respondieron todos los hermanos de la doncella: Todos os alaben por vuestra justicia; porque si no hubiera en vos mucha virtud, y en vuestra virtud mucha igualdad, y en vuestra igualdad mucho amor, nunca hubiérais sentenciado de tal modo.
Esta doncella significa la Iglesia, de excelente disposición en la fe, muy hermosa con los siete sacramentos, bien morigerada con las virtudes, y amorosa con su buen fruto porque enseña el verdadero camino para la eternidad. Esta santa Iglesia tiene tres hijos, en los cuales se comprenden muchos. El primer hijo son los que aman a Dios de todo corazón; el segundo son los que aman las cosas temporales para honrarse con ellas; el tercero son los que anteponen su voluntad a la de Dios. La virginidad de la Iglesia son las almas de los hombres creadas por el solo poder de la Divinidad.
El primer hijo presenta calzado de oro, cuando tiene dolor de sus pecados y negligencias. Presenta vestidos, cuando guarda los preceptos de la ley, y observa en cuanto puede los consejos evangélicos. Se ajusta el cíngulo, cuando propone firmemente perseverar en la castidad y continencia. Se pone un anillo, cuando cree firmemente lo que manda la santa Iglesia católica, a saber, el juicio final y la vida eterna: la piedra de este anillo es la esperanza; con la cual confía justamente que no hay pecado alguno por abominable que sea, que no se perdone con la penitencia y propósito de la enmienda. Ciñe sus sienes con una corona, cuando tiene verdadero amor de Dios; y como en la corona hay diferentes piedras, así también en el amor de Dios hay diferentes virtudes. La cabeza del alma o de la Iglesia es mi cuerpo, y todo el que lo honra, con razón es llamado hijo de Dios.
Por consiguiente, todo el que como se ha dicho, ama la santa Iglesia, y su alma, tiene en ella nueve hermanos, que son los nueve coros de ángeles, porque será participante y compañero de ellos en la vida eterna. Y estos mismos ángeles tienen a la santa Iglesia un amor tan grande, como si estuviese en el corazón de cada uno; porque no has de entender, hija, que la Iglesia santa las piedras ni las paredes, sino las almas de los justos; y por esta razón los ángeles se alegran de la honra y provecho de ellas, como del suyo propio.
El segundo hijo, o hermano, significa los que menospreciando las disposiciones de la santa Iglesia, viven en pos de las honras del mundo y del regalo de su carne, y dejan la hermosura de la virtud por seguir su voluntad; pero al final de sus días caen en la cuenta y hacen penitencia de sus pecados. A estos se les da por cárcel el purgatorio, hasta que por los sufragios y oraciones de la Iglesia, paguen y se vayan a gozar de Dios.
El tercer hijo, significa aquellos, que sirviendo de escándalo a su alma, no se cuidan si han de perecer eternamente, con tal que puedan satisfacer sus pasiones. Contra estos piden justicia los nueve coros de ángeles, porque menospreciaron convertirse y dolerse de sus pecados. Así, pues, cuando Dios hace justicia, lo alaban los ángeles por su inflexible equidad, y cuando se ensalza la honra de Dios, se alegran de la virtud del Señor, porque para su honra se vale también de la malicia de los malos.
Por consiguiente, hija, cuando vieres a los pecadores, compadécelos, pero alégrate de la honra eterna de Dios, pues el Señor, que nada malo quiere, porque es el Creador de todas las cosas y el único bueno por sí, permite no obstante como justísimo Juez, que acontezcan muchas cosas, con las cuales es honrado, así en el cielo como en la tierra por su infinita equidad y bondad oculta.
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