Gran poder y sapientísima sabiduría de la Divinidad. Todo lo transitorio es como una sombra. Caída del primer ángel. Poder que el hombre tiene en Jesucristo para ocupar su silla.
REVELACIÓN 8

El Hijo de Dios decía a su esposa: ¿Crees firmemente que lo que el sacerdote tiene en las manos es el cuerpo de Dios? Y respondió santa Brígida: Creo firmemente, Señor, que como el Verbo enviado a la Virgen María fué hecho carne y sangre en sus entrañas, así esto que ahora veo en las manos del sacerdote, creo que es el verdadero Dios y verdadero hombre. Yo, que estoy hablando contigo, dijo el Señor, soy el mismo que permanezco eternamente en la divinidad, y me hice hombre en las entrañas de la Virgen, sin perder mi divinidad.

Con razón mi Divinidad debe llamarse virtud, porque contiene dos cosas: omnipotencia infinita, de la cual dimana todo poder; y sabiduría infinita, de la cual procede toda sabiduría. Mi divinidad ordenó con sabiduría y discreción todas las cosas que tienen ser. El más pequeño punto del cielo está en mi Divinidad, colocado por ella en el lugar que tiene, y previsto desde la eternidad; hasta el más pequeño átomo de la tierra y la más chica centella del infierno, todo está dispuesto sin exceder ni salir un punto del orden establecido por mi Divinidad, ni hay cosa que se le oculte ni esconda. ¿Te admiras acaso, por qué dije un punto en el cielo? Pues como el punto es la perfección de la palabra glosada, así el Verbo de Dios es la perfeccion de todas las cosas, y está instituído en honor de todos. ¿Por qué dije un átomo en la tierra, sino porque son transitorias todas las cosas terrenales? Pues estas, por pequeñas que sean, están sujetas a la disposición y providencia de Dios. ¿Por qué dije una centella en el infierno, sino porque en el infierno nada hay sino envidia? Pues como la centella dimana del fuego, así también de los espíritus inmundos dimana toda malicia y envidia, de modo que ellos y sus fautores siempre tienen envidia, y nunca el amor de Dios. Luego porque en Dios hay perfecta sabiduría y poder, se halla todo dispuesto de tal manera, que nada prevalece al poder de Dios, ni nada puede decirse que se ha hecho sin razón, antes todo está dispuesto con orden y según a cada cosa convenía.

La Divinidad, que verdaderamente puede llamarse virtud, mostró su mayor virtud en la creación de los ángeles; porque los creó para que les diesen honra, recibiesen gozo y deleite, y tuvieran amor de Dios y obediencia: amor, para no amar sino a Dios; y obediencia, con la cual obedeciesen en todo a Dios. Faltando a estas dos cosas, movieron mal su voluntad algunos ángeles, y la encaminaron directamente contra Dios, de modo que les era odiosa la virtud, y por consiguiente, querían lo que era contrario a Dios, y cayeron a causa de este modo de querer desordenado; no porque la Divinidad hubiese ocasionado su caída, sino porque ellos la provocaron con su mal entendimiento.

Viendo Dios la diminución en su ejército celestial a causa del vicio de ellos mismos, puso otra vez en acción su virtud, y crió al hombre con cuerpo y alma, dándole dos bienes, a saber: libertad para hacer lo bueno, y para evitar lo malo, porque no debiendo criarse más ángeles, fué justo que el hombre tuviese libertad de subir, siquiera, a la dignidad de los ángeles. Al alma del hombre le dió también Dios dos bienes; dióle razón para distinguir las cosas contrarias unas de otras, y las cosas mejores de las buenísimas; y en segundo lugar, dióle fortaleza para permanecer en el bien.

Mas al ver el demonio el gran amor de Dios para con el hombre, abrasado de envidia, dijo para sí de esta manera: Dios ha hecho una cosa nueva, que es el hombre, el cual puede subír a nuestro puesto, y ganar luchando lo que hemos perdido por nuestra desobediencia: si pudiéramos seducirlo y engañarlo, abandonaría la lucha, y entonces no subiría a tan alta dignidad. Meditada después la manera de la seducción, engañaron los demonios con su malicia al primer hombre, y de justicia prevalecieron en él con permiso mío. Pero ¿cómo o cuándo fué vencido el primer hombre? Cuando abandonó la virtud é hizo lo que le estaba prohibido; cuando le agradaba más la promesa de la serpiente, que obedecerme a mí.
Por esta desobediencia no debía Adán ir al cielo, porque menospreció a su Dios, ni tampoco al infierno, porque con el auxilio de mi gracia su alma reflexionó al punto lo que hizo, y tuvo contrición de su pecado. Así, pues, viendo Dios con su infinita virtud la miseria del hombre, le dispuso como una prisión y lugar de cautiverio, para que en él conociese su flaqueza y pagara su desobediencia, hasta que mereciese subir a la dignidad que había perdido. Viendo esto otra vez el demonio, quiso matar por ingratitud el alma del hombre, é introduciéndole su maldad en el alma, le obscureció de tal suerte el entendimiento, que el hombre no tuvo amor ni temor de Dios. Olvidábase de la justicia de Dios, menospreciaba su juicio y no lo temía; echaba en olvido la bondad de Dios y sus dones, y no la amaba; y obscurecida de este modo la conciencia, vivía miserablemente y vino a parar a mayor miseria.

Mas con todo esto no les faltó la virtud de Dios a los hombres, sino que les dió muestras de misericordia y de justicia: de misericordia, cuando manifestó a los hombres, esto es, a Adán y a otros buenos, que en el tiempo prefijado recibirían auxilio, con lo cual se estimulaban en el fervor y en el amor de Dios; y dióles muestras de justicia con el diluvio en tiempo de Noé, con el cual se infundía en los corazones el temor de Dios.
Mas no cesó aún el demonio de inquietar al hombre, sino que le persuadió para que cometiera dos graves pecados. Primeramente, le infundió la perfidia, y en segundo lugar, la desesperación: la perfidia, para que no creyese las palabras de Dios, y atribuyera sus maravillas a la casualidad; la desesperación, para que no tuviese esperanza de salvarse y de conseguir la gloria perdida. Contra estos dos males puso otros dos remedios la infinita virtud de Dios. Contra la desesperación dió la esperanza, poniéndole el nombre de Abraham, y prometiéndole que nacería de su linaje el que volvería a poner en posesión de la herencia perdida a él y a los que le siguiesen; y además envió profetas, a los cuales mostró la manera de la Redención, y los lugares y tiempo de su Pasión. Contra el segundo mal, que es la perfidia, habló Dios a Moisés, y le manifestó su ley y voluntad, confirmando sus palabras con señales y milagros.

A pesar de todo esto, no desistió todavia la malicia del diablo, y seduciendo siempre al hombre a cosas peores, le infundió en su corazón otras dos maldades: primero, pensar que la ley era insufrible en demasía, y que se molestaba en observarla; y en segundo lugar, que parecía increible y sumamente difícil de creer que Dios quisiera padecer y morir por el hombre. Contra esto halló Dios dos remedios: primero, para que no les pareciese tan dura é intolerable la ley, envió a su Hijo, que hecho hombre en las entrañas de la Virgen, cumpliese toda la ley y la mitigase; y en segundo lugar, cumplió su palabra y mostró Dios su mayor virtud, muriendo el Creador por la criatura, el Justo por los impíos, y siendo inocente, padeció tribulaciones hasta el último extremo, según lo habían anunciado los profetas.
No bastó esto para que la maldad del demonio dejase al hombre, sino que le persuadió con dos engaños. Primero, le infundió en su corazon que tuviese mis palabras por cosa de burla; y segundo, que se olvidase de mis obras. Contra estos dos males principío la virtud de Dios a manifestar otros dos remedios. Pues a fin de volver por la honra de mis palabras y para que fuesen imitadas mis obras, difundió su Espíritu, y por él, mostró en la tierra su voluntad a sus amigos, especialmente por dos cosas; primera, para que se manifestase la misericordia de Dios, y los hombres aprendiesen a traer en la memoria el amor y la Pasión de Dios; y en segundo lugar, para que se viese la justicia de Dios y se temiese la severidad de mi juicio.

Así, pues, ya que ha llegado el tiempo de mi misericordia, predíquela ese mi siervo, de quien te hablé, para que los hombres aprendan a buscar mi misericordia, y a huir de mi justicia. También le dirás, que aunque mis palabras se han escrito, deben con todo anunciarse antes, y ponerse así en práctica, como podrás entender por este ejemplo. Cuando Moisés hubo de recibir la ley, estaba dispuesta la vara y alisadas las tablas; pero no hizo milagros con la vara hasta que fué necesario. Mas llegando el debido tiempo, mostráronse los milagros, y mis palabras fueron declaradas con obras. Lo mismo aconteció a la venida de la ley nueva. Primeramente crecía mi cuerpo, y adelantaba hasta la edad debida, y después se oían mis palabras; y tuvieron éstas su fuerza y vigor, cuando llegaron las obras; y tuvieron su entero cumplimiento, cuando por mi Pasión completé todas las cosas que estaban anunciadas de mí. Así también sucede ahora, pues aunque estén escritas las palabras de mi amor y deban divulgarse por el mundo, no podrán tener fuerza, hasta que salgan debidamente a luz.