Yo soy Reina y Señora del cielo. Ama a mi Hijo, porque es honestísimo, y si lo
tuvieres a él, tendrás cuanta honestidad puedas desear. Es digno de ser amado y
deseado, y cuando a él lo tuvieses, tendrás todo lo bueno y amable. Amalo porque
es virtuosísimo, y si lo tuvieses a él, tendrás todas las virtudes. Yo te quiero
decir cuán dulcemente amó mi cuerpo y mi alma, y cuánto honró mi nombre. Mi
querido hijo primero me amó a mí, que yo le amase a él, porque él es mi Creador.
El hizo que el matrimonio de mis padres fuese tan casto, que por entonces no
hubo ninguno que le igualase; y cuando el ángel les anunció que habían de
engendrar una Virgen, de la cual había de nacer la salud del mundo, más
quisieran morir, que permitir en sí movimiento alguno carnal; porque todo placer
sensual estaba muerto en ellos.
Después de habarse formado mi cuerpo en el vientre de mi madre, infundió Dios en él el alma creada por su Divinidad, y en el mismo momento fué santificada juntamente con el cuerpo, y los ángeles la velaban y guardaban día y noche. Cuando fué santificada mi alma y unida al cuerpo, recibió mi madre tal gozo y alegría, que es imposible decirlo.
Después, acabado el curso de mi vida, mi Hijo recibió primeramente mi alma, que era la señora del cuerpo, y la ensalzó más que
a todas las criaturas, colocándola junto a su Divinidad, y después sublimó mi cuerpo, de tal manera, que no existe cuerpo alguno tan cercano
a Dios como lo está el mio. Ahí tienes cuánto mi querido Hijo amó mi alma y mi cuerpo. Mas hay algunos que con maligno espíritu niegan mi asunción en cuerpo y alma
a los cielos; otros lo dicen porque no saben más. Pero la verdad ciertísima es que mi cuerpo y mi alma fueron llevados hasta el trono de la Divinidad.
Y para que sepas cuánto mi Hijo honró mi nombre, que es María, como se dice en el Evangelio, atiende
a lo que te digo.
Cuando los ángeles oyen este mi nombre de María, se alegran y dan gracias a Dios, que en mí y por mí obró tal maravilla, como es ver la humanidad de mi Hijo glorificada con su Divinidad. Los que están en el purgatorio, reciben tanto gozo, refrigerio y alegría con mi nombre, como suele recibir un enfermo, cuando le dan buenas esperanzas de su salud, y le dicen cosas que lo alegren y animen. Los ángeles buenos al oir mi nombre se aproximan más
a los justos, cuyos ayos y custodios son, y se alegran de su aprovechamiento espiritual, porque todos los hombres tienen su ángel bueno que le guarda, y otro malo para que lo pruebe y ejercite. Y no por hacer este oficio los ángeles buenos se apartan de Dios, sino que están constantemente en su presencia, y con todo eso inflaman
e incitan las almas para obrar el bien. Todos los demonios temen mi nombre, y al oirlo dejan al alma, aunque la tengan en sus uñas, del mismo modo que el ave de rapiña que cebada en su presa, con pico y uñas la deshace, al oir algún ruido la deja y huye, y pasado el ruido se vuelve
a su presa; así los demonios, espantados con el sonido de mi nombre dejan el alma que oprimen; mas si no se enmienda, luego se vuelven
a ella como una velocísima saeta. Tampoco existe persona alguna, por fría que esté en el amor de Dios,
a menos que sea condenado, que si invocare mi nombre con intención de no volver
a caer en los pecados pasados, no se aparte luego el diablo de ella y nunca más vuelva,
si no tornare a consentir en pecado mortal: y si bien es verdad, que algunas veces se le da lugar
a que lo inquiete, no es para que lo posea, sino para mayor gloria del hombre.
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