Yo soy el Creador de todas las cosas, el Rey de la gloria y Señor de los ángeles, que hice en forma de un hermoso y noble escuadrón
o ejército, y en cuya gloria puse también
a mis escogidos. Mis enemigos han minado mi campo, y de tal manera han prevalecido contra mis amigos, que me los han arrojado y puesto en un
callejón sin salida: les quiebran los dientes a pedradas y los matan de hambre, y a su capitán y Señor, que soy Yo, lo persiguen. Mis queridos gimen y piden ayuda, mi justicia pide venganza, pero mi misericordia invoca el perdón. Y vuelto Jesucristo
a su celestial ejército, que estaba presente, les dice: ¿Qué os parece a vosotros que se haga con esos que minaron mi campo? Y respondieron todos
a una voz: Señor, en Vos está la justicia en su punto; todas las cosas vemos en ti: tú eres sin principio ni fin, Hijo del verdadero Dios;
a ti está encomendado el derecho de juzgar a todos; tu eres juez de ellos; hágase según tu voluntad. Y respondióles Jesucristo: Aunque es verdad que todas las cosas veis y sabéis en Mí, sin embargo, quiero que por amor
a esta mi Esposa deis vuestra sentencia justa.
Y dijeron: Señor, esta es nuestra sentencia y paracer; que los que minaron los muros de vuestro ejército, sean castigados como ladrones; y los que perseveraren en su malicia, sean castigados como salteadores; que libertéis
a los cautivos y deis de comer a los hambrientos.
Y la Virgen María, Madre de Dios, que hasta entonces había callado, dijo: Señor mío é Hijo carísimo, que estuviste
como Dios y hombre verdadero en mis entrañas, y siendo yo un vaso de tierra me santificaste, yo te suplico que no se ejecute por ahora esa sentencia, sino que tengas misericordia de tus enemigos, siquiera por esta sola vez. Respondió Jesucristo
a su Madre: Bendita sea tal palabra que de tu boca ha salido: ella, como un olor muy suave, ha subido
a la presencia de mi Divinidad. Tú eres, Madre mía, la alegría de los ángeles y de los hombres, y su Señora y Reina, y con tu palabra has consolado mi Divinidad y alegrado
a los santos. Por tanto, y porque desde tu niñez conformaste tu voluntad con la mía, hágase lo que pides.
Y vuelto Jesucristo a su escuadrón, les dijo:
Porque habéis peleado varonilmente y por vuestro amor, quiero usar de mansedumbre. Reedificaré el muro, y
a los maltratados y afligidos los libraré, y por las injurias que han recibido, los honraré cien veces más, y
a los que han hecho este daño en mi ejército, si pidiesen misericordia, usaré con ellos de ella, y haré paces con ellos; pero los que menospreciasen
este partido, sentirán el rigor de mi justicia.
Después dijo a Brígida: Yo te he escogido por mi esposa y te tengo dentro de mi alma; oyes mis palabras y las de mis santos, que aunque ven en Mí todas las cosas, con todo eso hablan para que tú lo entiendas, porque tú estás en esa vida mortal, y así no puedes ver en mí lo que ven estas almas bienaventuradas. Pero atiende
a la significación de lo que has oído.
Aquel noble ejército real que viste, es la santa Iglesia que edifiqué con mi sangre y con la de mis santos, y con mucha caridad junté y puse en ella
a mis escogidos y amigos.
El fundamento de esta Iglesia es creer que soy justo juez y misericordioso; pero este fundamento le han derribado y han aportillado el muro, porque todos dicen que soy misericordioso, y casi ninguno cree que soy juez que juzgo justamente. Me tienen por mal juez, como lo sería el que de misericordia soltase y diese por libres
a los culpados, para que afligiesen más a los inocentes. Pero se engañan, porque aunque misericordioso soy justo juez, de tal manera, que ni aun el más mínimo pecado dejaré sin castigo, ni el más pequeño bien sin remuneración. Por esta mina y portillo que hicieron en el muro, han entrado en la Iglesia todos aquellos que sin temor alguno me ofenden, y con esto afirman que no soy juez justo; y de tal manera maltratan
a mis amigos, que los sujetan en cepos como si fueran malhechores. Para mis amigos no hay día bueno, ni consuelo alguno; todo es afligirlos como si fueran unos malvados. Si hablan la verdad que de mí han aprendido, se la reprueban y les dicen que son engañadores y mentiroses; desean hablar y oir lo que es justo y recto, pero, ni hay quien se lo oiga ni quien se lo diga. Y lo peor es, que siendo Yo el Señor absoluto y Creador de todas las cosas, soy blasfemado, pues dicen los malos: No sabemos si hay Dios, y aunque lo haya, nada nos importa. Echan por los suelos mi bandera, y la pisan diciendo:
¿Por qué padecío Jesucristo muerte? ¿Que nos aprovecha a nosotros? Haga lo que nosotros queremos, que eso nos basta, y no queremos su reino: téngaselo y gócelo él. Deseo hallar entrada en el alma de estos tales, y ellos dicen: Antes moriremos que dejemos de hacer nuestra voluntad.
Ves aquí, querida esposa, cuáles son los pecadores. Yo los hice con sola una palabra, y con sola otra pudiera destruir tanto
a ellos como a su soberbia. Pero por los ruegos de mi Madre y de todos los santos, los consiento y sufro y los quiero convidar con la paz. Si la admitiesen, los perdonaré; y si no, los castigaré con rigor en presencia de los ángeles y de los hombres, como
a ladrones públicos, y todos dirán que es justo el castigo que se les da. Y como
a los ahorcados, que después de muertos y hechos cuartos los ponen por los caminos y vienen los cuervos y los pican y comen, así estos serán comidos de los demonios, mas nunca serán consumidos. Y como los que están metidos de pies en un cepo no hallan allí descanso ni sosiego, así estarán ellos cercados de dolor y de congoja. Un río de fuego entrará por su boca, y aun quedará en ellos vacío para nuevos y mayores castigos cada día. Pero mis queridos y amigos serán salvos y se consolarán con las palabras que salen de mis labios, y verán mi justicia y misericordia. Los armaré con el arnés fuerte de mi amor y caridad, y de tal manera quedarán vigorosos, que postrarán en el suelo
a los blasfemos y malos, como si fueran un poco de estiercol, y quedarán estos corridos y avergonzados, experimentando mi justicia, porque abusaron de mi paciencia.
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