Bendito sea tu nombre, decía a su hijo la Madre de Dios, bendito sea tu nombre, Hijo mío Jesucristo. Sea honrada tu humanidad sobre todas las cosas que fueron creadas; glorificada sea sobre todo lo bueno tu divinidad, que con tu humanidad es un solo Dios. Tú eres, Madre mía, respondió el Hijo, semejante a la flor que nació en un valle, rodeado de cinco elevados montes. Creció esta flor de tres raíces y un tronco derecho y sin nudos, y tenía cinco hojas de fragrante olor. Pero el valle creció también a la par de su flor sobre aquellos cinco montes, y extendiéronse las hojas de la flor sobre toda la altura del cielo y sobre todos los coros de los ángeles. Tú, querida Madre mía, tú eres ese valle a causa de la humildad que más que todos tuviste, la cual sobrepujó a los cinco montes. El primer monte fué Moisés, a causa de su poderío, porque según la ley tuvo sobre mi pueblo tal potestad, como si lo tuviera encerrado en un puño; pero tú encerraste en tu vientre al Señor de todas las leyes, por lo que eres más alta que ese monte. El segundo fué Elías, varón de tan gran santidad, que en cuerpo y alma fué conducido a un lugar santo; pero tú, queridísima Madre mía, tienes colocada tu alma sobre todos los coros de los ángeles cerca del trono de Dios, y juntamente está con ella tu purísimo cuerpo; por lo que eres más alta que Elías.
El tercer monte fué la fortaleza de Sansón, que la tuvo superior a todos los hombres, a pesar de que el diablo lo en gaño con su falacia; pero tú venciste al diablo con tu fortaleza, y por tanto, eres más fuerte que Sansón. El cuarto monte era David, que fué un varón según mi corazón y voluntad, y con todo pecó; pero tú Madre mía, seguiste en todo mi voluntad y nunca pecaste; por tanto, eres más fiel que David. El quinto monte fué Salomón, lleno de sabiduría, y con todo fué engañado; pero tú Madre mía, fuiste llena de toda sabiduría, sin ser jamás ignorante ni engañada; por tanto eres más alta que Salomón. Esta flor salió de tres raíces, porque desde tu niñez tuviste tres cosas: obediencia, caridad é inteligencia de las cosas de Dios. De estas tres raíces creció un tronco muy derecho sin nudo alguno, esto es, tu voluntad que nunca se doblegaba sino a lo que yo quería.
Esta flor tuvo también cinco hojas, que crecieron sobre todos los coros de los ángeles. Tú, Madre mía, eres verdaderamente la flor formada por estas cinco hojas. La primera es tu honestidad, en tal grado, que mis ángeles, que son honestísimos delante de mí, considerando tu honestidad, vieron que era superior a la de ellos, y más eminente que su santidad y honestidad; por tanto, eres más alta que los ángeles. La segunda hoja es tu misericordia, que fué tanta, que viendo las miserias de todas las almas, te compadecías de ellas, y padeciste en mi muerte una pena grandísima. Los ángeles están llenos de misericordia, aunque nunca padecen dolor; pero tú, piadosísima Madre, te compadeciste de los miserables, cuando sentías toda la amargura de mi muerte, y por ser tan misericordiosa quisiste más padecer el dolor, que librarte de él; por tanto, tu misericordia excede a toda la misericordia de los ángeles. La tercera hoja es tu mansedumbre. Los ángeles son mansos y apacibles, y a todos desean hacer bien; pero tú, mi queridísima Madre, antes de tu muerte tuviste en tu alma y cuerpo una voluntad más que de ángel, e hiciste bien a todos, y todavía no se la niegas a ninguno que razonablemente pide su aprovechamiento; por tanto, tu mansedumbre es más excelente que la de los ángeles. La cuarta hoja es tu hermosura.
Cuando cada ángel considera la hermosura del otro y la de todas las almas y de todos los cuerpos, se llenan todos ellos de admiración; pero ven al mismo tiempo que la hermosura de tu alma es superior a todas las cosas que han sido criadas, y que la honestidad de tu cuerpo excede a la de todos los hombres que han sido criados; y así, tu hermosura excedió a todos los ángeles y a todas las cosas que han sido criadas. La quinta hoja era tu deleite en las cosas divinas, porque nada te deleitaba sino Dios, así como a los ángeles no les deleita ninguna cosa sino Dios, y cada cual de ellos siente y sentía este deleite en sí. Mas cuando vieron el deleite que tenías en Dios, parecíales en su conciencia que su deleite ardía en ellos como un fuego con la caridad divina, y veían que tu deleite era como una ardientísima hoguera que ardía con fuego mucho más abrasador, y que su llama subía tanto y tanto, que se acercaba a mi Divinidad. Por tanto, dulcísima Madre, tu deleite en las cosas divinas era superior al de todos los coros de los ángeles.
Esta flor que tuvo esas cinco hojas, honestidad, misericordia, mansedumbre, hermosura y sumo deleite en las cosas de Dios, estaba también llena de toda dulzura. Todo el que quisiere gustar la suavidad, debe acercarse a ella y recibirla en sí. De esta manera lo hiciste, querida Madre; porque fuiste tan dulce a mi Padre, que te recibió toda en su Espíritu, y agradóle tu dulzura sobre todos los demás. También echa esta flor su semilla con el calor y virtud del sol, y de esa semilla crece el fruto. Pero bendito sea aquel sol, esto es, mi Divinidad, que recibió la Humanidad de tus entrañas virginales; porque como la semilla dondequiera que se siembra, produce flores según la misma semilla, así mis miembros fueron conformes a los tuyos en la forma y en el rostro, aunque yo fuí varón purísimo y tú mujer virgen. Esta valle fué ensalzado con su flor sobre todos los montes, cuando tu cuerpo fué ensalzado con tu santísima alma sobre todos los coros de los ángeles.
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