Yo soy el Creador del cielo y tierra, que en las entrañas de la Virgen fuí verdadero Dios y verdadero hombre, que morí y resucité y subí a los cielos. Tú, nueva esposa mía, has venido a un pueblo que no te era conocido ( a Roma ), y así necesitas cuatro cosas. Primero, saber la lengua que en él se usa; segundo, vestirte honestamente según la costumbre de la tierra; tercero, disponer el tiempo y dividir tus horas según el órden que en el país vieres: cuarto, acostumbrarte a nuevos manjares. De la misma manera que has venido de la poca firmeza é instabilidad de las cosas del mundo a la estabilidad y firmeza de las de Dios, así también conviene que tengas nuevo lenguaje, esto es, que no hables sino lo necesario, y eso no todo, por lícito que sea, a causa del respeto que se debe a la virtud del sosiego y del silencio. Tus vestiduras han de ser humildad interior y exterior, de modo que ni interiormente te tengas por mejor que otra, ni exteriormente te avergüences de mostrarte humilde delante de los hombres.
Lo tercero, has de arreglar tu tiempo, de modo que, como has gastado mucho en los cuidados de tu cuerpo, así ahora todo el tiempo que te resta lo des a tu alma, con resolución firme de nunca más pecar. Lo cuarto, tu nuevo manjar ha de ser abstenerte de la gula y de los manjares delicados, con discreción, y según las fuerzas de tu naturaleza; pues el ser cualquiera más abstinente de lo que le permiten sus fuerzas, no me agrada, porque todo quiero que se haga conforme a razón, y lo que conduce para domar el deleite.
En este mismo instante se apareció el demonio, al cual le dijo nuestro Señor. Yo te crié, y viste en mí toda justicia. Respóndeme si esta nueva esposa es legítima mía y con aprobada justicia. Te permito ver su corazón y entenderlo para que sepas lo que me has de responder.Dime, ¿ama ella algo tanto como a mí,
o me trocaría por alguna cosa? No por cierto, dijo el demonio, todo lo pospone a tu amor, y antes que carecer de ti, padecería los mayores tormentos, ayudándola tu gracia. Desde ti a ella estoy viendo que baja como un ardiente lazo, que de tal modo ata su corazón, que ni piensa ni ama otra cosa que a ti. Pues dime, le dice el Señor, si es muy de tu agrado que yo la ame tanto. Dos ojos tengo, respondió el demonio, uno corporal, aunque yo no tengo cuerpo, con el cual veo las cosas temporales tan claramente, que nada hay tan secreto ni tan tenebroso, que se pueda ocultar de mí.
Otro ojo tengo espiritual, con el cual no hay pena por pequeña que sea, que no vea yo y entienda a que pecado pertenece, ni tampoco hay pecado alguno por leve que sea, que no lo vea yo, cuando no esté purgado con la penitencia. Y aunque no hay cosa más sensible ni más delicada que los ojos, de muy buena gana sufriría que dos hachas encendidas estuvieran de continuo atravesando mis ojos, a trueque de que esta tu esposa no viera con los ojos espirituales. También tengo dos óidos, uno corporal con el cual oigo todo lo que se dice, por secreto que se diga; y el otro espiritual con el cual oigo todos los pensamientos y deseos pecaminosos, por ocultos que sean, si no han sido borrados con la penitencia. Y de buena gana sufriera que las penas del infierno, que son aquellas vehementísimas llamas, hirviendo como un torrente, penetraran sin cesar en mis oídos, a
cambio de que esta tu esposa no tuviera oídos espirituales. También tengo corazón espiritual, y sufriera de buena gana que me lo hiciesen tajadas sin cesar y que se estuvieran siempre renovando sus tormentos, a trueque de que el corazón de esta tu esposa se resfriara en tu amor.
Ahora, oh Dios, porque eres justo, te voy a hacer una pregunta, para que me respondas. Dime, ¿por qué la amas tú tanto,
o por qué no escogiste otra más santa, más rica y más digna? Respondió el Señor: Porque así lo exigía la justicia. Y pues que tú fuiste criado por mí y viste en mí toda justicia, dime en presencia de esta ¿qué justicia hubo para que cayeses tan miserablemente? ¿Cual fué tu pensamiento cuando caiste? Tres cosas vi en ti, dijo el demonio. Vi tu gloria y honra sobre todas las cosas, y pensaba en mi gloria, por lo que, ensoberbeciéndome, quise, no sólo igualarte, sino ser más que tú. Vi en segundo lugar, que eras más poderoso que tú. Vi, por último, las cosas futuras, y porque tu gloria y honor son sin principio ni fin, te tenía envidia, y pensaba que con gusto padecería los más amargos tormentos y penas a trueque de que tú murieses, y en este pensamiento caí y me hallé en el infierno.
Tú me preguntaste, le dijo Jesucristo, por qué amo tanto a esta mi esposa, y la razón es porque toda tu maldad convierto yo en bien. Tu soberbia te incitaba a querer más que yo, siendo yo tu Criador, y por esta tu soberbia me humillo yo en todas las cosas, reuno a los pecadores y me comparo con ellos, dándoles de mi gloria. En segundo lugar, porque tuviste tan perversa ambición, que pretendías ser más poderoso que yo, por esto hago a los pecadores poderosos sobre ti y poderosos igualmente conmigo. Por último, porque tú me tuviste envidia, yo soy tan caritativo, que me ofrecí a la muerte por los pecadores. Después dijo el Señor: Ahora, diablo, está iluminado tu tenebroso corazón. Di para que esta lo oiga, cual es el amor que le tengo. Si fuera posible, dijo el demonio, sufrirías de muy buena gana en cada parte de tu cuerpo tantos tormentos, como en todos tus miembros padeciste en la cruz, a trueque de no carecer de ella. Pues ves que soy tan misericordioso, dijo el Señor, que a nadie dejo de perdonar si pide perdon, pídelo tú con humildad y alcanzarás de mí misericordia. Eso no, en manera alguna, dijo el demonio. Porque cuando caí, se sancionó una pena para todo pecado y para cada pensamiento y palabra inútil, y cada uno de los espíritus que conmigo cayeron, tendrá su pena. Pues bien: todas estas penas y tormentos sufriría, antes que doblar mi rodilla delante de ti, y aunque a cada paso se me renovaran, y yo las sintiera de nuevo.
Mira cuánta es, le dijo Dios a santa Brígida, la obstinada terquedad de este príncipe de tinieblas, y cuán audaz se muestra por mis ocultos juicios. Bien pudiera yo destruirlo con mi poder en un momento, pero no le hago más agravio que a un ángel bueno del cielo. Pero cuando llegare su tiempo, que ya se acerca, lo juzgaré a él con sus secuaces. Por tanto, esposa mía, prosigue siempre en las buenas obras, ámame de todo corazón, nada temas sino a mí; porque yo soy Señor absoluto sobre todas las cosas criadas.
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