Todos los ángeles, oyéndolos santa Brígida, comenzaron a alabar a Dios
diciendo: Désete todo honor y alabanza, Señor Dios nuestro, que eres fuerte y
has de ser para siempre sin fin. Nosotros somos tus siervos y te honramos: lo
primero, porque nos creaste, para que contigo nos gozásemos; y nos diste una luz
que no se puede declarar, para que siempre estuviésemos alegres; lo segundo,
porque con tu suma bondad y firmeza criastes todas las cosas, y todas se
mantienen, están a tu volundad y permanecen en tu palabra: lo tercero, te
alabamos porque creastes al hombre, y por él encarnastes, de lo cual nos resulta
grande alegría, y de ver a tu castísima Madre, que mereció traer en su vientre
al que los cielos no pueden contener ni abarcar. Por tanto, loada sea tu gloria,
y bendición sobre todas las cosas te sea dada a causa de la dignidad angélica, a
que con tanto honor nos sublimaste; loada sea tu perpetua eternidad y
estabilidad sobre todas las cosas que hay y puede haber estables; loada sea tu
caridad por el hombre que criastes. Tú solo, Señor, eres digno de ser temido por
vuestro infinito poder: tú solo eres digno de ser deseado por tu infinita
caridad: tú solo digno de ser amado por tu estabilidad. Désete, pues, alabanza
sin fin y continuamente por los siglos de los siglos. Amén. Entonces
respondió el Señor a sus ángeles y les dijo: Vosotros me ensalzáis por todas las
criaturas, pero decidme: ¿por qué me alabáis por el hombre, cuando éste me ha
provocado a ira más que todas las criaturas? Pues lo crié más excelente que
todas las demás criaturas inferiores, por ninguna he padecido tantas ignominias
como por él, ni a ninguna he redimido tan a mi costa como al hombre, y en cambio
de esto ¿qué criatura no mantiene su puesto, a no ser el hombre? Pero él me es
más molesto que todas las demás. Porque como os crié a vosotros para que me
alabaseis y ensalzaseis, también hice al hombre para que me honrase. Dile un
cuerpo que le sirviese de templo espiritual, y puse en él un alma hermosa, casi
como un ángel, porque el alma del hombre tiene casi la virtud y fortaleza
angélica; en el cual templo estaba yo, su Dios y Criador, para que el hombre
gozase y se deleitase conmigo. Le hice también de su propia costilla otro templo
semejante a éste.
Todo este honor menospreció el hombre, cuando dió
gusto al diablo y deseaba mayor honor del que yo le había dado. Consumada la
desobediencia, vino sobre ellos un ángel, y se avergonzaron de estar desnudos;
sintieron la concupiscencia de la carne, y padecieron hambre y sed. Carecieron
también de mi, que mientras me tuvieron consigo, no sintieron hambre, ni
desnudez, ni deleite carnal, porque yo solo les era todó el deleite, dulzura y
bien que ellos podían desear. Y viéndose ufano el demonio de haberlos hecho
caer, movido yo a compasión, no los abandoné, sino que tuve con ellos tres
suertes de misericordia; porque los vesti, les di el pan de la tierra, y en
cuanto a la lujuria que el diablo había sembrado en ellos por la desobediencia,
puse otra semilla más poderosa en sus almas, que fué mi gracia, y cuanto el
demonio les sugirió para el mal, todo se lo convertí en bien, para que les fuese
de provecho. Mostréles, después, la manera de vivir y de servirme, y les permití
que se unieran, porque llenos de temor, antes de mi indicación y permiso, de
todo se recelaban. Igualmente después de haber sido muerto Abel, como lo
llorasen mucho tiempo y guardaran abstinencia, movido yo a compasión, los
consolé, y volvieron a tener hijos, de cuya descendencia, yo, el mismo Criador
de ellos, les prometí que había de nacer.
Y viendo cuán
desenfrenadamente pecaban los hijos de Adán y cuánto crecía su malicia, los
castigué y mostré mi justicia con los pecadores; pero con los justos y escogidos
usé de misericordias y ensalcélos, porque guardaron mis mandamientos y creyeron
mis promesas. Acercándose el tiempo en que había de usar de mi gran
misericordia, envié a Moisés, y con él obré grandes maravillas, porque libré mi
pueblo como se lo tenía prometido; sustentelo con maná, los guié en su camino
por el desierto con una columna de fuego que también les servía de nube para
defensa del sol, diles ley y Profetas que les dijesen mis secretos y cosas que
habían de suceder.
Después de haber hecho todo esto, siendo yo el mismo
Creador, escogí una Vírgen engendrada de padre y madre, y tomé carne de sus
entrañas, y nací de ella sin pecado; porque así como los hijos que nacieran de
Adán si éste no hubiera pecado, hubieran sido concebidos sin deleite de pecado,
engendrados por sólo el amor divino y con el amor recíproco de sus padres, así
también quise yo nacer de madre Virgen, aunque de un modo más perfectísimo, esto
es, sin junta de varón, y sin mancilla de la virginidad de mi madre.
Hecho ya hombre y quedándome verdadero Dios, cumplí la ley y todas las
escrituras, según de mí estaba profetizado. Di una ley nueva, porque la antigua
era áspera y dura, y solamente figura de lo que había de sucederla después. En
la ley antigua lícito era a los hombres tener muchas mujeres, porque no les
faltasen hijos o no se unisesen con los gentiles; pero en la ley nueva mando que
el marido tenga una sola mujer, y viviendo ella no puede tener otra. Por tanto,
los que por amor divino con temor y reverencia se juntan en matrimonio por sólo tener hijos, son un templo espiritual en el que habito yo de muy buena gana.
Pero los hombres de estos tiempos, se casan por siete razones. Lo primero, por
el atractivo natural; lo segundo, por las riquezas; lo tercero, por la
sensualidad; lo cuarto, para tener reuniones y festines; lo quinto, para
engalanarse y aderezarse con soberbia; lo sexto, para tener hijos y sucesores a
quienes dar su hacienda y linaje, mas no para criarlos para Dios ni en las
buenas costumbres, y lo septimo, para seguir sus apetitos desordenados.
Estos vienen a casarse a mi Iglesia con un pensamiento bien contrario a mi
voluntad, sin importarles nada de mí, con tal de cumplir con el mundo; pues si
ellos se casaran conforme a mi voluntad, poniendo la suya en mis manos con
humildad y temor, yo me holgara de sus bodas y hahitara con ellos. Pero en vez
de poner mi amor en su corazón, han puesto la lujuria, y así no están casados
con mi bendición y beneplácito. Desde la puerta de la iglesia van al altar,
donde se les dice que han de ser un mismo corazón y una misma alma; pero
entonces huye de ellos mi corazón, porque no perciben el sabor de mi carne, ni
tienen el calor de mi corazón, sino un calor de poca dura, y un sabor de carne
asquerosa que ha de ser sustento de gusanos. Y así estos tales, se vienen a
juntar sin el vínculo y unión de Dios Padre, sin la caridad del Hijo y sin los
consuelos del Espíritu Santo. Con todo, si se convirtiesen, tendrían abiertas
las puertas de mi misericordia. Y aun por mi mucha caridad envió un alma a lo
que ellos engendran, criada por mi poder, y a veces concedo que de malos padres
nazcan buenos hijos, aunque lo ordinario es, que los malos padres tengan malos
hijos, porque siguen en cuanto pueden las pisadas y pecados de sus padres, y
hasta se aventajarían a ellos en ser malos, si yo se lo permitiera. Tal
matrimonio no verá nunca mi rostro, a no ser que se arrepintiese; porque no hay
ningún pecado tan grave que no se borre con la penitencia. Paso ahora a
hablarte del matrimonio espiritual, cual corresponde que Dios contraiga con un
cuerpo casto y con un alma casta. En él otros siete bienes, contrarios a los
siete males anteriores; porque primeramente, en éste no se busca forma alguna o hermosura corporal, ni ver cosas agradables, sino solamente el amor y vista de
Dios; segundo, no se buscan riquezas ni superfluidades, sino un mediano pasar;
tercero, se evitan las palabras ociosas y chocarreras; cuarto, no tienen empeño
en ver amigos ni parientes, sino yo solo soy su amor y deseo; quinto, desean y
buscan la humildad interiormente en la conciencia, y exteriormente en el
vestido; sexto, tienen firme propósito de ser siempre puros y castos; séptimo,
engendran para Dios hijos é hijas con su buena conversación y buen ejemplo, y
con la predicación de las palabras espirituales.
Estos que se casan
espiritualmente conmigo, se presentan a las puertas de mi Iglesia cuando guardan
inviolablemente su fe, en la que prometen ser míos y yo de ellos. Llegan a mi
altar y se deleitan espiritualmente con mi cuerpo y con mi sangre, y están
resueltos a ser un corazón, una carne y de una misma voluntad conmigo; y yo,
verdadero Dios y hombre, poderoso en el cielo y en la tierra, soy gustoso en
habitar con ellos, y en llenar su corazón.
Aquellos que por lujuria se
casaron, son peores que jumentos, pues su principio y fin es la lujuria. Pero
estos otros que espiritualmente se juntan conmigo, su principio y fin es amarme,
temerme, obedecerme y agradarme en todo. A aquellos los incita el espíritu
maligno a deleites de carne hedionda; pero a estos mi espíritu los incita a un
amor y caridad mía fervorosa, que nunca les faltará. Yo soy Dios uno, trino en
personas, uno en sustancia con el Padre y con el Espíritu Santo; y como es
imposible que el Padre se aparte del Hijo, ni el Espíritu Santo del Padre ni del
Hijo, y como es imposible que el calor se aparte del fuego, así también es
imposible que éstos, que espiritualmente se han desposado conmigo, se aparten de
mí, porque estoy siempre con ellos; y como mi cuerpo fué una vez muerto y no lo
puede ser ya más, así estos nunca morirán para mí, pues ellos con fe recta y
pura, y con voluntad perfecta y resignada se han incorporado a mí, y ora estén
sentados, ora anden, siempre estoy con ellos.
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