San Francisco de Asis
Hijo de un rico comerciante de telas de la ciudad de Asís, en Italia, el
joven Francisco recibió una educación esmerada. Considerado cordial, alegre
y competente en los negocios, el joven era admirado por sus amigos, también
hijos de ricos comerciantes de la región.
Habilidoso con las palabras, sabía envolver a los clientes a punto de cerrar
buenas ventas y obtener lucro. Por otro lado, como era costumbre en su
medio, vivía en la lujuria y en la riqueza y, en la misma medida que ganaba,
también gastaba.
Se tornó un líder de la juventud de Asís. Hasta los 25 años vivió entregado
a la pompa y a la vanagloria, importándole poco los problemas de la vida.
Acostumbraba a vaguear con sus compañeros por las calles de la ciudad a
altas horas de la madrugada, viviendo, así, sus años de mocedad
despreocupadamente.
Una vez, ocupado en la tienda de su padre, despachó un mendigo con mucha
dureza, pero, luego enseguida, tomó conciencia de lo que había hecho y se
propuso, de aquel día en adelante, no negar jamás algún pedido.
Poseía una personalidad aventurera, lo que le proporcionaba especial gusto
por las guerras, muy comunes en el siglo XIII. Es así que, a los 17 años,
durante una batalla entre Asís y Perugia, fue hecho prisionero y permaneció
casi un año sobre el juego de los enemigos.
Al salir de la prisión se encontraba muy enfermo y enflaquecido. Permaneció
durante un largo periodo en un estado de estupor casi meditativo, el que lo
llevó a revisar sus conceptos. Algo había cambiado. Francisco había
cambiado.
Ya restablecido físicamente, su corazón no se saciaba más con la antigua
vida de fastuosidad y placer.
La meditación empezó a hacer parte de su día a día. En medio de toda esa
transformación, él se preguntaba "¿Qué podrá dar sentido a mi vida?" Un día,
rumbo a la caverna donde meditaba, encontró un leproso. Intentó desviarse,
pues siempre tuvo fuerte repugnancia por aquella enfermedad, pero no pudo
impedir su encuentro. En aquel instante algo le ordenó que se dominase, y
entonces le dio al leproso todo el dinero que poseía, besándole la mano. Se
sintió, entonces, totalmente libre de la aversión que le sucedía al
principio. Fué la primera victoria sobre sí mismo.
En cierta ocasión, entró en la iglesia de San Damiano para rezar delante del
crucifijo. Sumergido en su meditación, escuchó un llamado: "Francisco, ¿no
ves como mi casa está en ruinas? Trata de reconstruirla." Al oír eso, él se
asustó. Sabía que se trataba de un mandamiento de Cristo.
En aquel instante comprendió que sólo podría responder al llamado
accionando. A partir de este día pasó a ser un ejemplo vivo de Jesús Cristo.
Al principio Francisco pensó que debería reconstruir la iglesia de San
Damiano, por eso junto piedras y empezó a trabajar.
Levantando una piedra, levantó los ojos y vio un amigo de su juventud, que
le abordó la tentativa de convencerlo a retornar a la casa de sus padres,
diciéndole: "Francisco, estoy aquí para ayudarte" Y Francisco le respondió:
"Hubo un día en que creí en palabras. Si tú me quieres ayudar, únete a
nosotros, agáchate y carga la primera piedra".
Fue así que San Francisco de Asís se deshizo de todo lo que tenía, abandonó
lo que los seres humanos más veneran y se juntó a los pobres y leprosos con
el fin de trabajar para la obra de Dios.