Benedicto XVI: San Bernardo de Claraval
El calendario menciona a san Bernardo de
Claraval,
gran doctor de la Iglesia, quien vivió entre el siglo XI y el siglo XII
(1091-1153). Su ejemplo y sus enseñanzas se revelan particularmente útiles
también en nuestro tiempo. Habiéndose retirado del mundo tras un período de
intensa agitación interior, fue elegido abad del monasterio cisterciense de
Claraval a la edad de 25 años, permaneciendo en su guía durante 38 años, hasta
su muerte. La entrega al silencio y a la contemplación no le impidió desempeñar
una intensa actividad apostólica. Fue también ejemplar en el compromiso con el
que luchó por dominar su temperamento impetuoso, así como por la humildad con la
que supo reconocer sus propios límites y faltas.
La riqueza y el valor de su teología no se deben al hecho de haber abierto
nuevos caminos, sino que dependen más bien de haber logrado proponer las
verdades de la fe con un estilo claro e incisivo, capaz de fascinar a quien le
escucha y de disponer el espíritu al recogimiento y a la oración. En cada uno de
sus escritos se percibe el eco de una rica experiencia interior, que lograba
comunicar a los demás con una sorprendente capacidad de persuasión.
Para él, la fuerza más grande de la vida espiritual es el amor. Dios, que es
Amor, crea al hombre por amor y por amor lo rescata; la salvación de todos los
seres humanos, heridos mortalmente por la culpa original y cargados con los
pecados personales, consiste en adherir firmemente a la divina caridad, que se
nos reveló plenamente en Cristo crucificado y resucitado. En su amor, Dios
resana nuestra voluntad y nuestra inteligencia enferma, elevándolas al nivel más
alto de unión con Él, es decir, a la santidad y a la unión mística.
San Bernardo habla entre otras cosas de esto en su breve pero consistente «Liber
de diligendo Deo» (Libro sobre el amor de Dios). Tiene otro escrito que quisiera
señalar, el «De consideratione», un breve documento dirigido al Papa Eugenio
III. El tema dominante de este libro, sumamente personal, es la importancia del
recogimiento interior --y lo dice a un Papa--, elemento esencial de la piedad.
Es necesario prestar atención a los peligros de una actividad excesiva,
independientemente de la condición y el oficio que se desempeña, observa el
santo, pues --como dice al Papa de ese tiempo, y a todos los Papa y a todos
nosotros-- las numerosas ocupaciones llevan con frecuencia a la «dureza del
corazón», «no son más que sufrimiento para el espíritu, pérdida de la
inteligencia, dispersión de la gracia» (II, 3).
Esta admonición es válida para todo tipo de ocupaciones, incluidas las
inherentes al gobierno de la Iglesia. El mensaje que, en este sentido, Bernardo
dirige al pontífice, que había sido su discípulo en Claraval, es provocador:
«Mira adónde te pueden arrastrar estas malditas ocupaciones, si sigues
perdiéndote en ellas… sin dejarte nada de ti para ti mismo» (ibídem). ¡Qué útil
es también para nosotros este llamamiento a la primacía de la oración! Que san
Bernardo, quien supo armonizar la aspiración del monje a la soledad y a la
tranquilidad del claustro con la urgencia de misiones importantes y complejas al
servicio de la Iglesia, nos ayude a concretarlo en nuestra existencia, en
nuestras circunstancias y posibilidades.
Confiamos este difícil deseo de encontrar el equilibrio entre la interioridad y
el trabajo necesario a la intercesión de la Virgen, a quien desde niño amó con
tierna y filial devoción, hasta el punto de que mereció el título de «doctor
mariano». Invoquémosla para que alcance el don de la paz auténtica y duradera
para el mundo entero. San Bernardo, en un discurso famoso, compara a María con
la estrella a la que los navegantes miran para no perder su ruta. Escribe estas
famosas palabras: «En el oleaje de las vicisitudes de este mundo, cuando en vez
de caminar por tierra, tienes la impresión de ser zarandeado entre las marolas y
las tempestades, no quites los ojos del resplandor de esta estrella, si no
quieres que te traguen las olas... Mira a la estrella, invoca a María... Si le
sigues a ella, no te equivocarás de camino… Si ella te protege, no tendrás
miedo; si ella te guía, no te cansarás; si ella te es propicia, llegarás a la
meta» .