Ser tomados por locos: San Juan de Dios
Tendremos que arrepentirnos en esta generación
no tanto de las acciones de la gente perversa
sino de los pasmosos silencios de la gente buena.
Martín Luther King
Alfonso Aguiló
Interrogantes.net
Por atender a los más desamparados
Juan Ciudad Duarte, el futuro San Juan de Dios, había nacido en el seno de
una familia muy modesta y quedó huérfano muy joven. En 1517, cuando tenía
veintidós años, entró en la milicia y participó en varias batallas con
Carlos V. La experiencia fue bastante desastrosa, pues por una grave
negligencia estuvo condenado a la horca y se salvó de puro milagro.
Participó también en la defensa de Viena contra los turcos. Después de estas
experiencias guerreras, volvió primero al oficio de pastor y leñador, luego
al de albañil y finalmente al de librero, que empezó a ejercer de forma
estable en Granada, en un puesto en la calle Elvira.
Cuando más asentado parecía encontrase, después de su larga andadura por
tantos oficios y lugares, el 20 de enero de 1539, escuchó la predicación de
San Juan de Ávila en el Campo de los Mártires, cerca de la Alhambra de
Granada. Su corazón quedó muy tocado. Sus palabras "se le fijaron en las
entrañas". Se llenó de deseos de enmendar la vida que llevaba. Repartió
todas sus posesiones entre los pobres. Lo tomaron por loco. Cuando quiso
darse cuenta, le habían ingresado en el ala del Hospital Real de Granada
destinada a los locos. Allí, siente en sus propias carnes el duro
tratamiento que se da a estos enfermos y se rebela al verlos sufrir de
aquella manera.
De su experiencia en aquel manicomio surge la conversión de Juan hacia
quienes desde entonces serán para él sus hermanos: "Que Jesucristo me traiga
a tiempo y me dé gracia para que yo tenga un hospital, donde pueda recoger
los pobres desamparados y faltos de juicio, y servirles como yo deseo". En
1540 alquila una casa vieja en Granada para recibir a cualquier enfermo,
mendigo, loco, anciano, huérfano o desamparado. Durante todo el día atiende
a cada uno con el más exquisito cariño, haciendo de enfermero, cocinero,
padre, amigo y hermano de todos. Por la noche, va por las calles pidiendo
limosnas para sus pobres.
Al principio sabía poco de medicina, pero tenía gran éxito curando
enfermedades mentales. Comprobó que muchos de estos enfermos necesitaban
cariño y atención como requisito previo para poder curarse. Había que
curarles primero el alma con amor para obtener luego la curación del cuerpo.
Mas tarde, vinculó a su obra a un grupo de compañeros, con los que fundó una
congregación. En enero de 1550, tratando de salvar a un joven que se estaba
ahogando en el río Genil, enfermó gravemente y murió. El que había sido
considerado un loco, fue acompañado al cementerio por el obispo, las
autoridades civiles y todo el pueblo de Granada, como un santo. Enseguida
muchos milagros se atribuyeron a su intercesión. Pronto fue canonizado, y su
congregación, la Orden de los Hospitalarios de San Juan de Dios, cuenta
actualmente con más de 1500 religiosos en 220 casas y hospitales en los
cinco continentes.
Historias de ayer y de hoy
Solo el tiempo ilumina con auténtica luz la vida de las personas. A lo largo
de la historia, han sido muchas las aventuras de santidad que la gente de su
tiempo ha considerado locuras, iluminaciones, comeduras de coco o
ingenuidades agudas. Muchos santos han pasado inadvertidos a su época y han
sido descubiertos mucho tiempo después. Para el siglo XIII, San Francisco de
Asís fue un exaltado. Y los compañeros de siglo de Santa Teresa de Ávila
veían en ella una monja inquieta y un poco loca. También de San Juan Bosco
se dijo que estaba loco, y la murmuración llegó a tal punto que dos teólogos
amigos suyos, Vincenzo Ponzati y Luigi Nasi, estaban tan convencidos de ello
que, llevados por la caridad hacia el santo, intentaron encerrarle en un
manicomio. En aquella ocasión, el intento de encerramiento en el
psiquiátrico tuvo visos cómicos: "Me di cuenta entonces de su juego –escribe
don Bosco–, y, sin darme por enterado, les acompañé hasta el carruaje.
Insistí en que entraran ellos los primeros a tomar asiento. Y cuando lo
hicieron, cerré de golpe la portezuela y grité al cochero: "¡De prisa! ¡Al
galope! ¡Al manicomio, en donde aguardan a estos dos curas!"."
— Afortunadamente, en nuestra época ya no te toman por loco y te encierran
por querer entregarte a Dios.
No es muy habitual, gracias a Dios, pero tampoco ha dejado de suceder
totalmente. En estas últimas décadas, ha habido bastantes casos de chicos o
chicas jóvenes que han sido sometidos a atropellos semejantes por parte de
familiares suyos. Consideraban "sectas" a las instituciones de la Iglesia a
las que esos jóvenes deseaban incorporarse, y aseguraban que esos chicos o
chicas en realidad no obraban libremente, sino que sus deseos se debían a
depuradas "técnicas de manipulación mental" por parte de la "secta" y que,
por tanto, debían ser sometidos a "procesos de desprogramación" –contra la
voluntad del "adepto", por supuesto–, y ellos mismos disponían un equipo de
"expertos antisectas" que sometían al "pobre iluminado" a técnicas de las
que sí podría decirse sin temor a equivocarse que eran realmente de
manipulación mental.
Alguna mejoría pero sólo alguna
Tanto el argumento como el modo de trabajar es bastante antiguo. Ante
fenómenos incomprensibles para la mentalidad de la época, siempre se ha
recurrido a poderes ocultos como explicación. En la edad media, y hasta hace
menos tiempo de lo que parece, se hablaba de encantamientos, hechizos y
brujerías. Bien entrado el siglo XX, en los años sesenta y setenta, se
empezó a utilizar la expresión "lavado de cerebro", acuñada por el
periodista británico Edward Hunter para referirse al tratamiento recibido
por los prisioneros norteamericanos de la guerra de Corea. En los años
ochenta, con el auge de la era de la informática, se empieza a hablar de
fenómenos de "programación" de jóvenes que, a su vez, debían contrarrestarse
con "técnicas de desprogramación". Tras una serie de duros reveses, tanto en
los resultados personales como en el intento de sustentar científicamente
esas teorías, se empezaron a usar terminologías menos comprometidas, como
"técnicas de control mental" u otras semejantes. Su apoyo científico ha sido
siempre bastante precario. Cuando en 1987 la American Psychological
Association (APA), se interesó por el tema y estudió el informe de un equipo
dirigido por la principal defensora del empleo de esas técnicas, Margaret
Singer, su dictamen no pudo ser más contundente, por la falta de rigor
científico y de aparato crítico en todas esas técnicas y teorías.
— De todas formas, me parece que todo esto ha ido a menos últimamente.
Cada vez sucede menos, afortunadamente, pues la justicia ha puesto al
descubierto que las auténticas manipulaciones mentales eran las que
empleaban esos sujetos.
Hoy día, es verdad, pocos llegan a extremos tan penosos, pero lo que
permanece es el peso del "qué dirán" a la hora de entregarse a Dios. Para
muchos, es una locura frente al modo en que ellos se plantean la vida. Su
actitud es a veces tan cerrada, que hacen muy difícil seguir el propio
camino sin tener que pasar por situaciones un tanto desagradables.
Pero, en fin, si San Juan de Dios hubiera querido ser complaciente con el
ambiente que le rodeaba, no habría llegado a ser santo, ni habría sido
posible el gran servicio a los enfermos que su impulso personal ha producido
a lo largo de los siglos. Y lo mismo puede decirse de San Juan Bosco, o de
una multitud de santos, conocidos o desconocidos, a la largo de la historia.
El diablo y la estupidez humana — Pero nuestra época presume de ser
enormemente respetuosa y tolerante con cualquier opción o modelo de vida que
se quiera seguir.
Es cierto, y por eso hemos mejorado un poco en grados de libertad y de
respeto en este punto, pero hay veces en que los hechos muestran que toda
esa tolerancia es unidireccional, y que solo se aplica hacia lo que aprueba
el ambiente general.
C. S. Lewis, en sus "Cartas del diablo a su sobrino", habla con gracia sobre
este fenómeno, que atribuye a un sólido triunfo del diablo, hábilmente
aliado con la estupidez humana. Una persona puede sentirse atraída por un
determinado tipo de vida, y desear entregarse a Dios en servicio a los
demás, pero el tentador siempre se las ingenia para "sustituir los gustos y
las aversiones auténticas de un humano por los patrones mundanos, o la
convención, o la moda. Yo llevaría esto muy lejos –aconseja el diablo
veterano–, porque el hombre que verdadera y desinteresadamente disfruta de
algo, sin importarle un comino lo que digan los demás, está protegido, por
eso mismo, contra algunos de nuestros métodos infernales de ataque más
sutiles. Debes tratar de hacer siempre que abandone la gente, la ropa o los
libros que le gustan de verdad, y que los sustituya por la gente "popular",
la ropa que "se lleva" o los libros que "se leen"."
Hasta de las actitudes más penosas puede llegar a hacerse una moda. Es
cuestión de ridiculizar con un poco de ingenio la actitud contraria. Si un
hombre deja, simplemente, que los demás paguen por él, es un tacaño, pero si
presume de ello jocosamente, entonces es un tipo gracioso. La mera cobardía
es vergonzosa, pero con una cobardía de la que se presume con exageraciones,
uno puede pasar por un antihéroe práctico y divertido. Hay detalles de
egoísmo que pueden hacerse no solo sin la desaprobación de la gente, sino
incluso con su admiración, simplemente ridiculizando los correspondientes
actos de generosidad, logrando que lo egoísta sea lo que se lleve, lo que
hace todo el mundo. La entrega a Dios es un acto de generosidad personal que
debería ser valorado muy positivamente, salvo que, con un poco de habilidad,
se logre dar la vuelta al planteamiento y se presente como una opción
ingenua, ridícula o sospechosa.
Pero el ambiente tiene mucho peso — Pues para una persona que ha entregado
su vida en servicio de Dios y de los demás, percibir esa actitud debe ser
bastante ingrato.
Lo es, aunque, afortunadamente, esa entrega no está motivada ni sostenida
por el aplauso de la gente. Al final, lo que cuenta es la valentía para
oponerse al ímpetu de los tópicos de moda, que a veces son notablemente
agresivos. Muchos critican simplemente porque los demás critican, y de la
misma manera que los demás critican, sin molestarse apenas en conocer las
cosas más de cerca. Pero si cedemos a los dictados de "lo que se debe
pensar", para así merecer la aprobación del ambiente general, entonces no
podremos evitar que muchas veces la verdad o la justicia sean pisoteadas por
culpa de nuestro miedo a la prepotencia de la mentalidad dominante.
— ¿Piensas entonces que la mayoría de las veces la gente no valora lo que
supone la entrega a Dios, y les parece el desperdicio de una vida?
Pienso que la mayoría de la gente respeta y valora mucho la entrega de una
persona a cualquier ideal. Pero eso no quita que haya algunos pocos que lo
vean como malograr o desaprovechar una vida. Les parece lógico que una
persona guapa e inteligente entregue la vida a otra en el matrimonio, o a un
proyecto profesional, o a la práctica de un deporte, pero les parece una
lástima que se entregue a Dios y a los demás.
Un ejemplo muy elocuente Ha pasado siempre.
Por ejemplo, San Alfonso María de Ligorio era un abogado napolitano
brillantísimo, hijo del Marqués de Ligorio y con un porvenir muy prometedor.
Tenía dos doctorados, dominaba varios idiomas, sabía música y era un
enamorado de las artes. Se le daba muy bien la vida de relación política y
como abogado obtenía resonantes triunfos, pues durante ocho años nunca
perdió ningún caso. En el año 1723 hubo un pleito famoso entre el Doctor
Orsini y el gran Duque de Toscana. Alfonso María defendía al Doctor Orsini,
y su exposición fue brillante, contundente y sumamente aplaudida. Creía
haber obtenido el triunfo para su defendido. Pero apenas terminada su
intervención, se le acerca el defensor de la parte contraria, le entrega un
papel y le dice: "Todo lo que nos ha dicho con tanta elocuencia cae por su
base con este documento". Alfonso María lo lee, se dirige al tribunal y
exclama: "Señores, me he equivocado". A partir de ahí comienza una fuerte
crisis interior. Comprende que, como en aquella ocasión, muchas veces se
emplea el propio talento en causas equivocadas, y piensa que Dios le envía
esa humillación para quebrar su orgullo y buscar un sentido más alto a su
vida. Se dedica a visitar enfermos, y un día en un hospital de incurables ve
con claridad que su camino es dedicar la vida a servir a los demás. Tuvo que
sostener una fuerte lucha con su padre, que cifraba en él toda la esperanza
del futuro de su familia. "Alfonso mío –le decía llorando–, ¿cómo vas a
dejar tu familia?". Finalmente, en 1726, a los treinta años, se ordena
sacerdote y desde entonces se dedica a las gentes de los barrios más pobres
de Nápoles y de otras ciudades. Reúne a los niños y a la gente humilde y les
enseña catecismo al aire libre. Su padre, que gozaba oyendo sus discursos de
abogado, ahora no quiere ir a escuchar sus sencillos sermones sacerdotales.
Pero un día entra por curiosidad a escuchar una de sus pláticas y queda
emocionado: "Este hijo mío me ha hecho conocer a Dios". Con el tiempo, en
1752, funda la Congregación del Santísimo Redentor, más conocida como los
Padres Redentoristas, que se dedica a recorrer ciudades, pueblos y campos
predicando el Evangelio. Al morir, en 1787, deja escritos más de cien
libros, que se han traducido a todas las lenguas, y hoy es considerado como
uno de los grandes santos, Doctor de la Iglesia, y su congregación está
extendida por todo el mundo. No fue una vida desperdiciada. Lo habría sido
si no hubiera escuchado los requerimientos de Dios.