CÓMO REZAR CON LOS SALMOS
Vea también: Salpicar el día con la oración
Palabras de Juan Pablo II durante la audiencia general del miércoles 28
marzo 2001.
Rezar con los salmos. Estas es la propuesta que hizo Juan Pablo II a todos
los cristianos al comenzar una serie de intervenciones sobre este tema que
desarrollará en las próximas audiencias generales de los miércoles.
«El libro del Salterio sigue siendo, de todos modos, la fuente ideal de la
oración cristiana, y en él seguirá inspirándose la Iglesia en el nuevo
milenio», concluyó el Papa.
Ofrecemos a continuación el discurso que pronunció en su encuentro con los
peregrinos de este miércoles.
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1. En la carta apostólica «Novo millennio ineunte» he manifestado mi deseo
de que la Iglesia se caracterice cada vez más por el arte de la oración,
aprendiéndola siempre de manera renovada de los labios del divino Maestro
(cf. n. 32). Este compromiso debe ser vivido especialmente en la Liturgia,
fuente y culmen de la vida eclesial. En esta línea es importante prestar una
mayor atención pastoral a la promoción de la Liturgia de las Horas, como
oración de todo el Pueblo de Dios (cf. ibídem, 34). De hecho, si bien los
sacerdotes y los religiosos tienen un preciso deber de celebrarla, se
propone vivamente también a los laicos. Este fue el objetivo que se planteó
hace ya 30 años, mi venerado predecesor, Pablo VI, con la constitución
«Laudis canticum» en la que determinaba el modelo vigente de esta oración,
con el deseo de que los Salmos y los Cánticos, que dan ritmo a la Liturgia
de las Horas, fueran comprendidos «con amor renovado por el Pueblo de Dios»
(AAS 63 [1971], 532).
Es un dato alentador el que muchos laicos, tanto en las parroquias como en
las agregaciones eclesiales, hayan aprendido a valorarla. Ahora bien, es una
oración que para ser plenamente gustada requiere una adecuada formación
catequética y bíblica.
Con este objetivo comenzamos hoy una serie de catequesis sobre los Salmos y
los Cánticos propuestos en la oración matutina de las Laudes. Deseo de este
modo alentar y ayudar a todos a rezar con las mismas palabras utilizadas por
Jesús y presentes desde hace milenios en la oración de Israel y en la de la
Iglesia.
2. Podríamos introducirnos en la comprensión de los salmos a través de
diferentes caminos. El primero podría consistir en presentar su estructura
literaria, sus autores, su formación, el contexto en el que surgieron. Sería
sugerente, además, una lectura que pusiera de manifiesto su carácter
poético, que alcanza en ocasiones niveles de intuición lírica y de expresión
simbólica sumamente elevados. Sería no menos interesante recorrer los salmos
considerando los diferentes sentimientos del espíritu humano que
manifiestan: alegría, reconocimiento, acción de gracias, amor, ternura,
entusiasmo; así como intenso sufrimiento, recriminación, petición de ayuda y
de justicia, que se convierten en ocasiones en rabia e imprecación. En lo
salmos el ser humano se encuentran totalmente a sí mismo.
Nuestra lectura buscará sobre todo hacer que emerja el significado religioso
de los Salmos, mostrando cómo, a pesar de estar escritos hace muchos años
para creyentes judíos, pueden ser asumidos en la oración de los discípulos
de Cristo. Para ello nos dejaremos ayudar por los resultados de la exégesis,
pero al mismo tiempo nos sentaremos en la escuela de la Tradición, en
especial, nos pondremos a la escucha de los Padres de la Iglesia.
3. Estos últimos, de hecho, con profunda intuición espiritual, han sabido
discernir y presentar a Cristo, en la plenitud de su misterio, como la gran
«clave» de lectura de los Salmos. Los Padres estaban totalmente convencidos
de ello: en los Salmos se habla de Cristo. De hecho, Jesús resucitado se
aplicó a sí mismo los Salmos, cuando dijo a sus discípulos: «Es necesario
que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas
y en los Salmos acerca de mí» (Lucas 24, 44). Los Padres añaden que los
Salmos se dirigen a Cristo o incluso que es el mismo Cristo quien habla en
ellos. Al decir esto, no pensaban sólo en la persona individual de Jesús,
sino en el «Christus totus», el Cristo total, formado por Cristo cabeza y
por sus miembros.
Para el cristiano nace así la posibilidad de leer el Salterio a la luz de
todo el misterio de Cristo. Precisamente de esta óptica emerge también su
dimensión eclesial, que es puesta de manifiesto por el canto en coro de los
Salmos. Así se puede comprender cómo los Salmos han podido ser asumidos,
desde los primeros siglos, como la oración del Pueblo de Dios. Si bien en
algunos períodos históricos surgió una tendencia a preferir otro tipo de
oraciones, a los monjes se les debe el mérito de haber mantenido en alto la
llama del Salterio en la Iglesia. Uno de ellos, san Romualdo, fundador de
los Camaldulenses, en la aurora del segundo milenio cristiano, llegaba a
afirmar que --como explica su biógrafo Bruno de Querfurt-- los Salmos son el
único camino para experimentar una oración auténticamente profunda: «Una via
in psalmis» («Passio Sanctorum Benedicti et Johannes ac sociorum eorundem:
MPH» VI, 1893, 427).
4. Con esta afirmación, a primera vista excesiva, en realidad no hacía más
que anclarse a la mejor tradición de los primeros siglos cristianos, cuando
el Salterio se convirtió en el libro por excelencia de la oración eclesial.
Fue una elección acertada frente a las tendencias heréticas que acechaban
continuamente a la unidad de la fe y de comunión. Es interesante en este
sentido la estupenda carta que escribió san Atanasio a Marcelino, en la
primera mitad del siglo IV, cuando la herejía arriana se expandía atentando
contra la fe en la divinidad de Cristo. Frente a los herejes que atraían a
la gente con cantos y oraciones que gratificaban sus sentimientos
religiosos, el gran Padre de la Iglesia se dedicó con todas sus fuerzas a
enseñar el Salterio transmitido por la Escritura (cf. PG 27,12 ss.). De est
modo, se sumó al Padrenuestro, oración del Señor por antonomasia, la
costumbre que pronto se convertiría en universal entre los bautizados de
rezar con los Salmos.
5. Gracias también a la oración comunitaria de los Salmos, la conciencia
cristiana ha recordado y comprendido que es imposible dirigirse a Dios que
habita en los cielos sin una auténtica comunión de vida con los hermanos y
hermanas que viven en la tierra. Es más, al integrarse vitalmente en la
tradición de oración de los judíos, los cristianos aprenden a rezar narrando
las «magnalia Dei», es decir, las grandes maravillas realizadas por Dios, ya
sea en la creación del mundo y de la humanidad, ya sea en la historia de
Israel y de la Iglesia. Esta forma de oración, tomada de la Escritura, no
excluye ciertamente expresiones más libres, que no sólo continuarán
enriqueciendo la oración personal, sino incluso la misma oración litúrgica,
como sucede con los himnos. El libro del Salterio sigue siendo, de todos
modos, la fuente ideal de la oración cristiana, y en él seguirá inspirándose
la Iglesia en el nuevo milenio.