UNCIÓN DE LOS ENFERMOS
Se llama antes del Concilio Vaticano II también extremaunción por ser el
último sacramento que recibe el cristiano antes de salir de este mundo. Con
él recibe un aumento de gracia para superar victoriosamente la última
batalla de la vida. Es un sacramento en el que, por la unción con óleo
bendecido y la oración del sacerdote, se confiere a los fieles, que han
alcanzado el uso de la razón, están gravemente enfermos y arrepentidos de
sus pecados, al menos con atrición, la salud del alma y la del cuerpo si les
conviene .
En caso de necesidad se puede emplear cualquier otro óleo vegetal: de
linaza, girasol, cacahuete, algodón, etc. Aunque el apropiado sea el de
oliva .
Cuando uno está en peligro de muerte , hay que avisar al sacerdote para que
le dé los auxilios espirituales propios de estos momentos, es decir, para
que le confiese, le dé el Santo Viático y la Unción de los Enfermos . No se
debe esperar a que el enfermo esté demasiado grave con peligro de que,
cuando llegue el sacerdote, ya no tenga lucidez y calma para hacer una buena
confesión. Nadie se muere por llamar a tiempo al sacerdote. En cambio, son
muchos los que mueren en pecado por haber llamado al sacerdote demasiado
tarde. Cargan con enorme responsabilidad los que, viendo a sus parientes,
amigos, vecinos, etc., en peligro de muerte, no avisan a tiempo al sacerdote
para que les asista. Puede ser que muchos se condenen por un amor mal
entendido de sus familiares . Temen que el enfermo se asuste al recibir los
auxilios espirituales, y no temen que se presente ante el juicio de Dios con
el alma en pecado.
Como si en el incendio de una casa no se quiere avisar a los vecinos que
están durmiendo por temor de asustarles. Vaya una caridad tan rara! Además,
en caso de que el enfermo se asuste, este susto será pasajero, y una larga
experiencia enseña que los enfermos cuando se confiesan y comulgan se quedan
muy tranquilos. Es natural! Un católico en peligro de muerte, siempre se
alegra de recibir los auxilios de un sacerdote. Algunas personas comprometen
a su familia para que les avisen con tiempo cuando llegue el momento de
recibir los últimos Sacramentos. En cambio, qué tremendo remordimiento deben
tener los que se sientan culpables de haber dejado morir a un enfermo sin
los auxilios espirituales! Por el contrario, qué consuelo tan grande deben
sentir aquellos a quienes se deba que el enfermo hiciera una buena confesión
antes de morir! Y, qué agradecimiento tan grande les guardará ese alma por
toda la eternidad! Pero el que se haya condenado porque las personas que le
rodeaban no quisieron llamar a tiempo al sacerdote, qué sentimiento guardará
para con ellos?
Recuerdo una vez que fui a visitar a un enfermo que yo sabía que estaba
grave. En cuanto me quedé a solas con él me dijo: «Qué alegría he sentido,
Padre, al verle entrar por esa puerta! Estaba deseando llamarle, pero no me
atrevía para no asustar a la familia». Al salir me dice la familia: «Cómo le
agradecemos, Padre, que haya Vd. venido. Lo estábamos deseando, pero no nos
atrevíamos a decírselo al enfermo, para que no se asustara!»
Qué te parece? Unos y otros deseando llamar al sacerdote; y, por un miedo
absurdo de ambas partes, un enfermo iba a morir sin confesión. Qué
barbaridad! En cambio, después de la confesión, qué tranquilidad para todos!
Por otra parte, es sabido que uno de los efectos de la unción de los
enfermos es dar al enfermo la salud del cuerpo si le conviene.
Si para dar la unción de los enfermos se espera a que la situación sea ya
irreversible, entonces el recobrar la salud será casi un milagro, y la
unción de los enfermos, de suyo, no hace milagros.
La unción de los enfermos debe recibirse cuando el enfermo está todavía en
uso de sus sentidos.
Para recibir la unción, el enfermo debe estar grave; pero no es necesario
que el peligro sea de muerte inminente . Basta que la enfermedad sea tal que
haya amenaza de peligro real por enfermedad o vejez(974).
La unción de los enfermos puede administrarse otra vez si recobrada la
salud, vuelve la gravedad .
A los muy ancianos se les puede administrar la extremaunción aunque no estén
enfermos, pues la vejez es ya una enfermedad incurable . Cuando el que va a
recibir la unción de los enfermos está en el uso de sus sentidos, debe antes
confesarse. Pero si hay peligro de que cuando llegue el sacerdote, haya
perdido el sentido, tiene obligación de hacer antes un acto de contrición.
El peligro de muerte debe estar dentro del cuerpo de la persona. Por eso no
puede administrarse la extremaunción a un criminal antes de ser ejecutado,
ni a los soldados antes de la batalla .
En caso de necesidad puede administrarse la extremaunción a los recién
fallecidos ; pues la muerte es la separación del alma y del cuerpo, y es
difícil señalar el momento preciso de esta separación.
La muerte aparente no coincide siempre con la muerte real.
La muerte no viene de repente. Es un proceso gradual de la vida actual a la
muerte aparente, y de ésta a la muerte real .
Se conocen casos de vuelta a la vida después de una muerte clínica, sin
intervención de milagro alguno.
La única señal de muerte real es la putrefacción del cadáver.
Cuando ésta se presenta con caracteres inequívocos, la muerte real es del
todo cierta . «Solamente hay una señal de la muerte absoluta: la
putrefacción» (975).
Debe administrarse la unción de los enfermos, aunque el enfermo no haya
podido confesar, pues basta que tuviera atrición para que con este
sacramento se le perdonen sus pecados, incluso graves.
Hoy la Iglesia permite la incineración de los cadáveres (976).
Las cenizas de los cadáveres deben guardarse con todo respeto.
Mientras la legislación eclesiástica o civil no disponga otra cosa, yo
sugiero que el mejor sitio de estas cenizas es el nicho de un familiar.
Notas
(974) - Concilio Vaticano II:Sacrosantum
Concilium: Constitución sobre la Sagrada Liturgia, nº 73
(975) - MICHEL: Los misterios del más allá, II,
33. Ed. Dinor. San Sebastián
(976) - Nuevo Código de Derecho Canónico, nº
1176, 3