Apacentad la grey de Dios: ¿Cómo podemos ser pastores dignos de fe en el tercer milenio?
Prof. Mons. ANTONIO MIRALLES
Pontificia Universidad de la Santa Cruz
La interrogación planteada por el título no surge, por supuesto, de una
exigencia nueva, nunca antes experimentada, sino que, en el contexto actual,
en el que la Iglesia se siente llamada a un compromiso valiente por la
evangelización, se vuelve insoslayable. Las primeras palabras, tomadas de
1Pt 5,2 nos encaminan hacia una respuesta verdadera y eficaz: «Apacentad la
grey de Dios que os está encomendada, vigilando, no forzados, sino
voluntariamente, según Dios, no por mezquino afán de ganancia, sino de
corazón; no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos
de la grey. Y cuando aparezca el Mayoral, recibiréis la corona de gloria que
no se marchita» (1 Pt 5,2-4).
Hay en la Iglesia un pastor supremo, que es Cristo mismo. Los pastores, que
han recibido el sacramento del orden, son pastores bajo él y por virtud del
sacramento a él configurados. El Santo Padre deduce de ello, en Pastores
dabo vobis, que «Los presbíteros están llamados a prolongar la presencia de
Cristo, pastor único y sumo, actualizando su estilo de vida de manera que Él
se trasparente en medio de la grey a ellos confiada» (PDV 15). Los pastores
de la Iglesia (obispos, presbíteros) son dignos de fe en la medida en que
son transparentes a Cristo. Si no encuentran en ellos a Cristo, los hombres
se alejarán de ellos. ¿Pues qué motivo tendrían para seguirlos y
escucharlos?
El pasaje de la carta de San Pedro especifica tres actitudes que confirman a
los pastores que realmente están apacentando la grey de Dios cual verdaderos
pastores bajo el Pastor supremo. En primer lugar, llevar a cabo el servicio
pastoral no por obligación, como una carga pesada que desearan quitarse de
encima, sino voluntariamente, según el ejemplo de Jesús, obediente al Padre
hasta la muerte, según sus mismas palabras: «Por eso me ama el Padre, porque
doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy
voluntariamente» (Jn 10,17-18).
En segundo lugar, no por afán de lucro, sino de buen corazón. Es la
contraposición entre el asalariado y el buen pastor. Al asalariado «no le
importan nada las ovejas» (Jn 10,13), le interesa la ganancia; en cambio,
«el buen pastor da su vida por las ovejas» (Jn 10,11).
En tercer lugar, no portándose como amos de los fieles que les han sido
confiados, sino siendo modelos para la grey. Los pastores no son los dueños
de la grey, porque la grey es de Dios, y Jesús había enseñado: «Los que son
tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus
grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino
que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor»
(Mc 10,42-44).