El martirio y la formación sacerdotal
Prof. Paolo Scarafoni, L.C.,
Magnífico Rector del Pont. Ateneo Regina Apostolorum, Roma.
""Servir": ¡Cómo aprecio esta palabra! Sacerdocio "ministerial": un término
que me deja estupefacto" (Juan Pablo II, Alzatevi, Andiamo! [¡Levantaos,
vayamos!], 41). El presbítero tiene prioridad en el sentido de que "debe ser
el primero en dar su vida por las ovejas, el primero en el sacrificio y la
dedicación" (Ibídem); como hizo Cristo e, imitándolo, los apóstoles.
El Concilio Vaticano II prescribe lo siguiente para la formación del
candidato al sacerdocio: "Deben comprender claramente que no están
destinados al mando o a los honores, sino a entregarse totalmente al
servicio de Dios y al ministerio pastoral (...) y a identificarse con Cristo
crucificado" (Optatam totius 9). "Me alegro por los padecimientos que
soporto por vosotros, y completo lo que falta a las tribulaciones de Cristo
en mi carne, en favor de su cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1,24).
El martirio y el sacerdocio están íntimamente vinculados. Debiendo
identificarse con Cristo Sacerdote, a través de la ordenación sagrada, los
candidatos al sacerdocio deben acostumbrarse a unirse a Él, compartiendo una
vida íntima y plena, que consiste, de manera especial, en:
el ejercicio de la caridad heroica según el ejemplo de Cristo y en respuesta
a su mandamiento;
la aceptación del sacrificio y el sufrimiento como un privilegio;
la obediencia y la humildad como imitación de Cristo;
el alejamiento de la pereza y la comodidad de su propia vida sacerdotal.
La formación espiritual de los seminaristas debe centrarse en la
identificación plena con Cristo, en especial con su pasión y muerte en la
cruz por amor, cumbre de su misión y sacerdocio. El recuerdo vivo, ofrecido
a los seminaristas, de los sacerdotes y obispos santos y mártires que han
imitado a Cristo hasta dar su vida, contribuye a que comprendan que dicha
imitación es posible, a veces hasta el heroísmo. Durante la persecución
religiosa en México y luego en España, en las primeras décadas del siglo
pasado, muchos sacerdotes fueron asesinados por haber sido sorprendidos en
el ejercicio de su ministerio, por no haber querido abandonar al rebaño que
se les había confiado.
Otro aspecto central de la formación sacerdotal en relación al martirio es
la atención vigilante a las inspiraciones del Espíritu, que son exigentes y
fuertemente opuestas a la pereza y la comodidad, y deben ser seguidas con
exactitud y esfuerzo. La comodidad es contraria al Espíritu Santo, porque
lleva al predominio del espíritu del mundo, y, en cambio, el Espíritu Santo
no deja de obrar en la caridad. La disponibilidad al martirio es un don
especial del Espíritu Santo, concedido a quien lo acoge con docilidad. Bajo
los regímenes totalitarios del marxismo materialista ateo, el Espíritu Santo
ha dado signos de su presencia viva en un gran número de obispos y
sacerdotes católicos y ortodoxos, y en muchos laicos, que han enfrentado el
martirio por amor a Cristo, la Iglesia y sus propios hermanos. También en el
mundo materialista de hoy, el Espíritu Santo suscita sacerdotes santos que
no se abandonan al espíritu del mundo y saben ofrecer la vida terrenal en la
fidelidad y la caridad hasta el heroísmo, en la imitación de Cristo.
La Eucaristía es el sacrificio redentor de Cristo ofrecido por la Iglesia,
la presencia real del Señor, la comunión que da frutos de purificación e
identificación con Él. "En la Iglesia antigua, el martirio era considerado
una verdadera celebración eucarística: realización extrema de la
contemporaneidad con Cristo, del ser una cosa sola con Él" (J. Ratzinger,
Introduzione allo spirito della liturgia, 55).
El contacto asiduo de seminaristas y sacerdotes con la Eucaristía en la
celebración y el tabernáculo posibilita cada día la ofrenda auténtica de la
propia vida al Padre junto con Cristo, y alimenta el servicio y la caridad
pastoral hasta el martirio. Algunos obispos y sacerdotes han sido
martirizados precisamente durante la celebración eucarística y otros han
unido sus propios sufrimientos al sacrificio eucarístico, celebrado en
condiciones peligrosas y en el secreto de las prisiones.