María Misionera
Prof. Jean Galot SJ – Roma
Video-conferencia del 4 octubre 2004
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El evangelista Lucas, luego de haber relatado en el episodio de la
Anunciación, el encuentro del ángel con María, nos ilustra el movimiento que
se apodera de la Virgen de Nazaret por la rapidez de compartir con Isabel,
con gran alegría por la llegada del Mesías. Después de haberle ofrecido su
consenso pleno al proyecto del ángel, y mostrado personalmente su
disposición total, María habría podido detenerse para reflexionar sobre el
evento que, de manera imprevista, se le había revelado.
Efectivamente, un esfuerzo era necesario para entender mejor el significado
de la maternidad que se le había ofrecido como un misterioso don divino.
Mas, a pesar de meditar el valor de este don excepcional, María no quería
conservarlo para sí misma sino comunicar su felicidad a los demás.
El mensaje que recibió le significaba un misión; en su generosidad María
quería compartir con los otros el conocimiento de la maravilla anunciada, y
hacer entrar a los demás en la ventura de la esperanza mesiánica que ahora
cumplía sus promesas. Consciente de esta misión, María asume la
responsabilidad de ser ella la primera mujer misionera en el mundo.
Reconocemos en ella el atributo característico del impulso misionero. La
primera característica es la de un entusiasmo impaciente en la proclamación
de la verdad que desea difundir. Este entusiasmo encuentra su fuente en la
dicha misma de la Anunciación: por el nombre de la Hija de Sión, María fue
invitada a dejarse llevar por la gloria mesiánica. Esta felicidad debería
estar siempre presente en la presentación misionera. El lenguaje utilizado
por el evangelista para describir la iniciativa de María es significativo:
“En aquellos días” parece concentrar la atención en un nuevo período en el
que la esperanza de salvación toca más vivamente la humanidad. Aquellos días
son la continuación del día de la Anunciación, pero con algunas novedades.
Muchos traducen: “María inició su viaje”, pero Lucas dice, más literalmente:
“María se levantó…” (Lc 1, 39). El verbo pone entonces el acento en su
iniciativa personal. Será también el verbo utilizado para expresar la
resurrección. La fuerza espiritual que se manifestará más tarde en la
resurrección de Cristo comienza a hacerse sentir en el camino de la
visitación.
No se trata sólo del arranque frente a la paciencia, sino del movimiento de
toda el alma, que se comprometió con grande felicidad en un encuentro
animado por la fe. Todo el camino es recorrido “con rapidez”: es la
prontitud de la fe que desea comunicar su riqueza. Más fundamentalmente, es
la rapidez de Dios mismo que desea difundir la buena noticia de la salvación
en todo el universo.
El camino de la visitación es el camino de la primera evangelización. Con el
gesto de María que entra en la casa de Zacarías e Isabel, se manifiesta toda
la verdad del Evangelio que penetra en la casa que ya la había recibido, con
la intervención de Juan Bautista, la preparación última a la venida del
Salvador. Esta llegada se cumple plenamente con la efusión especial del
Espíritu Santo, que llena a aquellos que están en la casa.
La felicidad de la fe
El episodio de la Visitación pone en relieve especial la felicidad de la fe.
Las palabras de Isabel subrayan la felicidad de María pero, para entender
dicha ventura, es importante traducir este pasaje: “Feliz la que creyó,
porque se cumplirá lo que te dijeron de parte del Señor”.
Son posibles dos traducciones, por la partícula griega “oti” que puede tener
dos significados: “que” y “porque”. Traducir “que” sería reducir la
afirmación a una cosa banal porque es evidente que para el que cree, lo hace
porque ha sido dicho de parte del Señor. De otro lado, la costumbre de las
beatitudes implica la indicación del motivo de dicha felicidad. Quienes
creen son venturosos porque ha sido dicho de parte del Señor.
María es llamada feliz/beata porque con su fe obtiene el cumplimiento del
mensaje del ángel.