Sacerdotes forjadores de santos: Palabras de Introducción del Card. Castrillón
«A todos los amados de Dios que estáis en Roma, santos por vocación, a
vosotros gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo»
(Rm 1,7). Esta frase con la que el apóstol Pablo dirige su bendición a los
cristianos de Roma, resonó con particular vigor en el corazón y la mente de
más de mil sacerdotes, reunidos del 18 al 23 del mes pasado en la isla de
Malta, en ocasión del VI Congreso Internacional de Sacerdotes, promovido por
esta Congregación sobre el tema: «Sacerdotes, forjadores de santos en el
tercer milenio». Y hoy, la misma expresión paulina resuena en esta 32a
videoconferencia internacional, cuyo tema es el mismo y constituye, por
ello, una ocasión privilegiada para todos los cristianos -y en particular
para los sacerdotes-, de volver a descubrir la grandeza del misterio de la
misericordia y el amor del que todo sacerdote ha sido consagrado ministro.
Amado por Dios y santo por vocación, el sacerdote ha sido capacitado para
hablar con el yo de Cristo: en su gesto de bendición y sus manos alzadas en
el Sacrificio eucarístico, fluyen la vida y la acción salvífica de Cristo
mismo, por el bien de la humanidad. Ésta es la grandeza de la identidad del
sacerdote de la Nueva Alianza, la vertiente de su alegría, la certidumbre de
su vida (cfr. Giovanni Paolo II, Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, n° 18).
A todos Cristo repite: «Sed pues perfectos así como vuestro Padre celestial
es perfecto» (Mt 5,48), llamando a la santidad a todos los hombres de
cualquier estado y condición; y lo repite, sobre todo y ante todo, a los
sacerdotes, a través de la exhortación que se encuentra en el Levítico: «Sed
santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo» (19,2).
Con su vida, el sacerdote atestigua que la finalidad de la santidad no se
encuentra en sí misma, sino que es un itinerario hacia Dios, quien es santo,
y hacia los hombres, quienes tienen sed de Dios (cfr. Concilio Vaticano II,
Decr. Apostolicam actuositatem, n° 2).
Ante el sacerdote, el hombre contemporáneo tiene como única gran expectativa
encontrar a Cristo. Los hombres piden poder contemplar en él el rostro
misericordioso de Dios, anhelan conocer a la persona que, «constituida en
favor de los hombres en lo que se refiere a Dios» (Hb 5,1), pueda decir como
San Agustín: «Nuestra ciencia es Cristo y también nuestra sabiduría es
Cristo. Él es quien infunde en nosotros la fe respecto de las realidades
temporales y es quien revela las verdades que se refieren a la vida eterna»
(San Agustín, De Trinitate 13, 19, 24: NBA 4, p 555).
Es lo que, recientemente, el Santo Padre ha vuelto a afirmar, exhortando a
los sacerdotes reunidos en Malta, a través de una conexión audiovisual desde
el Palacio Apostólico del Vaticano: «Amadísimos, el Señor os invita a ser
sus apóstoles, en primer lugar gracias a la santidad de vuestras vidas.
Estáis llamados a hacer resonar en todo lugar el poder de la palabra de
verdad del Evangelio, que es la única que puede cambiar profundamente el
corazón del ser humano y concederle la paz» (Juan Pablo II, Discurso desde
la Sala del Consistorio, 21 de octubre de 2004, n° 2: Osservatore Romano n°
245 del 22-10-2004, p. 4).
Es también lo que destacarán y aclararán en esta sesión las ponencias de los
teólogos, en especial las de los ilustres Profesores Juan Esquerda-Bifet,
Jean Galot, Antonio Miralles y Paolo Scarafoni, quienes hablarán desde Roma,
sede de la Congregación del Clero, subrayando que el ministerio sacerdotal,
llamado a estar constantemente en contacto con la santidad trascendente de
Dios, se vuelve, en Cristo, portador de esta santidad «en el mundo», en la
historia, en las moradas y los corazones de las personas.
Nos recordarán que los sacerdotes están llamados a irrigar de manera capilar
el terreno de la sociedad humana, resecado a veces por la cultura de la
muerte y el relativismo ético y existencial, fecundándolo con el agua viva
de la santidad de Dios que, en los sacramentos, se vuelve caridad salvífica,
capaz de dar a los hombres la vida eterna.
Las ponencias de los Prof. Michael Hull desde Nueva York, Ivan Kowalewsky
desde Moscú, Alfonso Carrasco Rouco desde Madrid y Louis Aldrich desde
Taiwan, tratarán en sus distintos aspectos el hecho de que el sacerdote se
convierte en guía y maestro de santidad en la medida en que es testigo
auténtico de la santidad de Cristo, de Aquel que ha venido a servir y no a
ser servido, a redimir toda la realidad humana, humillándose en la gruta de
Belén, en el madero salvífico de la Cruz y, en estos últimos tiempos, que
son los tiempos del testimonio de la Iglesia, en el pan de vida eterna,
convirtiéndose en alimento para todos en la Eucaristía. ¡Sacerdos et Hostia!
El sacerdote vuelve a descubrir en la Eucaristía el verdadero sentido del
amoris officium, de esa caridad pastoral de la que nos habla San Agustín (In
Iohannis Evangelium Tractatus 123, 5: CCL 36,678): don de sí en Cristo a su
Iglesia.
Desde Regensburg, Su Exc. Mons. Müller, desde Bogotá, el Prof. Silvio
Cajiao, desde Sydney, Su Exc. Julian Porteous, desde Manila el Prof. José
Vidamor Yu, desde Johannesburgo el Prof. Stuart Bate, nos permitirán
comprender que, a través de sus sacerdotes la Iglesia, crece, en los cinco
continentes, como «casa de la santidad» que «revela y hace revivir la
riqueza infinita del misterio de Jesucristo, logrando así que la santidad de
Dios entre en todo estado y situación de vida» (Juan Pablo II, Mensaje del
8.9.2001, para la 39° Jornada Mundial de oración por las vocaciones, 2002).
Puesto que la santidad que brota del sacramento del Orden y el ministerio de
la evangelización son inseparables: son intimidad con Dios, imitación de
Cristo, pobre, casto y humilde; son amor sin reserva hacia las almas y
entrega a su bien auténtico; son amor a la Iglesia, que es santa y necesita
sacerdotes santos, porque ésa es la misión que Cristo le ha confiado (cfr.
Juan Pablo II, Exhort. Apost. Pastores dabo vobis, n° 33).
Concluyo esta presentación agradeciendo, como de costumbre, a los Prelados y
Teólogos invitados y recordando que sus ponencias tienen lugar en conexión
directa, desde diez países de los cinco continentes. Deseo a todos una buena
audición.