La misión suprema de Cristo y la misión de sus sacerdotes
Carta del Santo Padre Juan Pablo II
a los sacerdotes c
on ocasión del Jueves Santo.
1981
El Ungido, el Enviado
1. "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír" (Lc 4,21).
Venerables y queridos hermanos:
No fue demasiado largo el tiempo que, en la vida de Jesucristo, separó el
día, en que El pronunció por vez primera estas palabras en la sinagoga de
Nazaret, del día en que comenzó a cumplirse en El la misión suprema de
Ungido.
Cristo, el Ungido Aquel que viene en la plenitud del Espíritu del Señor, tal
como dijo de El, el Profeta Isaías: "El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado ... " (1).
He aquí: el Ungido, o el Envíado; está en el final de su misión terrena.
Suenan ya la horas de los días espantosos y, a la vez, santos, en el curso
de los cuales la Iglesia, cada año, acompaña, mediante la fe y la liturgia,
el último Paso del Señor, Pascha Domini. Y la Iglesia lo hace, encontrando
en El siempre de nuevo el principio de la vida del Espíritu y de la Verdad,
de la Vida que debía revelarse sólo mediante la muerte. Todo lo que había
precedido a esta muerte del Ungido, fue solamente una preparación a esta
única Pascua.
La Pascua de la Iglesia
2. Nosotros también nos hemos reunido hoy, en la mañana del Jueves Santo,
para preparar la Pascua.
Los cardenales y los obispos, los presbíteros y los diáconos, juntamente con
el Obispo de Roma, celebran la liturgia de la bendición del crisma del óleo
de los catecúmenos y del óleo de los enfermos. La liturgia matutina del
Jueves Santo constituye la preparación anual a la Pascua de Cristo, que vive
en la Iglesia, comunicando a todos esa plenitud del Espíritu Santo, que está
en El mismo, comunicando a todos la plenitud de su unción.
¡Los cristianos son uncti ex UnctoL
Nos hemos reunido aquí para preparar, de acuerdo con el carácter de nuestro
ministerio, la Pascua de Cristo en la Iglesia: para preparar la Pascua de la
Iglesia en cada uno de los que participan en su misión, desde el niño recién
nacido hasta el
venerable anciano gravemente enfermo que se acerca al fin de su vida. Cada
uno participa en la misión consignada a toda la Iglesia por el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo, misión suscitada por obra del misterio pascual de
Jesucristo.
La unión y la misión son propias de todo el Pueblo de Dios. Y nosotros hemos
venido para preparar la Pascua y la Iglesia de la cual toma inicio, siempre
de nuevo, la unión y la misión de todo el Pueblo de Dios.
"A aquel que nos amó, nos ha liberado de nuestros pecados por su sangre, nos
ha convertido en un reino, y hecho sacerdotes de Dios, su Padre, a El la
gloria y el poder por los siglos de los Siglos" (2).
Fidelidad a la alianza sacerdotal
3. Estamos, pues, aquí juntos en la comunidad de la concelebración. Estamos
juntos nosotros, los humildes adoradores e indignos administradores del
misterio pascual de Jesucristo.
Nosotros, servidores de la incesante Pascua de la iglesia, elegidos por la
gracia de Dios.
Estamos presentes para renovar el vínculo vivificante de nuestro sacerdocio
con el único Sacerdote, con el Sacerdote eterno, con Aquel "que nos ha
convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre"(3)
Estamos presentes para prepararnos a descender juntos con El al "abismo de
la pasión, que se abre con el Triduum Sacrum, para sacar de nuevo fuera de
este abismo el sentido de nuestra indignidad y la infinita gratitud por el
don, del que participa cada uno de nosotros.
Estamos aquí, queridos hermanos, para renovar los compromisos de nuestra
fidelidad presbiteriana. "Por lo demás, lo que en los dispensadores se busca
es que sean fieles"(4).
¡Somos uncit ex Uncto!
Hemos sido ungidos, igual que todos nuestros hermanos y hermanas, con la
gracia del bautismo y de la confirmación.
Pero, además de esto, también han sido ungidas nuestras manos, con las
cuales debemos renovar su propio Sacrificio sobre tantos altares de esta
basílica, de la Ciudad Eterna, de todo el mundo.
Y han sido ungidas también nuestras cabezas, puesto que el Espíritu Santo ha
elegido a algunos de entre nosotros y los ha llamado a presidir a la
Iglesia, a la solicitud apostólica por todas las Iglesias (sollicitudo
omnium Ecclesiarum).
Uncit ex Uncto!
¡Qué inestimable es para nosotros este día! Qué especial es la fiesta de
hoy: el día en el que hemos nacido todos y ha nacido cada uno de nosotros
como sacerdote ministerial por obra del Ungido Divino.
"Vosotros os llamaréis sacerdotes del Señor, dirán de vosotros: ministros de
nuestro Dios" (5).
Así dice el Señor: "Les daré su salario fielmente y haré con ellos un pacto
perpetuo. Su estirpe será célebre entre las naciones, y sus vástagos entre
los pueblos. Los que los vean reconocerán que son la estirpe que bendijo el
Señor"(6).
Ast se expresa el Profeta Isaías en la primera lectura.
Queridísimos hermanos: Que se cumplan estas palabras en cada uno de nosotros
y sobre nosotros.
Recemos también por aquellos que han roto la fidelidad a la alianza con el
Señor y a la unción de las manos sacerdotales.
Oremos pensando en aquellos que, después de nosotros, deben asumir la unción
y la misión. Que lleguen de diversas partes y entren en la viña del Señor,
sin tardar y sin mirar atrás.
Uncti ex Uncto!
Amén
Is 61, 1
Ap 1, 5-6
Ap 1,6
1 Cor 4,2
Is 61, 6
Is 61, 8-9