Una sensacional fotografía de la pasión de Cristo
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‘Si no lo veo, no lo creo…’
El refrán es bastante frecuente, o como admiración ante un hecho difícil de
explicar, o como una postura de escepticismo ante cualquier cosa que va
‘contra corriente’. Muchas veces el antagonismo que se presenta entre fe y
razón, o entre razón y fe, puede parecer que es una postura explicable; pero
Dios es el ‘autor’ de la fe y de la ciencia, no puede haber contradicción
entre ambas. Benedicto XVI ha dado claro empuje a esta idea.
Lozano Garrido en este artículo, escrito ya en 1955, plantea esa no
contradicción entre fe y razón. El tema concreto de la sábana santa ha sido
con posterioridad a esa fecha más y más estudiado. Pero la presentación del
tema que hace Lozano Garrido y el modo de exponerlo con sencillez y a la vez
con rigor, es una buena prueba de sus conocimientos y de ese subyacer de la
‘concordia’ entre la fe y la ciencia.
Una sensacional fotografía de la pasión de Cristo
Así consideran la ciencia y la tradición al Santo Sudario de Turín
Manuel Lozano Garrido
Semanario Signo nº 795; 9 abril 1955
Dice San Lucas, y confirman los otros dos evangelistas sinópticos que “José
de Arimatea, comprada una sábana (sindon), bajó a Jesús de la Cruz, lo
envolvió en la sábana y le puso en un sepulcro abierto en una peña”. (Mac.
15,46)
Después de la memorable mañana de Resurrección, sobre el Santo Sudario pesa
un silencio de doce siglos de difícil documentación. No obstante, la
creencia de entonces estaba acorde en su existencia y autenticidad. En 1206
aparece ya claramente en el saqueo de Bizancio, de donde es salvada por
Othon de la Roche. Esta vicisitud no es sino una de las múltiples a que se
había de ver sometida. Su huella vuelve a asomar y perderse de nuevo en
Besaçon. Luego sufre un nuevo extravío. En 1360 está en Troyes, y después,
en San Hipólito, Chimay, la abadía de Lirey y Chambery, donde descansó.
Precisamente es aquí donde atraviesa su mayor peligro de destrucción: un
incendio que llegó a afectarle parcialmente y que las monjas que la
custodiaban repararon con más voluntad que acierto. Finalmente, la casa de
Saboya, propietaria del Sudario, lo llevó a Turín, donde descansa, y sólo
cada treinta años es sacado a la veneración pública, circunstancia que se
utiliza para las peregrinaciones y la experimentación de los estudiosos.
LA SÁBANA
Examinado someramente el lienzo, se ve que es una tira de finísimo lino
amarillento, ligeramente uniforme, de 1,10 metros de ancho por 4,36 de
longitud.
Dividiendo el paño idealmente en dos trozos, aparecen en su superficie
sendas figuras de un cuerpo humano de patente perfección anatómica,
estampadas por su parte anterior y posterior respectivamente, y colocadas en
opuestas direcciones, o sea, próximas las imágenes de la cabeza y a la mayor
distancia las de los pies. Esta orientación se aclara si tenemos en cuenta
el modo de amortajar de los judíos. En efecto, ellos solían utilizar un
lienzo estrecho, pero de doble longitud a la de una persona, y en una de sus
mitades colocaban el cuerpo en decúbito supino, con los pies hacia el
extremo y la cabeza al centro. Después, plegaban la tela por encima del
cráneo y cubrían el resto del organismo por su parte anterior. Así se
explican las dos direcciones y las imágenes distintas.
Aparentemente, la impresión es algo confusa, y en ella figuran manchas de
dos tonalidades: las unas, que dan el contorno, más abundantes y uniformes,
de un claro color sepia; las otras, más localizadas, de un tono malvarrosa o
carmín malva, según Vignón, corresponden a la sangre.
El cuerpo tiene sobre el pubis las dos manos superpuestas y presenta señales
de haber sido sometido a una intensa flagelación previa, así como a otros
tormentos, tales como la de ceñirle cráneo y frente con un casco de púas
agudísimas, la clásica crucifixión romana de pies y manos y una amplía
hendidura en su costado superior derecho.
Todas estas circunstancias, de tan portentosas coincidencias con el drama
del Calvario, unidas al asentimiento de la tradición, movieron a los fieles
a identificar el sudario turinés con aquella otra síndone que citan los
evangelistas en el relato de la trágica tarde del Viernes Santo. El año 1898
vino pronto a dar espaldarazo al presentimiento popular.
PRIMERA FOTO
Cuando en 1898 se celebró en Turín una Exposición de arte sagrado, la
primavera quemaba en las piedras de la catedral la opulenta teoría de los
oros latinos. Coincidiendo con la manifestación sacra se cumplía también el
plazo marcado para la veneración de la Sábana Santa, y las gentes acudieron
en esta ocasión con una nueva curiosidad.
Por primera vez coincidía la Exposición con el desarrollo de un reciente
invento -la fotografía-, cuyas posibilidades de difusión se quería utilizar
para la Sábana Santa.
Para alcanzar la altura del Sudario fue preciso utilizar un montaje
especial, y por la tonalidad amarillenta del lienzo, que dificultaba una
imagen nítida, hubo que utilizar también ciertas precauciones técnicas. Al
fin, un fotógrafo especial tiró la primera placa, que hubo de repetir por la
duda de su impresión. Todas estas operaciones se llevaron a cabo en medio de
una gran emoción.
Sin embargo, la mayor sensación no se produjo en el templo, sino después, en
el laboratorio de revelado.
Conocido es el proceso que en él se sigue para la obtención de la imagen.
Bañada la placa original en una solución de carbonato, bromuro y otros
compuestos se logra una figura opuesta, en la que lo que era blanco o negro
en un principio aparece invertido. Esta transformación inicial acaba en lo
que comúnmente llamamos “clisé” o estampa negativa, de la que después se
extrae la imagen última. Pues bien; una vez desecado, al examinar el
negativo del sudario se vió con sorpresa que lo revelado no era sino una
clara y asombrosa imagen “directa” del divino Cristo crucificado, y en ella
aparecían todas la huellas materiales consecuentes al suplicio del Gólgota.
La lámina era tan impresionante que no daba lugar a dudas. Por otra parte,
el resultado idéntico de otras placas solventaba todo conato de polémica.
Las preguntas surgieron incontenibles: ¿Qué explicación se podía dar al
fenómeno? ¿A qué obedecía la impresión negativa del lienzo?
LA CIENCIA ACLARA
Fue aquí donde por segunda vez tendió su mano la técnica. Su razonamiento
era muy sencillo. Consecuencia de los tormentos, durante la Pasión se
produjo en Jesucristo un proceso febril de copiosa sudoración, en la que
naturalmente, abundaba la urea. En la fermentación posterior consiguiente,
la urea desprendió sales amoniacales que, actuando sobre áloe en que se
impregnaban los lienzos utilizados como sudarios, produjeron la coloración
sepia que caracteriza a la Santa Sindone. La transformación, por lo tanto,
no se realizaba por contacto, sino indirectamente, por la vaporización, y
aquí radica la clave del fenómeno negativo.
Asimismo, como el lienzo, por la circunstancia de plegarse sobre la cabeza,
estaba más próximo a la parte superior, se explica que la tonalidad sea más
intensa en cráneo y tórax que, por ejemplo, en los píes, más holgados y de
menos ligadura.
Lo curioso es que una permanencia fugaz del cadáver no podía matizar el
lienzo y, por el contrario, cuando este contacto sobrepasaba los cuatro
días, se ocasionaba una impregnación excesiva que reducía la figura a un
manchón informe. Sólo en Jesucristo se dio está coyuntura. El Evangelio es
bien explícito al caso: “Jesús habiendo resucitado de mañana, el primer día
de la semana” (Mac. 16, 9).
Pero también el fenómeno químico dejaba de producirse si el cuerpo había
sido untado o embalsamado previamente, características que no se dieron en
el Redentor, que por la inminencia del sábado hubo de ser sepultado de un
modo provisional, demorando la operación para el domingo, en que resucitó
(Luc. 23, 56.)
Si la impresión del organismo sobre el paño se verifica, no al roce, sino
por vaporización, el contacto de la tela con la sangre de las heridas,
reblandecida por los vapores, dejaba una nueva mancha, ésta, sí, de
estampación directa.
Existían, pues, dos fenómenos de grabación: negativo el uno (transpiración
de sales amoniacales), positivo el otro (unión de sangre y tela),
Cabalmente, en la reliquia sucede de las dos formas; el color sepia da la
imagen negativa de Jesús; la colocación malvarrosa es la impresión positiva
de la sangre. Así aparecen también en la versión fotográfica.
UN RACIONALISTA CERTIFICA
Posibles objeciones han caído por su base a la hora de verificarlas. Se
habló, por ejemplo, de la posibilidad de que, fuera una pintura maestra. La
hipótesis queda derogada por dos razones. Primera: Utilizada la lente, no
aparecen rasgos de pinceladas y sí de manchas. Segunda: Supone un
conocimiento prodigioso de la anatomía, más dificultado aún por su situación
negativa. Los descubrimientos anatómicos se hicieron en el Renacimiento, y
la existencia de la Síndone se remonta, cuando menos, al medievo, en que se
ignoraba la especialidad.
Todas las aplicaciones que a ella se hacen de la ciencia moderna, no hacen
sino sumarse a la autenticidad de la sagrada reliquia. Así, por ejemplo, la
arqueología ha dictaminado que las huellas de la flagelación coinciden con
las que dejaban los característicos flagelos romanos, y que el tejido del
lienzo es contemporáneo al martirio de Jesús. El examen médico legal está de
acuerdo en la propiedad anatómica y en que la impresión corresponde a un
organismo que hubiera sido sometido a los mismos sufrimientos de Jesucristo.
Sumemos la comprobación fotográfica, el examen químico y el dictado
artístico y se ratificará la importancia del lienzo turinés.
Aún cabe esperar nuevas aplicaciones. Así, la radiactividad (el reloj para
atrás), que puede fijar el año de procedencia; los rayos X, el
espectroscopio, la luz ultravioleta. De todas formas, lo hasta ahora logrado
es ya suficiente para que un científico como Ives Delage, racionalista
afirme en una comunicación a la Academia de Ciencias de París: “Se trata de
un retrato de hombre, y este hombre es Jesucristo”.
LA PASIÓN, EN LA SÁBANA
Es edificante hacer un recorrido de la Pasión a través del Santo Sudario.
La mayoría de los tratadistas están de acuerdo en que Cristo debería haber
muerto en la flagelación: tan intenso fue el sufrimiento. Que lo superara,
sólo cabe por su voluntad de padecer. Todo el cuerpo, desde el cuello hasta
los pies, presenta los estigmas de un castigo sin precedentes. Por las
huellas, se hace infinito el número de azotes, pues todos los
desgarramientos llegan casi a unificarse en una tremenda úlcera. En cada uno
de ellos se aprecian los impactos de dos huesos o bolitas de plomo en que
terminaban los trozos de correas o azotes.
Las señales de la coronación demuestran también la terrible laceración de
las púas, más aún cuando se ve que no se realizó como nos la presenta
comúnmente la iconografía, sino como apuntan muchos exegetas, entre ellos
Ricciotti, o sea en forma de casco, que afectaba a toda la superficie
craneana.
Las revelaciones más interesantes son las de la crucifixión de manos y pies.
En la única mano en que aparece distintamente la llaga, ya que la otra está
parcialmente oculta por la superposición de la izquierda, se ve que el
taladro no se hizo en las palmas de las manos, sino en su parte superior, o
carpo, ya en la muñeca. Los experimentos que posteriormente se han hecho
sobre cadáveres demuestran la poca consistencia de las palmas y su
incapacidad para sostener todo el peso del organismo. El doctor Barbet, que
ha llevado hasta sus últimas consecuencias la tarea, aporta la existencia de
un hueco ideal en el carpo, el llamado espacio de Destot, que debían de
conocer los verdugos. En él se hizo la perforación, respetando, a su vez,
las palabras de las Escrituras: “No le quebraréis ni un hueso” (Juan, 19,
36), La situación especial de las extremidades inferiores, así como la
distinta intensidad en el manchado, dan a entender que para la perforación
de los pies fue utilizado un solo clavo, de acuerdo con el concepto
tradicional.
La llaga del costado aparece en el lado derecho, entre la sexta costilla y
el quinto espacio intercostal. El doctor Barbet experimentó que dirigiendo
oblicuamente la lanzada hacía el corazón se llega a la aurícula derecha, que
en los cadáveres, y Jesús lo estaba, está llena de sangre. Al mismo tiempo
debe brotar con ella una serosidad que procede del pericardio y que
cabalmente es el agua que vio San Juan. En el Sudario se aprecia el derrame,
que se extiende por la parte atrás de la cintura.
También merece reseñarse la depresión existente sobre el epigastrio, que
denuncia la rigidez de los músculos del tórax, síntoma de la probable y
dolorosa muerte por asfixia que acarrea la tetania.
La idea que deja la contemplación de la fisonomía retratada es la de un
cuerpo armonioso, bien musculado y de estatura más bien alta, 1,80
aproximadamente. Pero lo más impresionante es la visión del rostro, que en
medio de la severidad consiguiente a un suplicio incalificable respira esa
paz divina de la que Cristo dio ejemplo durante treinta y tres años; esa
serenidad que prueba el cumplimiento de una voluntad superior aun en el
momento más doloroso por que atravesara hombre alguno.