VÍA CRUCIS EN EL COLISEO 2010
PRESIDIDO POR EL SANTO PADRE
BENEDICTO XVI
VIERNES SANTO 2010
MEDITACIONES Y ORACIONES DE
Su Eminencia Reverendísima
Señor Cardenal
CAMILLO RUINI
Vicario general emérito de Su Santidad
para la diócesis de Roma
INTRODUCCIÓN
CANTO
R. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi,
quia per Crucem tuam redemisti mundum.
1. Per lignum servi facti sumus, et per sanctam Crucem liberati sumus. R.
2. Fructus arboris seduxit nos, Filius Dei redemit nos. R.
MEDITACIÓN
Cuando el Apóstol Felipe dijo a Jesús: "Señor, muéstranos al Padre", él
respondió: "Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces...?
Quien me ha visto a mí ha visto al Padre" (Jn 14, 8-9). Esta noche, mientras
acompañamos en nuestro corazón a Jesús, que camina bajo el peso de la cruz,
no nos olvidemos de estas palabras suyas. También cuando lleva la cruz y
cuando muere en ella, Jesús sigue siendo el Hijo de Dios Padre, una misma
cosa con él. Mirando su rostro desfigurado por los golpes, la fatiga, el
sufrimiento interior, vemos el rostro del Padre. Más aún, precisamente en
ese momento, la gloria de Dios, su luz demasiado fuerte para el ojo humano,
se hace más visible en el rostro de Jesús. Aquí, en ese pobre ser que Pilato
ha mostrado a los judíos, esperando despertar en ellos piedad, con las
palabras "Aquí lo tenéis" (Jn 19, 5), se manifiesta la verdadera grandeza de
Dios, la grandeza misteriosa que ningún hombre podía imaginar.
En Jesús crucificado se revela además otra grandeza, la nuestra, la grandeza
que pertenece a todo hombre por el hecho mismo de tener un rostro y un
corazón humano. Escribe san Antonio de Padua: "Cristo, que es tu vida, está
colgado delante de ti, para que tú te mires en la cruz como en un espejo...
Si te miras en él, podrás darte cuenta de cuán grandes son tu dignidad... y
tu valor... En ningún otro lugar el hombre puede darse mejor cuenta de
cuánto vale, que mirándose en el espejo de la cruz" (Sermones Dominicales et
Festivi III, pp. 213-214). Sí, Jesús, el Hijo de Dios, ha muerto por ti, por
mí, por cada uno de nosotros, y de este modo nos ha dado la prueba concreta
de cuán grandes y cuán valiosos somos a los ojos de Dios, los únicos ojos
que, superando todas las apariencias, son capaces de ver en profundidad la
realidad de las cosas.
Al participar en el Via Crucis, pidamos a Dios que nos dé también a nosotros
esa mirada suya de verdad y de amor para que, unidos a él, seamos libres y
buenos.
El Santo Padre:
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
R/. Amén.
El Santo Padre:
Oremos.
Breve pausa de silencio.
Señor, Dios Padre omnipotente,
tú lo sabes todo,
tú ves la enorme necesidad que tenemos de ti en nuestros corazones.
Da a cada uno de nosotros la humildad de reconocer esta necesidad.
Libra nuestra inteligencia de la pretensión,
equivocada y algo ridícula,
de poder dominar el misterio que nos circunda por todas partes.
Libra nuestra voluntad de la presunción,
un tanto ingenua e infundada,
de poder construir solos nuestra felicidad
y el sentido de nuestra vida.
Haz penetrante y sincero nuestro ojo interior,
para poder reconocer, sin hipocresía,
el mal que hay dentro de nosotros.
Pero danos también,
a la luz de la cruz y de la resurección de tu único Hijo,
la certeza de que, unidos a él y sostenidos por él,
también nosotros podremos vencer el mal con el bien.
Señor Jesús,
ayúdanos a caminar con este espíritu detrás de tu cruz.
R/. Amén.
PRIMERA ESTACIÓN
Jesús es condenado a muerte
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Juan. 19, 6 - 7. 12. 16
Cuando lo vieron los sacerdotes y los guardias gritaron: ¡Crucifícalo,
crucifícalo! Pilato les dijo: "Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo
no encuentro culpa en él". Los judíos le contestaron: "Nosotros tenemos una
ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de
Dios"...
Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban: "Si
sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está
contra el César" ...Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.
MEDITACIÓN
¿Por qué Jesús fue condenado a muerte, él, que "pasó haciendo el bien"? (Hch
10, 38). Esta pregunta nos acompañará a lo largo del Via Crucis como nos
acompaña durante toda la vida.
En los Evangelios encontramos una respuesta verdadera: los jefes de los
judíos quisieron su muerte porque comprendieron que Jesús se consideraba el
Hijo de Dios. Y hallamos también una respuesta que los judíos utilizaron
como pretexto para obtener de Pilato su condena: Jesús habría pretendido ser
un rey de este mundo, el rey de los judíos.
Detrás de estas respuestas se abre un abismo, que los mismos Evangelios y
toda la Sagrada Escritura nos permiten contemplar: Jesús ha muerto por
nuestros pecados. Y aún más profundamente, ha muerto por nosotros, ha muerto
porque Dios nos ama, y nos ama tanto que entregó a su Hijo único, para que
el mundo se salve por él (cf. Jn 3, 16-17).
Debemos, por tanto, mirar a nosotros mismos: al mal y al pecado que habitan
dentro de nosotros y que con excesiva frecuencia fingimos ignorar. Pero aún
más debemos dirigir la mirada al Dios rico en misericordia que nos ha
llamado amigos (cf. Jn 15, 15). Así, el camino del Via Crucis y todo el
camino de la vida se convierte en un itinerario de penitencia, de dolor y de
conversión, pero también de gratitud, fe y alegría.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Stabat mater dolorosa,
iuxta crucem lacrimosa,
dum pendebat Filius.
SEGUNDA ESTACIÓN
Jesús con la cruz a cuestas
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Mateo. 27, 27 - 31
Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron
alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de
color púrpura y trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y
le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando la rodilla, se burlaban
de él diciendo: "¡Salve, rey de los judíos!". Luego lo escupían, le quitaban
la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y terminada la burla, le quitaron
el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
Del Evangelio según san Juan. 19, 17
Y Jesús, cargando con la cruz, salió al sitio llamado "de la Calavera", que
en hebreo se dice Gólgota.
MEDITACIÓN
Después de la condena viene la humillación. Lo que los soldados hacen a
Jesús nos parece inhumano. Más aún, es ciertamente inhumano: son actos de
burla y desprecio en los que se expresa una oscura ferocidad, sin
preocuparse del sufrimiento, incluso físico, que sin motivo se causa a una
persona condenada ya al suplicio tremendo de la cruz. Sin embargo, este
comportamiento de los soldados es también, por desgracia, incluso hasta
demasiado humano. Miles de páginas de la historia de la humanidad y de la
crónica cotidiana confirman que acciones de este tipo no son en absoluto
extrañas al hombre. El Apóstol Pablo puso bien de manifiesto esta paradoja:
"Sé muy bien que no es bueno eso que habita en mí... El bien que quiero
hacer no lo hago; el mal que no quiero hacer, eso es lo que hago" (Rom 7,
18-19).
Así es, precisamente: en nuestra conciencia se enciende la luz del bien, una
luz que en muchos casos se hace evidente y por la cual, afortunadamente, nos
dejamos guiar en nuestras opciones. En cambio, a menudo, sucede lo
contrario: esa luz queda oscurecida por los resentimientos, por deseos
inconfesables, por la perversión del corazón. Y entonces nos hacemos
crueles, capaces de las peores cosas, incluso de cosas increíbles.
Señor Jesús, también yo soy de los que se han burlado de ti y te han
golpeado. En efecto, tú has dicho: "cada vez que hicisteis eso con uno de
estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis" (Mt 25, 40). Señor Jesús,
perdóname.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Cuius animam gementem,
contristatam et dolentem
pertransivit gladius.
TERCERA ESTACIÓN
Jesús cae por primera vez
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia por sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del profeta Isaías. 53, 4 - 6
¡Eran nuestras dolencias las que él llevaba, y nuestros dolores los que
soportaba! Nosotros lo tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. Él
ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. Él
soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus llagas hemos sido curados.
Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y el
Señor descargó sobre él la culpa de todos nosotros.
MEDITACIÓN
Los Evangelios no nos hablan de las caídas de Jesús bajo el peso de la cruz,
pero esta antigua tradición es muy verosímil. Recordemos tan sólo que, antes
de cargar con la cruz, Jesús había sido flagelado por orden de Pilato.
Después de todo lo que le había sucedido desde la noche en el huerto de los
olivos, sus fuerzas debían de estar prácticamente agotadas.
Antes de detenernos en los aspectos más profundos e interiores de la pasión
de Jesús, consideremos simplemente el dolor físico que tuvo que soportar. Un
dolor enorme y tremendo, hasta el último respiro en la cruz, un dolor que
asusta.
El sufrimiento físico es lo más fácil de vencer, o al menos de atenuar, con
nuestras actuales técnicas y metodos, con la anestesia y otras terapias del
dolor. Si bien, una masa gigantesca de sufrimientos físicos sigue presente
en el mundo, debido a muchas causas naturales o dependientes de
comportamientos humanos.
De todas formas, Jesús no rechazó el dolor físico y así se solidarizó con
toda la familia humana, en especial con aquella parte más numerosa cuya
vida, todavía hoy, está marcada por esta forma de dolor. Mientras lo vemos
caer bajo el peso de la cruz, le pedimos humildemente el valor de agrandar
con una solidaridad hecha no sólo de palabras la pequeñez de nuestro
corazón.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
O quam tristis et afflicta
fuit illa benedica
mater Unigeniti!
CUARTA ESTACIÓN
Jesús encuentra a su Madre
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según san Juan. 19, 25 - 27
Junto a la cruz de Jesús estaban su Madre, la hermana de su Madre, María la
de Cleofás, y María la Magdalena. Jesús, al ver a su Madre, y cerca al
discípulo que tanto quería, dijo a su Madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo".
Luego dijo al discípulo: "Ahí tienes a tu madre". Y desde aquella hora, el
discípulo la recibió en su casa.
MEDITACIÓN
En los Evangelios no se habla directamente de un encuentro de Jesús con su
Madre a lo largo del camino de la cruz, sino de la presencia de María al pie
de la cruz. Y allí Jesús se dirige a ella y al discípulo amado, Juan el
evangelista. Sus palabras tienen un sentido inmediato: encomendar María a
Juan, para que se ocupe de ella. Y un sentido mucho más amplio y profundo:
al pie de la cruz María ha sido llamada a pronunciar un segundo "sí",
después del sí de la Anunciación, con el cual se convierte en Madre de
Jesús, abriéndonos así la puerta de la salvación.
Con este segundo sí, María se convierte en madre de todos nosotros, de todo
hombre y de toda mujer por los cuales Jesús ha derramado su sangre. Una
maternidad que es signo viviente del amor y de la misericordia de Dios por
nosotros. Por eso, los vínculos de afecto y confianza que unen a María con
el pueblo cristiano son tan profundos y fuertes; por eso acudimos
espontáneamente a ella, sobre todo en las circunstancias más difíciles de la
vida.
María, sin embargo, ha pagado un precio muy elevado por su maternidad
universal. Como profetizó de ella Simeón en el templo de Jerusalén, "una
espada te traspasará el corazón" (Lc 2, 35).
María, Madre de Jesús y madre nuestra, ayúdanos a experimentar en nuestras
almas, en esta noche y siempre, ese sufrimiento lleno de amor que te unió a
la cruz de tu Hijo.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Quæ mærebat et dolebat
Pia mater, cum videbat
Nati poenas incliti.
QUINTA ESTACIÓN
El Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Lucas. 23, 26
Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía
del campo, y le cargaron la cruz para que la llevase detrás de Jesús.
MEDITACIÓN
Jesús debía de estar verdaderamente agotado; por eso los soldados intentan
remediarlo tomando al primer desventurado que encuentran y lo cargan con la
cruz. También en la vida de cada día, la cruz, bajo muchas formas diversas
-como una enfermedad o un accidente grave, la pérdida de una persona querida
o del trabajo- cae sobre nosotros a menudo sin esperarlo. Y nosotros sólo
vemos en ella una mala suerte o en el peor de los casos una desgracia.
Pero Jesús dijo a sus discípulos: "El que quiera venir en pos de mí, que se
niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga" (Mt 16, 24). No son
palabras fáciles; más aún, en el contexto de la vida concreta son las
palabras más difíciles del Evangelio. Todo nuestro ser, todo lo que existe
dentro de nosotros, se revela contra semejantes palabras.
Sin embargo, Jesús sigue diciendo: "Si uno quiere salvar su vida, la
perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará" (Mt 16, 25).
Detengámonos en este "por mí": aquí está toda la pretensión de Jesús, la
conciencia que él tenía de sí mismo y la petición que nos dirige a nosotros.
Él está en el centro de todo, él es el Hijo de Dios que es una sola cosa con
Dios Padre (cf. Jn 10, 30), él es nuestro único Salvador (cf. Hch 4, 12).
En efecto, con frecuencia sucede que lo que al comienzo sólo parecía una
mala suerte o una desgracia, luego se ha revelado como una puerta que se ha
abierto en nuestra vida llevándonos a un bien mayor. Pero no siempre es así:
a menudo, en este mundo, las desgracias no son más que pérdidas dolorosas.
Aquí de nuevo Jesús tiene algo que decirnos. O mejor, algo que le sucedió:
después de la cruz, resucitó de entre los muertos, y resucitó como
primogénito de muchos hermanos (cf. Rm 8, 29; 1 Co 15, 20). Sí, su cruz no
se puede separar de su resurrección. Sólo creyendo en la resurrección
podemos recorrer de manera sensata el camino de la cruz.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Quis est homo qui non fleret,
matrem Christi si videret
in tanto supplicio?
SEXTA ESTACIÓN
La Verónica enjuga el rostro de Jesús
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia por sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del profeta Isaías. 53, 2 - 3
Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como
un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan
los rostros; despreciado y desestimado.
MEDITACIÓN
Cuando la Verónica enjugó el rostro de Jesús con un paño, ese rostro no
debía ser ciertamente atractivo: era un rostro desfigurado. Sin embargo, ese
rostro no podía dejar indiferente, turbaba. Podía provocar burla y
desprecio, aunque también compasión e incluso amor, deseo de ayudarlo. La
Verónica es el símbolo de esos sentimientos.
A pesar de estar muy desfigurado, el rostro de Jesús es siempre el rostro
del Hijo de Dios. Es un rostro desfigurado por nosotros, por el cúmulo
enorme de la maldad humana. Pero es también un rostro desfigurado en favor
nuestro, que expresa el amor y la donación de Jesús y es espejo de la
misericordia infinita de Dios Padre.
En el rostro sufriente de Jesús vemos, además, otro cúmulo gigantesco, el de
los sufrimientos humanos. Y así el gesto de piedad de la Verónica se
convierte para nosotros en una provocación, en una exhortación urgente: en
la petición, dulce pero imperiosa, de no volver la cabeza hacia otra parte,
de mirar también nosotros a los que sufren, estén cerca o no. Y no sólo
mirar, sino ayudar. El Via Crucis de esta noche no será baldío si nos lleva
a realizar gestos concretos de amor y de solidaridad activa.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo
Quis non posset contristari,
piam matrem contemplari
dolentem cum Filio?
SÉPTIMA ESTACIÓN
Jesús cae por segunda vez
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del libro de los Salmos. 41, 6 - 10
Mis enemigos me desean lo peor: "A ver si se muere, y se acaba su apellido".
El que viene a verme, habla con fingimiento, disimula su mala intención , y,
cuando sale afuera, la dice. Mis adversarios se reúnen a murmurar contra mí,
hacen cálculos siniestros: "Padece un mal sin remedio, se acostó para no
levantarse". Incluso mi amigo, de quien yo me fiaba, que compartía mi pan,
es el primero en traicionarme.
MEDITACIÓN
Jesús cae de nuevo bajo el peso de la cruz. Cierto que estaba agotado
físicamente, pero estaba también herido mortalmente en su corazón. Pesaba
sobre él el rechazo de los que, desde el principio, se habían opuesto
obstinadamente a su misión. Pesaba el rechazo que, al final, le había
mostrado aquel pueblo que parecía estar lleno de admiración e incluso de
entusiasmo por él. Por eso, mirando a la ciudad santa que tanto amaba, Jesús
había exclamado: "¡Jerusalén, Jerusalén, ... cuántas veces quise reunir a
tus hijos a la manera que la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, y
no quisiste!" (Mt 23, 37). Pesaba terriblemente la traición de Judas, el
abandono de los discípulos en el momento de la prueba suprema, pesaba en
particular la triple negación de Pedro.
Sabemos bien que pesaba también sobre él la masa innumerable de nuestros
pecados, de las culpas que acompañan a la humanidad a lo largo de los
milenios.
Por eso, supliquemos a Dios, con humildad, pero también con confianza:
¡Padre rico en misericordia, ayúdanos a no hacer todavía más pesada la cruz
de Jesús! En efecto, como escribió Juan Pablo II, de quien esta noche se
celebra el quinto aniversario de su muerte: "el límite impuesto al mal, del
que el hombre es artífice y víctima, es en definitiva la Divina
Misericordia" (Memoria e identità, p. 70).
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Pro peccatis suae gentis
vidit Iesum in tormentis
et flagellis subditum.
OCTAVA ESTACIÓN
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Lucas. 23, 27 - 29. 31
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se daban golpes y
lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió a ellas y les dijo: «Hijas de
Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos,
porque mirad que llegará el día en que dirán: "Dichosas las estériles y los
vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado"...
Porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?».
MEDITACIÓN
En efecto, es Jesús quien tiene compasión de las mujeres de Jerusalén, y de
todos nosotros. Incluso llevando la cruz, Jesús sigue siendo el hombre que
tiene compasión de las multitudes (cf. Mc 8, 2), que prorrumpe en llanto
ante la tumba de Lázaro (cf. Jn 11, 35), que proclama bienaventurados a los
que lloran, porque serán consolados (cf. Mt 5, 5).
Jesús se muestra como el único que conoce realmente el corazón de Dios Padre
y que por lo mismo nos lo puede dar a conocer a nosotros: "nadie conoce al
Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,
27).
Desde los tiempos más remotos, la humanidad se ha preguntado, a menudo con
angustia, cuál es realmente la actitud de Dios hacia nosotros: ¿una actitud
de solicitud providencial, o por el contrario de soberana indiferencia, o
incluso de desdén y de odio? No podemos responder con certeza a una pregunta
de este tipo con el único recurso de nuestra inteligencia, de nuestra
experiencia y ni siquiera de nuestro corazón.
Por esto, Jesús -su vida y su palabra, su cruz y su resurrección- es con
mucho la realidad más importante de toda la existencia humana, la luz que
ilumina nuestro destino.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Eia mater, fons amoris,
me sentire vim doloris
fac, ut tecum lugeam.
NOVENA ESTACIÓN
Jesús cae por tercera vez
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del la segunda carta del apóstol San Pablo a los Corintios. 5, 19-21
Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle
cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado el mensaje de la
reconciliación... En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con
Dios. Al que no había pecado, Dios lo hizo expiar nuestros pecados, para que
nosotros, unidos a él, recibamos la salvación de Dios.
MEDITACIÓN
He aquí el motivo más profundo de las repetidas caídas de Jesús: no sólo los
sufrimientos físicos y las traiciones humanas, sino la voluntad del Padre.
Esa voluntad misteriosa y humanamente incomprensible, pero infinitamente
buena y generosa, por la cual Jesús se hizo "pecado por nosotros"; todas las
culpas de la humanidad recaen sobre él, realizándose ese misterioso
intercambio que hace de nosotros pecadores "justicia de Dios".
Mientras tratamos de ensimismarnos en Jesús que camina y cae bajo el peso de
la cruz, es justo que experimentemos en nosotros sentimientos de
arrepentimiento y de dolor. Pero más fuerte aún debe ser la gratitud que
invade nuestra alma.
Sí, oh Señor, tú nos has rescatado, nos has librado, con tu cruz nos has
hecho justos ante Dios. Es más, nos has unido tan íntimamente contigo, que
has hecho de nosotros, en ti, los hijos de Dios, sus familiares y amigos.
Gracias, Señor, haz que la gratitud hacia ti sea la nota dominante de
nuestra vida.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Fac ut ardeat cor meum
in amando Christum Deum,
ut sibi complaceam.
DÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es despojado de sus vestiduras
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Juan. 19, 23 - 24
Los soldados... cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada
soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de
una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: "No la rasguemos, sino echemos a
suertes a ver a quién le toca". Así se cumplió la Escritura: "Se repartieron
mis ropas y echaron a suerte mi túnica".
MEDITACIÓN
Jesús es despojado de sus vestiduras: estamos en el acto final de aquel
drama, iniciado con la detención en el huerto de los olivos, a través del
cual Jesús es despojado de su dignidad de hombre, antes incluso que de la de
Hijo de Dios.
Muestran a Jesús desnudo a la vista de la gente de Jerusalén y de toda la
humanidad. En un sentido profundo, es justo que sea así: él en efecto se
despojó totalmente de sí mismo, para sacrificarse por nosotros. Por eso el
gesto de despojarlo de las vestiduras es también el cumplimiento de la
Sagrada Escritura.
Viendo a Jesús desnudo en la cruz, percibimos dentro de nosotros una
necesidad imperiosa: mirar sin velos dentro de nosotros mismos; pero, antes
de desnudarnos espiritualmente ante nosotros mismos, hacerlo ante Dios y
ante nuestros hermanos los hombres. Despojarnos de la pretensión de aparecer
mejores de lo que somos, para tratar en cambio de ser sinceros y
transparentes.
El comportamiento que, más que ningún otro indignaba a Jesús era, en efecto,
la hipocresía. Cuántas veces dijo a sus discípulos: no hagáis "como los
hipócritas" (Mt 6, 2.5.16), o a los que desacreditaban sus buenas acciones:
"¡Ay de vosotros hipócritas!" (Mt 23, 13.15.23.25.27.29).
Señor Jesús, desnudo en la cruz, ayúdame a estar yo también desnudo ante ti.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Sancta mater, istud agas,
Crucifixi fige plagas
cordi meo valide.
UNDÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es clavado en la cruz
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Marcos. 15, 25 - 27
Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación
estaba escrito: "El rey de los judíos". Crucificaron con él a dos bandidos,
uno a su derecha y otro a su izquierda.
MEDITACIÓN
Jesús es clavado en la cruz. Una tortura tremenda. Y mientras está colgado
en la cruz hay muchos que se burlan de él e incluso lo provocan: «A otros ha
salvado y él no se puede salvar... ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo
quiere Dios, que lo libere ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?» (Mt 27,
42-43). Así se mofaban no sólo de su persona, sino también de su misión de
salvación, la misión que Jesús estaba llevando a cumplimiento precisamente
en la cruz.
Pero, en su interior, Jesús experimenta un sufrimiento incomparablemente
mayor, que le hace prorrumpir en un grito: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me
has abandonado?" (Mc 15, 34). Se trata, en verdad, de las palabras inciales
de un salmo, que se concluye con la reafirmación de la plena confianza en
Dios. Y, sin embargo, son palabras que hay que tomar totalmente en serio, ya
que expresan la prueba más grande a la que fue sometido Jesús.
Cuántas veces, frente a una prueba, pensamos que hemos sido olvidados o
abandonados por Dios. O incluso estamos tentados a concluir que Dios no
existe.
El Hijo de Dios, que bebió hasta el fondo su amargo cáliz y luego resucitó
de entre los muertos, nos dice, en cambio, con todo su ser, con su vida y su
muerte, que debemos fiarnos de Dios. En él sí que podemos creer.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Tui Nati vulnerati,
tam dignati pro me pati
poenas mecum divide.
DUODÉCIMA ESTACIÓN
Jesús muere en la cruz
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Juan. 19, 28 - 30
Sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la
Escritura dijo: "Tengo sed". Había allí un jarro lleno de vinagre. Y,
sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la
acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: "Está cumplido".
E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
MEDITACIÓN
Cuando la muerte llega después de una dolorosa enfermedad, se suele decir
con alivio: "Ha terminado de sufrir". En cierto sentido, estas palabras
sirven también para Jesús. Sin embargo, frente a la muerte de cualquier
hombre y mucho más de ese hombre que es el Hijo de Dios, son palabras
demasiado limitadas y superficiales.
Efectivamente, cuando Jesús muere, el velo del templo de Jerusalén se rasga
en dos mientras tienen lugar otros signos, que hacen exclamar al centurión
romano que estaba de guardia en la cruz: "Realmente éste era Hijo de Dios"
(cf. Mt 27, 51-54).
En realidad, nada hay tan oscuro y misterioso como la muerte del Hijo de
Dios, que junto con Dios Padre es la fuente y la plenitud de la vida. Pero,
tampoco hay nada tan luminoso, porque aquí resplandece la gloria de Dios, la
gloria del Amor omnipotente y misericordioso.
Frente a la muerte de Jesús, nuestra respuesta es el silencio de la
adoración. Así nos encomendamos a él, nos ponemos en sus manos, pidiéndole
que nunca nada, tanto en la vida como en la muerte, nos pueda separar de él
(cf. Rom 8, 38-39).
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Vidit suum dulcem Natum
morientem desolatum,
cum emisit spiritum.
DECIMOTERCERA ESTACIÓN
Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Juan. 2, 1 - 5
Había una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí; Jesús y
sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino y la madre
de Jesús le dijo: "No les queda vino". Jesús le contestó: "Mujer, déjame,
todavía no ha llegado mi hora". Su madre dijo a los sirvientes: "Haced lo
que él diga".
MEDITACIÓN
La hora de Jesús ya se ha cumplido y Jesús es depuesto de la cruz. Los
brazos de su Madre están prontos para acogerlo. Después de haber gustado
hasta el final la soledad de la muerte, Jesús encuentra enseguida -en su
cuerpo exánime- al más fuerte y dulce de sus vínculos humanos, el calor del
afecto de su Madre. Los mejores artistas, pensemos en la Piedad de Miguel
Ángel, han sabido captar y expresar la profundidad y la fuerza
indestructible de este vínculo.
Recordando que María, al pie de la cruz, se ha convertido en madre de cada
uno de nosotros, le pedimos que ponga en nuestro corazón los sentimientos
que la unen a Jesús. En efecto, para ser verdaderamente cristianos, para
poder seguir de verdad a Jesús, hay que estar unidos a él con todo lo que
hay dentro de nosotros: la mente, la voluntad, el corazón, nuestras pequeñas
y grandes opciones cotidianas.
Sólo así Dios podrá ocupar el centro de nuestra vida, sin quedar reducido a
una consolación que, aunque esté siempre a mano, no interfiera con los
intereses concretos que nos impulsan a actuar.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Fac me vere tecum flere,
Crucifixo condolere,
donec ego vixero
DECIMOCUARTA ESTACIÓN
Jesús es colocado en el sepulcro
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Mateo. 27, 57-60
Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también
discípulo de Jesús. Este acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y
Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo
envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había
excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se
marchó.
MEDITACIÓN
Con la piedra que cierra la entrada del sepulcro, parece que todo haya
acabado realmente. ¿Pero podía quedar prisionero de la muerte el Autor de la
vida? Por eso, el sepulcro de Jesús, desde entonces hasta hoy, no sólo se ha
convertido en el objeto de la más conmovedora devoción, sino que también ha
provocado la más profunda división de las inteligencias y de los corazones:
aquí se divide el camino que separa a los que creen en Cristo de los que,
por el contrario, no creen en él, aunque a menudo lo consideren un hombre
maravilloso.
Efectivamente, aquel sepulcro quedó vacío muy pronto y jamás se ha podido
encontrar una explicación convincente de por qué quedó vacío, excepto la que
dieron María Magdalena, Pedro y los otros Apóstoles, los testigos de Jesús
resucitado de entre los muertos.
Ante el sepulcro de Jesús detengámonos en oración, pidiendo a Dios esos ojos
de la fe que nos permitan unirnos a los testigos de la resurrección. Así, el
camino de la cruz se convertirá también para nosotros en fuente de vida.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Quando corpus morietur,
fac ut animæ donetur
paradisi goria. Amen.