Orar como el Hijo, orar como hijos


Elevaciones al Padre Nuestro
Autor: P. Horacio Bojorge



Capítulo Tercero: Los deseos de hijo:
por ser hijo de cara a ti, oh Padre



“Porque los que son carnales desean las cosas de la carne;
pero los que son espirituales desean las del Espíritu.
Porque los deseos de la carne son muerte
pero los deseos del Espíritu, son vida y paz”
(Romanos 8,5-6)



1. - EL DESEO: TERMÓMETRO DE LA CARIDAD FILIAL


En el Padre Nuestro ha de derramarse el amor filial en forma de deseos ardientes dados por el Espíritu Santo

1) ¡Santificado sea Tu Nombre! ¡Venga Tu Reino! ¡Hágase Tu voluntad! La primera parte del Padre Nuestro está dominado por el Tú del Padre. El Hijo está de cara al Tú del Padre que es el Tú principal de su existencia. El celo de la casa del Padre, por las cosas del Padre, lo consume.

Literalmente: lo devora (Jn 2,17; Cfr. Sal 68,10). El Hijo quiere que el Padre sea. Que sea conocido, reconocido por todos como Padre y amado por todos como tal. Quiere que sea glorificado, que sea amado. Todos los deseos del Hijo dicen relación al Padre.

2) Estas peticiones deberíamos ‘rugirlas’, derramando nuestras ansias filiales en la presencia del Padre. Así lo dice el salmista: “rujo con más fuerza que un león, todas mis ansias están en tu presencia” (Sal 37, 9.10). O con el bramido del ciervo sediento del Salmo 41,2.

3) Me imagino la oración de Jesús como una oración brotada de un ardiente deseo, de un hambre y de una sed del espíritu, una oración gemida, rugida con toda el alma. Las noches que Jesús pasaba en oración serían un amoroso desvelo del deseo filial por cumplir la voluntad del Padre. Por vivir de acuerdo a su voluntad y para su gloria (Lc 6, 12; Mt 14, 23; Jn 6, 15.17; Mc 6, 46). Una oración nacida de un corazón que se consume de celo por las cosas del Padre (Jn 2, 17).

4) San Agustín, comentando el citado salmo 37,9, explica qué significa la tibieza o la frialdad del deseo en el corazón humano: “El frío de la caridad es el silencio del corazón, y el fuego de la caridad es el clamor del corazón. Si la caridad permanece siempre, clamas siempre; si clamas siempre, siempre deseas; si deseas, te acuerdas del reposo eterno. Todas mis ansias están en tu presencia. ¿Qué sucedería si nuestras ansias estuvieran delante de Dios y no lo estuvieran nuestros gemidos?

¿Acaso esto es posible, siendo así que el gemido es la voz de nuestras ansias? Por esto añade el salmista: Y no se te ocultan mis gemidos. Para ti no están ocultos, para muchos hombres lo están. A veces parecería que el humilde servidor de Dios dice: Y no se te ocultan mis gemidos. Otras veces observamos que sonríe ¿será acaso porque aquél deseo ha muerto en su corazón? Si subsiste el deseo, también subsiste el gemido; no siempre llega a los oídos de los hombres, pero nunca se aparta de los oídos de Dios” .

5) El Padre Nuestro expresa ansias interiores con gemidos exteriores. Ambas cosas debe darlas el Espíritu Santo filial: “los que son movidos por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Porque no habéis recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el miedo, sino que habéis recibido un espíritu de hijos, por el que clamamos: ‘¡Abbá! ¡Papi!’ El Espíritu mismo le da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios” [...] “nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, suspirando por la adopción” [...] “Y el mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos orar como conviene” (Rom 8, 14-16.23.26).

¡Jesús: Dame un corazón filial semejante al Tuyo! ¡Encendido en amor al Padre!
¡Padre: Derrama dentro de nosotros el huracán de tu Espíritu para que nos filialice el corazón y nos contagie con sus ansias y gemidos! Amén.


2. - ¡SANTIFICADO SEA TU NOMBRE!


Esta petición inicial es el alma de todo el Padre Nuestro y de cada una de sus peticiones

1) “¡Santificado sea tu Nombre!” Esta primera frase de la Oración de Jesús, no podemos alinearla simplemente como una ‘primera petición’ con las siguientes. Debemos reconocerle una importante función inaugural que precede a todos los demás deseos y peticiones siguientes y los informa íntimamente. “Es el alma de todo el Padrenuestro y de cada una de sus peticiones” .

2) Las oraciones judías del tiempo de Jesús, ya lo hemos visto, solían comenzar con una alabanza o berakáh. Jesús estaba lleno del deseo de la gloria del Padre, sin embargo nos enseña a comenzar con una petición que remite a las manos del Padre mismo la realización de este deseo, el más intenso y grande del corazón filial: ¡Santificado sea tu Nombre!

3) Esta expresión en forma pasiva (pasivo divino, lo llaman los exegetas) quiere decir en realidad, dirigiéndose a Dios: “¡Santifica (Tú) tu Nombre!”. Jesús pone así de manifiesto que la santificación del Nombre del Padre supera toda posibilidad humana ya que es obra del Padre mismo y que sólo Él puede realizar. Lo único que podemos hacer nosotros, creaturas, es desearlo y pedirlo. “Esa santificación no es pues, obra de los hijos que lo invocan, sino gratuito don del Padre a quien invocan” .

4) Santificación significa también glorificación: “glorificado sea tu Nombre”, es decir, “¡glorifica tu Nombre!” (Jn 12, 28). El evangelista Juan condensa toda la obra de Jesús en la acción de glorificar al Padre en la tierra (Jn 17, 4), manifestando su Nombre a los discípulos (Jn 17,2.26) rogando asimismo que santifique en la verdad de su amor paterno (Jn 17,17) a aquellos a quienes seguirá dando a conocer su Nombre (Jn 17, 26). Los discípulos son, pues, objeto de la progresiva manifestación del Nombre del Padre por parte de Jesús.

5) El Padre santifica su Nombre primera y principalmente en sus hijos, en los que viven como el Hijo. Hemos visto que en el Sermón de la Montaña Jesús ponía como meta de la justicia filial la glorificación o santificación del Padre: “que vean vuestras buenas obras [de hijos] y glorifiquen a vuestro Padre que está en los Cielos” (Mt 5,16).

¡Ojalá todos te conozcan como Padre y vivan como hijos, dándote gloria! ¡Que todos puedan decirte Padre como yo! ¡Manifiéstate Padre, a través de Jesús y a través de mí! ¡Muestra que eres Padre! ¿cómo? ¡engendrándonos!

3. - ¡VENGA TU REINO!

Más que una petición, es el deseo que prorrumpe del corazón de los hijos

1) Este es “el único gran deseo” del corazón filial. “El orante no se dirige a Dios directamente para pedir, sino que, en su presencia formula un deseo” . El Dios Padre es reconocido, acatado y gozosamente obedecido como Padre por sus hijos. Si el Nombre del Padre es santificado, reconocido como Padre, glorificado como Padre, por el mismo hecho se instaura el Reino de los Hijos, o sea el reinado del Padre sobre los hombres filiales que lo reconocen tal, y acatan su voluntad. Pero esto es todo obra de gracia. Por lo tanto algo que el hombre no puede hacer por sí mismo, sino que debe desear y pedir.

2) Este deseo es como la prolongación y la consecuencia del anterior: ¡Santifica tu Nombre! Brota de la misma intención filial de que se tribute al Padre toda la gloria y el honor, el reconocimiento de su condición Paterna, por la que es la Fuente amorosa del ser y la existencia.

3) Pero el deseo ¡Venga tu Reino! es interpretado a su vez por el deseo siguiente: ¡hágase tu voluntad!. Los tres grandes deseos van eslabonados uno con el otro y se explican el uno al otro.

4) Jesús no da explicaciones acerca de lo que significa “el Reino de Dios” cuyo advenimiento anuncia. No se explaya en definiciones. El que tiene corazón filial, entiende de qué se trata. El que no tiene corazón de hijo, no entenderá de qué se trata por más explicaciones que se le den. Por ejemplo, los que hablan de “construir el Reino de Dios” demuestran no haber entendido bien. Porque el Reino del Padre se pide, no se construye. Es un don del Padre y que de ninguna manera lo pueden construir los hombres. Eso equivaldría a aspirar a hacerse padres de sí mismos. Superhombres. Ciudadanos de una nueva Babel soberbia.

5) Al Reino de los hijos se ingresa por generación. Por divina regeneración. Y nadie pretenderá engendrarse a sí mismo. Eso solo puede pretenderlo la raza de víboras, la generación perversa, los hijos de la serpiente, que se sientan en el trono de Dios y pretenden hacerse adorar.

6) Al Reino de los hijos se entra por generación. Pero por una generación deseada, consentida. Se accede como a una nueva justicia, que excede a la de los escribas y fariseos. “Si vuestra justicia [es decir la nueva justicia filial] no es mayor que la de los escribas y fariseos no entraréis en el Reino de los Cielos”; en otras palabras: “en el Reino de los hijos”. Dicho en otras palabras: os quedaréis afuera de la condición filial.

7) El Reino del Padre es la condición filial de sus hijos. ¿Sobre quién reina Dios Padre si no es sobre los hombres que lo reconocen Padre y quieren vivir haciendo su voluntad, teniendo en hacerla su gozo? La ley del Reino celestial, es la voluntad del Padre, acatada amorosamente, abrazada gozosamente por los que tienen corazón de hijos. Por eso: El Reino de Dios entre vosotros, es decir, entre los hijos está (17, 20-21). En corazones como el de Jesús.

4. - EL REINO DEL PADRE


El Reino del Padre no lo construimos los hijos, solamente lo pedimos, pero ya vivimos en él.

1) Jesús comenzó su predicación anunciando la llegada del Reinado de Dios: “El Reinado de Dios ha llegado, conviértanse y crean en el evangelio” (Mc 1, 15). Cuando se despide para subir al cielo, sus discípulos le preguntan: “¿es ahora cuando vas a restablecer el reino de Israel?” (Hch 1,6). Los discípulos no tenían todavía clara la diferencia entre el Reino del Padre y el reino de Israel. Es decir entre el Reino que había anunciado Jesús y el reino mesiánico político que esperaban muchos israelitas.

2) Todavía hoy hay muchos cristianos que no tienen claro en qué consiste el Reino de Dios y lo piensan en términos políticos intrahistóricos y como algo que hay que construir y que sería obra humana. Sin embargo, el Reino de Dios, no se construye, se pide y se recibe. En el Nuevo Testamento no se habla nunca de construir el Reino. Lo que sí se edifica es la Iglesia.

3) Respecto del Reino de Dios y su realización última y definitiva, el Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que: “La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y Resurrección (Ap 19, 1-9),. El Reino no se realizará, por lo tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia (Ap 13,8) en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (Ap 20, 7-10) que hará descender desde el cielo a su Esposa (Ap 21, 2-4). El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final (Ap 20, 12) después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa (2 Pe 3, 12-13) [CIC 677]

4) Para Jesús, el Reino de Dios, era el Reinado del Padre. Y el Reinado del Padre, naturalmente, tiene por ciudadanos a los que viven como hijos de Dios. Ese Reino de Dios, “viene sin dejarse sentir – dice Jesús – no dirán mírenlo allí mírenlo allá, porque el Reino de Dios ya está entre vosotros” (Lc 17, 20-21). Es decir entre los hijos.

5) Por eso, afirma Orígenes, el que ora pidiendo la venida del Reino, “lo hace para que el Reino de Dios nazca dentro de él, lleve fruto y se perfeccione. Porque toda persona santa es guiada por Dios, cumple sus leyes espirituales y permanece en sí mismo como ciudad bien gobernada. Presente en él está el Padre y reina con el Hijo en aquella” . El Reino del Padre es algo ya presente y que ha comenzado pero que debe seguir instalándose en las almas en el futuro. Algo que ha comenzado en la tierra pero culminará en la Vida eterna.


5. - HÁGASE TU VOLUNTAD ASÍ EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO


El que conoce la voluntad del Padre mide cuánto se pierden los que no la conocen

1) “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”. La profundidad de estas palabras merece que las sigamos meditando. Esta petición, como las dos anteriores, expresa también un deseo. De hecho no hace más que explicitar algo que estaba implícito en la petición: “Venga tu Reino”. Quizás éste sea el motivo por el cual san Lucas la omite (Lc 11, 2). Esta petición muestra que el deseo de la venida del Reino tiene que ver con el deseo de que se cumpla la voluntad del Padre. Ella completa el bosquejo del anhelo de los corazones filiales.

2) Es un deseo que no conocen el hombre carnal ni el Príncipe de este mundo. Por eso puede decirse que el Reino del Padre está “dentro de vosotros” (Lc 17, 21). Es decir, el Reino del Padre habita en los hijos, en forma del deseo ardiente de los corazones filiales, expresado por las tres primeras peticiones del Padre Nuestro.

3) Quien tenga un corazón filial como el de Jesús, sentirá deseos y tendrá necesidades que sólo el Padre conoce y que aquéllos hombres que no tengan corazón filial, no lograrán entender. Todo “hijo de Dios” vibra con los intereses del Padre, con los intereses y deseos de Jesús. Por eso le resulta insoportable, como le resultaba a Jesús, que en el mundo no se haga la voluntad santa del Padre. “Lo grande que es esta calamidad, lo poco que se cumple en el mundo la voluntad del Padre solamente lo puede saber aquél que conoce la verdadera voluntad del Padre. Por consiguiente, esta petición presupone la revelación enseñada por Jesús” .

4) Esta calamidad de la humanidad, (¡lo nada, lo poco, lo mal que se lo adora!) es lo que mueve la misericordia divina a la Encarnación y a la obra salvadora. ¡Qué lástima que la creatura humana malogre su capacidad de libertad, -que le ha sido dada con el fin de que pueda adherirse filialmente a la voluntad del Padre -, para desviarla y malemplearla en sus propios caprichos y en la rebeldía!

5) La perfección, la misericordia, la santidad del Padre la expresa el Espíritu Santo en los corazones filiales con gemidos inefables (Rom 8, 26). El hambre de Jesús es “hacer la voluntad del Padre” (Jn 4, 32-33). En otras palabras: “que haya adoradores en Espíritu y en Verdad” como Él lo fue y lo sigue siendo eternamente. La voluntad del Padre, se expresa en este texto en relación con el modo como quiere ser adorado por los hombres: “así quiere el Padre que sean lo que lo adoren” (Jn 4,23).


6. - ¡HÁGASE TU VOLUNTAD! (1)


La perdición consiste en vivir al margen de la voluntad del Padre, haciendo la propia

1) El mayor sufrimiento para Jesús debe haber sido tener que vivir en medio de un mundo donde nadie conocía ni hacía la voluntad del Padre. Este debe haber sido el mayor deseo del corazón del Hijo: ¡Hágase tu voluntad! ¡Ah, Padre, si los hombres conocieran tu voluntad y supieran que sólo en hacerla se encuentra la verdadera dicha! ¡Qué desdichados se hacen a sí mismos viviendo ajenos a ella y queriendo regirse por su voluntad propia que es sólo un capricho insensato, necio y descabellado! ¡Pobrecitos! ¡Qué desgraciados se hacen a sí mismos!

2) “El pecado original – ha dicho Juan Pablo II – no consiste sólo en la violación de la voluntad positiva [en griego: thélema] de Dios, sino también, y sobre todo, en el motivo por el cual se desobedece. El motivo es la abolición de la paternidad divina, el oscurecimiento del bondadoso motivo creador [en griego: eudokía], poniendo en duda la verdad de Dios, que es Amor, y dejando la sola conciencia del Amo y el Esclavo. Así el Señor aparece como celoso de su poder sobre el mundo y sobre el hombre; en consecuencia el hombre se siente inducido a la lucha contra Dios... el hombre esclavizado se ve empujado a tomar posiciones contra el amo que lo esclavizaba” .

3) Pero Jesús y los hombres filiales dan testimonio de que no es así. ¿Cuál es la voluntad o el querer (thélema) del Padre tal como lo manifiesta la Sagrada Escritura?

a) “que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4)
b) “vuestra santificación... pues no nos llamó Dios a la impureza sino a la santidad” (1 Tes 4, 3-7; Ver Hebr 10,10);

c) “que le demos gracias en todo; no apaguemos el Espíritu, ni despreciemos las profecías, que lo probemos todo y nos quedemos con lo bueno y nos abstengamos hasta de las apariencias del mal” (1 Tes 5,18s);

d) “que obrando el bien, amordacemos la ignorancia de los hombres insensatos, que obremos como libres y no como el que pone la libertad como excusa de la maldad, sino como servidores de Dios. Que respetemos a todos, amemos a los hermanos, temamos a Dios y honremos al emperador” (1 Pedro 2,15ss).

4) Pero la Escritura nos habla no sólo de la voluntad (thélema) del Padre sino también de su beneplácito (en griego: eudokía). La Eudokía del Padre es su designio amoroso, su intención más recóndita, misteriosa y eterna. De ella volveremos a ocuparnos más adelante, porque en ella se goza Jesús y es la herencia de los hijos.

7. - HÁGASE TU VOLUNTAD (2)


Este deseo es fruto del Don de Ciencia

1) Santo Tomás de Aquino, en su hermoso comentario al Padre Nuestro, nota que orar el Padre Nuestro es como un ejercicio de los dones del Espíritu Santo: El Espíritu Santo nos hace amar, desear y pedir rectamente. Y como es el Espíritu del Hijo, nos enseña a desear y pedir como el Hijo.

2) El Espíritu Santo produce en nosotros, ante todo, el don del Temor. Es el temor de ofender a Dios o de que Dios sea ofendido por otros. El don de Temor nos hace desear y buscar que el Nombre de Dios sea Santificado. El don de Piedad consiste en un afecto suave y devoto al Padre que nos impulsa a suplicar que venga el Reino de Dios .

3) A la petición “Hágase tu voluntad” corresponde el Don de Ciencia. El Espíritu Santo nos concede el Don de Ciencia. ¿De qué ciencia se trata? Es la ciencia de vivir bien, de vivir como Hijo. Y esto no se logra apoyándose soberbiamente y con autosuficiencia en el propio sentir, sino obrando humildemente. El Don de Ciencia enseña a no hacer la propia voluntad sino la del Padre. En esto consiste la sabiduría del Hijo y la que Él enseña a los que queremos vivir como hijos.

4) El Don de Ciencia nos hace pedir que se haga la voluntad de Dios así en la tierra como en el Cielo. “En tal petición – dice Santo Tomás – se pone de manifiesto el Don de Ciencia”. El corazón del hombre es recto, prosigue explicando, cuando concuerda con la voluntad divina. Cristo en cuanto hombre, tiene una voluntad distinta que la de su Padre. Y refiriéndose a esta última dice que no hace su voluntad sino la de su Padre. Y por eso también nos enseña a nosotros a pedir: hágase tu voluntad” .

5) A la pregunta sobre qué es la voluntad de Dios, Santo Tomás responde: “Dios quiere tres cosas para nosotros, cuyo cumplimiento es lo que suplicamos”: 1) que alcancemos la vida eterna, 2) que guardemos sus mandamientos y 3) devolvernos la dignidad anterior al pecado original, es decir que no haya nada en su carne contrario al espíritu” . Por eso esta petición expresa el deseo de que la voluntad de Dios se realice también en nuestra carne.

6) Esta petición, dice Santo Tomás se corresponde con la Bienaventuranza de los que lloran, porque ese llanto es motivado por el deseo de estos tres bienes que Dios quiere para nosotros. Por lo que es este deseo doliente el que nos conduce a la bienaventuranza de las lágrimas: “Bienaventurados los que lloran porque serán consolados” (Mateo 5,5).

7) La frase así en la tierra como en el cielo, se refiere a que: “Desde los días de Jesús esta voluntad salvífica se está cumpliendo ‘en la tierra’. Pero se cumplirá plenamente aquí, cuando el estado que existe en el cielo se haga realidad en la tierra” .


8. – HÁGASE TU VOLUNTAD: LO QUE COMPLACE AL PADRE (3)


La voluntad del Padre no es un capricho tiránico, emana de un designio amoroso.

1) Cuando deseamos “¡hágase tu voluntad!” estamos deseando que se realice el designio amoroso de Dios que preside toda su obra: creadora y salvadora. Más arriba distinguíamos entre la voluntad (thélema) y la complacencia (eudokía), o sea el designio, el beneplácito amoroso, del Padre. En ocasión del bautismo y de la transfiguración de Jesús, el Padre revela en quién se complace: “Este es mi Hijo muy amado en quien me complazco” (Mt 3,17; 17,5; Lc 3, 22; ver Isa 42, 1-4).

2) La complacencia (eudokía) del Padre, está puesta en Jesús su Hijo y desde Jesús, y en lo que tiene relación con Jesús: su Madre, sus discípulos. A su vez, Jesús, el Hijo se complace en hacer la voluntad del Padre. Cuando los ángeles se les aparecen a los pastores en ocasión del nacimiento, cantan: “gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor” (Lc 2,14) . Literalmente: “los hombres de la complacencia (eudokía) divina”, o sea: los hombres en quienes Dios se complace.

3) Esos hombres agradan a Dios porque que reciben a su Hijo y lo visitan en el pesebre. Serán en adelante, en todos los tiempos, hombres en los que Dios se complace, además de los pastores, los que sean como ellos. El Padre se complace en Jesús, pero también en todos los que son como él: mansos y humildes de corazón. Sobre todo se complace en los obedientes, como el Siervo de Isaías (42, 1-4).

4) En una ocasión Jesús: “se llenó de gozo en el Espíritu Santo y exclamó: ‘Yo te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a los pequeños. Sí Padre porque tal ha sido tu beneplácito” (Lc 10, 21). Y Jesús prosiguió exultante interpretando el querer del Padre en estos términos: “Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, y quién es el Padre sino el Hijo, y aquél a quien el Hijo quisiere revelárselo” (Lc 10,22).

5) Jesús nos revela que el Padre se complace en darnos el Reino: “No temas pequeño rebaño porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino” (Lc 12, 32). El Padre se complace con el Hijo y con sus hijos pequeños. Jesús mismo, por su parte, Sabiduría encarnada “tiene su complacencia en estar con los hijos de los hombres” (Prov 8, 31)

¡Padre! ¡Qué buena es tu voluntad y en qué cosas más buenas te complaces! Te pido que inflames nuestros corazones en el deseo de que se cumpla tu voluntad y se realice tu beneplácito. Y que, en lo que de mí dependa, en lo que de nosotros dependa, lo podamos cumplir todo gozosamente. Que podamos exclamar como Jesús, al fin de nuestros días ‘¡Todo está cumplido!’

9. - ASÍ EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO (1)


“Gracias a la venida de Dios a la tierra, el tiempo ha alcanzado su plenitud”
(Juan Pablo II)

1) La expresión del Padre Nuestro: “así en la tierra como en el cielo” tiene profundas raíces y resonancias bíblicas.
a) Moisés y Ezequiel reciben de Dios una visión del templo celestial que ha de ser el modelo a imitar en la construcción del templo terrenal (Ex 25,9; Num 8, 4; Ez 40-48).

b) En la Ley de Santidad del Levítico la santidad del pueblo elegido debe espejar la de Dios (Lev 19, 2).
c) En la tradición rabínica se afirmaba que las sentencias dictadas en los tribunales del Templo eran ratificadas por el tribunal celestial.

2) De acuerdo con esta manera de ver las cosas, Jesús sustituye manifiestamente un foro por otro, cuando le dice a Pedro que lo que ate y desate en la Tierra quedará atado o desatado en el Cielo (Mt 16, 19).

3) Jesús pone al Padre celestial como el modelo celestial que han de imitar sus hijos, siendo perfectos (Mt 5, 48) misericordiosos (Lc 6, 36) santos (1 Pe 1, 15) como lo es su Padre celestial. Pablo invitará a los cristianos a ser “imitadores de Dios” (Ef 5,1).

4) Si en todas las edades y civilizaciones de la humanidad, la religión ha proporcionado los modelos sobre los que se calca la cultura y la vida humana, en la fe cristiana mucho más. Decir “así en la tierra como en el cielo” equivale a decir: “así en el tiempo y en la historia como en la eternidad”.

5) Según nuestra fe, la vida eterna entra en la historia y la anima desde dentro. La eternidad se historiza y la historia se carga de sentido divino y eterno. Juan Pablo II lo ha expresado así: “Gracias a la venida de Dios [desde el Cielo] a la tierra, el tiempo ha alcanzado su plenitud. En efecto, ‘la plenitud de los tiempos’ es sólo la eternidad, mejor aún, Aquél que es eterno, es decir Dios. Entrar en la ‘plenitud de los tiempos’ significa por lo tanto, alcanzar el término del tiempo y salir de sus confines, para encontrar su cumplimiento en la eternidad de Dios. En el cristianismo el tiempo [y la tierra] tiene una importancia fundamental. Dentro de su dimensión se crea el mundo, en su interior se desarrolla la historia de la salvación, que tiene su culmen en la ‘plenitud de los tiempos’ de la Encarnación y su término en el retorno glorioso del Hijo de Dios al final de los tiempos. En Jesucristo, Verbo encarnado, el tiempo llega a ser una dimensión de Dios, que en sí mismo es eterno. Con la venida de Cristo se inician los ‘últimos tiempos’ (Hebr 1,2), la ‘última hora’ (Ver 1 Jn 2, 18), se inicia el tiempo de la Iglesia que durará hasta la Parusía. De esa relación de Dios con el tiempo nace el deber de santificarlo” .


10. - ASÍ EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO (2)


“Sólo en las modernas sociedades occidentales se ha desarrollado plenamente el hombre arreligioso” (Mircea Eliade)

1) “Aunque siempre hubo hombres irreligiosos, sólo en las sociedades occidentales modernas se ha desarrollado plenamente el hombre irreligioso” afirma Mircea Eliade , el más prestigioso historiador de las religiones. “El hombre moderno arreligioso asume una nueva situación existencial: se reconoce a sí mismo como el único sujeto y agente de la Historia, y rechaza toda llamada a la trascendencia. Dicho de otro modo: no acepta ningún modelo de humanidad, fuera de la condición humana, tal como se la puede descubrir en las diversas situaciones históricas. El hombre se hace a sí mismo y no llega a hacerse completamente más que en la medida en que se desacraliza a sí mismo y desacraliza el mundo Lo sacro es el obstáculo por excelencia que se opone a su libertad. No llegará a ser él mismo hasta el momento en que se desmitifique radicalmente. No será verdaderamente libre hasta no haber dado muerte al último dios” El hombre arreligioso vive en la tierra sin ninguna referencia a ningún cielo. Y en algunos casos, negando que haya ningún cielo al que hacer referencia.

2) En cambio, el hombre religioso, sea de la religión que sea, - afirma Mircea Eliade –“cualquiera que sea el contexto histórico en que esté inmerso, cree siempre que existe una realidad absoluta, lo sagrado, que trasciende este mundo, pero que se manifiesta en él y por lo mismo lo santifica y lo hace real” . Y no sólo existe, sino que es el modelo divino, celestial, que sirve al hombre para vivir en la tierra: “El hombre religioso se hace a sí mismo aproximándose a los modelos divinos” . “No se llega a ser verdadero hombre si no es imitando a los dioses” .

3) Según Mircea Eliade todo hombre religioso “cree que la vida tiene un origen sagrado y que la existencia humana sobre la tierra se realiza plenamente en la medida en que es religiosa, es decir, en la medida en que participa de la realidad divina” . “Al reactualizar la historia sagrada, al imitar el comportamiento divino, el hombre se instala y se mantiene junto a los dioses, es decir, en lo real y significativo” .

4) Eso que se encontraba ya en la religión natural en sus diversas formas y manifestaciones, alcanzó su perfección con la revelación del Hijo que propone imitar la perfección del Padre (Mt 5, 48). Jesús lo propone como el modo de vivir de sus discípulos.

5) Esto, que se encontraba en germen, como semilla del Verbo en las religiones de la Humanidad, es lo que Jesús va a realizar perfectamente en sí mismo. Va a ser el hombre que una en sí mismo la tierra y el cielo. Va a ser el hombre que viva y enseñe a vivir a la Humanidad ‘así en la tierra como en el cielo’. Él será el Maestro que revele a los hombres al Dios Trinidad como modelo de la sociedad humana, el gran Nosotros divino-humano, filial-paterno y filial-fraterno.

6) Mientras el cristiano místico desea plasmar el cielo en la tierra, desea vivir ‘así en la tierra como en el Cielo’, por el contrario, el hombre moderno se esfuerza por vaciarse de toda referencia supraterrena. Pero así, en vez de vivir ‘en la tierra como en el cielo’ termina viviendo ‘así en la tierra como sin cielo’ y al extremo: ‘así en la tierra como en un infierno’.

7) “En cierto sentido – concluye Mircea Eliade – podría decirse que entre los modernos que se proclaman arreligiosos, la religión y la mitología se han ‘ocultado’ en las tinieblas de su inconsciente – lo que significa también que las posibilidades de reintegrar una experiencia religiosa de la vida yacen, en tales seres, muy en las profundidades de ellos mismos -. En una perspectiva judeo-cristiana podría decirse igualmente que la no-religión equivale a una nueva ‘caída’ del hombre: el hombre arreligioso habría perdido la capacidad de vivir conscientemente la religión y, por lo tanto, de comprenderla y asumirla; pero, en lo más profundo de su ser, conserva aún su recuerdo, al igual que después de la primera ‘caída’” .


11. - ASÍ EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO (3)


Jesús nos invita a llevar ya sobre la tierra y desde ahora una vida celestial.

1) En Jesús se juntaron el cielo y la tierra. Porque en Él se juntaron en una sola Persona divina, la naturaleza divina y la humana. Dios verdadero y hombre verdadero.

2) Jesús – Hombre y Dios - es el que, por lo tanto, uniendo en sí mismo lo celestial y lo terreno, lo divino y lo creado, mejor pudo vivir, en la tierra, el equivalente humano de lo que vive como Dios en el Cielo.

3) La expresión: “así en la tierra como en el cielo”, refleja, por lo tanto, la experiencia de Jesús. Una experiencia que empieza a realizarse desde la concepción misma de Jesús. Su Madre María acepta el mensaje del Angel con las palabras “Hágase en mí según tu palabra”. Y así comienza a hacerse en ella la voluntad del Padre: “así en la tierra” – es decir en su seno de mujer mortal – “como en el Cielo”; es decir como se hace eternamente en el seno del Padre:

4) “A Dios nadie lo vio jamás; Dios Unigénito que está en el seno del Padre nos lo dio a conocer” (Jn 1, 28). Lo que estaba oculto en el sí de María, escondido en sus entrañas y en su Corazón, en el anonimato de Nazaret, lo proclama el canto de los Ángeles en la noche del nacimiento de Jesús. Ese canto de los Ángeles le proclama a los pastores que ha comenzado la realización de la voluntad divina que trae consecuencias “así en la tierra como en el cielo”. Los Ángeles anuncian, en efecto, en su celestial sinfonía el establecimiento de una nueva sintonía entre el Cielo y la tierra, es decir entre Dios y los hombres. Desde ahora, habrá “gloria a Dios en los Cielos” y “en la tierra paz a los hombres” en los que Dios se complace (Lc 2,14).

5) Jesús, comenzando desde su nacimiento, va a completar y va a llevar a cabo esa obra con su vida y con su muerte: “pacificando mediante la sangre de su Cruz lo que hay en la tierra y en los Cielos” (Col 1, 20). Hasta que vino Jesús, el Hijo, no había paz entre la tierra (los hombres) y el Cielo (Dios). Y no la sigue habiendo perfecta fuera de Jesús: “porque el Padre tuvo a bien reconciliar por él y para él todas las cosas” (Col 1, 20).

6) Jesús puede hablarnos de las cosas terrenas porque conoce las celestiales: “Nosotros – dice a los incrédulos - hablamos de lo que sabemos [...] si hablándoos de cosas terrenas no creéis ¿cómo creeríais si os hablase de cosas celestiales?” (Juan 3, 11-12). Si sus discípulos deben ser perfectos como el Padre celestial, en ellos se refleja ya en la tierra la perfección del cielo (Mt 5, 48). Y esa imitación se hace posible porque ‘el que me ha visto a mí, ha visto al Padre’ (Jn14,8). Ha visto en la Tierra lo que en el Cielo, pues en Jesús ‘habita corporalmente la plenitud de la Divinidad’ (Col 2,9).

 

 

 

 

 





 

 

 

 



 



 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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