Orar como el Hijo, orar como hijos
Elevaciones al Padre
Nuestro
Autor: P. Horacio
Bojorge
Capítulo Tercero: Los deseos de hijo:
por
ser hijo de cara a ti, oh Padre
“Porque los que son carnales
desean las cosas de la carne;
pero los que
son espirituales desean las del
Espíritu.
Porque los deseos de la carne son
muerte
pero los deseos del Espíritu, son vida
y paz”
(Romanos 8,5-6)
1. - EL DESEO:
TERMÓMETRO DE LA CARIDAD FILIAL
En el
Padre Nuestro ha de derramarse el amor filial en
forma de deseos ardientes dados por el Espíritu
Santo
1) ¡Santificado sea Tu Nombre!
¡Venga Tu Reino! ¡Hágase Tu voluntad! La primera
parte del Padre Nuestro está dominado por el Tú
del Padre. El Hijo está de cara al Tú del Padre
que es el Tú principal de su existencia. El celo
de la casa del Padre, por las cosas del Padre,
lo consume.
Literalmente: lo devora (Jn
2,17; Cfr. Sal 68,10). El Hijo quiere que el
Padre sea. Que sea conocido, reconocido por
todos como Padre y amado por todos como tal.
Quiere que sea glorificado, que sea amado. Todos
los deseos del Hijo dicen relación al
Padre.
2) Estas peticiones deberíamos
‘rugirlas’, derramando nuestras ansias filiales
en la presencia del Padre. Así lo dice el
salmista: “rujo con más fuerza que un león,
todas mis ansias están en tu presencia” (Sal 37,
9.10). O con el bramido del ciervo sediento del
Salmo 41,2.
3) Me imagino la oración de
Jesús como una oración brotada de un ardiente
deseo, de un hambre y de una sed del espíritu,
una oración gemida, rugida con toda el alma. Las
noches que Jesús pasaba en oración serían un
amoroso desvelo del deseo filial por cumplir la
voluntad del Padre. Por vivir de acuerdo a su
voluntad y para su gloria (Lc 6, 12; Mt 14, 23;
Jn 6, 15.17; Mc 6, 46). Una oración nacida de un
corazón que se consume de celo por las cosas del
Padre (Jn 2, 17).
4) San Agustín,
comentando el citado salmo 37,9, explica qué
significa la tibieza o la frialdad del deseo en
el corazón humano: “El frío de la caridad es el
silencio del corazón, y el fuego de la caridad
es el clamor del corazón. Si la caridad
permanece siempre, clamas siempre; si clamas
siempre, siempre deseas; si deseas, te acuerdas
del reposo eterno. Todas mis ansias están en tu
presencia. ¿Qué sucedería si nuestras ansias
estuvieran delante de Dios y no lo estuvieran
nuestros gemidos?
¿Acaso esto es
posible, siendo así que el gemido es la voz de
nuestras ansias? Por esto añade el salmista: Y
no se te ocultan mis gemidos. Para ti no están
ocultos, para muchos hombres lo están. A veces
parecería que el humilde servidor de Dios dice:
Y no se te ocultan mis gemidos. Otras veces
observamos que sonríe ¿será acaso porque aquél
deseo ha muerto en su corazón? Si subsiste el
deseo, también subsiste el gemido; no siempre
llega a los oídos de los hombres, pero nunca se
aparta de los oídos de Dios” .
5) El
Padre Nuestro expresa ansias interiores con
gemidos exteriores. Ambas cosas debe darlas el
Espíritu Santo filial: “los que son movidos por
el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios.
Porque no habéis recibido un espíritu de
esclavos para volver a caer en el miedo, sino
que habéis recibido un espíritu de hijos, por el
que clamamos: ‘¡Abbá! ¡Papi!’ El Espíritu mismo
le da testimonio a nuestro espíritu de que somos
hijos de Dios” [...] “nosotros, que tenemos las
primicias del Espíritu, gemimos dentro de
nosotros mismos, suspirando por la adopción”
[...] “Y el mismo Espíritu viene en ayuda de
nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos
orar como conviene” (Rom 8,
14-16.23.26).
¡Jesús: Dame un corazón
filial semejante al Tuyo! ¡Encendido en amor al
Padre!
¡Padre: Derrama dentro de nosotros el
huracán de tu Espíritu para que nos filialice el
corazón y nos contagie con sus ansias y gemidos!
Amén.
2. - ¡SANTIFICADO SEA TU
NOMBRE!
Esta petición inicial es el
alma de todo el Padre Nuestro y de cada una de
sus peticiones
1) “¡Santificado sea tu
Nombre!” Esta primera frase de la Oración de
Jesús, no podemos alinearla simplemente como una
‘primera petición’ con las siguientes. Debemos
reconocerle una importante función inaugural que
precede a todos los demás deseos y peticiones
siguientes y los informa íntimamente. “Es el
alma de todo el Padrenuestro y de cada una de
sus peticiones” .
2) Las oraciones
judías del tiempo de Jesús, ya lo hemos visto,
solían comenzar con una alabanza o berakáh.
Jesús estaba lleno del deseo de la gloria del
Padre, sin embargo nos enseña a comenzar con una
petición que remite a las manos del Padre mismo
la realización de este deseo, el más intenso y
grande del corazón filial: ¡Santificado sea tu
Nombre!
3) Esta expresión en forma
pasiva (pasivo divino, lo llaman los exegetas)
quiere decir en realidad, dirigiéndose a Dios:
“¡Santifica (Tú) tu Nombre!”. Jesús pone así de
manifiesto que la santificación del Nombre del
Padre supera toda posibilidad humana ya que es
obra del Padre mismo y que sólo Él puede
realizar. Lo único que podemos hacer nosotros,
creaturas, es desearlo y pedirlo. “Esa
santificación no es pues, obra de los hijos que
lo invocan, sino gratuito don del Padre a quien
invocan” .
4) Santificación significa
también glorificación: “glorificado sea tu
Nombre”, es decir, “¡glorifica tu Nombre!” (Jn
12, 28). El evangelista Juan condensa toda la
obra de Jesús en la acción de glorificar al
Padre en la tierra (Jn 17, 4), manifestando su
Nombre a los discípulos (Jn 17,2.26) rogando
asimismo que santifique en la verdad de su amor
paterno (Jn 17,17) a aquellos a quienes seguirá
dando a conocer su Nombre (Jn 17, 26). Los
discípulos son, pues, objeto de la progresiva
manifestación del Nombre del Padre por parte de
Jesús.
5) El Padre santifica su Nombre
primera y principalmente en sus hijos, en los
que viven como el Hijo. Hemos visto que en el
Sermón de la Montaña Jesús ponía como meta de la
justicia filial la glorificación o santificación
del Padre: “que vean vuestras buenas obras [de
hijos] y glorifiquen a vuestro Padre que está en
los Cielos” (Mt 5,16).
¡Ojalá todos te
conozcan como Padre y vivan como hijos, dándote
gloria! ¡Que todos puedan decirte Padre como yo!
¡Manifiéstate Padre, a través de Jesús y a
través de mí! ¡Muestra que eres Padre! ¿cómo?
¡engendrándonos!
3. - ¡VENGA TU
REINO!
Más que una petición, es el
deseo que prorrumpe del corazón de los
hijos
1) Este es “el único gran deseo”
del corazón filial. “El orante no se dirige a
Dios directamente para pedir, sino que, en su
presencia formula un deseo” . El Dios Padre es
reconocido, acatado y gozosamente obedecido como
Padre por sus hijos. Si el Nombre del Padre es
santificado, reconocido como Padre, glorificado
como Padre, por el mismo hecho se instaura el
Reino de los Hijos, o sea el reinado del Padre
sobre los hombres filiales que lo reconocen tal,
y acatan su voluntad. Pero esto es todo obra de
gracia. Por lo tanto algo que el hombre no puede
hacer por sí mismo, sino que debe desear y
pedir.
2) Este deseo es como la
prolongación y la consecuencia del anterior:
¡Santifica tu Nombre! Brota de la misma
intención filial de que se tribute al Padre toda
la gloria y el honor, el reconocimiento de su
condición Paterna, por la que es la Fuente
amorosa del ser y la existencia.
3) Pero
el deseo ¡Venga tu Reino! es interpretado a su
vez por el deseo siguiente: ¡hágase tu
voluntad!. Los tres grandes deseos van
eslabonados uno con el otro y se explican el uno
al otro.
4) Jesús no da explicaciones
acerca de lo que significa “el Reino de Dios”
cuyo advenimiento anuncia. No se explaya en
definiciones. El que tiene corazón filial,
entiende de qué se trata. El que no tiene
corazón de hijo, no entenderá de qué se trata
por más explicaciones que se le den. Por
ejemplo, los que hablan de “construir el Reino
de Dios” demuestran no haber entendido bien.
Porque el Reino del Padre se pide, no se
construye. Es un don del Padre y que de ninguna
manera lo pueden construir los hombres. Eso
equivaldría a aspirar a hacerse padres de sí
mismos. Superhombres. Ciudadanos de una nueva
Babel soberbia.
5) Al Reino de los hijos
se ingresa por generación. Por divina
regeneración. Y nadie pretenderá engendrarse a
sí mismo. Eso solo puede pretenderlo la raza de
víboras, la generación perversa, los hijos de la
serpiente, que se sientan en el trono de Dios y
pretenden hacerse adorar.
6) Al Reino de
los hijos se entra por generación. Pero por una
generación deseada, consentida. Se accede como a
una nueva justicia, que excede a la de los
escribas y fariseos. “Si vuestra justicia [es
decir la nueva justicia filial] no es mayor que
la de los escribas y fariseos no entraréis en el
Reino de los Cielos”; en otras palabras: “en el
Reino de los hijos”. Dicho en otras palabras: os
quedaréis afuera de la condición filial.
7) El Reino del Padre es la condición
filial de sus hijos. ¿Sobre quién reina Dios
Padre si no es sobre los hombres que lo
reconocen Padre y quieren vivir haciendo su
voluntad, teniendo en hacerla su gozo? La ley
del Reino celestial, es la voluntad del Padre,
acatada amorosamente, abrazada gozosamente por
los que tienen corazón de hijos. Por eso: El
Reino de Dios entre vosotros, es decir, entre
los hijos está (17, 20-21). En corazones como el
de Jesús.
4. - EL REINO DEL
PADRE
El Reino del Padre no lo
construimos los hijos, solamente lo pedimos,
pero ya vivimos en él.
1) Jesús comenzó
su predicación anunciando la llegada del Reinado
de Dios: “El Reinado de Dios ha llegado,
conviértanse y crean en el evangelio” (Mc 1,
15). Cuando se despide para subir al cielo, sus
discípulos le preguntan: “¿es ahora cuando vas a
restablecer el reino de Israel?” (Hch 1,6). Los
discípulos no tenían todavía clara la diferencia
entre el Reino del Padre y el reino de Israel.
Es decir entre el Reino que había anunciado
Jesús y el reino mesiánico político que
esperaban muchos israelitas.
2) Todavía
hoy hay muchos cristianos que no tienen claro en
qué consiste el Reino de Dios y lo piensan en
términos políticos intrahistóricos y como algo
que hay que construir y que sería obra humana.
Sin embargo, el Reino de Dios, no se construye,
se pide y se recibe. En el Nuevo Testamento no
se habla nunca de construir el Reino. Lo que sí
se edifica es la Iglesia.
3) Respecto
del Reino de Dios y su realización última y
definitiva, el Catecismo de la Iglesia Católica
nos enseña que: “La Iglesia sólo entrará en la
gloria del Reino a través de esta última Pascua
en la que seguirá a su Señor en su muerte y
Resurrección (Ap 19, 1-9),. El Reino no se
realizará, por lo tanto, mediante un triunfo
histórico de la Iglesia (Ap 13,8) en forma de un
proceso creciente, sino por una victoria de Dios
sobre el último desencadenamiento del mal (Ap
20, 7-10) que hará descender desde el cielo a su
Esposa (Ap 21, 2-4). El triunfo de Dios sobre la
rebelión del mal tomará la forma de Juicio final
(Ap 20, 12) después de la última sacudida
cósmica de este mundo que pasa (2 Pe 3, 12-13)
[CIC 677]
4) Para Jesús, el Reino de
Dios, era el Reinado del Padre. Y el Reinado del
Padre, naturalmente, tiene por ciudadanos a los
que viven como hijos de Dios. Ese Reino de Dios,
“viene sin dejarse sentir – dice Jesús – no
dirán mírenlo allí mírenlo allá, porque el Reino
de Dios ya está entre vosotros” (Lc 17, 20-21).
Es decir entre los hijos.
5) Por eso,
afirma Orígenes, el que ora pidiendo la venida
del Reino, “lo hace para que el Reino de Dios
nazca dentro de él, lleve fruto y se
perfeccione. Porque toda persona santa es guiada
por Dios, cumple sus leyes espirituales y
permanece en sí mismo como ciudad bien
gobernada. Presente en él está el Padre y reina
con el Hijo en aquella” . El Reino del Padre es
algo ya presente y que ha comenzado pero que
debe seguir instalándose en las almas en el
futuro. Algo que ha comenzado en la tierra pero
culminará en la Vida eterna.
5. -
HÁGASE TU VOLUNTAD ASÍ EN LA TIERRA COMO EN EL
CIELO
El que conoce la voluntad del
Padre mide cuánto se pierden los que no la
conocen
1) “Hágase tu voluntad así en la
tierra como en el cielo”. La profundidad de
estas palabras merece que las sigamos meditando.
Esta petición, como las dos anteriores, expresa
también un deseo. De hecho no hace más que
explicitar algo que estaba implícito en la
petición: “Venga tu Reino”. Quizás éste sea el
motivo por el cual san Lucas la omite (Lc 11,
2). Esta petición muestra que el deseo de la
venida del Reino tiene que ver con el deseo de
que se cumpla la voluntad del Padre. Ella
completa el bosquejo del anhelo de los corazones
filiales.
2) Es un deseo que no conocen
el hombre carnal ni el Príncipe de este mundo.
Por eso puede decirse que el Reino del Padre
está “dentro de vosotros” (Lc 17, 21). Es decir,
el Reino del Padre habita en los hijos, en forma
del deseo ardiente de los corazones filiales,
expresado por las tres primeras peticiones del
Padre Nuestro.
3) Quien tenga un corazón
filial como el de Jesús, sentirá deseos y tendrá
necesidades que sólo el Padre conoce y que
aquéllos hombres que no tengan corazón filial,
no lograrán entender. Todo “hijo de Dios” vibra
con los intereses del Padre, con los intereses y
deseos de Jesús. Por eso le resulta
insoportable, como le resultaba a Jesús, que en
el mundo no se haga la voluntad santa del Padre.
“Lo grande que es esta calamidad, lo poco que se
cumple en el mundo la voluntad del Padre
solamente lo puede saber aquél que conoce la
verdadera voluntad del Padre. Por consiguiente,
esta petición presupone la revelación enseñada
por Jesús” .
4) Esta calamidad de la
humanidad, (¡lo nada, lo poco, lo mal que se lo
adora!) es lo que mueve la misericordia divina a
la Encarnación y a la obra salvadora. ¡Qué
lástima que la creatura humana malogre su
capacidad de libertad, -que le ha sido dada con
el fin de que pueda adherirse filialmente a la
voluntad del Padre -, para desviarla y
malemplearla en sus propios caprichos y en la
rebeldía!
5) La perfección, la
misericordia, la santidad del Padre la expresa
el Espíritu Santo en los corazones filiales con
gemidos inefables (Rom 8, 26). El hambre de
Jesús es “hacer la voluntad del Padre” (Jn 4,
32-33). En otras palabras: “que haya adoradores
en Espíritu y en Verdad” como Él lo fue y lo
sigue siendo eternamente. La voluntad del Padre,
se expresa en este texto en relación con el modo
como quiere ser adorado por los hombres: “así
quiere el Padre que sean lo que lo adoren” (Jn
4,23).
6. - ¡HÁGASE TU VOLUNTAD!
(1)
La perdición consiste en vivir al
margen de la voluntad del Padre, haciendo la
propia
1) El mayor sufrimiento para Jesús
debe haber sido tener que vivir en medio de un
mundo donde nadie conocía ni hacía la voluntad
del Padre. Este debe haber sido el mayor deseo
del corazón del Hijo: ¡Hágase tu voluntad! ¡Ah,
Padre, si los hombres conocieran tu voluntad y
supieran que sólo en hacerla se encuentra la
verdadera dicha! ¡Qué desdichados se hacen a sí
mismos viviendo ajenos a ella y queriendo
regirse por su voluntad propia que es sólo un
capricho insensato, necio y descabellado!
¡Pobrecitos! ¡Qué desgraciados se hacen a sí
mismos!
2) “El pecado original – ha dicho
Juan Pablo II – no consiste sólo en la violación
de la voluntad positiva [en griego: thélema] de
Dios, sino también, y sobre todo, en el motivo
por el cual se desobedece. El motivo es la
abolición de la paternidad divina, el
oscurecimiento del bondadoso motivo creador [en
griego: eudokía], poniendo en duda la verdad de
Dios, que es Amor, y dejando la sola conciencia
del Amo y el Esclavo. Así el Señor aparece como
celoso de su poder sobre el mundo y sobre el
hombre; en consecuencia el hombre se siente
inducido a la lucha contra Dios... el hombre
esclavizado se ve empujado a tomar posiciones
contra el amo que lo esclavizaba” .
3)
Pero Jesús y los hombres filiales dan testimonio
de que no es así. ¿Cuál es la voluntad o el
querer (thélema) del Padre tal como lo
manifiesta la Sagrada Escritura?
a) “que
todos los hombres se salven y vengan al
conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4)
b)
“vuestra santificación... pues no nos llamó Dios
a la impureza sino a la santidad” (1 Tes 4, 3-7;
Ver Hebr 10,10);
c) “que le demos
gracias en todo; no apaguemos el Espíritu, ni
despreciemos las profecías, que lo probemos todo
y nos quedemos con lo bueno y nos abstengamos
hasta de las apariencias del mal” (1 Tes 5,18s);
d) “que obrando el bien, amordacemos la
ignorancia de los hombres insensatos, que
obremos como libres y no como el que pone la
libertad como excusa de la maldad, sino como
servidores de Dios. Que respetemos a todos,
amemos a los hermanos, temamos a Dios y honremos
al emperador” (1 Pedro 2,15ss).
4) Pero
la Escritura nos habla no sólo de la voluntad
(thélema) del Padre sino también de su
beneplácito (en griego: eudokía). La Eudokía del
Padre es su designio amoroso, su intención más
recóndita, misteriosa y eterna. De ella
volveremos a ocuparnos más adelante, porque en
ella se goza Jesús y es la herencia de los
hijos.
7. - HÁGASE TU VOLUNTAD
(2)
Este deseo es fruto del Don de
Ciencia
1) Santo Tomás de Aquino, en su
hermoso comentario al Padre Nuestro, nota que
orar el Padre Nuestro es como un ejercicio de
los dones del Espíritu Santo: El Espíritu Santo
nos hace amar, desear y pedir rectamente. Y como
es el Espíritu del Hijo, nos enseña a desear y
pedir como el Hijo.
2) El Espíritu Santo
produce en nosotros, ante todo, el don del
Temor. Es el temor de ofender a Dios o de que
Dios sea ofendido por otros. El don de Temor nos
hace desear y buscar que el Nombre de Dios sea
Santificado. El don de Piedad consiste en un
afecto suave y devoto al Padre que nos impulsa a
suplicar que venga el Reino de Dios .
3)
A la petición “Hágase tu voluntad” corresponde
el Don de Ciencia. El Espíritu Santo nos concede
el Don de Ciencia. ¿De qué ciencia se trata? Es
la ciencia de vivir bien, de vivir como Hijo. Y
esto no se logra apoyándose soberbiamente y con
autosuficiencia en el propio sentir, sino
obrando humildemente. El Don de Ciencia enseña a
no hacer la propia voluntad sino la del Padre.
En esto consiste la sabiduría del Hijo y la que
Él enseña a los que queremos vivir como hijos.
4) El Don de Ciencia nos hace pedir que
se haga la voluntad de Dios así en la tierra
como en el Cielo. “En tal petición – dice Santo
Tomás – se pone de manifiesto el Don de
Ciencia”. El corazón del hombre es recto,
prosigue explicando, cuando concuerda con la
voluntad divina. Cristo en cuanto hombre, tiene
una voluntad distinta que la de su Padre. Y
refiriéndose a esta última dice que no hace su
voluntad sino la de su Padre. Y por eso también
nos enseña a nosotros a pedir: hágase tu
voluntad” .
5) A la pregunta sobre qué
es la voluntad de Dios, Santo Tomás responde:
“Dios quiere tres cosas para nosotros, cuyo
cumplimiento es lo que suplicamos”: 1) que
alcancemos la vida eterna, 2) que guardemos sus
mandamientos y 3) devolvernos la dignidad
anterior al pecado original, es decir que no
haya nada en su carne contrario al espíritu” .
Por eso esta petición expresa el deseo de que la
voluntad de Dios se realice también en nuestra
carne.
6) Esta petición, dice Santo
Tomás se corresponde con la Bienaventuranza de
los que lloran, porque ese llanto es motivado
por el deseo de estos tres bienes que Dios
quiere para nosotros. Por lo que es este deseo
doliente el que nos conduce a la bienaventuranza
de las lágrimas: “Bienaventurados los que lloran
porque serán consolados” (Mateo 5,5).
7)
La frase así en la tierra como en el cielo, se
refiere a que: “Desde los días de Jesús esta
voluntad salvífica se está cumpliendo ‘en la
tierra’. Pero se cumplirá plenamente aquí,
cuando el estado que existe en el cielo se haga
realidad en la tierra” .
8. –
HÁGASE TU VOLUNTAD: LO QUE COMPLACE AL PADRE
(3)
La voluntad del Padre no es un
capricho tiránico, emana de un designio
amoroso.
1) Cuando deseamos “¡hágase tu
voluntad!” estamos deseando que se realice el
designio amoroso de Dios que preside toda su
obra: creadora y salvadora. Más arriba
distinguíamos entre la voluntad (thélema) y la
complacencia (eudokía), o sea el designio, el
beneplácito amoroso, del Padre. En ocasión del
bautismo y de la transfiguración de Jesús, el
Padre revela en quién se complace: “Este es mi
Hijo muy amado en quien me complazco” (Mt 3,17;
17,5; Lc 3, 22; ver Isa 42, 1-4).
2) La
complacencia (eudokía) del Padre, está puesta en
Jesús su Hijo y desde Jesús, y en lo que tiene
relación con Jesús: su Madre, sus discípulos. A
su vez, Jesús, el Hijo se complace en hacer la
voluntad del Padre. Cuando los ángeles se les
aparecen a los pastores en ocasión del
nacimiento, cantan: “gloria a Dios en el cielo y
paz en la tierra a los hombres que ama el Señor”
(Lc 2,14) . Literalmente: “los hombres de la
complacencia (eudokía) divina”, o sea: los
hombres en quienes Dios se complace.
3)
Esos hombres agradan a Dios porque que reciben a
su Hijo y lo visitan en el pesebre. Serán en
adelante, en todos los tiempos, hombres en los
que Dios se complace, además de los pastores,
los que sean como ellos. El Padre se complace en
Jesús, pero también en todos los que son como
él: mansos y humildes de corazón. Sobre todo se
complace en los obedientes, como el Siervo de
Isaías (42, 1-4).
4) En una ocasión
Jesús: “se llenó de gozo en el Espíritu Santo y
exclamó: ‘Yo te alabo Padre, Señor del cielo y
de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los
sabios y prudentes y las revelaste a los
pequeños. Sí Padre porque tal ha sido tu
beneplácito” (Lc 10, 21). Y Jesús prosiguió
exultante interpretando el querer del Padre en
estos términos: “Todo me ha sido entregado por
mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino
el Padre, y quién es el Padre sino el Hijo, y
aquél a quien el Hijo quisiere revelárselo” (Lc
10,22).
5) Jesús nos revela que el Padre
se complace en darnos el Reino: “No temas
pequeño rebaño porque a vuestro Padre le ha
parecido bien daros a vosotros el Reino” (Lc 12,
32). El Padre se complace con el Hijo y con sus
hijos pequeños. Jesús mismo, por su parte,
Sabiduría encarnada “tiene su complacencia en
estar con los hijos de los hombres” (Prov 8,
31)
¡Padre! ¡Qué buena es tu voluntad y
en qué cosas más buenas te complaces! Te pido
que inflames nuestros corazones en el deseo de
que se cumpla tu voluntad y se realice tu
beneplácito. Y que, en lo que de mí dependa, en
lo que de nosotros dependa, lo podamos cumplir
todo gozosamente. Que podamos exclamar como
Jesús, al fin de nuestros días ‘¡Todo está
cumplido!’
9. - ASÍ EN LA TIERRA COMO
EN EL CIELO (1)
“Gracias a la venida
de Dios a la tierra, el tiempo ha alcanzado su
plenitud”
(Juan Pablo II)
1) La
expresión del Padre Nuestro: “así en la tierra
como en el cielo” tiene profundas raíces y
resonancias bíblicas.
a) Moisés y Ezequiel
reciben de Dios una visión del templo celestial
que ha de ser el modelo a imitar en la
construcción del templo terrenal (Ex 25,9; Num
8, 4; Ez 40-48).
b) En la Ley de
Santidad del Levítico la santidad del pueblo
elegido debe espejar la de Dios (Lev 19, 2).
c) En la tradición rabínica se afirmaba que
las sentencias dictadas en los tribunales del
Templo eran ratificadas por el tribunal
celestial.
2) De acuerdo con esta manera
de ver las cosas, Jesús sustituye
manifiestamente un foro por otro, cuando le dice
a Pedro que lo que ate y desate en la Tierra
quedará atado o desatado en el Cielo (Mt 16,
19).
3) Jesús pone al Padre celestial
como el modelo celestial que han de imitar sus
hijos, siendo perfectos (Mt 5, 48)
misericordiosos (Lc 6, 36) santos (1 Pe 1, 15)
como lo es su Padre celestial. Pablo invitará a
los cristianos a ser “imitadores de Dios” (Ef
5,1).
4) Si en todas las edades y
civilizaciones de la humanidad, la religión ha
proporcionado los modelos sobre los que se calca
la cultura y la vida humana, en la fe cristiana
mucho más. Decir “así en la tierra como en el
cielo” equivale a decir: “así en el tiempo y en
la historia como en la eternidad”.
5)
Según nuestra fe, la vida eterna entra en la
historia y la anima desde dentro. La eternidad
se historiza y la historia se carga de sentido
divino y eterno. Juan Pablo II lo ha expresado
así: “Gracias a la venida de Dios [desde el
Cielo] a la tierra, el tiempo ha alcanzado su
plenitud. En efecto, ‘la plenitud de los
tiempos’ es sólo la eternidad, mejor aún, Aquél
que es eterno, es decir Dios. Entrar en la
‘plenitud de los tiempos’ significa por lo
tanto, alcanzar el término del tiempo y salir de
sus confines, para encontrar su cumplimiento en
la eternidad de Dios. En el cristianismo el
tiempo [y la tierra] tiene una importancia
fundamental. Dentro de su dimensión se crea el
mundo, en su interior se desarrolla la historia
de la salvación, que tiene su culmen en la
‘plenitud de los tiempos’ de la Encarnación y su
término en el retorno glorioso del Hijo de Dios
al final de los tiempos. En Jesucristo, Verbo
encarnado, el tiempo llega a ser una dimensión
de Dios, que en sí mismo es eterno. Con la
venida de Cristo se inician los ‘últimos
tiempos’ (Hebr 1,2), la ‘última hora’ (Ver 1 Jn
2, 18), se inicia el tiempo de la Iglesia que
durará hasta la Parusía. De esa relación de Dios
con el tiempo nace el deber de santificarlo”
.
10. - ASÍ EN LA TIERRA COMO EN
EL CIELO (2)
“Sólo en las modernas
sociedades occidentales se ha desarrollado
plenamente el hombre arreligioso” (Mircea
Eliade)
1) “Aunque siempre hubo hombres
irreligiosos, sólo en las sociedades
occidentales modernas se ha desarrollado
plenamente el hombre irreligioso” afirma Mircea
Eliade , el más prestigioso historiador de las
religiones. “El hombre moderno arreligioso asume
una nueva situación existencial: se reconoce a
sí mismo como el único sujeto y agente de la
Historia, y rechaza toda llamada a la
trascendencia. Dicho de otro modo: no acepta
ningún modelo de humanidad, fuera de la
condición humana, tal como se la puede descubrir
en las diversas situaciones históricas. El
hombre se hace a sí mismo y no llega a hacerse
completamente más que en la medida en que se
desacraliza a sí mismo y desacraliza el mundo Lo
sacro es el obstáculo por excelencia que se
opone a su libertad. No llegará a ser él mismo
hasta el momento en que se desmitifique
radicalmente. No será verdaderamente libre hasta
no haber dado muerte al último dios” El hombre
arreligioso vive en la tierra sin ninguna
referencia a ningún cielo. Y en algunos casos,
negando que haya ningún cielo al que hacer
referencia.
2) En cambio, el hombre
religioso, sea de la religión que sea, - afirma
Mircea Eliade –“cualquiera que sea el contexto
histórico en que esté inmerso, cree siempre que
existe una realidad absoluta, lo sagrado, que
trasciende este mundo, pero que se manifiesta en
él y por lo mismo lo santifica y lo hace real” .
Y no sólo existe, sino que es el modelo divino,
celestial, que sirve al hombre para vivir en la
tierra: “El hombre religioso se hace a sí mismo
aproximándose a los modelos divinos” . “No se
llega a ser verdadero hombre si no es imitando a
los dioses” .
3) Según Mircea Eliade todo
hombre religioso “cree que la vida tiene un
origen sagrado y que la existencia humana sobre
la tierra se realiza plenamente en la medida en
que es religiosa, es decir, en la medida en que
participa de la realidad divina” . “Al
reactualizar la historia sagrada, al imitar el
comportamiento divino, el hombre se instala y se
mantiene junto a los dioses, es decir, en lo
real y significativo” .
4) Eso que se
encontraba ya en la religión natural en sus
diversas formas y manifestaciones, alcanzó su
perfección con la revelación del Hijo que
propone imitar la perfección del Padre (Mt 5,
48). Jesús lo propone como el modo de vivir de
sus discípulos.
5) Esto, que se
encontraba en germen, como semilla del Verbo en
las religiones de la Humanidad, es lo que Jesús
va a realizar perfectamente en sí mismo. Va a
ser el hombre que una en sí mismo la tierra y el
cielo. Va a ser el hombre que viva y enseñe a
vivir a la Humanidad ‘así en la tierra como en
el cielo’. Él será el Maestro que revele a los
hombres al Dios Trinidad como modelo de la
sociedad humana, el gran Nosotros divino-humano,
filial-paterno y filial-fraterno.
6)
Mientras el cristiano místico desea plasmar el
cielo en la tierra, desea vivir ‘así en la
tierra como en el Cielo’, por el contrario, el
hombre moderno se esfuerza por vaciarse de toda
referencia supraterrena. Pero así, en vez de
vivir ‘en la tierra como en el cielo’ termina
viviendo ‘así en la tierra como sin cielo’ y al
extremo: ‘así en la tierra como en un infierno’.
7) “En cierto sentido – concluye Mircea
Eliade – podría decirse que entre los modernos
que se proclaman arreligiosos, la religión y la
mitología se han ‘ocultado’ en las tinieblas de
su inconsciente – lo que significa también que
las posibilidades de reintegrar una experiencia
religiosa de la vida yacen, en tales seres, muy
en las profundidades de ellos mismos -. En una
perspectiva judeo-cristiana podría decirse
igualmente que la no-religión equivale a una
nueva ‘caída’ del hombre: el hombre arreligioso
habría perdido la capacidad de vivir
conscientemente la religión y, por lo tanto, de
comprenderla y asumirla; pero, en lo más
profundo de su ser, conserva aún su recuerdo, al
igual que después de la primera ‘caída’”
.
11. - ASÍ EN LA TIERRA COMO EN
EL CIELO (3)
Jesús nos invita a
llevar ya sobre la tierra y desde ahora una vida
celestial.
1) En Jesús se juntaron el
cielo y la tierra. Porque en Él se juntaron en
una sola Persona divina, la naturaleza divina y
la humana. Dios verdadero y hombre verdadero.
2) Jesús – Hombre y Dios - es el que,
por lo tanto, uniendo en sí mismo lo celestial y
lo terreno, lo divino y lo creado, mejor pudo
vivir, en la tierra, el equivalente humano de lo
que vive como Dios en el Cielo.
3) La
expresión: “así en la tierra como en el cielo”,
refleja, por lo tanto, la experiencia de Jesús.
Una experiencia que empieza a realizarse desde
la concepción misma de Jesús. Su Madre María
acepta el mensaje del Angel con las palabras
“Hágase en mí según tu palabra”. Y así comienza
a hacerse en ella la voluntad del Padre: “así en
la tierra” – es decir en su seno de mujer mortal
– “como en el Cielo”; es decir como se hace
eternamente en el seno del Padre:
4) “A
Dios nadie lo vio jamás; Dios Unigénito que está
en el seno del Padre nos lo dio a conocer” (Jn
1, 28). Lo que estaba oculto en el sí de María,
escondido en sus entrañas y en su Corazón, en el
anonimato de Nazaret, lo proclama el canto de
los Ángeles en la noche del nacimiento de Jesús.
Ese canto de los Ángeles le proclama a los
pastores que ha comenzado la realización de la
voluntad divina que trae consecuencias “así en
la tierra como en el cielo”. Los Ángeles
anuncian, en efecto, en su celestial sinfonía el
establecimiento de una nueva sintonía entre el
Cielo y la tierra, es decir entre Dios y los
hombres. Desde ahora, habrá “gloria a Dios en
los Cielos” y “en la tierra paz a los hombres”
en los que Dios se complace (Lc 2,14).
5) Jesús, comenzando desde su
nacimiento, va a completar y va a llevar a cabo
esa obra con su vida y con su muerte:
“pacificando mediante la sangre de su Cruz lo
que hay en la tierra y en los Cielos” (Col 1,
20). Hasta que vino Jesús, el Hijo, no había paz
entre la tierra (los hombres) y el Cielo (Dios).
Y no la sigue habiendo perfecta fuera de Jesús:
“porque el Padre tuvo a bien reconciliar por él
y para él todas las cosas” (Col 1,
20).
6) Jesús puede hablarnos de las
cosas terrenas porque conoce las celestiales:
“Nosotros – dice a los incrédulos - hablamos de
lo que sabemos [...] si hablándoos de cosas
terrenas no creéis ¿cómo creeríais si os hablase
de cosas celestiales?” (Juan 3, 11-12). Si sus
discípulos deben ser perfectos como el Padre
celestial, en ellos se refleja ya en la tierra
la perfección del cielo (Mt 5, 48). Y esa
imitación se hace posible porque ‘el que me ha
visto a mí, ha visto al Padre’ (Jn14,8). Ha
visto en la Tierra lo que en el Cielo, pues en
Jesús ‘habita corporalmente la plenitud de la
Divinidad’ (Col 2,9).
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