Orar como el Hijo, orar como hijos
Elevaciones al Padre
Nuestro
Autor: P. Horacio
Bojorge
Capítulo Segundo: La invocación
filial
“Anunciaré tu Nombre a
mis hermanos:
¡Padre, en tus manos encomiendo
mi espíritu!”
(Salmo 21.23; Lucas
23,46)
Todo el que invocare el nombre del
Señor será salvo.
Pero ¿cómo invocarán a
Aquél en quien no han creído?
(Romanos 10,
13-14; Joel 3,5)
Cuando os
bautizaron
no recibisteis primero el Padre
Nuestro y después el Credo,
sino que
recibisteis el Credo antes del Padre Nuestro,
para que, por el Credo, conocieseis al que
habíais de invocar.
Por lo tanto, el Credo
dice relación a la fe y el Padre Nuestro a la
súplica.
Porque el que invoca con fe es
escuchado.
(San Agustín, Sermón 56)
1. - ¡PADRE
NUESTRO QUE ESTÁS EN LOS CIELOS!
Dios
es Padre de todo Hombre, de Israel, de Cristo y
los cristianos. Pero lo es de diversas
maneras.
1) “Dios merece el nombre de
Padre del Hombre” - dice Santo Tomás – “porque
lo creó a imagen y semejanza suya, cosa que no
hizo con las demás creaturas inferiores”. Se lo
llama también Padre de Israel: “Es tu Padre,
aquél que te hizo y te creó” (Deut.
32,6).
Raíces judaicas de la invocación a
Dios como ‘Padre nuestro que estás en los
cielos’
2) El Padre Nuestro es una
oración de bendición o de alabanza. Es lo que en
el judaísmo se llama una berakáh. “La oración
del Señor – dice el Padre Sabugal - es la
berakáh cristiana por excelencia, en sustitución
de la berakáh judaica, más exactamente: la
exultante bendición de alabanza que la comunidad
de los neófitos y fieles, dócil a la enseñanza
del Señor en su Evangelio, dirige tres veces
diariamente al Padre celeste como agradecida
respuesta por su intervención salvífica en el
bautismo y la eucaristía” .
3) La
invocación “Padre Nuestro que estás en los
cielos” era también usual en los medios
religiosos judíos de los tiempos de Jesús y de
los primeros cristianos procedentes de ese medio
judío los cuales, antes del año 70, participaban
en el culto del templo y de la Sinagoga y
observaban las tres horas de oración judaica:
tercia, sexta y nona.
4) En el culto
sinagogal de la mañana, después de la recitación
del Shemá Israel, se rezaba la así llamada
Tefillá cuyas cuarta y sexta bendiciones
contienen la fórmula “Padre Nuestro”. Y en la
oración inicial del culto matutino sinagogal,
llamada Qaddish se contiene explícitamente la
fórmula: “sean recibidas las plegarias y
súplicas de todo Israel delante de su Padre que
está en los cielos” . Esta invocación era
empleada también cuatro veces en una oración
sinagogal que se pronunciaba antes de guardar el
rollo de la Toráh. Es pues una expresión judía
que aparece en muchas oraciones, una designación
rabínica de Dios muy común, una invocación
genuinamente judía que continuaron usando Jesús
y los cristianos. Con ella formulaban las
comunidades judeocristianas sin duda su fe común
con las comunidades judaicas en “el Dios de
nuestros padres” .
5) Por todo esto,
Sabugal concluye diciendo: “Esta invocación era,
pues, primero plegaria de la Sinagoga y de la
Iglesia, viniendo a ser luego herencia cristiana
de la propiedad judaica: ¡Preciosa gema tomada
por el judeo-cristianismo del cofre de la
Sinagoga! Pero sigue formando parte de ese ‘tan
grande patrimonio común a cristianos y judíos’,
que debe contribuir al ‘diálogo fraterno’ entre
ellos” .
El sentido cristiano de la
invocación a Dios como ‘Padre nuestro que estás
en los cielos’
6) Pero Jesús lo tiene a
Dios por Padre suyo y de sus discípulos de una
manera especial; diferente y nueva. “La
invocación ¡Padre! Es propia y característica
del Jesús orante”
El vocablo Padre en
labios de Cristo y de los cristianos, ya no
traduce sólo la paternidad adoptiva de Dios en
relación con Israel, con su rey y con el justo
israelita. Se trata ahora, también y sobre todo,
de aquella paternidad divina propia de Quien,
mediante la fe en su palabra y el bautismo, los
engendró a la filiación nueva y real - ¡no
meramente adoptiva! – de quienes porque ‘se
llaman y son Hijos de Dios’ (1 Jn 3,1), le
invocan con propiedad como Padre” .
7) Se
trata ahora de un Dios, Padre de Nuestro Señor
Jesucristo, a quien Jesús llama
mi Padre
(Mt. 7,21) nuestro Padre (Mt 6,9) y al que los
apóstoles se refieren como un Padre
que nos
engendró (1 Jn 3,9, 4,7; 5,1.4.18; 1 Pedro 1,23,
Sant 1,18) mediante la fe en su palabra y el
bautismo (Jn 3, 5-8).
8) Es una filiación
nueva y real, no ya adoptiva: “nos llamamos
hijos y lo somos” (1 Jn 3,1). Jesús, el Hijo, lo
invoca a su Padre con esa palabra en la oración
del Huerto: “¡Abbá! ¡Padre!” (Mc 14,36). Y la
misma exclamación, sin duda familiar a los
primeros cristianos, se refleja en las cartas de
Pablo (Gal 4,6; Rm 8,15).
Papito: la
ternura infantil, específicamente
cristiana
9) Pablo conserva la expresión
aramea Abbá, porque es intraducible al griego,
como no lo es tampoco el Amén que también suele
dejarse sin traducir. Abbá era la expresión
familiar con que un niño de lengua aramea se
dirigía a su padre natural. Equivale a nuestros:
papá, tata, papi.
10) “Era el nombre con
que el hijo pequeñito se dirigía a su padre –
explica Joachim Jeremías -. Y el Talmud nos lo
confirma: ‘Cuando un niño prueba el gusto del
cereal [es decir, tan pronto como lo destetan]
aprende a decir abbá e immá [papá y mamá]’. Abbá
e immá son, pues, las primeras palabras que el
niño balbucea. Abbá era lenguaje infantil, una
palabra vulgar empleada a diario: nadie hubiera
osado dirigirse con ella a Dios. Jesús, en
cambio, lo hace así siempre, en todas las
oraciones suyas que han llegado hasta
nosotros... Como el niño habla con su padre, así
habla Cristo con Dios; tan llano, tan íntimo,
tan infantil, con tanto abandono” .
11)
A este filial conocimiento del Padre se entra
solamente por la enseñanza y la revelación de
Jesús: “Todo me ha sido entregado por mi Padre,
y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al
Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquél
a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt
11,27). Jesús “consideró esta infantil
invocación a la divinidad como expresión de la
singular omnipotencia y conocimiento de Dios,
que por su Padre le fueron dados” .
12)
En este Abbá se manifiesta el secreto último de
su misión: Él, a quien el Padre dio en plenitud
el conocimiento de Dios, tenía el privilegio de
dirigirse a él con una invocación infantil
pletórica de confianza. Esta palabra encierra el
núcleo de su mensaje
La comunicación a
los discípulos de la confianza filial como
divina regeneración
13) Jesús hizo
participantes a sus discípulos de su conciencia
filial, porque los estableció en una relación
filial verdadera: “quién es mi hermano?... todo
el que hace la voluntad de mi Padre” (Mc 3,
33-35). Jesús tuvo y recomendó una actitud
filial tierna e infantil ante el Padre (Cfr. Lc
18,16-17; Mc 9,35-36) de quien los hijos deben
recibirlo todo. Los discípulos pueden expresar
su inaudita y totalmente nueva relación filial
con Dios, su único Padre (Ef 4,16), mediante la
misma invocación de Jesús, formulada con su
misma palabra en el exultante, jubiloso e
incontenible grito: “¡Abbá! ¡Padre!”. Una
invocación propia y exclusiva de los bautizados,
de los hijos de Dios, y que por eso, en los
primeros siglos era ocultada y mantenida en
secreto y no revelada a los no creyentes.
Los fieles “se atreven” a decirla porque
Jesús se lo enseñó: “Fieles a la recomendación
del Salvador y siguiendo su divina enseñanza nos
atrevemos a decir: Padre Nuestro...” (Liturgia
de la Misa).
14) “En el Padre Nuestro –
dice Joachim Jeremías – Jesús da poderes a sus
discípulos para que repitan Abbá como Él” . Es
curioso: una cosa tan sencilla y de apariencia
hasta ridícula para algunos, supone, exige, sin
embargo, una transformación del corazón que no
puede suceder sin una nueva generación. En ella
propiamente consiste la regeneración divina. En
darnos un corazón filial-fraterno como el de
Jesús. En introducirnos, sumergirnos,
zambullirnos en el gran Nosotros divino-humano.
Por esa comunicación del Espíritu, que obra la
comunión con el Nosotros, Jesús nos hace
participar de su posición de hijos. Es la
huiothesía (Rm 8, 15) la instauración en la
filialidad, la filialización. No sólo nos
autoriza, sino que nos hace capaces de hablar
con nuestro Padre celestial con plena confianza,
como el niño pequeño con su papito terrenal.
15) Suele usarse, para referirse a este
hecho de la huiothesía la palabra adopción. La
desventaja de usarla está en que suele tener en
castellano un sentido predominantemente legal y
exterior. Por eso quizás es que, con certero
instinto, en el uso común se prefiere decir
“hijo del corazón” en vez de “hijo adoptivo”. La
huiothesía es una realidad del corazón, un hecho
que involucra la conciencia, la libertad, lo más
íntimo de la persona y de su
naturaleza.
16) Cristo enseña que esta
transformación es necesaria: “En verdad os digo:
si no os convertís y no os hacéis como niños, no
entraréis en el reino de los cielos” (Mt 18,3).
“Solamente aquél que acepta la confianza
contenida dentro de la palabra Abbá, - comenta
Jeremías – encuentra el camino del reino de
Dios. Así lo comprendió también el Apóstol
Pablo, al afirmar por dos veces que la
invocación Abbá Padre en los labios del hombre
es señal de filiación y de posesión del Espíritu
(Rm 8, 15; Gal 4,6)”.
¡Upa
Papá!
17) Algo que parece tan infantil se
demuestra sin embargo tan arduo que no puede
lograrse sin una divina regeneración, sin un
acto creador y omnipotente de Dios. Por eso
observa Jeremías: “podemos barruntar un poco por
qué no era cosa tan llana para la Iglesia
primitiva rezar el Padre Nuestro, y por qué lo
rodeó de tan temeroso y reverencial respeto:
‘Dígnate, Señor, concedernos que gozosos y sin
temeridad nos atrevamos a invocarte a Ti, Dios
celestial, como a Padre, y que digamos: Padre
nuestro...’” .
18) El Padre Nuestro era
entregado al catecúmeno como una oración rodeada
de reverencia y de misterio y que no debía ser
expuesta a la profanación. Era una oración
reservada exclusivamente a los bautizados,
ningún otro, nadie más, judío ni pagano, podía
rezarla.
Estaba rodeada de las mismas
precauciones y secreto que rodeaban a la
Eucaristía, de la cual forma parte central y es
motivo principal de acción de gracias.
Dice Orígenes: “no nos atreveríamos a
dirigirnos así a Él si no fuéramos hijos de
verdad” . De eso nos da muestra el antiquísimo
documento de la antigüedad cristiana llamada
Didajé o Doctrina de los doce Apóstoles que
prescribía la ‘disciplina del arcano’ o sea el
secreto alrededor de la Eucaristía y el Padre
Nuestro, que es su corazón y el motivo principal
de la gratitud que en ella se celebra
.
19) Los cristianos estaban agradecidos
de esta nueva relación filial con Dios Padre.
Leemos en la Didajé: “Te damos gracias, Padre
santo, por tu santo Nombre, que hiciste morar en
nuestros corazones” y continúan dando gracias
por el modo cómo sucedió cosa tan bella: “por el
conocimiento y la fe y la inmortalidad que nos
diste a conocer por medio de Jesús tu siervo” .
Esta confianza filial con Dios Padre era el
centro de la celebración cristiana de acción de
gracias, el motivo principal de la gratitud y de
la acción de gracias o eucaristía, porque era
vivido y comprendido como la esencia de la
salvación traída por Jesús.
20) La
expresión ¡Upa Papá! que se nos ha dado emplear
en la predicación, no es una novedad arbitraria,
sino una forma nueva en la expresión, de la
evangelización. La considero una palabra de
sabiduría y de profecía, a juzgar por sus frutos
en las almas. Y sin embargo se convierte en un
verdadero test del estado espiritual del corazón
del oyente. Ante ella se produce una inmediata
división de los espíritus.
21) Tengo
ante mí una esquelita que me entregó una mujer
mayor al terminar el retiro patronal sobre el
Sermón de la Montaña. Dice: “¡UPA PAPÁ! son las
palabras que se han grabado en mi corazón, a
pesar de mi edad, nunca me dirigí antes al Padre
con tanta ternura y confianza. Gracias por ésta
y tantas otras enseñanzas”
2. - PADRE
NUESTRO
En las primeras palabras de
la oración cristiana se reflejan la relación
filial y la fraterna y se revelan
inseparables.
1) Parece que Jesús
dirigiera el Sermón de la Montaña a sus
discípulos en presencia de la muchedumbre:
“Viendo a la muchedumbre subió a un monte y
cuando se hubo sentado, sus discípulos se le
acercaron, y él abriendo la boca les enseñaba
diciendo”: (Mt 5,1). Es una clase pública,
abierta. Las enseñanzas que contiene se dirigen,
sin embargo, a sus discípulos, aunque estén
abiertas a quienes, entre la muchedumbre,
“tengan oídos para oír” y quieran adherirse al
discipulado.
Conciencia
filial
2) A lo largo de todo el Sermón,
la relación principal es la relación
filial-paterna. Jesús habla de “mi Padre” y
“vuestro Padre celestial”; “vuestro Padre que
está en el cielo”; “ora a tu Padre”; “tu Padre
te dará de sí”. Todo el sermón, como ya lo hemos
dicho, es un retrato de Jesús como hijo y apunta
a enseñarnos a vivir como hijos. Para eso, Jesús
enseña cómo ha de obrar un hijo y cuál ha de ser
el móvil y el modelo de su justicia filial,
superando la justicia de escribas y fariseos e
imitando la Perfección del Padre celestial.
3) Luego, Jesús enseña a vivir de cara
al Padre y no de cara a los demás, para ser
visto y alabado por los hombres. Enseña a
practicar tanto la misericordia como la oración
y el ayuno en lo secreto; porque es allí, donde
sólo el Padre nos ve, donde los hijos recibimos
de Él:
a) la generosidad en la
misericordia secreta,
b) la conciencia
filial en la oración secreta
c) y el dominio
de las propias pasiones e instintos, en el ayuno
en secreto.
4) Por fin, Jesús nos revela
el secreto del corazón filial, de quien confía
totalmente en la providencia paterna, y queda
así liberado de la preocupación por subvenir a
las propias necesidades de esta
vida.
Conciencia fraterna
5) Ya
desde estas primeras palabras del Padre nuestro,
la conciencia filial se expresa como unida a la
conciencia fraterna e inseparable de ella. Dios
no es sólo “mi” Padre, sino “nuestro” Padre. No
puedo dirigirme a Él si no es en comunión con
sus hijos, mis hermanos. El Padre tiene muchos
otros hijos que por eso mismo resultan hermanos
míos y a los que he de amar por caridad, es
decir por el amor debido a todo lo que mi Padre
ama.
6) Este comienzo de la oración del
Señor es como un espejo donde se refleja la
conciencia de Jesús mismo. Dice san Pablo, que
Jesús era “el primogénito de muchos hermanos”
(Rm 8,29; Hebr 2,12-13). Por eso Jesús, cuando
oraba, lo hacía en nombre y en representación de
“toda su casa” (Hebr 3,4-6), es decir, de todos
los hijos de Dios, al frente de los cuales lo
puso el Padre como Primogénito.
7) Al
presentarnos ante el Padre, nuestros vínculos
fraternos nos acompañan porque nos constituyen.
No nos entendemos en nuestra verdad verdadera,
mientras no nos entendemos como miembros de este
gran Nosotros que es la comunión de los Santos,
la gran familia de los hijos de Dios dispersos
(Jn 11. 52, Cfr. Mt 26,31; Mc 14,27).
8)
Por eso es tan grave romper los vínculos con ese
gran Nosotros divino-humano. Y por eso es
necesario el perdón, como condición para rezar
el Padre Nuestro de manera que llegue al corazón
del Padre y que el orante le sea grato: sea
reconocible como hijo, por su semejanza con el
Hijo. El que, como Jesús, no contribuye a unir a
los hermanos, los divide y desparrama y él mismo
se excluye del Nosotros: “el que no recoge
conmigo desparrama” (Lc 11,23)
3. -
QUE ESTÁS EN LOS CIELOS: EL PADRE
CELESTIAL
Jesús inculca una actitud tan
reverente como confiada ante el Padre celestial:
¡Upa Papá!
1) Tanto en el Padrenuestro
como en todo el Sermón de la Montaña, Jesús se
refiere al Padre como:
“Vuestro Padre que
está en los cielos” (Mt 5,45; 6,1.9; 7, 11.21),
“Vuestro Padre celestial” (5,48; 6,14.26.32;
15,13; 18,35;23,9).
2) Con estas
expresiones Jesús enseña dos cosas. Primero:
inculca una actitud reverente que no está reñida
con la tierna confianza filial. Dios no es sólo
¡Abbá, Papi!, sino Abbá “celestial”. Por eso, en
segundo lugar, su paternidad divina se distingue
de toda otra paternidad terrena. Está en su
origen, pero también restaura y repara las
deficiencias de la paternidad terrena, herida
por el pecado original.
3) Jesús, oró a
Dios, innovando las costumbres aprendidas de su
ambiente. “Su oración brotaba de una fuente
secreta distinta” (CIC 2599). Se atrevió a
dirigirse a Dios, como hemos dicho, con la
invocación aramea íntima y filial ¡Abbá! ¡Papi!
Y nos enseñó a orar de la misma manera a
nosotros, dirigiéndonos al Padre con una actitud
de intimidad infantil, confiada y totalmente
nueva: ¡Upa Papá! ¿quién se hubiera atrevido si
no nos lo hubiera enseñado Jesús mismo?
4) Esta confianza familiar
característica del cristiano no va en desmedro
de la debida reverencia religiosa, del respeto
sagrado, ni resta nada a la experiencia de la
grandeza del Padre y a la distancia que separa
su naturaleza divina de la naturaleza humana.
Jesús es juntamente maestro de la actitud
reverente ante el Padre. En la carta a los
Hebreos leemos que Jesús: “fue escuchado por su
actitud de respeto reverente” (Hebr 5,7). Y se
nos inculca que “ya que recibimos el reino
inconmovible, guardemos la gracia, por la cual
serviremos agradablemente a Dios con respeto y
reverencia, porque mostró ser un fuego
devorador” (Hebr 12,28-29).
5) Solamente
la gracia de su caridad divina ha podido acortar
la infinita distancia que hay entre Él y
nosotros. La caridad divina ha unido así lo que
las naturalezas separaban. La intimidad filial
que se me regala me hace medir aún más esa
distancia que la bondad del Padre enjuga,
revelándose tanto más grandiosa cuanto más
condescendiente.
6) La figura paterna de
la familia palestinense en tiempos de Jesús era
patriarcal y por más confianza que se le
tuviera, estaba rodeada de respeto reverente.
Las expresiones “que estás en los cielos”,
“celestial” ponen de relieve la excelsitud
divina por encima de todas las cosas de la
tierra, y la augusta majestad de una paternidad
que superaba incluso el prestigio del rol
paterno en la familia patriarcal bíblica.
7) A medida que el niño crece, la
ternura infantil y confiada ante el Papá, se va
transformando en amor reverente, obediente, de
hijo adulto, capaz de reconocer y medir la
bondad del Padre y de adherirse libremente a la
voluntad del Padre, como Jesús, hasta en el
huerto.
8) Pablo nos enseña a venerar
esta Paternidad divina: “Por esta causa doblo
mis rodillas ante el Padre de Nuestro Señor
Jesucristo, por Quien recibe ese nombre toda
otra paternidad en los cielos y en la tierra”
(Ef 3, 15). La confianza con el Padre celestial
no ha de ser, pues, ni deficiente ni excesiva.
9) Hay que decir, por fin, que el Papá
celestial repara en sus hijos cualquier herida
que puedan haberles dejado los papás de la
tierra. Ciertamente es una gracia haber tenido
un papá amoroso, fiel ministro de la paternidad
celestial. Pero aún si fue malo, los defectos,
pecados y hasta crímenes de los padres terrenos,
no son impedimento insalvable para la milagrosa
obra de divina regeneración mediante la cual el
Padre de los cielos todo los restaura, sana y
supera.
4. – ‘EN LOS CIELOS’: EL
ESPACIO ESPIRITUAL
Cuando las
Escrituras parecen situar a Dios en un lugar,
hay en ellas un sentido más espiritual y
elevado
1) ¿Qué es el Cielo? Tratando de
esta pregunta, Orígenes advierte que cuando
decimos que el Padre está en los Cielos o en el
Cielo, no hemos de imaginar que tiene figura
corporal y que allí habita en un lugar
determinado.
Orígenes debía hacer
hincapié en esto porque así era como los paganos
se imaginaban a sus dioses y a sus ídolos. La
mentalidad popular griega estaba dominada por un
cierto materialismo. Y las clases más cultas
estaban inclinados al Panteísmo.
2) Esta
incapacidad para concebir lo espiritual, y al
Padre como un ser Espiritual, y por lo tanto no
sujeto ni al tiempo ni al espacio, no ha
desaparecido. Por eso puede seguir siendo
necesario todavía recordarlo a algunos.
Aunque se manifieste su permanencia en
nuestra cultura a menudo en formas jocosas, se
reconoce su existencia fácilmente cuando se oye
hablar de Dios Padre en términos antropológicos
y materiales, algo irreverentes: el Barba, el
Viejo, el Supremo, el de Allá arriba. Hay que
seguir enseñando, pues, a algunos, lo que
recogemos de Orígenes:
3) “Si Dios Padre
estuviera limitado por los Cielos sería menor
que ellos, pero en realidad es él quien lo
contiene todo con el ineludible poder de su
divinidad”. En efecto la Escritura muestra al
Señor “extendiendo los cielos como un manto”
(Isa 44, 24; 51, 13; Ver Job 9,8) o midiéndolo
con su derecha (Isa 48, 13). Los Cielos, todo el
universo, son la obra de sus manos y no puede
contenerlo.
4) “Todas las expresiones de
la Sagrada Escritura que indican un lugar donde
Dios habita – explica Orígenes –, han de
entenderse en sentido espiritual, conforme a la
naturaleza de Dios. Por ejemplo: “sabiendo Jesús
que había llegado la hora de pasar de este mundo
al Padre” (Jn 13,1); “sabiendo... que había
salido de Dios y a Dios volvía” (Jn 13,3); “me
voy y volveré a vosotros, si me amarais os
alegraríais de que voy al Padre” (Jn 14, 28).
5) Si hubiera que interpretar este tipo
de frases con sentido espacial, tendríamos que
hacer lo mismo con la siguiente: “Si alguno me
ama guardará mi palabra y mi Padre le amará y
vendremos a él y pondremos nuestra morada en él”
(Jn 14,23). De seguro que esta expresión no se
refiere a ningún cambio de lugar con respecto a
la venida del Padre y del Hijo al que ama la
palabra de Jesús”.
6) Orígenes rechaza
“la idea tan impropia que tienen de Dios quienes
le imaginan en un lugar concreto de los cielos,
de lo cual lógicamente se podría concluir que
Dios es corpóreo. “Esto llevaría consigo – dice
Orígenes - los más gruesos errores acerca de
Dios: le imaginaríamos divisible, material,
corruptible. Dios habita en el cielo como habita
en cada santo, que lleva la imagen del hombre
celestial (1 Cor 15, 49) o en Cristo (Flp.
2,15). Como los santos están en el cielo, allí
también está Dios: “a ti levanto mis ojos, a ti
que habitas en el cielo” (Sal 123, 1)”
7)
“No imaginemos tampoco – concluye Orígenes – que
las Escrituras nos enseñan a decir el
Padrenuestro sólo en algunos momentos de
oración. Debemos orarlo continuamente (1 Tes 5,
17) con toda nuestra vida, de manera que no
pongamos nuestro tesoro (Flp 3 20) en medios
terrenos sino en los Cielos, en el Trono de
Dios. Porque el Reino de Dios ha sido
establecido en todos los que llevan en sí la
imagen del hombre celestial (1 Cor 15, 49) y en
el que se ha hecho celestial a sí mismo viviendo
como tal” .
8) La invocación continua que
nos enseña el monacato, con la oración de Jesús,
bien podría practicarse con la invocación al
“Padre Nuestro que estás en los cielos”
pidiéndole que nos engendre a cada momento como
hijos suyos para su gloria y su alabanza, en
amorosa y gozosa alabanza de todas las cosas y
de todas las horas. Pidiéndole que nos aúpe y
nos tenga consigo en su gozosa caridad filial
bienaventuranzadora.
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