Escuela de Oración - Catequesis de Benedicto XVI: La lectura de la Biblia, alimento del espíritu
3 de agosto de 2011
La lectura de la Biblia, alimento del espíritu
Queridos hermanos y hermanas:
Me alegra veros aquí, en la plaza, en Castelgandolfo, y reanudar las
audiencias interrumpidas en el mes de julio. Quiero continuar con el tema
que hemos iniciado, es decir, una «escuela de oración», y también hoy, de un
modo algo diferente, sin alejarme del tema, aludir a algunos aspectos de
carácter espiritual y concreto, que me parecen útiles no sólo para quien
vive —en alguna parte del mundo— el período de vacaciones de verano, sino
también para todos los que están comprometidos en el trabajo diario.
Cuando tenemos un momento de pausa en nuestras actividades, de modo especial
durante las vacaciones, a menudo tomamos en las manos un libro que deseamos
leer. Este es precisamente el primer aspecto sobre el que quiero
reflexionar. Cada uno de nosotros necesita tiempos y espacios de
recogimiento, de meditación, de calma… ¡Gracias a Dios es así! De hecho,
esta exigencia nos dice que no estamos hechos sólo para trabajar, sino
también para pensar, reflexionar, o simplemente para seguir con la mente y
con el corazón un relato, una historia en la cual sumergirnos, en cierto
sentido «perdernos», para luego volvernos a encontrar enriquecidos.
Naturalmente, muchos de estos libros de lectura, que tomamos en las manos en
las vacaciones, son por lo general de evasión, y esto es normal. Sin
embargo, varias personas, especialmente si pueden tener espacios de pausa y
de relajamiento más prolongados, se dedican a leer algo más comprometedor.
Por eso, quiero haceros una propuesta: ¿por qué no descubrir algunos libros
de la Biblia que normalmente no se conocen, o de los que hemos escuchado
algún pasaje durante la liturgia, pero que nunca hemos leído por entero? En
efecto, muchos cristianos no leen nunca la Biblia, y la conocen de un modo
muy limitado y superficial. La Biblia —como lo dice su nombre— es una
colección de libros, una pequeña «biblioteca», nacida a lo largo de un
milenio. Algunos de estos «libritos» que la componen permanecen casi
desconocidos para la mayor parte de las personas, incluso de los buenos
cristianos. Algunos son muy breves, como el Libro de Tobías, un relato que
contiene un sentido muy elevado de la familia y del matrimonio; o el Libro
de Ester, en el que esa reina judía, con la fe y la oración, salva a su
pueblo del exterminio; o, aún más breve, el Libro de Rut, una extranjera que
conoce a Dios y experimenta su providencia. Estos libritos se pueden leer
por entero en una hora. Más comprometedores, y auténticas obras maestras,
son el Libro de Job, que afronta el gran problema del dolor inocente; el
Qohélet, que impresiona por la desconcertante modernidad con que pone en
tela de juicio el sentido de la vida y del mundo; el Cantar de los Cantares,
estupendo poema simbólico del amor humano. Como veis, todos estos son libros
del Antiguo Testamento. ¿Y el Nuevo? Ciertamente, el Nuevo Testamento es más
conocido, y los géneros literarios son menos variados. Pero conviene
descubrir la belleza de leer un Evangelio todo seguido, y recomiendo también
los Hechos de los Apóstoles o una de las Cartas.
En conclusión, queridos amigos, hoy quiero sugerir que tengáis a mano,
durante el período estival o en los momentos de pausa, la sagrada Biblia,
para gustarla de modo nuevo, leyendo de corrido algunos de sus libros, los
menos conocidos y también los más conocidos, como los Evangelios, pero en
una lectura continuada. Si se hace así, los momentos de distensión pueden
convertirse no sólo en enriquecimiento cultural, sino también en alimento
del espíritu, capaz de alimentar el conocimiento de Dios y el diálogo con
él, la oración. Esta parece ser una hermosa ocupación para las vacaciones:
tomar un libro de la Biblia, para encontrar así un poco de distensión y, al
mismo tiempo, entrar en el gran espacio de la Palabra de Dios y profundizar
nuestro contacto con el Eterno, precisamente como finalidad del tiempo libre
que el Señor nos da.