Catequesis del Papa Francisco sobre la Oración
36. Jesús, modelo y alma de toda oración
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Los Evangelios nos muestran cuanto era fundamental la oración en la relación
de Jesús con sus discípulos. Ya se aprecia en la elección de los que luego
se convertirían en los apóstoles. Lucas sitúa la elección en un contexto
preciso de oración y dice así: «Sucedió que por aquellos días se fue Él al
monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios. Cuando se hizo de
día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó
también apóstoles» (6,12-13). Jesús los elige después de una noche de
oración. Parece que no haya otro criterio en esta elección si no es la
oración, el diálogo de Jesús con el Padre. A juzgar por cómo se comportarán
después esos hombres, parecería que la elección no fue de las mejores porque
todos huyeron, lo dejaron solo antes de la Pasión; pero es precisamente
esto, especialmente la presencia de Judas, el futuro traidor, lo que
demuestra que esos nombres estaban escritos en el plan de Dios.
La oración en favor de sus amigos reaparece continuamente en la vida de
Jesús. A veces los apóstoles se convierten en motivo de preocupación para
Él, pero Jesús, así como los recibió del Padre, después de la oración, así
los lleva en su corazón, incluso en sus errores, incluso en sus caídas. En
todo ello descubrimos cómo Jesús fue maestro y amigo, siempre dispuesto a
esperar pacientemente la conversión del discípulo. El punto culminante de
esta paciente espera es la “tela” de amor que Jesús teje en torno a Pedro.
En la Última Cena le dice: «¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el
poder cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no
desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos» (Lc
22,31-32). Es impresionante saber que, en el tiempo del desfallecimiento, el
amor de Jesús no cesa. “Pero Padre, si estoy en pecado mortal, ¿el amor de
Jesús sigue ahí? — Sí, ¿y Jesús sigue rezando por mí? — Sí — Pero si he
hecho cosas muy malas y muchos pecados, ¿sigue amándome Jesús? — Sí”. El
amor y la oración de Jesús por cada uno de nosotros no cesa, es más, se hace
más intenso y somos el centro de su oración. Debemos recordar siempre esto:
Jesús está rezando por mí, está rezando ahora ante el Padre y le está
mostrando las heridas que trajo consigo, para que el Padre pueda ver el
precio de nuestra salvación, es el amor que nos tiene. Y en este momento que
uno de nosotros piense: ¿Jesús está rezando ahora por mí? Sí. Es una gran
seguridad que debemos tener.
La oración de Jesús vuelve puntualmente en un momento crucial de su camino,
el de la verificación de la fe de los discípulos. Escuchemos de nuevo al
evangelista Lucas: «Y sucedió que mientras Él estaba orando a solas, se
hallaban con Él los discípulos y Él les preguntó: “¿Quién dice la gente que
soy yo?”. Ellos respondieron: “Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías;
otros, que un profeta de los antiguos había resucitado” Les dijo: “Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Pedro le contestó en nombre de todos:
“El Cristo de Dios”. Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a
nadie» (9,18-21). Las grandes decisiones en la misión de Jesús están siempre
precedidas de la oración, pero no de una oración, así, en passant, sino de
la oración intensa y prolongada. Siempre en esos momentos hay una oración.
Esta prueba de fe parece una meta, pero en cambio es un punto de partida
renovado para los discípulos, porque, a partir de entonces, es como si Jesús
subiera un tono en su misión, hablándoles abiertamente de su pasión, muerte
y resurrección.
En esta perspectiva, que despierta instintivamente la repulsión, tanto en
los discípulos como en nosotros que leemos el Evangelio, la oración es la
única fuente de luz y fuerza. Es necesario rezar más intensamente, cada vez
que el camino se empina.
Y en efecto, tras anunciar a los discípulos lo que le espera en Jerusalén,
tiene lugar el episodio de la Transfiguración. Jesús «tomó consigo a Pedro,
Juan y Santiago, y subió al monte a orar. Y sucedió que, mientras oraba, el
aspecto de su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una blancura
fulgurante, y he aquí que conversaban con Él dos hombres, que eran Moisés y
Elías; los cuales aparecían en gloria, y hablaban de su partida, que iba a
cumplir en Jerusalén» (Lc 9,28-31), es decir de su Pasión. Por tanto, esta
manifestación anticipada de la gloria de Jesús tuvo lugar en la oración,
mientras el Hijo estaba inmerso en la comunión con el Padre y consentía
plenamente en su voluntad de amor, en su plan de salvación. Y de esa oración
salió una palabra clara para los tres discípulos implicados: «Este es mi
Hijo, mi Elegido; escuchadle» (Lc 9,35). De la oración viene la invitación a
escuchar a Jesús, siempre de la oración.
De este rápido recorrido por el Evangelio, deducimos que Jesús no sólo
quiere que recemos como Él reza, sino que nos asegura que, aunque nuestros
tentativos de oración sean completamente vanos e ineficaces, siempre podemos
contar con su oración. Debemos ser conscientes: Jesús reza por mí. Una vez,
un buen obispo me contó que en un momento muy malo de su vida y de una gran
prueba, un momento de oscuridad, miró a lo alto de la basílica y vio escrita
esta frase: “Yo Pedro rezaré por ti”. Y eso le dio fuerza y consuelo. Y esto
sucede cada vez que cada uno de nosotros sabe que Jesús reza por él. Jesús
reza por nosotros. Ahora mismo, en este momento. Haced este ejercicio de
memoria repitiéndolo. Cuando hay alguna dificultad, cuando estáis en la
órbita de las distracciones: Jesús está rezando por mí. Pero, padre ¿eso es
verdad? Es verdad, lo dijo Él mismo. No olvidemos que lo que nos sostiene a
cada uno de nosotros en la vida es la oración de Jesús por cada uno de
nosotros, con nombre, apellido, ante el Padre, enseñándole las heridas que
son el precio de nuestra salvación.
Aunque nuestras oraciones fueran solamente balbuceos, si se vieran
comprometidas por una fe vacilante, nunca debemos dejar de confiar en Él. Yo
no sé rezar, pero Él reza por mí. Sostenidas por la oración de Jesús,
nuestras tímidas oraciones se apoyan en alas de águila y suben al cielo. No
os olvidéis: Jesús está rezando por mí — ¿Ahora? — Ahora. En el momento de
la prueba, en el momento del pecado, incluso en ese momento, Jesús está
rezando por mí con tanto amor.
Saludos:
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española, que son tantos hoy
aquí. En este mes de junio, dedicado al Corazón de Jesús, y en vísperas de
celebrar la Solemnidad del Corpus Christi, pidamos al Señor que nos conceda
tener un corazón orante, lleno de confianza y audacia filial, así también
como la gracia de permanecer siempre unidos a Él y también unidos entre
nosotros por la participación en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.
Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
Los Evangelios nos revelan la importancia de la oración en la vida de Jesús
y en su relación con los discípulos. Jesús, antes de elegirlos, se pone en
oración, dialoga con el Padre. Como los ha recibido del Padre, así los lleva
en su corazón. Y sabiendo que son débiles, siempre ora a favor de ellos. Con
sus actitudes y con el testimonio de su oración perseverante, Jesús se
revela como maestro y amigo. Él, a pesar de los errores y las caídas de sus
discípulos, espera con paciencia su conversión y ruega por ellos al Padre,
para que permanezcan a su lado en las pruebas y no pierdan la fe.
Recorriendo las páginas del Evangelio vemos cómo Jesús vive inmerso en
diálogo continuo con el Padre, en comunión con Él; toma las decisiones más
importantes de su misión después de orar intensa y prolongadamente. Por eso,
Jesús es el modelo perfecto de la persona que ora: quiere que aprendamos a
orar como Él, y nos lo enseña con sus palabras y su ejemplo.
Jesús nos asegura que, aun cuando sintamos que nuestras oraciones parezcan
vanas o ineficaces, Él no nos abandona, está siempre a nuestro lado. Reza en
nosotros y con nosotros. Intercede a nuestro favor, nos alienta a que
perseveremos en la oración, sobre todo en los momentos más difíciles de
nuestro camino, porque es su oración la que hace que nuestras humildes
peticiones sean eficaces y lleguen al cielo.