Catequesis del Papa Francisco sobre la Oración
35. La certeza de ser escuchados
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hay una contestación radical a la oración, que deriva de una observación que
todos hacemos: nosotros rezamos, pedimos, sin embargo, a veces parece que
nuestras oraciones no son escuchadas: lo que hemos pedido – para nosotros o
para otros – no sucede. Nosotros tenemos esta experiencia, muchas veces. Si
además el motivo por el que hemos rezado era noble (como puede ser la
intercesión por la salud de un enfermo, o para que cese una guerra), el
incumplimiento nos parece escandaloso. Por ejemplo, por las guerras:
nosotros estamos rezando para que terminen las guerras, estas guerras en
tantas partes del mundo, pensemos en Yemen, pensemos en Siria, países que
están en guerra desde hace años, ¡años! Países atormentados por las guerras,
nosotros rezamos y no terminan. ¿Pero cómo puede ser esto? «Hay quien deja
de orar porque piensa que su oración no es escuchada» (Catecismo de la
Iglesia Católica, n.2734) Pero si Dios es Padre, ¿por qué no nos escucha? Él
que ha asegurado que da cosas buenas a los hijos que se lo piden (cfr. Mt
7,10), ¿por qué no responde a nuestras peticiones? Todos nosotros tenemos
experiencia de esto: hemos rezado, rezado, por la enfermedad de este amigo,
de este papá, de esta mamá y después se han ido, Dios no nos ha escuchado.
Es una experiencia de todos nosotros.
El Catecismo nos ofrece una buena síntesis sobre la cuestión. Nos advierte
del riesgo de no vivir una auténtica experiencia de fe, sino de transformar
la relación con Dios en algo mágico. La oración no es una varita mágica: es
un diálogo con el Señor. De hecho, cuando rezamos podemos caer en el riesgo
de no ser nosotros quienes servimos a Dios, sino pretender que sea Él quien
nos sirva a nosotros (cfr. n. 2735). He aquí, pues, una oración que siempre
reclama, que quiere dirigir los sucesos según nuestro diseño, que no admite
otros proyectos si no nuestros deseos. Jesús sin embargo tuvo una gran
sabiduría poniendo en nuestros labios el “Padre nuestro”. Es una oración
solo de peticiones, como sabemos, pero las primeras que pronunciamos están
todas del lado de Dios. Piden que se cumpla no nuestro proyecto, sino su
voluntad en relación con el mundo. Mejor dejar hacer a Él: «Sea santificado
tu nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad» (Mt 6,9-10).
Y el apóstol Pablo nos recuerda que nosotros no sabemos ni siquiera qué sea
conveniente pedir (cfr. Rm 8,26). Nosotros pedimos por nuestras necesidades,
las cosas que nosotros queremos, “¿pero esto es más conveniente o no?”.
Pablo nos dice: nosotros ni siquiera sabemos qué es conveniente pedir.
Cuando rezamos debemos ser humildes: esta es la primera actitud para ir a
rezar. Así como está la costumbre en muchos lugares que, para ir a rezar a
la iglesia, las mujeres se ponen el velo o se toma el agua bendita para
empezar a rezar, así debemos decirnos, antes de la oración, lo que sea más
conveniente, que Dios me dé lo que sea más conveniente: Él sabe. Cuando
rezamos tenemos que ser humildes, para que nuestras palabras sean
efectivamente oraciones y no un vaniloquio que Dios rechaza. Se puede
también rezar por motivos equivocados: por ejemplo, derrotar el enemigo en
guerra, sin preguntarnos qué piensa Dios de esa guerra. Es fácil escribir en
un estandarte “Dios está con nosotros”; muchos están ansiosos por asegurar
que Dios está con ellos, pero pocos se preocupan por verificar si ellos
están efectivamente con Dios. En la oración, es Dios quien nos debe
convertir, no somos nosotros los que debemos convertir a Dios. Es la
humildad. Yo voy a rezar pero Tú, Señor, convierte mi corazón para que pida
lo que es conveniente, pida lo que sea mejor para mi salud espiritual.
Sin embargo, un escándalo permanece: cuando los hombres rezan con corazón
sincero, cuando piden bienes que corresponden al Reino de Dios, cuando una
madre reza por el hijo enfermo, ¿por qué a veces parece que Dios no escucha?
Para responder a esta pregunta, es necesario meditar con calma los
Evangelios. Los pasajes de la vida de Jesús están llenos de oraciones:
muchas personas heridas en el cuerpo y en el espíritu le piden ser sanadas;
está quien le pide por un amigo que ya no camina; hay padres y madres que le
llevan hijos e hijas enfermos… Todas son oraciones impregnadas de
sufrimiento. Es un coro inmenso que invoca: “¡Ten piedad de nosotros!”.
Vemos que a veces la respuesta de Jesús es inmediata, sin embargo, en otros
casos esta se difiere en el tiempo: parece que Dios no responde. Pensemos en
la mujer cananea que suplica a Jesús por la hija: esta mujer debe insistir
mucho tiempo para ser escuchada (cfr. Mt 15,21-28). Tiene también la
humildad de escuchar una palabra de Jesús que parece un poco ofensiva: no
tenemos que tirar el pan a los perros, a los perritos. Pero a esta mujer no
le importa la humillación: le importa la salud de la hija. Y va adelante:
“Sí, también los perritos comen de lo que cae de la mesa”, y esto le gusta a
Jesús. La valentía en la oración. O pensemos también en el paralítico
llevado por sus cuatro amigos: inicialmente Jesús perdona sus pecados y tan
solo en un segundo momento lo sana en el cuerpo (cfr. Mc 2,1-12). Por tanto,
en alguna ocasión la solución del drama no es inmediata. También en nuestra
vida, cada uno de nosotros tiene esta experiencia. Tenemos un poco de
memoria: cuántas veces hemos pedido una gracia, un milagro, digámoslo así, y
no ha sucedido nada. Después, con el tiempo, las cosas se han arreglado,
pero según el modo de Dios, el modo divino, no según lo que nosotros
queríamos en ese momento. El tiempo de Dios no es nuestro tiempo.
Desde este punto de vista, merece atención sobre todo la sanación de la hija
de Jairo (cfr. Mc 5,21-33). Hay un padre que corre sin aliento: su hija está
mal y por este motivo pide la ayuda de Jesús. El Maestro acepta enseguida,
pero mientras van hacia la casa tiene lugar otra sanación, y después llega
la noticia de que la niña está muerta. Parece el final, pero Jesús dice al
padre: «No temas; solamente ten fe» (Mc 5,36). “Sigue teniendo fe”: porque
la fe sostiene la oración. Y de hecho, Jesús despertará a esa niña del sueño
de la muerte. Pero por un cierto tiempo, Jairo ha tenido que caminar a
oscuras, con la única llama de la fe. ¡Señor, dame la fe! ¡Que mi fe crezca!
Pedir esta gracia, de tener fe. Jesús, en el Evangelio, dice que la fe mueve
montañas. Pero, tener la fe en serio. Jesús, delante de la fe de sus pobres,
de sus hombres, cae vencido, siente una ternura especial, delante de esa fe.
Y escucha.
También la oración que Jesús dirige al Padre en el Getsemaní parece
permanecer sin ser escuchada: “Padre, si es posible, aleja de mí esto que me
espera”. Parece que el Padre no lo ha escuchado. El Hijo tendrá que beber
hasta el fondo el cáliz de la Pasión. Pero el Sábado Santo no es el capítulo
final, porque al tercer día, es decir el domingo, está la resurrección. El
mal es señor del penúltimo día: recordad bien esto. El mal nunca es un señor
del último día, no: del penúltimo, el momento donde es más oscura la noche,
precisamente antes de la aurora. Allí, en el penúltimo día está la tentación
donde el mal nos hace entender que ha vencido: “¿has visto?, ¡he vencido
yo!”. El mal es señor del penúltimo día: el último día está la resurrección.
Pero el mal nunca es señor del último día: Dios es el Señor del último día.
Porque ese pertenece solo a Dios, y es el día en el que se cumplirán todos
los anhelos humanos de salvación. Aprendamos esta paciencia humilde de
esperar la gracia del Señor, esperar el último día. Muchas veces, el
penúltimo día es muy feo, porque los sufrimientos humanos son feos. Pero el
Señor está y en el último día Él resuelve todo.
Saludos:
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española, de México, de Perú, de
Venezuela, tantos de lengua española. Los animo a dejarse guiar por el
Espíritu que clama en nuestro interior «Abba, Padre». Pidamos crecer en la
fe, la esperanza y la caridad, para en todo y por todo buscar la gloria de
Dios y la salvación de los hombres. Que el Señor los bendiga a todos. Muchas
gracias.
Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
En la catequesis de hoy reflexionamos sobre una dificultad que para muchos
supone una verdadera piedra de tropiezo en la vida espiritual. ¿Es verdad
que Dios nos escucha? Y si lo hace, ¿por qué no obtengo lo que pido? Dos
respuestas se pueden dar a esta cuestión, la primera y la más obvia es que
nuestra mirada sobre las cosas es limitada y en la oración deberíamos
intentar escuchar su voz y conformarnos con su designio de amor. Esta es la
lección del Padrenuestro que en sus tres primeras peticiones nos llama a
ponernos de parte de Dios: para que se haga la voluntad de Él, venga su
reino, sea santificado su nombre. Lo contrario sería una suerte de magia que
busca satisfacer los propios deseos, los propios intereses sin verificar si
son o no son conformes al proyecto de Dios.
La segunda respuesta es más delicada, pues muchas personas rezan de forma
humilde y piden cosas buenas, sin embargo, Dios no siempre responde en la
forma que esperamos. Y aquí puede ser interesante fijarnos en la lección que
nos da el Evangelio. Jesús recibe muchas peticiones de multitud de fieles
que se acercan, a veces la respuesta es inmediata. En otras ocasiones, sin
embargo, el Señor nos llama a la perseverancia, como a la mujer cananea que
pedía por su hija, o nos llama a embarcarnos en un viaje de fe. Es el caso
de Jairo, el jefe de la sinagoga, primero siente que Jesús se detiene para
atender otra petición, después recibe la noticia de que ya no hay esperanza,
pobre hombre. En todas estas situaciones Jesús nos llama a crecer en la fe,
de modo que sea esta virtud la que guíe nuestra oración y todos nuestros
deseos tengan como fin la mayor gloria de Dios.