Catequesis del Papa Francisco sobre la Oración
31. La meditación
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy hablamos de esa forma de oración que es la meditación. Para un cristiano
“meditar” es buscar una síntesis: significa ponerse delante de la gran
página de la Revelación para intentar hacerla nuestra, asumiéndola
completamente. Y el cristiano, después de haber acogido la Palabra de Dios,
no la tiene cerrada dentro de sí, porque esa Palabra debe encontrarse con
«otro libro», que el Catecismo llama «el de la vida» (cfr. Catecismo de la
Iglesia Católica, 2706). Es lo que intentamos hacer cada vez que meditamos
la Palabra.
La práctica de la meditación ha recibido en estos años una gran atención. De
esta no hablan solamente los cristianos: existe una práctica meditativa en
casi todas las religiones del mundo. Pero se trata de una actividad
difundida también entre personas que no tienen una visión religiosa de la
vida. Todos necesitamos meditar, reflexionar, reencontrarnos a nosotros
mismos, es una dinámica humana. Sobre todo, en el voraz mundo occidental se
busca la meditación porque esta representa un alto terraplén contra el
estrés cotidiano y el vacío que se esparce por todos lados. Ahí está, por
tanto, la imagen de jóvenes y adultos sentados en recogimiento, en silencio,
con los ojos medio cerrados… Pero podemos preguntarnos: ¿qué hacen estas
personas? Meditan. Es un fenómeno que hay que mirar con buenos ojos: de
hecho nosotros no estamos hechos para correr en continuación, poseemos una
vida interior que no puede ser siempre pisoteada. Meditar es por tanto una
necesidad de todos. Meditar, por así decir, se parecería a detenerse y
respirar hondo en la vida.
Pero nos damos cuenta que esta palabra, una vez acogida en un contexto
cristiano, asume una especificidad que no debe ser cancelada. Meditar es una
dimensión humana necesaria, pero meditar en el contexto cristiano va más
allá: es una dimensión que no debe ser cancelada. La gran puerta a través de
la cual pasa la oración de un bautizado —lo recordamos una vez más— es
Jesucristo. Para el cristiano la meditación entra por la puerta de
Jesucristo. También la práctica de la meditación sigue este sendero. Y el
cristiano, cuando reza, no aspira a la plena transparencia de sí, no se pone
en búsqueda del núcleo más profundo de su yo. Esto es lícito, pero el
cristiano busca otra cosa. La oración del cristiano es sobre todo encuentro
con el Otro, con el Otro pero con la O mayúscula: el encuentro trascendente
con Dios. Si una experiencia de oración nos dona la paz interior, o el
dominio de nosotros mismos, o la lucidez sobre el camino que emprender,
estos resultados son, por así decir, efectos colaterales de la gracia de la
oración cristiana que es el encuentro con Jesús, es decir meditar es ir al
encuentro con Jesús, guiados por una frase o una palabra de la Sagrada
Escritura.
El término “meditación” a lo largo de la historia ha tenido significados
diferentes. También dentro del cristianismo se refiere a experiencias
espirituales diferentes. Sin embargo, se pueden trazar algunas líneas
comunes, y en esto nos ayuda también el Catecismo, que dice así: «Los
métodos de meditación son tan diversos como diversos son los maestros
espirituales. […] Pero un método no es más que un guía; lo importante es
avanzar, con el Espíritu Santo, por el único camino de la oración: Cristo
Jesús» (n. 2707). Y aquí se señala un compañero de camino, uno que nos guía:
el Espíritu Santo. No es posible la meditación cristiana sin el Espíritu
Santo. Es Él quien nos guía al encuentro con Jesús. Jesús nos había dicho:
“Os enviaré el Espíritu Santo. Él os enseñará y os explicará. Os enseñará y
os explicará”. Y también en la meditación, el Espíritu Santo es la guía para
ir adelante en el encuentro con Jesucristo.
Por tanto, son muchos los métodos de meditación cristiana: algunos muy
sobrios, otros más articulados; algunos acentúan la dimensión intelectual de
la persona, otros más bien la afectiva y emotiva. Son métodos. Todos son
importantes y todos son dignos de ser practicados, en cuanto que pueden
ayudar a la experiencia de la fe a convertirse en un acto total de la
persona: no reza solo la mente, reza todo el hombre, la totalidad de la
persona, como no reza solo el sentimiento. En la antigüedad se solía decir
que el órgano de la oración es el corazón, y así explicaban que es todo el
hombre, a partir de su centro, del corazón, que entra en relación con Dios,
y no solamente algunas facultades suyas. Por eso se debe recordar siempre
que el método es un camino, no una meta: cualquier método de oración, si
quiere ser cristiano, forma parte de esa sequela Christi que es la esencia
de nuestra fe. Los métodos de meditación son caminos a recorrer para llegar
al encuentro con Jesús, pero si tú te detienes en el camino y miras
solamente el camino, no encontrarás nunca a Jesús. Harás del camino un dios,
pero el camino es un medio para llevarte a Jesús. El Catecismo precisa: «La
meditación hace intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción y el
deseo. Esta movilización es necesaria para profundizar en las convicciones
de fe, suscitar la conversión del corazón y fortalecer la voluntad de seguir
a Cristo. La oración cristiana se aplica preferentemente a meditar “los
misterios de Cristo”» (n. 2708).
Esta es por tanto la gracia de la oración cristiana: Cristo no está lejos,
sino que está siempre en relación con nosotros. No hay aspecto de su persona
divino-humana que no pueda convertirse para nosotros en lugar de salvación y
de felicidad. Cada momento de la vida terrena de Jesús, a través de la
gracia de la oración, se puede convertir para nosotros en contemporáneo,
gracias al Espíritu Santo, la guía. Pero vosotros sabéis que no se puede
rezar sin la guía del Espíritu Santo. ¡Es Él quien nos guía! Y gracias al
Espíritu Santo, también nosotros estamos presentes en el río Jordán, cuando
Jesús se sumerge en él para recibir el bautismo. También nosotros somos
comensales de las bodas de Caná, cuando Jesús dona el vino más bueno para la
felicidad de los esposos, es decir, es el Espíritu Santo quien nos une con
estos misterios de la vida de Cristo porque en la contemplación de Jesús
hacemos experiencia de la oración para unirnos más a Él. También nosotros
asistimos asombrados a las muchas sanaciones realizadas por el Maestro.
Tomamos el Evangelio, hacemos la meditación de esos misterios del Evangelio
y el Espíritu nos guía para estar presentes ahí. Y en la oración —cuando
rezamos— todos nosotros somos como el leproso purificado, el ciego Bartimeo
que recupera la vista, Lázaro que sale del sepulcro… También nosotros somos
sanados en la oración como fue sanado el ciego Bartimeo, ese otro, el
leproso... También nosotros hemos resucitado, como resucitó Lázaro, porque
la oración de meditación guiada por el Espíritu Santo, nos lleva a revivir
estos misterios de la vida de Cristo y a encontrarnos con Cristo y a decir,
con el ciego: “Señor, ¡ten piedad de mí! Ten piedad de mí” — “¿Y qué
quieres?” — “Ver, entrar en ese diálogo”. Y la meditación cristiana, guiada
por el Espíritu nos lleva este diálogo con Jesús. No hay página del
Evangelio en la que no haya lugar para nosotros. Meditar, para nosotros
cristianos, es una forma de encontrar a Jesús. Y así, solo así,
reencontrarnos con nosotros mismos. Y esto no es un encerrarnos en nosotros
mismos, no: ir a Jesús y en Jesús encontrarnos a nosotros mismos, sanados,
resucitados, fuertes por la gracia de Jesús. Y encontrar a Jesús salvador de
todos, también mío. Y esto gracias a la guía del Espíritu Santo.
Saludos:
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Pidamos al Señor que
nos envíe el Espíritu Santo para poder meditar su Palabra, para hacerla vida
en nosotros y así poder anunciarla con alegría a quienes nos rodean. Que
Dios los bendiga. Muchas gracias.
Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
Reflexionamos hoy sobre la meditación como forma de oración. Para los
cristianos, meditar significa encontrarse con Cristo, acoger sus palabras y
confrontarlas con la propia vida. Hay muchos métodos de meditación cristiana
que pueden ayudarnos en el seguimiento del Señor. Algunos de estos métodos
acentúan más la dimensión intelectual, otros los afectos y sentimientos.
Pero no debemos olvidar que el método es solamente un medio, no una meta, lo
importante es que propicie el encuentro con Jesús, y sólo así podremos
encontrarnos con nosotros mismos.
La práctica de la meditación está presente en todas las religiones del
mundo, e incluso entre personas que no tienen una visión religiosa de la
vida. Es un fenómeno que nos demuestra que todos poseemos una interioridad,
que todos necesitamos espacios de silencio para meditar y reflexionar, para
conocernos y dar respuesta a nuestros interrogantes más profundos.
La meditación moviliza el pensamiento, la imaginación, la emoción, el deseo.
Y eso nos ayuda a profundizar en las convicciones de fe, suscita la
conversión de nuestro corazón y nos fortalece para seguir a Cristo. Cada
momento de la vida de Jesús, cada página del Evangelio puede ser para
nosotros objeto de meditación, lugar de encuentro con el Señor y espacio de
felicidad y salvación.