Catequesis del Papa Francisco sobre la Oración
23. Rezar en la liturgia
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la historia de la Iglesia, se ha registrado en más de una ocasión, la
tentación de practicar un cristianismo intimista, que no reconoce a los
ritos litúrgicos públicos su importancia espiritual. A menudo esta tendencia
reivindicaba la presunta mayor pureza de una religiosidad que no dependiera
de las ceremonias exteriores, consideradas una carga inútil o dañina. En el
centro de las críticas terminaba no una particular forma ritual, o una
determinada forma de celebrar, sino la liturgia misma, la forma litúrgica de
rezar.
De hecho se pueden encontrar en la Iglesia ciertas formas de espiritualidad
que no han sabido integrar adecuadamente el momento litúrgico. Muchos
fieles, incluso participando asiduamente en los ritos, especialmente en la
Misa dominical, han obtenido alimento para su fe y su vida espiritual más
bien de otras fuentes, de tipo devocional.
En los últimos decenios, se ha caminado mucho. La Constitución Sacrosanctum
Concilium del Concilio Vaticano II representa el eje de este largo viaje.
Esta reafirma de forma completa y orgánica la importancia de la divina
liturgia para la vida de los cristianos, los cuales encuentran en ella esa
mediación objetiva solicitada por el hecho de que Jesucristo no es una idea
o un sentimiento, sino una Persona viviente, y su Misterio un evento
histórico. La oración de los cristianos pasa a través de mediaciones
concretas: la Sagrada Escritura, los Sacramentos, los ritos litúrgicos, la
comunidad. En la vida cristiana no se prescinde de la esfera corpórea y
material, porque en Jesucristo esta se ha convertido en camino de salvación.
Podemos decir que debemos rezar también con el cuerpo: el cuerpo entra en la
oración.
Por tanto, no existe espiritualidad cristiana que no tenga sus raíces en la
celebración de los santos misterios. El Catecismo escribe: «La misión de
Cristo y del Espíritu Santo que, en la liturgia sacramental de la Iglesia,
anuncia, actualiza y comunica el Misterio de la salvación, se continúa en el
corazón que ora» (n. 2655). La liturgia, en sí misma, no es solo oración
espontánea, sino algo más y más original: es acto que funda la experiencia
cristiana por completo y, por eso, también la oración es evento, es
acontecimiento, es presencia, es encuentro. Es un encuentro con Cristo.
Cristo se hace presente en el Espíritu Santo a través de los signos
sacramentales: de aquí deriva para nosotros los cristianos la necesidad de
participar en los divinos misterios. Un cristianismo sin liturgia, yo me
atrevería a decir que quizá es un cristianismo sin Cristo. Sin el Cristo
total. Incluso en el rito más despojado, como el que algunos cristianos han
celebrado y celebran en los lugares de prisión, o en el escondite de una
casa durante los tiempos de persecución, Cristo se hace realmente presente y
se dona a sus fieles.
La liturgia, precisamente por su dimensión objetiva, pide ser celebrada con
fervor, para que la gracia derramada en el rito no se disperse sino que
alcance la vivencia de cada uno. El Catecismo lo explica muy bien y dice
así: «La oración interioriza y asimila la liturgia durante y después de la
misma» (ibid.). Muchas oraciones cristianas no proceden de la liturgia, pero
todas, si son cristianas, presuponen la liturgia, es decir la mediación
sacramental de Jesucristo. Cada vez que celebramos un Bautismo, o
consagramos el pan y el vino en la Eucaristía, o ungimos con óleo santo el
cuerpo de un enfermo, ¡Cristo está aquí! Es Él que actúa y está presente
como cuando sanaba los miembros débiles de un enfermo, o entregaba en la
Última Cena su testamento para la salvación del mundo.
La oración del cristiano hace propia la presencia sacramental de Jesús. Lo
que es externo a nosotros se convierte en parte de nosotros: la liturgia lo
expresa incluso con el gesto tan natural del comer. La Misa no puede ser
solo “escuchada”: no es una expresión justa, “yo voy a escuchar Misa”. La
Misa no puede ser solo escuchada, como si nosotros fuéramos solo
espectadores de algo que se desliza sin involucrarnos. La Misa siempre es
celebrada, y no solo por el sacerdote que la preside, sino por todos los
cristianos que la viven. ¡Y el centro es Cristo! Todos nosotros, en la
diversidad de los dones y de los ministerios, todos nos unimos a su acción,
porque es Él, Cristo, el Protagonista de la liturgia.
Cuando los primeros cristianos empezaron a vivir su culto, lo hicieron
actualizando los gestos y las palabras de Jesús, con la luz y la fuerza del
Espíritu Santo, para que su vida, alcanzada por esa gracia, se convirtiera
en sacrificio espiritual ofrecido a Dios. Este enfoque fue una verdadera
“revolución”. Escribe San Pablo en la Carta a los Romanos: «Os exhorto,
pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros
cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro
culto espiritual» (12,1). La vida está llamada a convertirse en culto a
Dios, pero esto no puede suceder sin la oración, especialmente la oración
litúrgica. Que este pensamiento nos ayude cuando se vaya a Misa: voy a rezar
en comunidad, voy a rezar con Cristo que está presente. Cuando vamos a la
celebración de un Bautismo, por ejemplo, Cristo está ahí, presente, que
bautiza. “Pero, Padre, esta es una idea, una forma de hablar”: no, no es una
forma de hablar. Cristo está presente y en la liturgia tú rezas con Cristo
que está junto a ti.
Saludos:
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Pidamos al Señor que
avive en nosotros la necesidad de participar en los divinos misterios, donde
Cristo está presente, y que a través de la oración, especialmente de la
oración litúrgica, toda nuestra vida sea un culto agradable a Dios. Que el
Señor los bendiga.
LLAMAMIENTO
Mañana se celebrará la Primera Jornada Internacional de la Fraternidad
Humana, que estableció recientemente una Resolución de la Asamblea General
de las Naciones Unidas. Esta iniciativa también tiene en cuenta el encuentro
del 4 de febrero de 2019 en Abu Dhabi, cuando el Gran Imán de Al-Azhar,
Ahmad Al-Tayyeb, y yo firmamos el Documento sobre la Fraternidad humana para
la paz mundial y la convivencia común. Me complace mucho que las naciones de
todo el mundo se unan a esta celebración, destinada a promover el diálogo
interreligioso e intercultural. Por ello, mañana por la tarde participaré en
un encuentro virtual con el Gran Imán de Al-Azhar, con el Secretario General
de las Naciones Unidas, Sr. António Guterres, y con otras personalidades. La
citada Resolución de las Naciones Unidas reconoce «la contribución que el
diálogo entre todos los grupos religiosos puede aportar para que se conozcan
y se comprendan mejor los valores comunes compartidos por toda la
humanidad». Que esta sea nuestra oración hoy y nuestro compromiso durante
todos los días del año.
Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy consideramos el nexo entre la oración y la liturgia. El Catecismo de la
Iglesia católica nos explica que «la oración interioriza y asimila la
liturgia durante y después de la misma». Incluso cuando la oración se vive
“en lo secreto”, también ésta es oración de la Iglesia, que eleva a Dios su
plegaria.
Como se sabe, a lo largo de la historia de la Iglesia ha estado presente la
tentación de practicar un cristianismo intimista, es decir, una religiosidad
que no reconocía a la liturgia, a los ritos públicos, su importancia
espiritual, hasta considerarla inútil y dañina. Esto llevó a que muchos
fieles, participando incluso a la Misa dominical, le hayan quitado
importancia, y hayan buscado alimento para su fe y su vida espiritual en
fuentes devocionales y no en la liturgia.
Sin embargo, esto está cambiando. La Constitución sobre la Liturgia del
Vaticano II subrayó la importancia en la vida de los cristianos de la divina
liturgia, que es acción de Cristo, que significa y realiza principalmente su
misterio pascual. Por ello, no existe espiritualidad cristiana que no tenga
como fuente la celebración de los divinos misterios, porque la liturgia no
es una “oración espontánea”, sino acción de la Iglesia, encuentro con Cristo
mismo, que se hace presente con la fuerza del Espíritu Santo, a través de
los signos sacramentales, para comunicarnos su gracia. Un cristianismo sin
liturgia es, por lo tanto, un cristianismo sin Cristo.