Catequesis del Papa Francisco sobre la Oración
22. La oración con las Sagradas Escrituras
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy quisiera detenerme sobre la oración que podemos hacer a partir de un
pasaje de la Biblia. Las palabras de la Sagrada Escritura no han sido
escritas para quedarse atrapadas en el papiro, en el pergamino o en el
papel, sino para ser acogidas por una persona que reza, haciéndolas brotar
en su corazón. La palabra de Dios va al corazón. El Catecismo afirma: «A la
lectura de la sagrada Escritura debe acompañar la oración —la Biblia no
puede ser leída como una novela— para que se realice el diálogo de Dios con
el hombre» (n. 2653). Así te lleva la oración, porque es un diálogo con
Dios. Ese versículo de la Biblia ha sido escrito también para mí, hace
siglos, para traerme una palabra de Dios. Ha sido escrito para cada uno de
nosotros. A todos los creyentes les sucede esta experiencia: una pasaje de
la Escritura, escuchado ya muchas veces, un día de repente me habla e
ilumina una situación que estoy viviendo. Pero es necesario que yo, ese día,
esté ahí, en la cita con esa Palabra, esté ahí, escuchando la Palabra. Todos
los días Dios pasa y lanza una semilla en el terreno de nuestra vida. No
sabemos si hoy encontrará suelo árido, zarzas, o tierra buena, que hará
crecer esa semilla (cf. Mc 4,3-9). Depende de nosotros, de nuestra oración,
del corazón abierto con el que nos acercamos a las Escrituras para que se
conviertan para nosotros en Palabra viviente de Dios. Dios pasa,
continuamente, a través de la Escritura. Y retomo lo que dije la semana
pasada, que decía san Agustín: “Tengo temor del Señor cuando pasa”. ¿Por qué
temor? Que yo no le escuche, que no me dé cuenta de que es el Señor.
A través de la oración sucede como una nueva encarnación del Verbo. Y somos
nosotros los “tabernáculos” donde las palabras de Dios quieren ser acogidas
y custodiadas, para poder visitar el mundo. Por eso es necesario acercarse a
la Biblia sin segundas intenciones, sin instrumentalizarla. El creyente no
busca en las Sagradas Escrituras el apoyo para la propia visión filosófica o
moral, sino porque espera en un encuentro; sabe que estas, estas palabras,
han sido escritas en el Espíritu Santo y que por tanto en ese mismo Espíritu
deben ser acogidas, ser comprendidas, para que el encuentro se realice.
A mí me molesta un poco cuando escucho cristianos que recitan versículos de
la Biblia como los loros. “Oh, sí, el Señor dice…, quiere así…” ¿Pero tú te
has encontrado con el Señor, con ese versículo? No es un problema solo de
memoria: es un problema de la memoria del corazón, la que te abre para el
encuentro con el Señor. Y esa palabra, ese versículo, te lleva al encuentro
con el Señor.
Nosotros, por tanto, leemos las Escrituras para que estas “nos lean a
nosotros”. Y es una gracia poder reconocerse en este o aquel personaje, en
esta o esa situación. La Biblia no está escrita para una humanidad genérica,
sino para todos nosotros, para mí, para ti, para hombres y mujeres en carne
y hueso, hombres y mujeres que tienen nombre y apellidos, como yo, como tú.
Y la Palabra de Dios, impregnada del Espíritu Santo, cuando es acogida con
un corazón abierto, no deja las cosas como antes, nunca, cambia algo. Y esta
es la gracia y la fuerza de la Palabra de Dios.
La tradición cristiana es rica de experiencias y de reflexiones sobre la
oración con la Sagrada Escritura. En particular, se ha consolidado el método
de la “lectio divina”, nacido en ambiente monástico, pero ya practicado
también por los cristianos que frecuentan las parroquias. Se trata ante todo
de leer el pasaje bíblico con atención, es más, diría con “obediencia” al
texto, para comprender lo que significa en sí mismo. Sucesivamente se entra
en diálogo con la Escritura, de modo que esas palabras se conviertan en
motivo de meditación y de oración: permaneciendo siempre adherente al texto,
empiezo a preguntarme sobre qué “me dice a mí”. Es un paso delicado: no hay
que resbalar en interpretaciones subjetivistas, sino entrar en el surco vivo
de la Tradición, que une a cada uno de nosotros a la Sagrada Escritura. Y el
último paso de la lectio divina es la contemplación. Aquí las palabras y los
pensamientos dejan lugar al amor, como entre enamorados a los cuales a veces
les basta con mirarse en silencio. El texto bíblico permanece, pero como un
espejo, como un icono para contemplar. Y así se tiene el diálogo.
A través de la oración, la Palabra de Dios viene a vivir en nosotros y
nosotros vivimos en ella. La Palabra inspira buenos propósitos y sostiene la
acción; nos da fuerza, nos da serenidad, y también cuando nos pone en crisis
nos da paz. En los días “torcidos” y confusos, asegura al corazón un núcleo
de confianza y de amor que lo protege de los ataques del maligno.
Así la Palabra de Dios se hace carne —me permito usar esta expresión: se
hace carne— en aquellos que la acogen en la oración. En algunos textos
antiguos surge la intuición de que los cristianos se identifican tanto con
la Palabra que, incluso si quemaran todas las Biblias del mundo, se podría
salvar el “calco” a través de la huella que ha dejado en la vida de los
santos. Esta es una bonita expresión.
La vida cristiana es obra, al mismo tiempo, de obediencia y de creatividad.
Un buen cristiano debe ser obediente, pero debe ser creativo. Obediente,
porque escucha la Palabra de Dios; creativo, porque tiene el Espíritu Santo
dentro que le impulsa a practicarla, a llevarla adelante. Jesús lo dice al
final de un discurso suyo pronunciado en parábolas, con esta comparación:
«Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es
semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas —del corazón— lo nuevo
y lo viejo» (Mt 13,52). Las Sagradas Escrituras son un tesoro inagotable.
Que el Señor nos conceda, a todos nosotros, tomar de ahí cada vez más,
mediante la oración. Gracias.
Saludos:
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Los animo a acercarse a
la Palabra de Dios con obediencia y creatividad. En ella encontramos un
tesoro inagotable al que podemos acceder todos los días mediante la oración,
y ella nos irá trasformando y llenándonos de gran alegría. Que el Señor los
bendiga.
LLAMAMIENTO
Hoy, aniversario de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz, se
celebra la Jornada de la memoria. Conmemoramos a las víctimas de la Shoah y
a todas las personas perseguidas y deportadas por el régimen nazi. Recordar
es expresión de humanidad. Recordar es signo de civilización. Recordar es
condición para un futuro mejor de paz y de fraternidad. Recordar también es
estar atentos porque estas cosas pueden suceder otra vez, empezando por
propuestas ideológicas que quieren salvar un pueblo y terminan por destruir
un pueblo y a la humanidad. Estad atentos a cómo ha empezado este camino de
muerte, de exterminio, de brutalidad.
Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy reflexionamos sobre la oración que podemos hacer a partir de un
fragmento de la Biblia. Las palabras de la Sagrada Escritura no han sido
escritas para permanecer en el papel, sino para germinar en el corazón de la
persona que ora. A pesar de su antigüedad, cada versículo de la Biblia fue
escrito también para nosotros, y a través de ellos Dios nos habla. Cuando
escuchamos un pasaje que tal vez hemos oído muchas veces, en ese momento,
observamos cómo nos toca interiormente y nos ilumina una situación que
estamos viviendo. En cierto modo la Escritura nos lee a nosotros, pues lee
nuestra vida, comprende nuestra humanidad concreta y nos permite vernos
reflejados en muchos personajes y situaciones.
La tradición cristiana nos ha dejado muchos métodos de oración; uno bastante
consolidado es la “lectio divina”. Se trata sobre todo de leer el pasaje con
atención para comprenderlo. Después se comienza un diálogo con la Palabra
divina, para que pueda ser motivo de meditación y oración. Siempre en
fidelidad al texto, nosotros nos interrogamos: ¿Qué es lo que “me dice a
mí”? El último paso es la contemplación, para que las palabras dejen paso al
amor, al silencio, como el encuentro entre dos enamorados.
De esta manera, la Palabra puede ser nuestra fortaleza; ella viene a habitar
dentro de nosotros para que también nosotros habitemos en ella,
identificándonos con ella de tal modo que podamos reflejar su enseñanza en
nuestro modo de hablar y de actuar.