Catequesis del Papa Francisco sobre la Oración
19. La oración de intercesión
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Quien reza no deja nunca el mundo a sus espaldas. Si la oración no recoge
las alegrías y los dolores, las esperanzas y las angustias de la humanidad,
se convierte en una actividad “decorativa”, una actitud superficial, de
teatro, una actitud intimista. Todos necesitamos interioridad: retirarnos en
un espacio y en un tiempo dedicado a nuestra relación con Dios. Pero esto no
quiere decir evadirse de la realidad. En la oración, Dios “nos toma, nos
bendice, y después nos parte y nos da”, para el hambre de todos. Todo
cristiano está llamado a convertirse, en las manos de Dios, en pan partido y
compartido. Es decir una oración concreta, que no sea una evasión.
Así los hombres y las mujeres de oración buscan la soledad y el silencio, no
para no ser molestados, sino para escuchar mejor la voz de Dios. A veces se
retiran del mundo, en lo secreto de la propia habitación, como recomendaba
Jesús (cfr. Mt 6,6), pero, allá donde estén, tienen siempre abierta la
puerta de su corazón: una puerta abierta para los que rezan sin saber que
rezan; para los que no rezan en absoluto pero llevan dentro un grito
sofocado, una invocación escondida; para los que se han equivocado y han
perdido el camino… Cualquiera puede llamar a la puerta de un orante y
encontrar en él o en ella un corazón compasivo, que reza sin excluir a
nadie. La oración es nuestro corazón y nuestra voz, y se hace corazón y voz
de tanta gente que no sabe rezar o no reza, o no quiere rezar o no puede
rezar: nosotros somos el corazón y la voz de esta gente que sube a Jesús,
sube al Padre, como intercesores. En la soledad quien reza —ya sea la
soledad de mucho tiempo o la soledad de media hora para rezar— se separa de
todo y de todos para encontrar todo y a todos en Dios. Así el orante reza
por el mundo entero, llevando sobre sus hombros dolores y pecados. Reza por
todos y por cada uno: es como si fuera una “antena” de Dios en este mundo.
En cada pobre que llama a la puerta, en cada persona que ha perdido el
sentido de las cosas, quien reza ve el rostro de Cristo.
El Catecismo escribe: «Interceder, pedir en favor de otro es […] lo propio
de un corazón conforme a la misericordia de Dios» (n. 2635). Esto es muy
bonito. Cuando rezamos estamos en sintonía con la misericordia de Dios:
misericordia en relación con nuestros pecados —que es misericordioso con
nosotros—, pero también misericordia hacia todos aquellos que han pedido
rezar por ellos, por los cuales queremos rezar en sintonía con el corazón de
Dios. Esta es la verdadera oración. En sintonía con la misericordia de Dios,
ese corazón misericordioso. «En el tiempo de la Iglesia, la intercesión
cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la comunión de los
santos» (ibid.). ¿Qué quiere decir que se participa en la intercesión de
Cristo, cuando yo intercedo por alguien o rezo por alguien? Porque Cristo
delante del Padre es intercesor, reza por nosotros, y reza haciendo ver al
Padre las llagas de sus manos; porque Jesús físicamente, con su cuerpo está
delante del Padre. Jesús es nuestro intercesor, y rezar es un poco hacer
como Jesús; interceder en Jesús al Padre, por los otros. Esto es muy bonito.
A la oración le importa el hombre. Simplemente el hombre. Quien no ama al
hermano no reza seriamente. Se puede decir: en espíritu de odio no se puede
rezar; en espíritu de indiferencia no se puede rezar. La oración solamente
se da en espíritu de amor. Quien no ama finge rezar, o él cree que reza,
pero no reza, porque falta precisamente el espíritu que es el amor. En la
Iglesia, quien conoce la tristeza o la alegría del otro va más en
profundidad de quien indaga los “sistemas máximos”. Por este motivo hay una
experiencia del humano en cada oración, porque las personas, aunque puedan
cometer errores, no deben ser nunca rechazadas o descartadas.
Cuando un creyente, movido por el Espíritu Santo, reza por los pecadores, no
hace selecciones, no emite juicios de condena: reza por todos. Y reza
también por sí mismo. En ese momento sabe que no es demasiado diferente de
las personas por las que reza: se siente pecador, entre los pecadores, y
reza por todos. La lección de la parábola del fariseo y del publicano es
siempre viva y actual (cfr. Lc 18,9-14): nosotros no somos mejores que
nadie, todos somos hermanos en una comunidad de fragilidad, de sufrimientos
y en el ser pecadores. Por eso una oración que podemos dirigir a Dios es
esta: “Señor, no es justo ante ti ningún viviente (cfr. Sal 143,2) —esto lo
dice un salmo: ‘Señor, no es justo ante ti ningún viviente’, ninguno de
nosotros: todos somos pecadores—, todos somos deudores que tienen una cuenta
pendiente; no hay ninguno que sea impecable a tus ojos. ¡Señor ten piedad de
nosotros!”. Y con este espíritu la oración es fecunda, porque vamos con
humildad delante de Dios a rezar por todos. Sin embargo, el fariseo rezaba
de forma soberbia: “Te doy gracias, Señor, porque yo no soy como esos
pecadores; yo soy justo, hago siempre…”. Esta no es la oración: esto es
mirarse al espejo, a la realidad propia, mirarse al espejo maquillado de la
soberbia.
El mundo va adelante gracias a esta cadena de orantes que interceden, y que
son en su mayoría desconocidos… ¡pero no para Dios! Hay muchos cristianos
desconocidos que, en tiempo de persecución, han sabido repetir las palabras
de nuestro Señor: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc
23,34).
El buen pastor permanece fiel también delante de la constatación del pecado
de la propia gente: el buen pastor continúa siendo padre también cuando sus
hijos se alejan y lo abandonan. Persevera en el servicio de pastor también
en relación con quien lo lleva a ensuciarse las manos; no cierra el corazón
delante de quien quizá lo ha hecho sufrir.
La Iglesia, en todos sus miembros, tiene la misión de practicar la oración
de intercesión, intercede por los otros. En particular tiene el deber quien
está en un rol de responsabilidad: padres, educadores, ministros ordenados,
superiores de comunidad… Como Abraham y Moisés, a veces deben “defender”
delante de Dios a las personas encomendadas a ellos. En realidad, se trata
de mirar con los ojos y el corazón de Dios, con su misma invencible
compasión y ternura. Rezar con ternura por los otros.
Hermanos y hermanas, todos somos hojas del mismo árbol: cada desprendimiento
nos recuerda la gran piedad que debemos nutrir, en la oración, los unos por
los otros. Recemos los unos por los otros: nos hará bien a nosotros y hará
bien a todos. ¡Gracias!
Saludos:
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Mañana comenzamos los
días mayores de Adviento, y la liturgia se centra con mayor énfasis en la
preparación de la Navidad. En estos días tan especiales, los animo a dedicar
más tiempo a la oración de intercesión: recemos con mayor intensidad
pidiendo unos por otros, en particular por los que más sufren. Que Dios los
bendiga.
Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
La oración verdadera no nos separa de la realidad. El que reza presenta al
Señor los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los
hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren.
Todos necesitamos tiempos y espacios de silencio y soledad para la relación
con Dios, para escuchar su voz. En la oración, el Señor nos bendice y nos
hace pan partido y repartido para la vida del mundo.
La oración de intercesión abre las puertas del corazón de quien reza por los
demás. Es una puerta abierta para los que rezan sin saberlo, para los que no
rezan pero esconden un grito sofocado en su interior, para los que se
equivocaron y no encuentran el rumbo. Cualquiera puede encontrar en la
persona orante un corazón compasivo que ruega por todos sin excluir a nadie.
Es como una “antena” de Dios, que está en sintonía con su misericordia y ve
a Cristo en los rostros de las personas por las que reza.
En la oración experimentamos que todos somos hermanos, que pertenecemos a la
misma humanidad frágil y pecadora. El que reza lo hace por todos, y también
por sí mismo. La Iglesia, en todos sus miembros, tiene la misión de
practicar la oración de intercesión, especialmente quienes tienen un rol de
responsabilidad: padres, educadores, sacerdotes, superiores de comunidad.
Este modo de oración nos ayuda a mirar a los otros con los ojos y el corazón
de Dios, con su misma ternura y compasión.