Catequesis del Papa Francisco sobre la Oración
13. Jesús, maestro de oración
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Lamentablemente hemos tenido que volver a esta audiencia en la Biblioteca y
esto para defendernos de los contagios del Covid. Esto nos enseña también
que tenemos que estar muy atentos a las indicaciones de las autoridades,
tanto de las autoridades políticas como de las autoridades sanitarias, para
defendernos de esta pandemia. Ofrecemos al Señor esta distancia entre
nosotros por el bien de todos y pensemos, pensemos mucho en los enfermos, en
aquellos que entran en los hospitales ya como descartados, pensemos en los
médicos, en los enfermeros, las enfermeras, los voluntarios, en tanta gente
que trabaja con los enfermos en este momento: ellos arriesgan la vida pero
lo hacen por amor al prójimo, como una vocación. Rezamos por ellos.
Durante su vida pública, Jesús recurre constantemente a la fuerza de la
oración. Los Evangelios nos lo muestran cuando se retira a lugares apartados
a rezar. Se trata de observaciones sobrias y discretas, que dejan solo
imaginar esos diálogos orantes. Estos testimonian claramente que, también en
los momentos de mayor dedicación a los pobres y a los enfermos, Jesús no
descuidaba nunca su diálogo íntimo con el Padre. Cuanto más inmerso estaba
en las necesidades de la gente, más sentía la necesidad de reposar en la
Comunión trinitaria, de volver con el Padre y el Espíritu.
En la vida de Jesús hay, por tanto, un secreto, escondido a los ojos
humanos, que representa el núcleo de todo. La oración de Jesús es una
realidad misteriosa, de la que intuimos solo algo, pero que permite leer en
la justa perspectiva toda su misión. En esas horas solitarias - antes del
alba o en la noche-, Jesús se sumerge en su intimidad con el Padre, es decir
en el Amor del que toda alma tiene sed. Es lo que emerge desde los primeros
días de su ministerio público.
Un sábado, por ejemplo, la pequeña ciudad de Cafarnaún se transforma en un
“hospital de campaña”: después del atardecer llevan a Jesús a todos los
enfermos, y Él les sana. Pero, antes del alba, Jesús desaparece: se retira a
un lugar solitario y reza. Simón y los otros le buscan y cuando le
encuentran, le dicen: “¡Todos te buscan!”. ¿Qué responde Jesús?: “Vayamos a
otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para
eso he salido” (cfr Mc 1, 35-38). Jesús siempre está más allá, más allá en
la oración con el Padre y más allá, en otros pueblos, otros horizontes para
ir a predicar, otros pueblos.
La oración es el timón que guía la ruta de Jesús. Las etapas de su misión no
son dictadas por los éxitos, ni el consenso, ni esa frase seductora “todos
te buscan”. La vía menos cómoda es la que traza el camino de Jesús, pero que
obedece a la inspiración del Padre, que Jesús escucha y acoge en su oración
solitaria.
El Catecismo afirma: «Con su oración, Jesús nos enseña a orar» (n. 2607).
Por eso, del ejemplo de Jesús podemos extraer algunas características de la
oración cristiana.
Ante todo posee una primacía: es el primer deseo del día, algo que se
practica al alba, antes de que el mundo se despierte. Restituye un alma a lo
que de otra manera se quedaría sin aliento. Un día vivido sin oración corre
el riesgo de transformarse en una experiencia molesta, o aburrida: todo lo
que nos sucede podría convertirse para nosotros en un destino mal soportado
y ciego. Jesús sin embargo educa en la obediencia a la realidad y por tanto
a la escucha. La oración es sobre todo escucha y encuentro con Dios. Los
problemas de todos los días, entonces, no se convierten en obstáculos, sino
en llamamientos de Dios mismo a escuchar y encontrar a quien está de frente.
Las pruebas de la vida cambian así en ocasiones para crecer en la fe y en la
caridad. El camino cotidiano, incluidas las fatigas, adquiere la perspectiva
de una “vocación”. La oración tiene el poder de transformar en bien lo que
en la vida de otro modo sería una condena; la oración tiene el poder de
abrir un horizonte grande a la mente y de agrandar el corazón.
En segundo lugar, la oración es un arte para practicar con insistencia.
Jesús mismo nos dice: llamad, llamad, llamad. Todos somos capaces de
oraciones episódicas, que nacen de la emoción de un momento; pero Jesús nos
educa en otro tipo de oración: la que conoce una disciplina, un ejercicio y
se asume dentro de una regla de vida. Una oración perseverante produce una
transformación progresiva, hace fuertes en los períodos de tribulación, dona
la gracia de ser sostenidos por Aquel que nos ama y nos protege siempre.
Otra característica de la oración de Jesús es la soledad. Quien reza no se
evade del mundo, sino que prefiere los lugares desiertos. Allí, en el
silencio, pueden emerger muchas voces que escondemos en la intimidad: los
deseos más reprimidos, las verdades que persistimos en sofocar, etc. Y sobre
todo, en el silencio habla Dios. Toda persona necesita de un espacio para sí
misma, donde cultivar la propia vida interior, donde las acciones encuentran
un sentido. Sin vida interior nos convertimos en superficiales, inquietos,
ansiosos - ¡qué mal nos hace la ansiedad! Por esto tenemos que ir a la
oración; sin vida interior huimos de la realidad, y también huimos de
nosotros mismos, somos hombres y mujeres siempre en fuga.
Finalmente, la oración de Jesús es el lugar donde se percibe que todo viene
de Dios y Él vuelve. A veces nosotros los seres humanos nos creemos dueños
de todo, o al contrario perdemos toda estima por nosotros mismos, vamos de
un lado para otro. La oración nos ayuda a encontrar la dimensión adecuada,
en la relación con Dios, nuestro Padre, y con toda la creación. Y la oración
de Jesús finalmente es abandonarse en las manos del Padre, como Jesús en el
huerto de los olivos, en esa angustia: “Padre si es posible…, pero que se
haga tu voluntad”. El abandono en las manos del Padre. Es bonito cuando
nosotros estamos inquietos, un poco preocupados y el Espíritu Santo nos
transforma desde dentro y nos lleva a este abandono en las manos del Padre:
“Padre, que se haga tu voluntad”.
Queridos hermanos y hermanas, redescubramos, en el Evangelio, Jesucristo
como maestro de oración, y sigamos su ejemplo. Os aseguro que encontraremos
la alegría y la paz.
Saludos:
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española que siguen esta
catequesis a través de los medios de comunicación. Pidamos a Jesús que nos
ayude a redescubrirlo —a través de la lectura orante y cotidiana del
Evangelio— como maestro de oración, y dispongámonos a aprender en su
escuela. Así encontraremos la alegría y la paz, que solamente Él nos puede
dar. Que Dios los bendiga.
LLAMAMIENTO
En estos días de oración por los difuntos, hemos recordado y recordamos de
nuevo a las víctimas indefensas del terrorismo, cuya exacerbación de
crueldad se está difundiendo en Europa. Pienso, en particular, en el grave
atentado de los días pasados en Niza en un lugar de culto y el de antes de
ayer en las calles de Viena, que han provocado consternación y desaprobación
en la población y en quienes se preocupan por la paz y el diálogo.
Encomiendo a la misericordia de Dios a las personas trágicamente
desaparecidas y expreso mi cercanía espiritual a sus familiares y a todos
aquellos que sufren por causa de estos eventos deplorables, que tratan de
comprometer con la violencia y el odio la colaboración fraterna entre las
religiones.
Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
Continuamos reflexionando sobre la oración. Hoy contemplamos a Jesús como
maestro que, con su ejemplo, nos enseña a orar. Es interesante ver que, aun
en los momentos de mayor entrega a los pobres, a los enfermos, siempre
dedicó tiempos para la oración, para retirarse y estar a solas con el Padre,
para escucharlo y acoger su voluntad. Estos diálogos íntimos con Dios Padre
son como un timón que guía su misión en el mundo.
El ejemplo de Jesús nos lleva a deducir algunas características de la
oración cristiana. Sobre todo, es un medio para ofrecer a Dios toda la
jornada, nos dispone a la escucha y al encuentro con Él, nos abre un
horizonte grande y nos ensancha el corazón. En segundo lugar, la oración es
un arte que se debe practicar con insistencia, con perseverancia. Requiere
una disciplina, un ejercicio y produce en nosotros una trasformación
progresiva: nos hace fuertes en la tribulación y nos da la gracia de estar
sostenidos por Aquel que nos ama y nos protege siempre.
Otra característica de la oración es la soledad. Todos necesitamos un
espacio de silencio para cultivar la propia vida interior y encontrar el
sentido a lo que hacemos. Sin vida interior nos volvemos superficiales,
inquietos, ansiosos; huimos de la realidad y huimos de nosotros mismos. Por
último, la oración nos ayuda a percibir que todo viene de Dios y hacia Él se
dirige, y nos enseña a relacionarnos con Él y con todo lo creado.