Catequesis del Papa Francisco sobre la Oración
4. La oración de los justos
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Dedicamos la catequesis de hoy a la oración de los justos.
El plan de Dios para la humanidad es bueno, pero en nuestra vida diaria
experimentamos la presencia del mal: es una experiencia diaria. Los primeros
capítulos del Libro del Génesis describen la expansión progresiva del pecado
en las vivencias humanas. Adán y Eva (cf. Gn 3,1-7) dudan de las intenciones
benévolas de Dios, pensando que se trate de una deidad envidiosa que impide
su felicidad. De ahí la rebelión: ya no creen en un Creador generoso que
desea su felicidad. Su corazón, cediendo a la tentación del Maligno, es
presa de delirios de omnipotencia: “Si comemos el fruto del árbol, nos
haremos semejantes a Dios” (cf. v. 5). Y esta es la tentación: esta es la
ambición que penetra en el corazón. Pero la experiencia va en la dirección
opuesta: sus ojos se abren y descubren que están desnudos (v. 7), sin nada.
No lo olvidéis: el tentador es un mal pagador, paga mal.
El mal se vuelve aún más arrollador con la segunda generación humana, es más
fuerte: es la historia de Caín y Abel (cf. Gn 4,1-16). Caín tiene envidia de
su hermano: está presente el gusano de la envidia; aunque es el primogénito,
ve a Abel como un rival, uno que amenaza su primacía. El mal se asoma a su
corazón y Caín es incapaz de dominarlo. El mal empieza a penetrar en el
corazón: los pensamientos son siempre los de mirar mal al otro, con
sospecha. Y esto sucede también con el pensamiento: “Este es malo, me
perjudicará”... Y este pensamiento se va abriendo paso en el corazón..Y así
la historia de la primera fraternidad termina con un asesinato. Pienso, hoy,
en la fraternidad humana...guerras por doquier.
En la descendencia de Caín se desarrollan los oficios y las artes, pero
también se desarrolla la violencia, expresada en el siniestro cántico de
Lámec, que suena como un himno de venganza: «Yo maté a un hombre por una
herida que me hizo y a un muchacho por un cardenal que recibí. Caín será
vengado siete veces, mas Lámec lo será setenta y siete» (Gn 4,23-24). La
venganza: “Lo has hecho ¡vas a pagarlo!”. Pero eso no lo dice el juez, lo
digo yo. Y yo me vuelvo juez de la situación.Y así el mal se propaga como un
incendio hasta ocupar todo el cuadro: «Viendo Yahveh que la maldad del
hombre cundía en la tierra, y que todos los pensamientos que ideaba su
corazón eran puro mal de continuo« (Gn 6,5). Los grandes frescos del diluvio
universal (cap. 6-7) y la torre de Babel (cap. 11) revelan que es necesario
un nuevo comienzo, como una nueva creación, que tendrá su cumplimiento en
Jesucristo.
Y sin embargo, en estas primeras páginas de la Biblia, también está escrita
otra historia, menos llamativa, mucho más humilde y devota, que representa
el rescate de la esperanza. Aunque casi todos se comportan con brutalidad,
haciendo del odio y la conquista el gran motor de las vivencias humanas, hay
personas capaces de rezar a Dios con sinceridad, capaces de escribir de otra
manera el destino del hombre. Abel ofrece a Dios un sacrificio de primicias.
Después de su muerte, Adán y Eva tuvieron un tercer hijo, Set, de quien
nació Enós (que significa “mortal”), y se dice: «En aquel tiempo comenzaron
a invocar el nombre del Señor» (4,26). Luego aparece Henoc, un personaje que
“anduvo con Dios” y fue arrebatado al cielo (cf. 5,22.24). Y finalmente está
la historia de Noé, un hombre justo que «andaba con Dios» (6,9), frente al
cual Dios detiene su propósito de borrar a la humanidad (cf. 6,7-8).
Leyendo estas historias, uno tiene la impresión de que la oración sea el
dique, el refugio del hombre ante la oleada de maldad que crece en el mundo.
Pensándolo bien también rezamos para ser salvados de nosotros mismos. Es
importante rezar: “Señor, por favor, sálvame de mí mismo, de mis ambiciones,
de mis pasiones”. Los orantes de las primeras páginas de la Biblia son
hombres artífices de paz: en efecto, la oración, cuando es auténtica, libera
de los instintos de violencia y es una mirada dirigida a Dios, para que
vuelva a ocuparse del corazón del hombre. Se lee en el Catecismo: «Este
carácter de la oración ha sido vivido en todas las religiones, por una
muchedumbre de hombres piadosos» (CCC, 2569). La oración cultiva prados de
renacimiento en lugares donde el odio del hombre solo ha sido capaz de
ensanchar el desierto. Y la oración es poderosa, porque atrae el poder de
Dios y el poder de Dios da siempre vida; siempre. Es el Dios de la vida y
hace renacer.
Por eso el señorío de Dios pasa por la cadena de estos hombres y mujeres, a
menudo incomprendidos o marginados en el mundo. Pero el mundo vive y crece
gracias al poder de Dios que estos servidores suyos atraen con sus
oraciones. Son una cadena que no hace ruido, que rara vez salta a los
titulares, y sin embargo ¡es tan importante para devolver la confianza al
mundo! Recuerdo la historia de un hombre: un jefe de gobierno, importante,
no de esta época, del pasado. Un ateo que no tenía sentido religioso en su
corazón, pero de niño escuchaba a su abuela rezar, y eso permaneció en su
corazón. Y en un momento difícil de su vida, ese recuerdo volvió a su
corazón y dijo: “Pero la abuela rezaba...”. Así que empezó a rezar con las
fórmulas de su abuela y allí encontró a Jesús. La oración es una cadena de
vida, siempre: muchos hombres y mujeres que rezan, siembran la vida. La
oración siembra vida, la pequeña oración: por eso es tan importante enseñar
a los niños a rezar. Me duele cuando me encuentro con niños que no saben
hacerse la señal de la cruz. Hay que enseñarles a hacer bien la señal de la
cruz, porque es la primera oración. Es importante que los niños aprendan a
rezar. Luego, a lo mejor, pueden olvidarse, tomar otro camino; pero las
primeras oraciones aprendidas de niño permanecen en el corazón, porque son
una semilla de vida, la semilla del diálogo con Dios.
El camino de Dios en la historia de Dios ha pasado por ellos: ha pasado por
un “resto” de la humanidad que no se uniformó a la ley del más fuerte, sino
que pidió a Dios que hiciera sus milagros, y sobre todo que transformara
nuestro corazón de piedra en un corazón de carne (cf. Ez 36,26). Y esto
ayuda a la oración: porque la oración abre la puerta a Dios, transformando
nuestro corazón tantas veces de piedra, en un corazón humano. Y se necesita
mucha humanidad, y con la humanidad se reza bien.
Saludos:
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española que siguen esta
catequesis a través de los medios de comunicación social. Los animo a leer
las primeras páginas del libro del Génesis para redescubrir la fuerza que
tiene la oración de los “amigos de Dios”, y para hacer nosotros lo mismo.
Invoquemos su Nombre con confianza y elevemos nuestra oración conjunta para
que el Señor sane a este mundo de todas sus dolencias, y a nosotros nos haga
experimentar la alegría de la salvación.
Que Dios los bendiga.