Catequesis del Papa Francisco sobre la Oración
32. La
oración contemplativa
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Seguimos con las catequesis sobre la oración y en esta catequesis quisiera
detenerme en la oración de contemplación.
La dimensión contemplativa del ser humano —que aún no es la oración
contemplativa— es un poco como la “sal” de la vida: da sabor, da gusto a
nuestros días. Se puede contemplar mirando el sol saliendo por la mañana, o
los árboles que visten de verde la primavera; se puede contemplar escuchando
música o el canto de los pájaros, leyendo un libro, delante de una obra de
arte o esa obra maestra que es el rostro humano… Carlo María Martini,
enviado como obispo a Milán, tituló su primera Carta pastoral “La dimensión
contemplativa de la vida”: de hecho, quien vive en una gran ciudad, donde
todo —podemos decir— es artificial, donde todo es funcional, corre el riesgo
de perder la capacidad de contemplar. Contemplar no es en primer lugar una
forma de hacer, sino que es una forma de ser: ser contemplativo.
Ser contemplativos no depende de los ojos, sino del corazón. Y aquí entra en
juego la oración, como acto de fe y de amor, como “respiración” de nuestra
relación con Dios. La oración purifica el corazón, y con eso, aclara también
la mirada, permitiendo acoger la realidad desde otro punto de vista. El
Catecismo describe esta transformación del corazón por parte de la oración
citando un famoso testimonio del Santo Cura de Ars: «La oración
contemplativa es mirada de fe, fijada en Jesús. “Yo le miro y él me mira”,
decía a su santo cura un campesino de Ars que oraba ante el Sagrario. […] La
luz de la mirada de Jesús ilumina los ojos de nuestro corazón; nos enseña a
ver todo a la luz de su verdad y de su compasión por todos los hombres»
(Catecismo de la Iglesia Católica, 2715). Todo nace de ahí: de un corazón
que se siente mirado con amor. Entonces la realidad es contemplada con ojos
diferentes.
“¡Yo le miro, y Él me mira!”. Es así: en la contemplación amorosa, típica de
la oración más íntima, no son necesarias muchas palabras: basta una mirada,
basta con estar convencidos de que nuestra vida está rodeada de un amor
grande y fiel del que nada nos podrá separar.
Jesús ha sido maestro de esta mirada. En su vida no han faltado nunca los
tiempos, los espacios, los silencios, la comunión amorosa que permite a la
existencia no ser devastada por las pruebas inevitables, sino de custodiar
intacta la belleza. Su secreto era la relación con el Padre celeste.
Pensemos en el suceso de la Transfiguración. Los Evangelios colocan este
episodio en el momento crítico de la misión de Jesús, cuando crecen en torno
a Él la protesta y el rechazo. Incluso entre sus discípulos muchos no lo
entienden y se van; uno de los Doce alberga pensamientos de traición. Jesús
empieza a hablar abiertamente de los sufrimientos y de la muerte que le
esperan en Jerusalén. En este contexto Jesús sube a lo alto del monte con
Pedro, Santiago y Juan. Dice el Evangelio de Marcos: «Y se transfiguró
delante de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos,
tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese
modo» (9,2-3). Precisamente en el momento en el que Jesús es incomprendido
—se iban, le dejaban solo porque no entendían—, y en este momento que Él es
incomprendido, precisamente cuando todo parece ofuscarse en un torbellino de
malentendidos, es ahí que resplandece una luz divina. Es la luz del amor del
Padre, que llena el corazón del Hijo y transfigura toda su Persona.
Algunos maestros de espiritualidad del pasado han entendido la contemplación
como opuesta a la acción, y han exaltado esas vocaciones que huyen del mundo
y de sus problemas para dedicarse completamente a la oración. En realidad,
en Jesucristo en su persona y en el Evangelio no hay contraposición entre
contemplación y acción, no. En el Evangelio en Jesús no hay contradicción.
Esta puede que provenga de la influencia de algún filósofo neoplatónico,
pero seguramente se trata de un dualismo que no pertenece al mensaje
cristiano.
Hay una única gran llamada en el Evangelio, y es la de seguir a Jesús por el
camino del amor. Este es el ápice, es el centro de todo. En este sentido,
caridad y contemplación son sinónimos, dicen lo mismo. San Juan de la Cruz
sostenía que un pequeño acto de amor puro es más útil a la Iglesia que todas
las demás obras juntas. Lo que nace de la oración y no de la presunción de
nuestro yo, lo que es purificado por la humildad, incluso si es un acto de
amor apartado y silencioso, es el milagro más grande que un cristiano pueda
realizar. Y este es el camino de la oración de contemplación: ¡yo le miro,
Él me mira! Este acto de amor en el diálogo silencioso con Jesús ha hecho
mucho bien a la Iglesia.
Saludos:
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Los animo a que tengan
una pausa para ir a la iglesia más cercana, a sentarse un rato delante del
sagrario. Déjense mirar por el amor infinito y paciente de Jesús, que allí
los espera, y contémplenlo con los ojos de la fe y con los ojos del amor. Él
les dirá muchas cosas al corazón. Que Dios los bendiga y la Virgen Santa los
cuide. Muchas gracias.
LLAMAMIENTO
Guiados por los Santuarios dispersos por el mundo, en este mes de mayo
recitamos el Rosario para invocar el fin de la pandemia y la reanudación de
las actividades sociales y laborales. Hoy guía esta oración mariana el
Santuario de la Beata Virgen del Rosario en Namyang, Corea del Sur. Nos
unimos a los que están reunidos en este Santuario, rezando especialmente por
los niños y los adolescentes.
Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
En la catequesis de hoy reflexionamos sobre la oración de contemplación. La
contemplación, más que un método o un modo de rezar, es una íntima condición
del ser humano que debemos descubrir. Somos contemplativos, tenemos la
capacidad de ver el mundo con los ojos del corazón, que van más allá del
simple examen de la realidad, mirando desde el amor y la fe.
Desde esta realidad, nuestra oración contemplativa nos pone delante de un
Dios que nos mira con amor. La luz de esa mirada ilumina nuestro espíritu,
le da ojos de misericordia para contemplar el mundo. El mismo Señor es
modelo de esta oración, una oración que no se desentiende de la realidad y
el sufrimiento, sino que por el contrario, se acrecienta ante la inminencia
de su Pasión. De ese modo, en la transfiguración podemos contemplar cómo la
luz del amor del Padre llena el corazón de Jesús y hace resplandecer toda su
persona, como un preludio de la Cruz.
La llamada del Evangelio es seguir a Jesús en la vía del amor. Y esto es el
culmen de toda la vida cristiana. Caridad y contemplación son sinónimos, se
refieren a la misma realidad. San Juan de la Cruz afirmaba que un pequeño
acto de amor es más útil a la Iglesia que todas las demás acciones juntas.
Un acto de amor, purificado en la oración para que no nazca de nuestra
presunción y de nuestro egoísmo, es el mayor milagro que un cristiano pueda
alcanzar.