|
Éstas son, cristiano lector, las meditaciones en que puedes ejercitar
los días de la semana, para que así no te falte materia en qué
pensar. Mas aquí es de notar que antes de esta meditación pueden
preceder algunas cosas y seguirse después otras que están anejas y son
como vecinas de ellas.
Porque, primeramente, antes que entremos en la meditación es
necesario aparejar el corazón para este santo ejercicio, que es como
quien templa la vihuela para tañer.
Después de la preparación se sigue la lección del paso que se ha de
meditar en aquel día, según el repartimiento de los días de la
semana (como arriba lo tratamos). Lo cual sin duda es necesario a
los principios, hasta que el hombre sepa lo que ha de meditar.
Después de la meditación se puede seguir un devoto hacimiento de
gracias por los beneficios recibidos y un ofrecimiento de toda nuestra
vida y de la de Cristo nuestro Salvador, en recompensa de ellos.
La última parte es la petición que propiamente se llama oración, en
la cual pedimos todo aquello que conviene, así para nuestra salud como
para la de nuestros prójimos y de toda la Iglesia.
Estas seis cosas pueden entrevenir en la oración, y las cuales,
entre otros provechos, tienen también éste, que dan al hombre más
copiosa materia de meditar, poniéndole delante todas estas diferencias
de manjares, para que si no pudiere comer de uno, coma del otro, y
para que si en una cosa se le acabare el hilo de la meditación, entre
luego en otra donde se le ofrezca otra cosa en qué meditar.
Bien veo que ni todas estas partes ni esta orden es siempre necesaria,
más todavía servirá esto a los que comienzan, para que tengan alguna
orden e hilo por donde se puedan al principio regir. Y por esto, de
ninguna cosa que aquí dijere, quiero que se haga ley perpetua ni regla
general; porque mi intento no fue hacer ley, sino introducción para
imponer a los nuevos en este camino, en el cual, después que hubieren
entrado, el uso y la experiencia, y mucho más el Espíritu Santo,
les enseñará lo demás.
|
|