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Porque este tratado breve habla de oración y meditación, será bien
decir en pocas palabras el fruto que de este santo ejercicio se puede
sacar, porque con más alegre corazón se ofrezcan los hombres a él.
Notoria cosa es que uno de los mayores impedimentos que el hombre tiene
para alcanzar su última felicidad y bienaventuranza, es la mala
inclinación de su corazón, y la dificultad y pesadumbre que tiene
para bien obrar; porque a no estar ésta de por medio, facilísima
cosa le sería correr por el camino de las virtudes y alcanzar el fin
para que fue criado. Por lo cual dijo el Apóstol
(Rom.7,23): Huélgome con la ley de Dios, según el hombre
interior; pero siento otra ley e inclinación en mis miembros, que
contradice a la ley de mi espíritu. Y me lleva tras sí cautivo a la
ley del pecado. Ésta es, pues, la causa más universal que hay de
todo nuestro mal. Pues para quitar esta pesadumbre y dificultad y
facilitar este negocio, una de las cosas que más aprovechan es la
devoción. Porque (como dice Santo Tomás) no es otra cosa
devoción sinos una prontitud y ligereza para bien obrar, la cual
despide de nuestra ánima toda esa dificultad y pesadum y nos hace
prontos y ligeros para todo bien. Porque es una refección
espiritual, un refresco y rocío del cielo, un soplo y aliento del
Espíritu Santo y un afecto sobrenatural; el cual, de tal manera
regla, esfuerza y transforma el corazón del hombre, que le pone nuevo
gusto y aliento para las cosas espirituales, y nuevo disgusto y
aborrecimiento de las sensuales. Lo cual nos muestra la experiencia de
cada día, porque al tiempo que una persona espiritual sale de alguna
profunda y devota oración, allí se le renuevan todos los buenos
propósitos; allí son los favores y determinaciones de bien obrar;
allí el deseo de agradar y amar a un Señor tan bueno y dulce como
allí se le ha mostrado, y de padecer nuevos trabajos y asperezas, y
aun derramar sangre por Él; y, finalmente, reverdece y se renueva
toda la frescura de nuestra alma.
Y si me preguntas por qué medios se alcanza ese poderoso y tan notable
afecto de devoción, a esto responde el mismo santo doctor diciendo:
que por la meditación y contemplación de las cosas divinas; porque de
la profunda meditación y consideración de ellas redunda este afecto y
sentimiento acá en la voluntad, que llamamos devoción, el cual nos
incita y mueve a todo bien. Y por eso es tan alabado y encomendado
este santo y religioso ejercicio de todos los santos; porque es medio
para alcanzar la devoción, la cual, aunque no es más que una sola
virtud, nos habilita y mueve a todas las otras virtudes, y es como un
estímulo general para todas ellas. Y si quieres ver cómo esto es
verdad, mira cuán abiertamente lo dice San Buenaventura (en De
vita Christi) por estas palabras:
Si quieres sufrir con paciencia las adversidades y miserias de esta
vida, seas hombre de oración. Si quieres alcanzar virtud y fortaleza
para vencer las tentaciones del enemigo, seas hombre de oración. Si
quieres mortificar tu propia voluntad con todas sus aficiones y
apetitos, seas hombre de oración. Si quieres conocer las astucias de
Satanás, y defenderte de sus engaños, seas hombres de oración.
Si quieres vivir alegremente y caminar con suavidad por el camino de la
penitencia y del trabajo, seas hombre de oración. Si quieres ojear
de tu ánima las moscas importunas de los vanos pensamientos y
cuidados, seas hombre de oración. Si la quieres sustentar con la
grosura de la devoción y traerla siempre llena de buenos pensamientos y
deseos, seas hombre de oración. Si quieres fortalecer y confirmar tu
corazón en el camino de Dios, seas hombre de oración. Finalmente,
si quieres desarraigar de tu ánima todos los vicios y plantar en su
lugar las virtudes, seas hombre de oración; porque en ella se recibe
la unción y gracia del Espíritu Santo, la cual enseña todas las
cosas. Y demás de esto, si quieres subir a la alteza de la
contemplación y gozar de los dulces abrazos del Esposo, ejercítate
en la oración, porque éste es el camino por donde sube el ánima a la
contemplación y gusto de las cosas celestiales. Ves, pues, de
cuánta virtud y poder sea la oración? Y para prueba de todo lo dicho
(dejado aparte el testimonio de las Escrituras Divinas), esto basta
agora por suficiente probanza que habemos oído y visto, y vemos cada
día muchas personas simples, las cuales han alcanzado todas estas
cosas susodichas y otras mayores mediante el ejercicio de la oración.
Hasta aquí son palabras de San Buenaventura. Pues ¿qué tesoro,
qué tienda se puede hallar más rica, ni más llena que ésta? Oye
también lo que dice a este propósito otro muy religioso y santo
Doctor', hablando de esta misma virtud: En la oración (dice
él), se alimpia el ánima de los pecados, apaciéntase la caridad,
certifícase la fe, fortalécese la esperanza, alégrase el
espíritu, derrítense las entrañas, purifícase el corazón,
descúbrese la verdad, véncese la tentación, huye la tristeza,
renuévanse los sentidos, repárase la virtud enflaquecida, despídese
la tibieza, consúmese el orín de los vicios, y en ella no faltan
centellas vivas de deseos del cielo, entre los cuales arde la llama del
divino amor. ¡Grandes son las excelencias de la oración! ¡Grandes
son sus privilegios! A ella están abiertos los Cielos. A ella se
descubren los secretos, y a ella están siempre atentos los oídos de
Dios. Esto basta ahora para que en alguna manera se vea el fruto de
este santo ejercicio.
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