VITA CHRISTI: De la manera que se ha de tener en la consideración de todas las cosas susodichas
Fray Luís de Granada
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Dicho ya de la materia de la consideración, que es todo lo que hasta aquí se ha tratado, diremos ahora brevemente de la manera y forma que en este santo ejercicio se ha de tener. Para lo cual debe el hombre primeramente buscar cada día tiempo convertible, según la condición de su estado y de su vida: aunque el mejor tiempo de todos es el de la media noche o el de la madrugada. El lugar también ayuda para esto, cuando es oscuro y solitario, para que así esté el corazón mas recogido, no teniendo en que derramarse los sentidos. Puesto el hombre en este lugar, y armando el corazón y la frente con la señal de la cruz, levante los ojos de su ánima a considerar qué es lo que quiere hacer, que es tratar de Dios o tratar con Dios, para recibir el espíritu de gracia del mismo Dios. Y viendo cuan inhábil es el de su parte para tan gran negocio, pida a aquel dador de todos los bienes que recoja su corazón y lo guíe y enseñe en este camino. Y para esto puede rezar algunas oraciones vocales o salmos al principio del recogimiento, como arriba se dijo, para comenzar a encender su corazón con el fuego de las palabras divinas.
Luego puede tomar para cada día un paso, o dos, o tres, de la vida de Cristo para el tiempo de su ejercicio, y hacer cuenta que allá donde el está, se celebra y trata este misterio como se trató en su propio lugar. El cual oficio pertenece a la imaginación, que sabe figurar y representar todas estas cosas como pasaron, y como las dibujaría un pintor.
Mire, pues, al Señor en el tal paso, lo que hace, o lo que padece, y mucho más el corazón con que lo padece. De manera que no sólo ha de mirar a Cristo por de fuera, sino mucho más lo que está encerrado en su ánima, que es la caridad, y la humildad, y la benignidad y mansedumbre con que hace todo lo que hace. Y en cada uno de estos pasos podemos considerar aquellas mismas cinco cosas que señalamos en cada uno de los beneficios divinos; conviene saber, lo que se padece, quien lo padece, por quien lo padece, por que causa lo padece y de qué manera lo padece, que es con aquel corazón y con todas aquellas virtudes que dijimos. Porque cada una de estas circunstancias declara mucho la grandeza del negocio y del beneficio. Y no se requiere de necesidad pensar de cada vez todas estas cosas juntas, sino unas veces puede el hombre detenerse en una circunstancia de estas, y otras en otra, según que el Espíritu Santo le moviere.
Debe también tener aquí respecto, cuando en esto piensa, a enderezar su atención a aquellas cuatro cosas que arriba dijimos, que son, a la compasión de los trabajos de Cristo, a la imitación de sus virtudes, al aborrecimiento del pecado y al conocimiento de la bondad y caridad inmensa de Dios, que resplandece en estos misterios, para movernos a amar a quien tan amable aquí se nos mostró.
Mas cuando el hombre entendiere en esto, no debe trabajar demasiadamente por exprimir a fuerza de brazos las lagrimas y la devoción, como hacen algunos, sino con un corazón humilde y atento, no caldo, ni tibio, ni flojo, se presente a nuestro Señor, haciendo lo que es de su parte: porque el Señor hará lo que es de la suya. Y cuando ningún otro fruto de aquí sacare sino sequedad de corazón, conténtese con haber allí acompañado y hecho presencia al Salvador, y peleado con el desasosiego de su corazón: porque no carece esto de fruto, y grande fruto.
Ni debe desistir luego de un santo ejercicio, si a las primeras azadonadas no saca agua: porque muchas veces se da al cabo al que fiel y humildemente persevera, lo que se niega a los principios: y aquí esta la llave de este negocio. Por tanto, trabaja, y persevera, y porfía: porque tales son las mercedes que aquí el Señor suele hacer a tiempos, que muchos años de trabajo que se pasasen por ellas, eran muy bien empleados.
Verdad es que una de las principales causas de esta sequedad, o dilación de esta gracia, es traer el corazón muy ocupado en negocios exteriores y peregrinos: por donde con dificultad y tarde se viene a tomar las cosas de Dios. Por esto conviene mucho traerlo cuanto sea posible siempre ocupado en sus cosas: porque andando siempre caliente y devoto con esta memoria, fácilmente se levanta a Dios, cuando lo queremos levantar.
Para lo cual señaladamente ayudan dos cosas: la primera, lectura ordinaria de libros espirituales y devotos, la cual trae el corazón ocupado en aquello de que anda lleno; y la segunda y muy más principal, trabajar todo lo posible por andar siempre en la presencia de Dios y nunca perderlo de vista, o a lo menos levantar muchas veces entre día y noche el corazón a Él con algunas breves oraciones, tomando ocasión de las mismas cosas que vemos o que tratamos: y así debe el hombre tener su manera de oraciones y consideraciones diputadas para cuando se acuesta, y para cuando se levanta, y para cuando ha de comer, o hablar, o negociar, para cuando es tentado, para cuando oye el reloj dar la hora, para cuando ve los campos floridos y el cielo estrellado, o cuando ve algunos males corporales o espirituales de prójimos: para que todo le sea motivo de levantar el corazón a Dios, y así pueda conservar siempre en el con estos tizones el fuego de la devoción. Porque así como en la leña seca se enciende presto la llama, así también se enciende la devoción en el corazón que anda siempre caliente con el uso de la continua oración, y lectura, y meditación de las cosas de Dios.
Acabada la meditación en la manera que dicho es, puede el hombre acabar su ejercicio con dar gracias al Señor por aquel paso que ha considerado, y por todos los otros beneficios divinos: y luego ofrecer aquel misterio al Eterno Padre, y con él a sí mismo y todas sus obras; y luego pedir mercedes por esta tan rica ofrenda que le ofreció, que fueron los trabajos de su unigénito Hijo.
Y lo que debe cada uno pedir es lo que su necesidad le enseñare que ha menester: porque este es el mejor maestro de la oración. Por do parece que pueden entrevenir en este santo ejercicio cinco partes principales; conviene saber, preparación, meditación, hacimiento de gracias, ofrecimiento y petición: no porque todo esto sea siempre necesario, sino para que tenga el hombre materia copiosa en que ocupar su corazón, y así tenga también más estímulos e incentivos de devoción: porque lo que no se halla en una parte, a veces se halla en otra.
Y después de acabado todo este glorioso itinerario de la vida de Cristo, y corridas todas estas estaciones, con todo lo demás que se sigue después de ellas, debe tomar, como el sol después de corridos los doce signos del cielo, a andar por esta misma rueda: porque no menor fruto se sigue en las ánimas de este espiritual movimiento, que del sol se sigue en el mundo. De manera que mientras durare al hombre la vida, siempre ande por estos pasos de la vida de Cristo: aunque no debe por eso tener cerrada la puerta, cuando el Señor le llamare a otra cosa con que su devoción sea mas ayudada.
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