VITA CHRISTI: La lanzada del Señor y la sepultura
Fray Luís de Granada
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Y como si no bastaran todos estos tormentos para el cuerpo vivo, quisieron también los malvados ejecutar su furor en él muerto, y así después de expirado el Señor, uno de los soldados le dio una lanzada por los pechos, de donde salió agua y sangre para lavatorio de nuestros pecados.
Levántate, pues, oh esposa de Cristo, y haz aquí tu nido como la paloma en los agujeros de la piedra, y como pajero edifica aquí tu casa, y como tórtola casta esconde aquí tus hijuelos. Pon aquí también la boca para que bebas aguas de las fuentes del Salvador: porque este es aquel río que salió de en medio del paraíso, el cual fecunda, riega y hace fructificar toda la sobrehaz de la tierra.
Finalmente, viniendo después aquel noble centurión Josef, y con el Nicodemus, habida licencia de Pilato, quitando el santo cuerpo de la cruz, lo envolvieron en una sabana limpia con olorosos ungüentos, y pusiéronlo en un monumento. Donde aquellas santas mujeres que seguían al Señor en la vida, le sirvieron también en la muerte, trayendo ungüentos olorosos para ungir su sacratísimo cuerpo. Entre las cuales María Magdalena ardía con tan grande fuego de caridad, que olvidada de la flaqueza mujeril, ni por la oscuridad de las tinieblas, ni por la crueldad de los sayones se podía apartar de la visitación del sepulcro, antes perseverando en aquel lugar y derramando muchas lágrimas, despidiéndose los discípulos, ella no se despedía: porque era tan grande su amor y la impaciencia de su deseo, que en ninguna otra cosa tomaba gusto sino en llorar la ausencia de su amado, diciendo con el profeta: Fuéronme mis lágrimas pan de noche y de día, mientras dicen a mi ánima: ¿dónde está tu Dios? (14).
Pues, oh buen Jesús, concédeme, Señor, aunque indigno, que ya que entonces no merecí hallarme con el cuerpo presente a éstas tan dolorosas obsequias, me halle en ellas meditándolas y tratándolas con fe y amor en mi corazón, y experimentando algo de aquel afecto y compasión que tu inocentísima Madre y la bienaventurada Magdalena experimentaron en este día.
La resurrección del Señor
Acabada ya la batalla de la pasión, cuando aquel dragón rabioso pensó que había alcanzado victoria del Cordero, comenzó a resplandecer en su ánima la potencia de su divinidad, con la cual nuestro león fortísimo descendió a los infiernos, venció y prendió aquel fuerte armado, y lo despojó de aquella rica presa que allí tenía cautiva: para que pues el tirano había acometido a la cabeza sin tener derecho contra ella, perdiese por vía de justicia el que parecía tener sobre sus miembros. Entonces el verdadero Sansón, muriendo, mató sus enemigos; entonces el Cordero sin mancilla con la sangre de su testamento sacó sus prisioneros del lago donde no había agua; y entonces amaneció aquella deseada y nueva luz a los que moraban en la región de las tinieblas y sombra de muerte.
Y habida esta victoria, al tercero día el autor de la vida, vencida la muerte, resucitó de los muertos: y así salió el verdadero Josef de la cárcel del infierno por voluntad y mandamiento del Rey soberano, trasquilados ya los cabellos de la mortalidad y flaqueza, y vestido de ropas de hermosura y inmortalidad.
Aquí tienes que considerar el alegría de todos los aparecimientos que entrevinieron en este día tan glorioso: conviene saber, el alegría de aquellos padres del limbo, que tantos años esperaron y suspiraron por este día; el alegría de la Virgen, que tanto padeció el día de la pasión, y tanto se alegró el de la resurrección; el alegría de las Marías, especialmente de la bienaventurada Magdalena, que tanto amaba este Señor y tanto se alegró de verle resucitado; el alegría también de los discípulos, que tan desconsolados estaban sin su Maestro, y tanta consolación recibieron en le ver; y con esto ruega al Señor te de a sentir alguna parte de lo que ellos este día sintieron.
Y no sólo esta vez, mas otras muchas veces y de otras maneras les apareció el Señor por espacio de cuarenta días, comiendo y bebiendo con ellos: para que con estos argumentos confirmase nuestra fe, y con sus promesas esforzase nuestra esperanza, y con los dones que del cielo nos enviase, encendiese nuestra caridad.